Luciana miró hacia la voz. Era Mónica.—Hola —respondió la dependienta, dispuesta a atenderla—. ¿En qué puedo ayudarle?Mónica sacó una lista y se la extendió.—Quiero todo esto.—Claro, enseguida —dijo la dependienta, revisando la lista, hasta que su expresión se tornó incómoda.—Todo lo demás está disponible… pero el pastel de espino se ha terminado. Solo tendremos más hasta mañana.—¿Terminado? —Mónica, con mirada aguda, vio los últimos pedazos en el mostrador y frunció el ceño—. ¿Y eso qué es?La dependienta miró a Luciana y, con una sonrisa, explicó:—Esta cliente los compró.—¿Ah? —Mónica entonces miró a Luciana, como si recién notara su presencia—. Oh, eres tú.Le hizo un pequeño gesto, casi una vaga señal de saludo, antes de girarse hacia la dependienta.—El pastel de espino lo quiero yo, ¿me escuchaste? —le ordenó en un tono imperativo—. ¿Qué esperas? Empácalo ya.La dependienta dudó, visiblemente incómoda.—Pero…La campanilla de la puerta sonó cuando Alejandro entró. Su mira
La dependienta quedó boquiabierta. ¿Era realmente Alejandro Guzmán? Al final, ¿qué podía decir?—Por supuesto, señor Guzmán. Lo arreglaré de inmediato.***Luciana regresó al departamento de Martina sin haber conseguido sus ansiados dulces de espino. Al pasar por una tiendita de snacks en la calle de atrás, compró algo al azar. Sin embargo, al abrirlo y probarlo, frunció el ceño: el sabor era terrible. También miró la comida que Martina le había dejado en la mesa para el almuerzo, pero no tenía apetito.Quizás era culpa de las hormonas del embarazo, pero de pronto, una tristeza inexplicable la invadió. Se tumbó en la cama, enterrando la cara en la almohada, y comenzó a llorar desconsolada.—¡Wuuu! ¡Wuuu! —sollozaba entre lágrimas.Martina entró al cuarto y se llevó un buen susto al verla así.—¿Luci, qué te pasa?—¡Marti! —lloriqueó Luciana, como una niña pequeña—. No puedo comer nada… ¿qué voy a hacer? —Sostuvo su vientre con las manos—. Si no como, ¿se me va a ir? ¿Y si lo pierdo por
Él la observó, en sus ojos una mezcla de incomprensión y, tal vez, arrepentimiento.—¿Por qué no? —insistió, con una voz quebrada por la tensión—. ¿No los querías?Alejandro sentía que la entendía bien; sabía que ella no era alguien a quien le importara mucho la comida. Si había ido hasta la tienda ese día, era porque realmente le apetecían. Pero su rechazo le daba a entender que, efectivamente, estaba molesta.Él respiró hondo, sintiendo un dolor sordo en el pecho, y se armó de paciencia para hablar con ella en tono conciliador.—¿Sigues enojada? Te dije que lo compartiríamos, ¿por qué te fuiste sin llevar nada?Luciana lo miró, incrédula, con sus ojos centelleando de rabia.—¿Me lo dices en serio? ¡Fui yo quien lo pidió primero! Pero llegaron ustedes a quitármelo como si fuera un favor dejarme algo. ¿Querías que agradeciera y me sintiera honrada?Alejandro se quedó en silencio, sorprendido, las palabras atrapadas en su garganta. Intentó explicarse, sin mucha seguridad:—No… no sabía
—Mhmm… —Luciana aspiró el aire y, sin poder evitarlo, su estómago reaccionó—. Huele tan ácido…Su boca se llenó de saliva al instante, y, casi sin pensarlo, tragó.Fernando, que la observaba con atención, sonrió con suavidad.—¿Quieres probar?Luciana asintió sin dudar.—Sí.Fernando le ofreció una cucharada. El sabor fue tan fuerte y ácido que Luciana entrecerró los ojos.—¿Está demasiado ácido? —preguntó Fernando, preocupado.—No, no. Está perfecto. —Luciana negó con la cabeza, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.—Está delicioso. —Con la boca llena, preguntó—. ¿Qué es esto?—Ciruelas en vino.Fernando sonrió, satisfecho de verla comer.—Si te gusta, hay más frutas.Sacó otro recipiente con un poco de arroz con leche.—Ahora, come un poco de esto.Le ofreció la cuchara sin que Luciana tuviera que mover un dedo.—Ve despacio, no te fuerces. Si no puedes, no pasa nada.—Lo sé.Afortunadamente, esta vez, Luciana no rechazó la comida.Fernando la observaba con ansiedad.—¿Está bien
La noche del viernes, Alejandro llegó a la casa de Mónica para cenar con sus padres.Durante la comida, Clara, con una sonrisa que pretendía ser casual, miró a su esposo y sacó un tema.—Amor, tu cumpleaños está cerca. Aunque no sea el día exacto, no podemos dejarlo pasar. ¿Tienes alguna idea? ¿Quieres celebrarlo en casa o salir?No era una pregunta cualquiera, y Alejandro lo entendió de inmediato. Si tenía intención de mostrar su compromiso, esta era la oportunidad perfecta para encargarse de todo. Así, ellos quedarían bien y, de paso, ahorrarían dinero.No los decepcionó. Alejandro se quedó en silencio por unos segundos antes de asentir con seriedad.—El cumpleaños de don Ricardo no puede tomarse a la ligera. Si ustedes confían en mí, puedo encargarme de toda la organización.Clara fingió modestia, aunque sus ojos brillaban de satisfacción.—¿De verdad? Ay, no sé si está bien aceptar…—No es necesario. —Ricardo intentó rechazar la oferta, aunque su tono carecía de convicción—. Es un
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p