—Mhmm… —Luciana aspiró el aire y, sin poder evitarlo, su estómago reaccionó—. Huele tan ácido…Su boca se llenó de saliva al instante, y, casi sin pensarlo, tragó.Fernando, que la observaba con atención, sonrió con suavidad.—¿Quieres probar?Luciana asintió sin dudar.—Sí.Fernando le ofreció una cucharada. El sabor fue tan fuerte y ácido que Luciana entrecerró los ojos.—¿Está demasiado ácido? —preguntó Fernando, preocupado.—No, no. Está perfecto. —Luciana negó con la cabeza, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.—Está delicioso. —Con la boca llena, preguntó—. ¿Qué es esto?—Ciruelas en vino.Fernando sonrió, satisfecho de verla comer.—Si te gusta, hay más frutas.Sacó otro recipiente con un poco de arroz con leche.—Ahora, come un poco de esto.Le ofreció la cuchara sin que Luciana tuviera que mover un dedo.—Ve despacio, no te fuerces. Si no puedes, no pasa nada.—Lo sé.Afortunadamente, esta vez, Luciana no rechazó la comida.Fernando la observaba con ansiedad.—¿Está bien
La noche del viernes, Alejandro llegó a la casa de Mónica para cenar con sus padres.Durante la comida, Clara, con una sonrisa que pretendía ser casual, miró a su esposo y sacó un tema.—Amor, tu cumpleaños está cerca. Aunque no sea el día exacto, no podemos dejarlo pasar. ¿Tienes alguna idea? ¿Quieres celebrarlo en casa o salir?No era una pregunta cualquiera, y Alejandro lo entendió de inmediato. Si tenía intención de mostrar su compromiso, esta era la oportunidad perfecta para encargarse de todo. Así, ellos quedarían bien y, de paso, ahorrarían dinero.No los decepcionó. Alejandro se quedó en silencio por unos segundos antes de asentir con seriedad.—El cumpleaños de don Ricardo no puede tomarse a la ligera. Si ustedes confían en mí, puedo encargarme de toda la organización.Clara fingió modestia, aunque sus ojos brillaban de satisfacción.—¿De verdad? Ay, no sé si está bien aceptar…—No es necesario. —Ricardo intentó rechazar la oferta, aunque su tono carecía de convicción—. Es un
Para él, no había límites: si era necesario ir al cielo o al fondo del mar, lo haría, siempre y cuando Luciana pudiera comer algo.Aquella mañana, Luciana había mencionado con nostalgia que tenía antojo de cerezas. Sin pensarlo dos veces, Fernando condujo dos horas hasta un campo de cultivo en una ciudad vecina. Allí, bajo el sol, las recogió personalmente, seleccionando solo las más frescas y maduras.De regreso, manejó otras dos horas con una única misión en mente: entregarle las cerezas recién cortadas a Luciana. Al llegar a la puerta del apartamento de Martina, cargaba con una canasta rebosante de fruta.—¡Wow! —exclamó Martina, impresionada—. ¡Qué frescas están!Las cerezas, grandes, rojas y relucientes, aún tenían gotas de rocío en su superficie. Luciana, parada cerca, las observaba con los ojos brillantes y tragaba saliva casi sin darse cuenta.—Voy a lavarlas para ti, no te muevas de ahí, ¿eh? —dijo Martina con una sonrisa, guiñándole un ojo antes de dirigirse a la cocina.—Mhm
La primera sensación al sostenerla fue un golpe en el pecho: «¿Por qué estaba tan delgada?»Luciana siempre había sido menuda, pero ahora parecía que el viento podría llevársela.No había tiempo para preguntas. Lo urgente era ocuparse de ella.—¿Traes azúcar? ¿Algún dulce? —preguntó, su voz tensa con preocupación.Luciana apenas logró asentir, débil. Con esfuerzo, abrió la boca y señaló una pastilla que ya tenía en su interior.¿Azúcar y aún así se siente así de mal?El rostro de Alejandro se oscureció. Sin pensarlo dos veces, la levantó en brazos.—No… —Luciana intentó protestar, pero su voz apenas fue un susurro—. Bájame…Su resistencia era tan débil que parecía insignificante.—¿Vas a decirme otra vez que no quieres aceptar la ayuda de un desconocido? —su voz tenía un tono frío, teñido de sarcasmo.Ella bajó la mirada, mordiéndose el labio. No dijo nada, pero su silencio fue suficiente respuesta.—Luciana Herrera —pronunció su nombre completo con severidad—. ¿Qué clase de persona cr
—De acuerdo, haremos como dices.—Enfermera, por favor, proceda con la infusión. —Alejandro se apartó para dejar espacio y salió de la sala, marcando el número de Fernando.Esperó. Una vez. Dos veces.Cuatro intentos y ninguna respuesta.Frustrado, dejó el teléfono a un lado y regresó a la sala de infusiones. Para entonces, la enfermera ya había terminado de colocar la vía intravenosa, y Luciana yacía tranquila en el sillón, su respiración apaciguada pero su expresión todavía cansada.Cuando lo vio entrar, preguntó con voz apagada:—¿Te vas ahora?Alejandro dejó escapar una risa seca.—Lo siento, todavía no.Levantó el celular como si eso explicara todo.—Tu Fernando no contesta.Luciana parpadeó, sorprendida. Abrió la boca, pero solo logró murmurar:—Tal vez... está ocupado.—Seguramente. —Alejandro asintió con una calma calculada.La sala estaba fría. El aire acondicionado seguía funcionando, y los sillones no tenían mantas. Sin decir una palabra, Alejandro se quitó la chaqueta y la
Era fin de semana.Como de costumbre, Luciana fue al sanatorio a visitar a Pedro.—La hermana de Pedro —dijo la enfermera con una sonrisa al verla entrar—. Hoy viniste muy temprano.—Terminé mi internado —respondió Luciana con naturalidad.—Aun así, hay alguien que llegó antes que tú.Luciana arqueó una ceja, intrigada.—¿Quién?La enfermera se inclinó ligeramente, como si compartiera un secreto.—Ese señor que vino la vez pasada. Dijo que es… tuyo y de Pedro. Su padre.El semblante de Luciana cambió al instante. Sus labios se tensaron y su ceño se frunció.Otra vez Ricardo.¿Qué estaba tramando ahora? ¿Por qué esa insistencia reciente?—Ah, y una cosa más… —La enfermera la tomó del brazo y susurró:— Preguntó sobre la evaluación del Instituto Wells para Pedro.El peso de esas palabras cayó sobre Luciana como un golpe inesperado. Sus ojos se entrecerraron mientras un millar de pensamientos cruzaban su mente.—Gracias por avisarme.—No hay de qué.Tras despedirse de la enfermera, Luciana
Era imposible. ¿Ese hombre, que había desaparecido cuando más lo necesitaban, ahora ofrecía ayudar?Ricardo la observó, dejando escapar otro suspiro, esta vez más profundo.—Dije que yo pagaré lo necesario para que Pedro vaya al Instituto Wells.Luciana lo miró, buscando algún rastro de burla o falsedad en su expresión, pero no encontró nada.—¿Por qué? —preguntó finalmente, con un nudo en la garganta.—¿Por qué? —repitió Ricardo, como si la pregunta no tuviera sentido—. Soy su padre. ¿Acaso necesito una razón para ayudar a mi hijo?Esa respuesta encendió algo en Luciana. Las palabras de Ricardo parecían resonar con una ironía cruel.¿No necesita razones?Entonces, ¿quién fue el que cortó los fondos para el tratamiento de Pedro, dejando a su propia hija al borde del colapso?—No te creo —dijo con frialdad, cruzándose de brazos.Pero Ricardo no respondió de inmediato. En lugar de eso, cambió de tema con un tono que parecía calculado:—Mi cumpleaños se acerca. Espero que puedan venir.—¿
El auto se detuvo frente a Luciana. El cristal de la ventana bajó lentamente, y Sergio asomó la cabeza con una sonrisa relajada.—Luciana, ¿a dónde vas? Súbete, te llevo.Luciana lanzó una mirada fugaz al asiento del copiloto y se quedó desconcertada. Alejandro estaba sentado allí, inexpresivo. ¿Qué hacía él en el asiento del acompañante? Algo no cuadraba.—No, gracias, no hace falta —respondió rápidamente, sacudiendo la cabeza. Subirse al auto de Sergio solo complicaría más las cosas.—Anda, súbete. —Sergio insistió, con un tono ligeramente burlón—. ¿O quieres que baje a abrirte la puerta?—No… —Luciana estaba a punto de negarse de nuevo, pero los murmullos a su alrededor la interrumpieron.—¡Oye! ¿No ves que estás bloqueando la parada del autobús? —se quejó alguien detrás de ella.—¡Eso! ¡Mueve ese carro de ahí! El autobús no puede pasar.—¡Vaya, es un Bentley! ¿Y no se sube?—Bah, qué ridículo. ¡Solo quieren llamar la atención!Los comentarios crecieron en volumen y molestia. Cada p