Luciana eligió la mañana para visitar a don Miguel, confiando en que Alejandro estaría en la oficina, y así evitar encontrárselo.Al entrar, notó que la habitación estaba en completo silencio. Don Miguel dormía profundamente, apoyado en el respaldo de la cama, con una vía conectada a su brazo. Luciana, cuidando no hacer ruido, revisó los monitores; todos sus signos vitales parecían estables, lo cual la tranquilizó.Justo cuando se disponía a salir, don Miguel abrió lentamente los ojos y, al verla, una sonrisa de alegría iluminó su rostro.—Luci —susurró, extendiendo la mano hacia ella.—Abuelo —Luciana tomó su mano con ternura—, ¿lo desperté?—No, no —respondió Miguel, aunque frunció el ceño con preocupación—. Buenita, perdóname. Todo esto… es culpa mía por no haber sabido educar bien a Alex.En ese momento, la puerta del baño se abrió sin previo aviso, y Alejandro salió de allí. Sus ojos, oscuros y cargados de resentimiento, se clavaron en Luciana mientras se acercaba a paso firme.Lu
Alejandro asintió con un leve murmullo.—¿Por qué? —Luciana no entendía.En teoría, si Alejandro quería que Mónica entrara sin problemas a la familia Guzmán, lo lógico era aclararle a su abuelo que el hijo que ella esperaba no era suyo.—¿Tú qué crees? —Alejandro la miró con una expresión de burla—. Con la noticia de nuestra separación, mi abuelo terminó en el hospital. ¿Quieres que le diga que el niño tampoco es mío? ¿Quieres que lo enfermemos más?Luciana comprendió de inmediato. Tenía sentido.Cuando llegaron a los ascensores, se detuvo.—Gracias por acompañarme. Aquí ya está bien, puedes regresar con tu abuelo.Alejandro entrecerró los ojos. ¿Después de caminar solo unos pasos, ya quería que se fuera?La puerta del ascensor se abrió, y Alejandro, sin darle tiempo a reaccionar, tomó a Luciana del brazo y la hizo entrar con él.—Te dije que te iba a acompañar y lo voy a hacer.Luciana, algo sorprendida, sonrió ligeramente.—Bien, como prefieras —dijo sin darle mayor importancia.Al s
—¿Qué? —Alejandro bajó la vista, confundido. Era una delgada tarjeta, una que le resultaba vagamente familiar.—Es la tarjeta secundaria de tu cuenta —le explicó Luciana, sonriendo con suavidad mientras se la entregaba—. Quería dártela hace tiempo, pero como casi no la usaba… y ahora hasta el celular es suficiente. En fin, se me estaba olvidando otra vez, ¡menos mal que no te habías ido lejos!Dicho esto, retrocedió un paso, saliendo de su abrazo.Alejandro sintió cómo su expresión se endurecía. Su mirada se clavó en la tarjeta y su voz apenas disimulaba el impacto.—¿Corriste hasta aquí solo para esto?—Sí —respondió ella, recobrando la respiración—. Solo quería devolvértela.Lo decía con cierta vergüenza, pero para Alejandro el mensaje era claro: Luciana estaba soltando, pieza a pieza, los lazos que la conectaban a él. No quería ni siquiera esa pequeña parte de su mundo.—Bueno, tengo que irme a preparar mi clase —dijo Luciana, esbozando una ligera sonrisa y levantando la mano en un
—¿Podemos ir… al bosquecito de allá?—Está bien.Era una tarde tranquila y el lugar estaba vacío. Alejandro no esperó más, sus ojos fríos como el hielo.—¿Por qué no te quedaste en la villa Trébol? ¿Por qué no aceptaste la manutención? —Su voz era una mezcla de frustración y furia contenida.Luciana parpadeó, un tanto sorprendida, y luego sonrió suavemente.—Ya lo sabes todo, ¿verdad? —Dijo, masajeando su muñeca, algo resignada—. Te lo dije en el hospital, que no quería nada, pero como no aceptaste, no me quedó otra que actuar así. —Su voz se hizo más firme—. Te lo repito, Alejandro: no quiero nada.—Luciana…—Déjame terminar —lo interrumpió, su mirada titilando con una pizca de tristeza—. No puedo aceptar tu dinero.Lo miró con una sonrisa suave pero fría.—Primero, entre nosotros no hay amor, no hay nada de eso de que “me debas algo” —explicó, bajando la voz—. Segundo, mi hijo no es tuyo; tú no tienes ninguna obligación conmigo.Alejandro sintió que el pecho se le encogía, un dolor q
Luciana miró hacia la voz. Era Mónica.—Hola —respondió la dependienta, dispuesta a atenderla—. ¿En qué puedo ayudarle?Mónica sacó una lista y se la extendió.—Quiero todo esto.—Claro, enseguida —dijo la dependienta, revisando la lista, hasta que su expresión se tornó incómoda.—Todo lo demás está disponible… pero el pastel de espino se ha terminado. Solo tendremos más hasta mañana.—¿Terminado? —Mónica, con mirada aguda, vio los últimos pedazos en el mostrador y frunció el ceño—. ¿Y eso qué es?La dependienta miró a Luciana y, con una sonrisa, explicó:—Esta cliente los compró.—¿Ah? —Mónica entonces miró a Luciana, como si recién notara su presencia—. Oh, eres tú.Le hizo un pequeño gesto, casi una vaga señal de saludo, antes de girarse hacia la dependienta.—El pastel de espino lo quiero yo, ¿me escuchaste? —le ordenó en un tono imperativo—. ¿Qué esperas? Empácalo ya.La dependienta dudó, visiblemente incómoda.—Pero…La campanilla de la puerta sonó cuando Alejandro entró. Su mira
La dependienta quedó boquiabierta. ¿Era realmente Alejandro Guzmán? Al final, ¿qué podía decir?—Por supuesto, señor Guzmán. Lo arreglaré de inmediato.***Luciana regresó al departamento de Martina sin haber conseguido sus ansiados dulces de espino. Al pasar por una tiendita de snacks en la calle de atrás, compró algo al azar. Sin embargo, al abrirlo y probarlo, frunció el ceño: el sabor era terrible. También miró la comida que Martina le había dejado en la mesa para el almuerzo, pero no tenía apetito.Quizás era culpa de las hormonas del embarazo, pero de pronto, una tristeza inexplicable la invadió. Se tumbó en la cama, enterrando la cara en la almohada, y comenzó a llorar desconsolada.—¡Wuuu! ¡Wuuu! —sollozaba entre lágrimas.Martina entró al cuarto y se llevó un buen susto al verla así.—¿Luci, qué te pasa?—¡Marti! —lloriqueó Luciana, como una niña pequeña—. No puedo comer nada… ¿qué voy a hacer? —Sostuvo su vientre con las manos—. Si no como, ¿se me va a ir? ¿Y si lo pierdo por
Él la observó, en sus ojos una mezcla de incomprensión y, tal vez, arrepentimiento.—¿Por qué no? —insistió, con una voz quebrada por la tensión—. ¿No los querías?Alejandro sentía que la entendía bien; sabía que ella no era alguien a quien le importara mucho la comida. Si había ido hasta la tienda ese día, era porque realmente le apetecían. Pero su rechazo le daba a entender que, efectivamente, estaba molesta.Él respiró hondo, sintiendo un dolor sordo en el pecho, y se armó de paciencia para hablar con ella en tono conciliador.—¿Sigues enojada? Te dije que lo compartiríamos, ¿por qué te fuiste sin llevar nada?Luciana lo miró, incrédula, con sus ojos centelleando de rabia.—¿Me lo dices en serio? ¡Fui yo quien lo pidió primero! Pero llegaron ustedes a quitármelo como si fuera un favor dejarme algo. ¿Querías que agradeciera y me sintiera honrada?Alejandro se quedó en silencio, sorprendido, las palabras atrapadas en su garganta. Intentó explicarse, sin mucha seguridad:—No… no sabía
—Mhmm… —Luciana aspiró el aire y, sin poder evitarlo, su estómago reaccionó—. Huele tan ácido…Su boca se llenó de saliva al instante, y, casi sin pensarlo, tragó.Fernando, que la observaba con atención, sonrió con suavidad.—¿Quieres probar?Luciana asintió sin dudar.—Sí.Fernando le ofreció una cucharada. El sabor fue tan fuerte y ácido que Luciana entrecerró los ojos.—¿Está demasiado ácido? —preguntó Fernando, preocupado.—No, no. Está perfecto. —Luciana negó con la cabeza, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.—Está delicioso. —Con la boca llena, preguntó—. ¿Qué es esto?—Ciruelas en vino.Fernando sonrió, satisfecho de verla comer.—Si te gusta, hay más frutas.Sacó otro recipiente con un poco de arroz con leche.—Ahora, come un poco de esto.Le ofreció la cuchara sin que Luciana tuviera que mover un dedo.—Ve despacio, no te fuerces. Si no puedes, no pasa nada.—Lo sé.Afortunadamente, esta vez, Luciana no rechazó la comida.Fernando la observaba con ansiedad.—¿Está bien