Cap. 3: El acuerdo

Hay un silencio sepulcral entre los dos. Harold no deja de examinarla minuciosamente. Isabela siente indignación, la mirada inquisitiva del hombre la hace sentir como una mercancía.

  — Entonces, señorita Torres, está interesada en escuchar lo que tengo que proponerle.

  — Eso depende, pero desde ya le anticipo que no aceptaré ninguna propuesta indecente, soy una mujer de principios —respondió en medio de una exhalación profunda para evitar hablar de más.

  Harold ríe levemente, negando con la cabeza. —No es nada de lo que usted se imagina, permítame explicárselo. Estoy decidido a jubilarme pronto, pero antes quisiera dejar todo lo que tengo en manos de mi único hijo, su nombre es Damián. Tiene más o menos su edad, así que pienso que no habrá ningún problema.

  —No quiero sonar impertinente, señor, pero sería mejor que llegara al punto sin rodeos.

  —Es usted muy directa, y no parece ser tan insegura, me agrada y veo que no me equivoque al elegirla. La verdad es que mi hijo aún es soltero, y me gustaría dejarlo al mando de todo, pero primero quiero verlo casado y con un hijo, por lo menos.

  —Me parece una propuesta algo extraña, acaso ¿él no tiene una novia?

  —Bueno, mentiría si le dijera que no, pero, ella no puede darle un heredero, y como usted comprenderá, no me gustaría que todo por lo que he luchado toda mi vida pase a manos de un extraño. Así que aquí es donde intervendrá usted. La presentaré como su prometida, y se casaran, por supuesto, todo esto quedara firmado en un acuerdo que durará un año, luego del cual, si los dos no han llegado a comprenderse, bien pueden optar por separarse, pero no debe preocuparse, usted tendrá al niño o niña bajo su completa tutela mientras convive con nosotros. Además, no quedará desamparada, me aseguraré que reciba una generosa pensión vitalicia. Aunque podría darse lo contrario, y ustedes permanecerían juntos como familia, que para mi esposa y mi persona sería lo ideal. 

  Toda esta situación le parecia inverosímil a la joven, quien meditó por un buen rato, para finalmente preguntar.

  —¿Que recibiría yo a cambio de aceptar todo esto?.

  Harold le extendió un documento, allí estaba un contrato vitalicio para la entrega del medicamento que su madre requería.

  —Esto le parece suficiente o podría aumentarle un cheque a su nombre por la cantidad que prefiera.

  Isabela observó con atención, estaba a un solo paso de conseguir lo que necesitaba para cuidar de su madre y tenerla junto a ella por muchos años más.

  —A ver si con esto se convence, adjuntaré otra dotación vitalicia de cada medicina que su madre requiera desde hoy en adelante.

  Isabela se encuentra en medio de un dilema: tiene al alcance de sus manos lo que ne editan y aun más para que su madre pueda curarse, pero a que costo: formar un hogar de la noche a la mañana con un total desconocido. Considero que no sería algo malo, y que pondría de su parte para cumplir con aquel contrato

  —Señor Betancourt, siendo honesta, todo esto me parece precipitado— dijo después de meditarlo por un buen tiempo—Su oferta me parece muy generosa, y le agradezco toda su buena voluntad. La salud de mi madre es muy importante para mí, así que ... estoy dispuesta a aceptarla. Usted me garantiza que todo será entregado de inmediato, ¿cierto? O primero debo cumplir con mi parte.

  Harold le extendió el contrato.

  —Se hará de inmediato, y para estar seguros, su madre será trasladada a la Clínica Familiar, allí se le aplicará el respectivo tratamiento. Depende de usted cuando esté dispuesta a concretar la unión. Mi hijo está al tanto de todo, y no se opone, aunque la idea no le agrada para nada. Pero esto seguro que de todo esto saldrá algo bueno. Siento que usted es la mujer ideal para él.

  Isabela asintió con una débil sonrisa. Harold sujeto su mano y se sintió aliviado.

  —Puede leer el contrato, y si algo no le quedó claro, no dude en preguntarme. 

  —Está bien, señor, gracias. Me quedaré aquí hasta terminar de leerlo.

  —Si no tiene ninguna duda me lo puede devolver un vez que esté firmado. El día de mañana le haré llegar el acuerdo prenupcial, ese lo mando a redactar mi hijo y aún no ha llegado a mis manos. Con él procederemos de igual manera. 

  —Entendido.

  —Me siento dichoso por que pude hallar a la candidata ideal para mi hijo, usted tiene un aura muy noble, y si alguien puede conseguir que él tenga una familia, es una persona muy valiosa.

  Aunque eran agradables las palabras de Harold, Isabela no estaba completamente convencida. Tomo los papeles y salio de la oficina, afuera todos los demás empleados ya se habían marchado. Se dirigió al cubículo que usaba cuando tenía que enviar sus informes diarios, y allí se dedicó a leer cada una de las cláusulas. Cuando finalizó, dió un largo suspiro, tomó un esfero y trazó una firma muy prolija. Tuvo unas inmensas ganas de sollozar, pensando en el futuro incierto que se le avecinaba. Cerró y abrió sus ojos repetidamente y no dejó escapar ni una sola lágrima. Tomó los papeles y volvió a la oficina de presidencia, tocó la puerta pero no había nadie, entró al ver la luz encendida y depositó los documentos sobre el escritorio. Estuvo a punto de arrepentirse, pero se dio media vuelta y salió a toda prisa, sin mirar atrás, y no paró hasta llegar a la salida. 

  Cuando se percató de la hora, intentó llamar pero su teléfono marcaba batería baja y en el segundo intento se apagó. Frsutrads y pensado en como volver a su hogar, guardo su teléfono entre su ropa, se abrigo con la bata y comenzó a caminar lentamente con la esperanza que algún alma caritativa pase por ahí y la aproxime a su casa.

  Apenas se alejó pocos pasos del portón, cuando este se abrió y un auto muy lujoso salió, y se estacionó junto a ella. Un hombre mayor salió, abrió la puerta y la invitó a subirse.

  —Señorita Torres, es muy tarde, hace mucho frío y no puede exponerse de esa manera, suba por favor— habló Harold desde el interior. 

  Al no tener más opciones, Isabela subió y el hombre cerró la puerta y volvió al frente, comenzó a conducir, mientras ella se acomodaba en el asiento posterior.

  —Lamento no haberle informado que la estaba esperando para dejarla a salvo en su casa.

  —Realmente no era necesario. 

  —Considerando que seremos familia. Usted merece ser cuidada como todos los miembros en ella, espero que lo tenga claro. Además, merece compartir nuestra fortuna, aquí tiene.— le extendió una tarjeta dorada.

  —No, esto es demasiado, yo no podía aceptarlo. 

  —No sea tímida, tómela, es para usted, para lo que requiera. 

  — No se que decir. 

  —Me conformo con un gracias.

  —Gracias entonces, señor Betancourt. 

  —Deja las formalidades de lado, serás mi nuera, ánimo, puedes llamarme Harold. 

  —De acuerdo, señor Harold.

  —Bien, eso me agrada, ahora la boda esta planificada para dentro de 15 días, entonces, tómate el tiempo que necesites para organizarlo todo. Podrás volver a tu trabajo cuando gustes.

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