Cap. 6: Las huellas del pasado

—Los seguí sin que me vieran, apenas salieron del conjunto de departamentos, la muchacha iba discutiendo. Mi llamado esposo hizo un ademán y el hombre a su lado le entregó un pañuelo que fue inmediatamente colocado en el rostro de la jovencita, lo que la aletargó y ella siguió caminando a su lado como una muñeca sin voluntad. La llevaron a un callejón apartado, y una vez allí, vi a aquel hombre sacar un frasco de pastillas, y entregárselo a él, quien tomó algunas de ellas y obligó a la jovencita a tomársela mientras le decía:

 —¡No admitiré bastardos en mi vida, y tampoco volverás a molestarme nunca más!. De todos modos, nadie va a extrañarte, niñita.

 No supe que más sucedió, decidí volver a toda prisa al departamento, firmé los papeles dejándolos sobre la mesa, tomé algunas de mis pertenencias, lo que pude guardar en esos momentos en mi mochila, y salí corriendo. Iba a tomar el ascensor cuando lo ví salir de allí, me di media vuelta y bajé corriendo las escaleras para evitar que me alcanzara.

 Salí de allí a duras penas, me oculté en un parqueadero cercano, estaba muy furioso con los papeles en la mano. Fue la última vez que lo divisé, apenas me sentí a salvo hice una llamada telefónica anónima a la policía, explicándoles lo que presencié que le hicieron a la jovencita en aquel callejón, les dí la información necesaria y  me deshice de mi teléfono.

Después de eso volví a casa, él tampoco conocía a mis padres, ni sabía quienes eran, lo que fue una ventaja, aún así ellos me enviaron a la frontera con unos tíos donde me ayudaron a conseguir una nueva identidad. Después que naciste, volví a estudiar pero esta vez para auxiliar de enfermería, allí conocí a Román, inciamos una bonita amistad, cuando él se me declaró le confesé que tenía un hijo y me dijo que estaría feliz de formar un hogar junto a nosotros, porque no podía tener hijos. Así que unimos nuestras vidas, te dió su apellido y a cuidado de los dos siempre. De tu padre biológico nunca supe nada más y así es mejor, que haya quedado en el olvido.

 Después de charlar, la mujer mayor sollozaba en brazos de su hijo, quien sentado junto a ella la consolaba.

  —No se preocupe, madre, entiendo perfectamente cuánto sufrió en manos de ese demente. Aunque ese hombre no merece seguir con vida, es un monstruo sin corazón.

  —Por ese mismo motivo nunca debes saber de quién se trata, no quiero que manches tu nombre ni tu buen corazón, hijo mío.

  —Respeto su decisión madre, tranquila, me ocuparé de ustedes, mis verdaderos padres.

Los dos volvieron al interior de la Clínica. Christian agilitó los trámites para conseguir la sangre que su padre necesitaba. Y permaneció junto a su madre el día entero.

Isabela volvió a encargarse de sus pendientes al trabajo, y al contar con la autorización de su futuro suegro, salió de la corporación para volver a su hogar y se sorprendió: todo estaba tirado por el suelo, parecía que ingresaron buscando algo en particular. Pensó en denunciar el hecho a la policía, pero desistió al asegurarse que, aparte del descomunal desorden, no faltaba nada. Así que se tomó el tiempo necesario para dejar todo en orden.

Una vez finalizada su tarea, tomó una ducha, se alistó y fue a la cocina a preparar algo con que alimentarse. Estaba a punto de terminar su comida, cuando recibió un mensaje de un número desconocido, informándole que su madre había despertado y que se requería de su presencia en la Clínica. Tomó lo necesario y partió a toda prisa.

Una vez allí, les explicaron todos los pro y los contra del tratamiento al cual se someterá su madre. Isabela ya había firmado la autorización, por lo que antes de que iniciaran, pidió hablar un momento a solas con ella.

—Me siento dichosa de verte bien, y saber que podrás recuperarte— habló la joven abrazando a su madre, a la vez que suspiraba con preocupación.

—Estoy mejor, pero hija, este lugar se ve que es extremadamente costoso. ¿Cómo fue que terminé aquí? Seguro la cuenta lleva varios ceros, no debiste traerme a este sitio, hija, te endeudarás de por vida.

—Madre, usted solo debería pensar en salir de aquí con bien, nada más. Del resto ya me encargué,  tranquila.

—Sólo voy a estarlo, si me aseguras que no hiciste nada indebido, de lo que podrías arrepentiré después.

—No, madre, creo que eso no pasará.

—¿Acaso hiciste algo malo, ni niña? Te metiste en algo ilícito o ... ¿tienes algún patrocinador?

—No  madre, por supuesto que no, piensa demasiado, debe calmarse. Voy a contárselo todos, prométeme que lo tomará con calma, ¿de acuerdo?

—No garantizo nada, pero prefiero saberlo de tu boca que enterarme por terceros. 

La joven le explicó lo mejor posible la situación a su madre, quien la abrazó fuertemente mientras sollozaba.  Isa trataba de mantenerse serena, para no preocuparla.

—No fue una buena decisión, pero espero que todos tu esfuerzo valga la pena.

—Madre, que dice, ¡nada es más importante para mí que su salud! así que veamos todo de la mejor manera, con optimismo, quizás, resulte algo bueno, sino, por o menos estaremos estables y cuidaré de usted y de mi hijo o hija.

—Está bien, haré lo posible por ayudarte y seguir a tu lado.

—Gracias, madre, se repondrá, ya lo verá.

Mientras madre e hija conversaban y se abrazaban, un hombre alto, cubierto con una capucha y usando una mascarilla negra, miraba con atención la interacción de las dos, mediante una cámara desde la sala de vigilancia de la Clínica.

—Vaya, vaya, quien lo diría, el mundo es un pañuelo. Y si volvimos a cruzar nuestros caminos, hay una razón grande para esto. Tú cambiaste mi vida como no tienes idea, ahora es momento de resarcir los daños. Y quiero que sepas cuanto te extrañé  y cuanta falta me hiciste, mi niña.

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