Capítulo 1 —Completa y jodidamente, atractivo
Narrador:
La sala de la ONG estaba tranquila, con las sillas acomodadas en círculo mientras algunos de los asistentes iban llegando poco a poco. Nadia estaba allí, sentada en una de las sillas, con los dedos entrelazados sobre su regazo. No tenía idea de por qué había aceptado quedarse a la reunión cuando lo único que necesitaba era un trabajo, pero algo en la calidez de Ismael la había convencido. A su alrededor, los jóvenes iban tomando asiento, cada uno con sus propias historias, con sus propias cargas. Había una sensación de comunidad, de entendimiento tácito entre ellos, aunque Nadia aún no se sintiera parte de eso. Y entonces, la puerta se abrió de golpe. El impacto resonó en toda la sala, haciendo que todos giraran la cabeza al mismo tiempo. Dos hombres entraron. El primero, joven, con el cabello despeinado y la ropa desarreglada, forcejeaba inútilmente contra el agarre de quien lo traía a rastras. El segundo… Nadia sintió su estómago retorcerse.Pues el segundo hombre era puro poder contenido, una tempestad vestida con un impecable traje de sastre. Su cabello negro estaba peinado con precisión, y sus ojos azul intenso perforaban la sala con una frialdad que la hizo estremecer. Su presencia lo llenaba todo, como si el aire mismo tuviera que hacerle espacio. Massimo D’Amato. No necesitaba preguntar quién era. Ese tipo exudaba peligro, dominio, control absoluto sobre todo lo que lo rodeaba. Su mandíbula estaba tensa, la expresión severa mientras empujaba al joven a una de las sillas con un movimiento brusco.
—No vas a ninguna parte, mal*dito imbécil. —Su voz fue un gruñido bajo, cargado de autoridad.
El joven bufó, intentando ponerse de pie, pero Massimo le hundió los hombros con ambas manos, obligándolo a quedarse quieto.
—Juro que te mataré en cuanto apartes tus manos de mí —masculló el chico entre dientes.
Massimo sonrió, una sonrisa oscura, sin un ápice de humor.
—Quisiera verte intentarlo.
Nadia parpadeó, atrapada en la escena. El aire estaba tenso, cada persona en la sala contenía el aliento. Ismael carraspeó, intentando suavizar la situación.
—Bien, ahora que todos estamos aquí, podemos comenzar…
Massimo soltó un resoplido pero finalmente dejó de sujetar al joven, aunque no se alejó mucho, quedándose de pie justo detrás de él con los brazos cruzados. Nadia no podía apartar los ojos de él. Era… intimidante. Además de completa y jodidamente, atractivo. Cuando sus miradas se cruzaron, sintió que algo eléctrico la atravesaba. No fue ella la única en notarlo. El joven al que Massimo había traído forzado sonrió con diversión al ver la forma en que Nadia lo miraba.
—Bueno, bueno… esto es interesante.
Massimo, que había vuelto a concentrarse en la reunión, frunció el ceño y miró al chico.
—¿Qué mie*rda estás diciendo ahora?
El chico se echó hacia atrás en la silla con una sonrisa burlona y señaló a Nadia con la cabeza.
—Que cada vez que la miras, ella se pone colorada como un pu*to tomate. —El aire se volvió denso. Massimo giró la cabeza lentamente, sus ojos clavándose en Nadia. Ella sintió que el calor le subía por el cuello, por las mejillas, hasta arder en su piel. Mie*rda. No quería reaccionar así, no quería darle la razón a ese maldito entrometido, pero su cuerpo la traicionaba. El chico soltó una carcajada. —Venga, Massimo, no me jodas… a ti también te gusta.
—Cierra la boca.
Su tono fue un filo de navaja, una advertencia envuelta en hielo. Pero el chico solo se encogió de hombros, disfrutando de la incomodidad palpable en el ambiente. Nadia, muerta de vergüenza, se puso de pie con rapidez.
—Tengo que irme.
Salió de la sala antes de que alguien pudiera decir algo más. Pero no llegó muy lejos. Apenas había puesto un pie en la vereda cuando sintió una mano atrapándola del brazo con firmeza, obligándola a detenerse. Su respiración se aceleró. Giró la cabeza lentamente… y se encontró con Massimo. Su agarre no era brusco, pero tampoco era suave. Era un recordatorio de su control. De que cuando él quería algo, lo tomaba.
—Discúlpalo, es un idiota —murmuró él, con su voz baja y profunda. —Mi hermano, cuando no es el centro de atención, hace estas cosas sin medir las cosecuencias.
Nadia se quedó mirándolo, sintiendo su aliento errático.
—No se preocupe, igual ya tengo que irme…
Intentó soltarse, pero Massimo no la dejó.
—Deja que te lleve.
Su tono no era una petición.
Nadia sonrió con ironía, aunque aún sentía la piel ardiendo donde él la sujetaba.
—No hace falta. Su hermano lo necesita más.
Massimo entrecerró los ojos, como si evaluara sus palabras. Luego, lentamente, su mano se deslizó de su brazo, dejando tras de sí una sensación punzante de ausencia. No dijo nada más. Nadia se giró y comenzó a caminar, sintiendo su mirada perforándole la espalda a cada paso. Él no la siguió. No la detuvo. Pero tampoco dejó de mirarla, con el ceño fruncido, como si acabara de perder el control de algo… Y Massimo D’Amato no perdía el control. Nunca. Exhaló con fuerza y sacudió la cabeza antes de volver a entrar al salón. No miró a nadie, no dijo nada. Solo se dejó caer en la silla vacía que ella había ocupado minutos atrás. El eco de la puerta cerrándose a su espalda lo envolvió en un silencio denso. Pero en su mente no había silencio. En su mente, todo era ella.
"Esa mirada..." Ni siquiera sabía su nombre y ya tenía su rostro grabado en la piel. Su hermano se removió inquieto a su lado, pero él no le prestó atención. "Podría perderme en esos ojos."Apretó la mandíbula y cerró los ojos por un segundo. No. No podía darse el lujo de distraerse con una mujer. Menos ahora. Cuando la reunión terminó, los hermanos salieron sin decir una palabra y subieron al coche. Massimo arrancó con brusquedad, clavando la vista en la carretera. Por un rato, el único sonido en el auto fue el ronroneo del motor. Pero Luca nunca sabía cuándo quedarse callado.—Es preciosa, ¿verdad?
Massimo no apartó la vista del camino.
—¿Quién?
Luca bufó una risa sarcástica.
—No te hagas el imbécil. La chica de la ONG. Nunca te vi seguir a una mujer con tanta velocidad.
Massimo soltó un resoplido.
—Cállate.
—Solo digo que es la primera vez que corres detrás de una chica en vez de hacer que corran detrás de ti.
Massimo giró la cabeza y le lanzó una mirada fulminante.
—No seas idiota. Solo traté de arreglar la situación porque la incomodaste.
—Yo no la incomodé. Solo hice una observación —Luca sonrió con burla —Pero tú, hermano, no podías dejar de mirarla.
Massimo sintió un nudo apretarle el estómago.
—Basta.
—Se puso roja como un pu*to tomate cada vez que le clavabas los ojos.
Massimo apretó el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—No me interesa.
—Claro… —Luca arrastró la palabra, disfrutando demasiado la situación —Por supuesto que no.
Massimo golpeó el volante con la palma de la mano.
—Tengo cosas más importantes de las que ocuparme.
Luca soltó una carcajada.
—Cierto. Como decidir con cuál de las mujeres de la élite casarte.
Massimo inspiró hondo, tratando de contener su irritación.
—Ya deja de decir estupideces.
—No son estupideces. Los rumores corren, hermano. Y no son buenos para el negocio.
Massimo giró la cabeza, mirándolo con dureza.
—¿Qué rumores?
Luca se encogió de hombros con una sonrisa burlona.
—Vamos, Massimo, no me hagas decirlo en voz alta.
El auto se llenó de un silencio tenso. Massimo apretó la mandíbula.
—Entoces hablas solo tonterías.
—¿El qué? ¿Los rumores son de que eres g*ay?
Massimo aceleró un poco más de la cuenta.
—Me importa una mie*rda lo que digan.
Luca lo miró de reojo y negó con la cabeza.
—Será mejor que empieces a jugar el juego o lo perderás todo, la abuela está empecinada en casarte.
Massimo no respondió. Porque no podía. Pco le importaban los rumores o lo que su hermano dijera al respecto. Lo único que le importaba, era lo que no se podía quitar de la mente; la imagen de Nadia alejándose, sin siquiera mirar atrás, que todavía lo quemaba por dentro.
Capítulo 2 — Sin hogar, sin destinoNarrador:La noche era espesa, el aire cargado de humedad y el asfalto aún retenía el calor del día. Nadia caminaba con pasos erráticos, su bolso colgando del hombro como un lastre, su ropa pegándose a su piel por el sudor frío que la cubría. No miraba atrás, no quería hacerlo. Si miraba atrás, tal vez se derrumbaría. No tenía a dónde ir. No tenía a quién llamar. No tenía nada. Solo el eco de aquella voz repugnante resonando en su cabeza.—Anda, bonita… ven a sentarte en la falda de papi, que quiere hacerte unos cariños…La bilis le subió a la garganta, pero la tragó de vuelta. No podía permitirse flaquear. No ahora. No cuando por fin había escapado.Había pasado toda su vida encerrada en un infierno del que parecía imposible huir. Una madre que no era más que una sombra vacía, con el aliento apestando a alcohol y los ojos nublados por la dependencia. Y él… ese asqueroso bastardo que la acechaba como un lobo esperando el momento perfecto para saltar
Capítulo 3 —Cincuenta por la tarde enteraNarrador:El amanecer pintaba el cielo de tonos naranjas y rosados mientras Nadia se incorporaba lentamente de la banca. Sus músculos protestaron con cada movimiento, su espalda rígida por haber dormido en una posición incómoda.—Bien, Nadia… sigues viva —susurró para sí misma, frotándose el rostro con las manos.Se enderezó y miró a su alrededor. La plaza todavía estaba tranquila, con algunos indigentes removiéndose bajo sus mantas improvisadas. El estómago le rugió con un vacío punzante. Tenía hambre. Y, más urgente aún, necesitaba un baño. Se puso en pie y comenzó a caminar. Tal vez encontraría algún lugar donde pudiera entrar al menos a lavarse la cara. Pero cada intento fue peor que el anterior.—No damos caridad aquí.—No puedes usar este baño.—Largo.Cada rechazo se sentía como un golpe directo a su dignidad. Finalmente, con la desesperación mordiéndole los talones, encontró una zona con arbustos altos y, con el rostro ardiendo de verg
Capítulo 4 — Cosas de chicasNarrador:El teléfono comenzó a vibrar en su mano, pero Nadia se quedó mirando la pantalla un instante antes de contestar. Sabía que era Ismael, y sabía que no dejaría de llamar hasta obtener una respuesta. Exhaló con resignación y deslizó el dedo por la pantalla.—¿Hola?—¿Dónde estás? —La voz de Ismael sonaba preocupada, casi exigiendo una respuesta inmediata —Te busqué en la ONG y desapareciste.Nadia cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá, sintiendo el peso de la culpa mezclado con el alivio de haber logrado escapar.—Tuve que irme —murmuró, sin muchas ganas de dar explicaciones.—¿Pero qué pasó? —insistió él —¿Estás bien?Podía imaginarlo con el ceño fruncido, mirando el móvil con esa expresión de desconcierto que ponía cuando algo no encajaba en su lógica.—Me descompuse.Hubo un silencio breve al otro lado de la línea.—¿Cómo que te descompusiste?Nadia giró la cabeza hacia la ventana, observando la calle silenciosa desde su escond
Capítulo 5 —EjecutivosNarrador:Nadia llegó temprano a la cafetería, con el cabello recogido en una coleta alta y la camisa blanca que Angelina le había dado la noche anterior. Se sentía extrañamente cómoda en ese lugar, como si poco a poco estuviera construyendo una rutina que no la hacía sentir tan perdida. Angelina la recibió con una taza de café caliente y una sonrisa breve antes de ponerla en marcha.—Hoy va a ser un día agitado —dijo mientras pasaba un paño por la barra —El salón privado está reservado para el almuerzo, así que necesito que lo dejes impecable.Nadia frunció el ceño.—¿Reservado?—Sí, un grupo de ejecutivos. Siempre vienen en plan de negocios, pero dejan buenas propinas si están contentos.Nadia asintió, tomando un trapo y un balde con agua.—Entendido.Caminó hasta el salón privado, un espacio más elegante dentro de la cafetería, con una gran mesa de madera y sillas acolchonadas. Las ventanas dejaban entrar la luz del sol, y el aire olía a madera pulida y café
Capítulo 6 —Me tenías preocupado...Narrador:Nadia salió del salón privado con el estómago revuelto, sintiendo el peso de la mirada de Massimo aún clavada en su piel. Caminó con pasos rápidos hacia la cocina, dejando caer la libreta sobre la mesa de trabajo sin siquiera mirar a Darío.—Aquí están los pedidos —murmuró con voz tensa.Darío, que estaba organizando los platos en la parrilla, levantó la vista y frunció el ceño.—¿Te pasa algo?—No… solo necesito un minuto. —Antes de que pudiera responderle, Nadia ya había salido de la cocina y se dirigía al baño. Entró apresurada y cerró la puerta tras de sí, apoyándose contra la madera con el corazón desbocado. —Mie*rda, mie*rda, mie*rda.Había pasado demasiado rápido, pero cada detalle seguía vibrando en su memoria: el roce de sus dedos cuando él le entregó la pluma, la forma en que su voz se deslizó por su oído cuando le susurró esas palabras.“Por lo que veo, llegaste bien a casa la otra noche. Me tenías preocupado”Su estómago se ret