Capítulo 6 —Me tenías preocupado...
Narrador:
Nadia salió del salón privado con el estómago revuelto, sintiendo el peso de la mirada de Massimo aún clavada en su piel. Caminó con pasos rápidos hacia la cocina, dejando caer la libreta sobre la mesa de trabajo sin siquiera mirar a Darío.
—Aquí están los pedidos —murmuró con voz tensa.
Darío, que estaba organizando los platos en la parrilla, levantó la vista y frunció el ceño.
—¿Te pasa algo?
—No… solo necesito un minuto. —Antes de que pudiera responderle, Nadia ya había salido de la cocina y se dirigía al baño. Entró apresurada y cerró la puerta tras de sí, apoyándose contra la madera con el corazón desbocado. —Mie*rda, mie*rda, mie*rda.
Había pasado demasiado rápido, pero cada detalle seguía vibrando en su memoria: el roce de sus dedos cuando él le entregó la pluma, la forma en que su voz se deslizó por su oído cuando le susurró esas palabras.
“Por lo que veo, llegaste bien a casa la otra noche. Me tenías preocupado”
Su estómago se retorció. Sabía que ese hombre era peligroso, no en el sentido literal, pero sí en la manera en la que lograba alterarla con una simple mirada, con un simple gesto. Se miró en el espejo. Pálida, con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos, respirando como si hubiera corrido una maratón. No podía seguir así. El sonido de unos nudillos contra la puerta la hizo sobresaltarse.
—Nadia, ¿estás ahí?
Era Angelina. Se forzó a responder con un tono estable.
—Sí.
—¿Qué pasa? ¿Te sientes bien?
Nadia tragó saliva, buscando una excusa que no levantara sospechas.
—Solo me mareé un poco. No desayuné bien esta mañana.
—¿Quieres sentarte un rato? Si necesitas salir antes, dime y veo cómo organizamos.
Nadia cerró los ojos. No podía permitirse salir corriendo otra vez. No podía permitirse mostrarse débil, no cuando ya Massimo parecía estar tan atento a cada uno de sus movimientos. Respiró hondo y soltó el aire lentamente.
—No, ya se me está pasando. Dame solo un minuto y vuelvo.
Del otro lado de la puerta, Angelina pareció dudar.
—De acuerdo… pero si necesitas algo, dime.
—Lo haré.
Esperó hasta que los pasos de Angelina se alejaron. Luego, miró su reflejo una vez más. Tenía que recomponerse. Tenía que salir. Y, sobre todo, tenía que asegurarse de que Massimo D’Amato no se diera cuenta de lo mucho que la estaba afectando.
Nadia salió del baño con el aire aún atrapado en los pulmones. Se repetía que debía tranquilizarse, que Massimo no podía afectarla tanto, que solo era un cliente más. Pero cuando levantó la vista y lo vio dirigirse al baño de clientes con su andar seguro y arrogante, todo su cuerpo se tensó.
Su corazón se detuvo un segundo. Luego, empezó a latir tan rápido que sintió el pulso retumbando en sus sienes.
—No. No puedo. —Su instinto gritó que saliera de ahí. No podía volver a ese salón, no podía permitir que él siguiera midiendo cada una de sus reacciones. No quería arriesgarse a que la mirara otra vez como lo había hecho, como si ya supiera lo que ella intentaba ocultar. Se giró de inmediato y encontró a Angelina en la barra, acomodando algunas tazas. —Angelina —su voz salió más ronca de lo que esperaba.
La dueña del local levantó la cabeza con una ceja arqueada.
—¿Estás mejor?
Nadia asintió con rapidez, pero su mirada iba de un lado a otro, como si tratara de encontrar una salida.
—Sí, pero… hay algo que necesito pedirte.
Angelina ladeó la cabeza, expectante.
—¿Qué pasa?
—No puedo seguir con los clientes del privado.
Angelina frunció el ceño.
—¿Qué? Pero si apenas los atendiste…
—Lo sé, lo sé —interrumpió Nadia con urgencia—, pero… No me siento bien, en serio.
La dueña cruzó los brazos y la observó con suspicacia.
—Hace un minuto me dijiste que ya estabas mejor.
Nadia mordió el interior de su mejilla. No podía decirle la verdad, no podía explicarle que el simple hecho de estar en la misma habitación que Massimo D’Amato la desestabilizaba hasta la desesperación.
Así que improvisó.
—Sí, pero estar ahí con tantos olores de comida me revolvió el estómago otra vez —inventó rápidamente—. No quiero arriesgarme a descomponerme frente a los clientes.
Angelina suspiró, masajeando su frente con dos dedos.
—Mie*rda… ¿Y ahora qué hago?
—Puedo ayudar a Darío en la cocina. —Nadia se apresuró a ofrecerse—. Así compenso el trabajo sin que te quedes sin personal afuera.
Angelina la miró con los labios fruncidos, evaluando sus opciones.
—No es lo ideal, pero supongo que Darío necesita una mano con los pedidos.
Nadia asintió de inmediato, sintiendo una ola de alivio recorrerle la espalda.
—Te lo compensaré, lo prometo.
Angelina suspiró otra vez y la señaló con el dedo.
—Está bien, pero la próxima vez dime desde el principio si algo te incomoda, ¿sí? No me gusta que me cambien los planes a último momento.
—Lo sé. No volverá a pasar.
Angelina resopló, pero no insistió más.
—Anda, métete en la cocina antes de que me arrepienta.
Nadia no lo dudó. Se giró sobre sus talones y desapareció tras la puerta que daba a la cocina, sintiendo que había escapado de un desastre inminente. Pero aún podía sentir el escalofrío recorriendo su piel, la certeza de que, tarde o temprano, volvería a estar frente a Massimo. Y no estaba segura de poder seguir evitándolo por mucho tiempo.
Angelina entró al privado con la misma sonrisa profesional de siempre, pero no tardó en notar que algo había cambiado en la atmósfera.
Los ejecutivos continuaban su conversación sin prestar demasiada atención, pero había una presencia que dominaba la sala incluso en silencio. Massimo D’Amato. Estaba sentado en la cabecera de la mesa, sosteniendo su taza de café con un gesto pensativo, pero sus ojos oscuros y fríos estaban fijos en ella desde el momento en que cruzó la puerta.
Angelina sintió un escalofrío en la espalda. Ese hombre tenía un aura demasiado intensa, como si pudiera someter a cualquiera solo con la fuerza de su mirada.
Se acercó a la mesa para asegurarse de que todo estuviera en orden cuando él habló, con un tono que pretendía ser casual, pero que no dejaba lugar a dudas de que no lo era.
—¿Dónde está la otra chica?
Angelina parpadeó, ligeramente sorprendida por la pregunta.
—¿Disculpe?
Massimo levantó la vista de su café, mirándola con impaciencia, aunque su expresión seguía siendo inescrutable.
—La otra mesera. La que nos atendió primero.
Angelina cruzó los brazos. No se lo esperaba, pero trató de mantener la compostura.
—Se sintió mal —respondió—. Le pedí que fuera a descansar un poco.
Massimo giró la taza entre sus dedos, como si procesara la información.
—¿Enferma?
—Algo así. —Angelina no veía el sentido de seguir la conversación—. Si necesitan algo más, yo me haré cargo.
Pero él no la dejó ir tan rápido.
—Dale esto cuando la veas. —Metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una tarjeta blanca, fina, con letras doradas.
Angelina la tomó con una ceja arqueada.
—¿Y esto?
—Dile que necesito hablar con ella sobre mi hermano. —Massimo tomó su café y lo bebió con calma, sin dejar de mirarla —Sé que van al mismo grupo de ayuda, y hay algo que necesito preguntarle.
Angelina miró la tarjeta en su mano, luego a él. No podía decir que no, no sin quedar como una grosera ante un cliente importante.
—Se la daré. —Guardó la tarjeta en el bolsillo de su delantal.
—Asegúrese de que la reciba.
Era una orden disfrazada de favor.
Angelina salió del privado con una sensación extraña en el pecho.
Cuando regresó a la barra, sacó la tarjeta y la miró con atención.
"¿Por qué un tipo como él necesitaría hablar con Nadia?"
Algo en todo esto no le gustaba. Pero haría lo que prometió.
Capítulo 7 —AtrapadosNarrador:La casa estaba sumida en un silencio absoluto cuando Massimo cruzó la puerta, con la mandíbula tensa y los pensamientos girando en círculos dentro de su cabeza. Se deshizo del saco del traje con un movimiento brusco, pasándose una mano por el cabello con frustración. No podía dejar de pensar en ella.¿Por qué, si había tenido a tantas mujeres en su cama, esa mal*dita muchacha se le metía bajo la piel como una espina imposible de arrancar?—Massimo, tesoro, volviste temprano hoy —la voz de su abuela lo sacó de su ensimismamiento. La mujer lo miraba desde la gran sala, con su postura impecable y el rostro altivo—. ¿No sales con alguna de esas muchachas hoy?—No, nonna. Estoy cansado. Quiero acostarme.—¿Y sin cenar?—Sin cenar —respondió con impaciencia, pero su tono se suavizó cuando se acercó para darle un beso en la frente—. Descansa, nos vemos mañana.Su abuela lo observó con detenimiento, como si pudiera ver a través de su coraza impenetrable. Pero n
Capítulo 8 —La casaNarrador:Nadia despertó desorientada, envuelta en el calor de una cama que no era suya. Le tomó unos segundos recordar dónde estaba. La casa deshabitada, el refugio que había encontrado cuando no tenía otro lugar a dónde ir. Se había colado porque parecía abandonada, silenciosa, como si nadie la reclamara. Un escondite perfecto.Vestida solo con una sudadera holgada que le llegaba justo al borde de las piernas, bajó las escaleras con la intención de prepararse un café. El suelo frío contra sus pies descalzos le arrancó un escalofrío, pero nada la preparó para la visión que la esperaba al entrar en la cocina.Su cuerpo se congeló al instante. Massimo D’Amato estaba allí. De pie, junto a la encimera, con una taza de café en la mano como si ese lugar le perteneciera. Porque le pertenecía.Nadia sintió que la sangre se le helaba en las venas y luego, en cuestión de segundos, hirvió de pánico.—¿Qué demonios haces aquí? —su voz salió más ronca de lo que esperaba, su re
Capítulo 9 —En la cocinaNarrador:El corazón de Nadia seguía golpeando con fuerza contra su pecho mientras se apoyaba contra la puerta de su habitación, intentando recuperar el aliento.—¿Cómo demonios no me di cuenta de que estaba prácticamente desnuda delante de él? —Se pasó una mano por la cara, sintiendo el calor arder en sus mejillas. Por un lado, luchaba por mantener una distancia con él, por no permitirle invadir su espacio con su presencia dominante. Y, por otro, se paseaba frente a él en bragas, dándole una vista completa de sus piernas desnudas y del borde de su ropa interior. —Debe pensar que estoy completamente loca.Cerró los ojos un momento, intentando calmarse. Pero la imagen de Massimo, relajado en la cocina, observándola con esa mezcla de diversión y deseo velado, se quedó impresa en su mente. No parecía el mismo hombre que había llevado a su hermano a la ONG con una brutalidad fría ni el que había sido abrumadoramente insolente en la cafetería. Esta versión de él er
Capítulo 10 —Golpe de realidadNarrador:Massimo llegó a la mansión y sintió el choque inmediato entre dos mundos. Era como despertarse de un sueño placentero y ser arrojado sin previo aviso a la realidad cruda y despiadada. Pasar la tarde con Nadia, con su risa tímida y su forma de mirar el mundo como si aún pudiera sorprenderse con él, había sido un respiro en su vida monótona. Ahora, en cambio, volvía a su prisión de mármol y candelabros dorados.Empujó la puerta con desgano y se encontró con la misma escena de siempre.La enorme mesa del comedor estaba dispuesta con una fastuosidad ridícula. Platos de porcelana fina, cubiertos de plata perfectamente alineados y una cantidad absurda de copas de cristal. Todo para tres personas.Su abuela, con su eterna postura de realeza, estaba sentada en la cabecera, con la espalda recta y los labios apretados en una fina línea de desaprobación. Parecía que llevaba horas esperando, aunque Massimo sabía que ella tenía esa expresión incluso cuando
Capítulo 11 —Nos vemos en casaNarrador:Toda la ilusión de haber encontrado un refugio seguro se había desmoronado en un solo segundo. Era de él. Massimo. Se dejó caer sobre la cama, con la mirada fija en el techo, su respiración aún errática por la agitación del día.—Por supuesto que tenía que ser suya… —murmuró, cubriéndose el rostro con una mano. El impacto de verlo ahí, de pie en la cocina, con esos ojos azules perforándola, seguía latiendo en su piel como un ardor invisible. Y encima, ella tenía que estar medio desnuda. —Perfecto… justo lo que necesitaba. —Sintió calor en el rostro solo de recordarlo. La sudadera apenas cubriéndola, su cabello desordenado, sus piernas al descubierto… Y él ahí, observándola como si acabara de encontrar un maldito tesoro. —¿Cómo no me di cuenta antes? —Se removió incómoda, recordando la forma en que él había reaccionado. Su mirada oscura, la tensión en su mandíbula, el breve instante en el que pareció paralizarse.¡Y, Dios!, su tono de voz. Ese ma
Capítulo 12 —No decides si desafiarme, huir o entregarte.Narrador:Nadia tragó con dificultad, sintiendo la boca seca mientras lo miraba. Massimo seguía ahí, con esa maldita sonrisa fácil, como si cocinarle fuera lo más normal del mundo.—Sí… sí, tengo hambre —logró decir, aunque su voz sonó un poco más débil de lo que habría querido.Él asintió, aún con la cuchara de madera en la mano, revolviendo la salsa con calma, como si no notara lo alterada que estaba.—Genial. La pasta estará lista en diez minutos.Nadia asintió y apartó la mirada, sintiendo la piel arderle. Necesitaba unos minutos para calmarse, para recomponerse antes de sentarse a cenar con él y hacer el ridículo con su torpeza.—Voy a darme una ducha antes de comer —dijo, ya dándose la vuelta para irse a toda prisa.—¿Necesitas compañía? —soltó él con una naturalidad que la dejó paralizada.La imagen se formó en su mente antes de que pudiera evitarlo. Massimo, desnudo en la ducha con ella, su cuerpo contra el suyo, el agu
Capítulo 13 —Algo real.Narrador:Nadia apretó los labios y desvió la mirada por un instante, sintiendo el peso de su pregunta ardiéndole en la piel. Massimo esperaba una respuesta, y lo peor de todo era que ella no la tenía.Respiró hondo, tratando de ignorar el hecho de que su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como si intentara escapar.—No vas a descubir nada —dijo al fin, en un susurro.Massimo inclinó la cabeza, como si analizara sus palabras.—¿Nada?—Nada que te sirva. Nada que necesites. —Lo miró a los ojos, intentando sonar firme —Ya te lo dije, no tengo poder, no tengo contactos, no tengo nada que ofrecerte que no puedas conseguir con un chasquido de dedos.Él sonrió de lado, como si encontrara su respuesta entretenida.Nadia se quedó en silencio, incapaz de apartar la mirada de los ojos intensos de Massimo. Algo en su tono, en su postura relajada pero dominante, la tenía atrapada en un vórtice de sensaciones que no entendía del todo.—No has entendido nada —repit
Capítulo 14 —Me encanta cómo eres Narrador:Nadia jugueteó con el borde de su copa, pensativa, antes de levantar la vista y fijarse en él.—Gracias… por contarme eso.Massimo arqueó una ceja.—¿Por qué me agradeces?—Porque… —Nadia vaciló un momento, pero luego suspiró —Porque uno te ve así, como eres, y no cree que te suceda nada malo.Massimo inclinó ligeramente la cabeza, mirándola con curiosidad.—¿Así cómo?Nadia lo observó con atención, como si tratara de poner en palabras algo que siempre había sido evidente, pero que nunca había expresado en voz alta.—Seguro —dijo finalmente —Firme. Rico… y guapo.Massimo soltó una carcajada, una risa genuina que llenó la habitación de un sonido cálido y vibrante.—¿Guapo? —repitió con diversión.—Bueno… —Nadia se encogió de hombros, sintiendo el calor en su rostro —No me mires así, sabes que lo eres.Él aún sonreía, con los ojos entrecerrados por la diversión.—Me gusta que lo admitas.—No lo admití, solo lo dije —replicó ella, cruzando los