Capítulo 5 —Ejecutivos
Narrador:
Nadia llegó temprano a la cafetería, con el cabello recogido en una coleta alta y la camisa blanca que Angelina le había dado la noche anterior. Se sentía extrañamente cómoda en ese lugar, como si poco a poco estuviera construyendo una rutina que no la hacía sentir tan perdida. Angelina la recibió con una taza de café caliente y una sonrisa breve antes de ponerla en marcha.
—Hoy va a ser un día agitado —dijo mientras pasaba un paño por la barra —El salón privado está reservado para el almuerzo, así que necesito que lo dejes impecable.
Nadia frunció el ceño.
—¿Reservado?
—Sí, un grupo de ejecutivos. Siempre vienen en plan de negocios, pero dejan buenas propinas si están contentos.
Nadia asintió, tomando un trapo y un balde con agua.
—Entendido.
Caminó hasta el salón privado, un espacio más elegante dentro de la cafetería, con una gran mesa de madera y sillas acolchonadas. Las ventanas dejaban entrar la luz del sol, y el aire olía a madera pulida y café recién hecho. Se arremangó la camisa y comenzó a limpiar con meticulosidad. Pasó el trapo por cada superficie, alineó las sillas y se aseguró de que todo estuviera en su lugar. Mientras trabajaba, su mente divagó por un momento. “Ejecutivos.” La palabra le resonó con cierta incomodidad. No le gustaban los hombres de traje, los que caminaban con esa seguridad abrumadora, como si el mundo les perteneciera. Su madre había salido con suficientes tipos así como para que ella entendiera el tipo de poder que podían ejercer sobre los demás. Sacudió la cabeza y siguió limpiando. No era su problema. Solo tenía que hacer su trabajo, servir la comida y luego seguir con su día. Cuando terminó, se inclinó para revisar que todo estuviera en orden. El mantel estaba sin una sola arruga, los cubiertos alineados perfectamente, y las copas relucían bajo la luz del sol.
—Bien, quedó perfecto —dijo Angelina al asomarse y revisar el lugar —Ahora, prepárate, porque estos tipos no esperan. Apenas lleguen, querrán ser atendidos de inmediato.
Nadia respiró hondo y se alisó la camisa.
—Estoy lista.
O al menos, eso se decía a sí misma. Nadia terminaba de apilar las últimas cajas en los estantes de la bodega cuando escuchó su nombre resonar desde la puerta.
—¡Nadia! —Angelina asomó la cabeza —Deja eso, necesito que atiendas a los ejecutivos en el privado.
Nadia se limpió las manos en el delantal y frunció el ceño.
—¿Ahora? Estoy ayudando a Darío con el pedido.
—Darío puede manejarlo —respondió la mujer, cruzando los brazos —Tú eres la mejor opción para atender a esos tipos, no quiero que pongan un pie en la barra si podemos evitarlo.
Nadia suspiró, sabiendo que no tenía opción. Se acomodó la camisa y el cabello en una coleta más firme.
—Está bien, ya voy.
Tomó su libreta de pedidos y caminó por el pasillo rumbo al salón privado. Con cada paso, sintió un ligero nudo en el estómago, pero lo ignoró. Era un simple servicio más. O eso creyó. Apenas empujó la puerta y levantó la mirada, su cuerpo se tensó. Ahí estaba él. Massimo D’Amato. Los murmullos en la mesa se difuminaron en su cabeza. Todo su mundo se comprimió en la presencia dominante del hombre en la cabecera. Su traje negro impecable. Su postura relajada, pero cargada de autoridad. Sus ojos azul hielo fijos en ella con un brillo inescrutable. Nadia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Él también la había reconocido. El silencio se hizo espeso.
—Buenas tardes, caballeros —dijo, obligándose a hablar con tono firme —Mi nombre es Nadia y seré quien los atienda esta tarde.
Massimo no apartó la vista de ella ni un segundo.
—¡Qué sorpresa!
Su voz era grave, un murmullo cargado de algo que no supo descifrar. Nadia tragó saliva y se aferró a la libreta, obligándose a mantener la compostura.
—¿Puedo tomar sus órdenes?
Él se reclinó en su silla, sin dejar de mirarla.
—Por supuesto.
Su tono era tan tranquilo que la puso aún más en alerta. Nadia respiró hondo. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. Mantuvo la cabeza gacha, concentrada en su libreta mientras recorría la mesa, anotando los pedidos sin levantar la vista más de lo necesario. Los ejecutivos apenas le prestaban atención, demasiado enfrascados en sus conversaciones sobre negocios. Pero ella sentía su presencia. Sabía que él estaba ahí. Sabía que la estaba observando. Cuando llegó al último asiento, su respiración se volvió errática. Levantó la mirada solo lo suficiente para encontrar aquellos ojos azules que la miraban con una intensidad perturbadora.
—¿Y usted, señor? —su voz sonó tensa, apenas un murmullo contenido.
Massimo se recargó en su asiento con calma, sin prisa alguna.
—Sorpréndeme —dijo con aquella arrogancia tan suya.
Las manos de Nadia temblaron levemente mientras asentía y bajaba la vista para seguir escribiendo. Pero en ese momento, la pluma resbaló de sus dedos y cayó al suelo.
—Mie*rda… —murmuró, agachándose rápidamente para recogerla.
Lo que no notó fue el ligero movimiento de la pierna de Massimo. Con un gesto calculado y preciso, su zapato empujó la pluma lejos, deslizándola bajo otra mesa sin que nadie más lo notara. Nadia frunció el ceño cuando, tras tantear a ciegas bajo la mesa, no la encontró. Se inclinó un poco más, pero el bolígrafo había desaparecido.
—¿Buscas esto?
La voz de Massimo sonó con una calma afilada. Cuando Nadia levantó la mirada, lo vio sosteniendo una pluma entre sus dedos, una mucho más elegante que la suya. Sacada directamente del bolsillo de su saco. Dudó por un instante. Algo dentro de ella le decía que no aceptara nada de ese hombre. Pero estaba atrapada. Alargó la mano para tomarla. Cuando sus dedos se rozaron, una corriente eléctrica recorrió su piel. Massimo no apartó la mano de inmediato. La sostuvo apenas un segundo más del necesario, dejando que el contacto la incendiara antes de soltarla. Nadia sintió su respiración fallar. Se obligó a recomponerse, alejándose con rapidez.
—Gracias —murmuró, sin atreverse a mirarlo.
Massimo sonrió apenas.
—De nada.
Su voz fue un murmullo grave, entretenido. Como si supiera exactamente lo que acababa de hacerle. Nadia sintió que su cuerpo entero se tensaba cuando Massimo sostuvo su mano al devolverle la pluma. El contacto era firme, deliberado. No fue un simple roce casual, sino algo calculado, una provocación encubierta bajo la apariencia de un gesto amable. Su piel ardió. Intentó soltarla con sutileza, pero él no la dejó ir de inmediato. En cambio, inclinó un poco la cabeza hacia ella, acercándose lo suficiente como para que su aliento rozara su mejilla.
—Por lo que veo, llegaste bien a casa la otra noche. —El tono de su voz era bajo, casi íntimo. No había sarcasmo, ni burla. Pero había algo peor: certeza. Nadia sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones. —Me tenías preocupado. —Sus ojos se abrieron de par en par. ¿Preocupado? No. No podía ser. Massimo sonrió apenas al notar su desconcierto, su pulgar rozando el dorso de su mano de una forma tan sutil que cualquiera pensaría que fue accidental. —Me alegro.
La dejó ir entonces, sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Nadia se alejó con torpeza, sintiendo la presión de su mirada quemándole la espalda. Quería huir. Quería no haber venido. Pero sobre todo… quería entender por qué demonios su corazón estaba latiendo tan rápido.
Capítulo 6 —Me tenías preocupado...Narrador:Nadia salió del salón privado con el estómago revuelto, sintiendo el peso de la mirada de Massimo aún clavada en su piel. Caminó con pasos rápidos hacia la cocina, dejando caer la libreta sobre la mesa de trabajo sin siquiera mirar a Darío.—Aquí están los pedidos —murmuró con voz tensa.Darío, que estaba organizando los platos en la parrilla, levantó la vista y frunció el ceño.—¿Te pasa algo?—No… solo necesito un minuto. —Antes de que pudiera responderle, Nadia ya había salido de la cocina y se dirigía al baño. Entró apresurada y cerró la puerta tras de sí, apoyándose contra la madera con el corazón desbocado. —Mie*rda, mie*rda, mie*rda.Había pasado demasiado rápido, pero cada detalle seguía vibrando en su memoria: el roce de sus dedos cuando él le entregó la pluma, la forma en que su voz se deslizó por su oído cuando le susurró esas palabras.“Por lo que veo, llegaste bien a casa la otra noche. Me tenías preocupado”Su estómago se ret
Capítulo 7 —AtrapadosNarrador:La casa estaba sumida en un silencio absoluto cuando Massimo cruzó la puerta, con la mandíbula tensa y los pensamientos girando en círculos dentro de su cabeza. Se deshizo del saco del traje con un movimiento brusco, pasándose una mano por el cabello con frustración. No podía dejar de pensar en ella.¿Por qué, si había tenido a tantas mujeres en su cama, esa mal*dita muchacha se le metía bajo la piel como una espina imposible de arrancar?—Massimo, tesoro, volviste temprano hoy —la voz de su abuela lo sacó de su ensimismamiento. La mujer lo miraba desde la gran sala, con su postura impecable y el rostro altivo—. ¿No sales con alguna de esas muchachas hoy?—No, nonna. Estoy cansado. Quiero acostarme.—¿Y sin cenar?—Sin cenar —respondió con impaciencia, pero su tono se suavizó cuando se acercó para darle un beso en la frente—. Descansa, nos vemos mañana.Su abuela lo observó con detenimiento, como si pudiera ver a través de su coraza impenetrable. Pero n
Capítulo 8 —La casaNarrador:Nadia despertó desorientada, envuelta en el calor de una cama que no era suya. Le tomó unos segundos recordar dónde estaba. La casa deshabitada, el refugio que había encontrado cuando no tenía otro lugar a dónde ir. Se había colado porque parecía abandonada, silenciosa, como si nadie la reclamara. Un escondite perfecto.Vestida solo con una sudadera holgada que le llegaba justo al borde de las piernas, bajó las escaleras con la intención de prepararse un café. El suelo frío contra sus pies descalzos le arrancó un escalofrío, pero nada la preparó para la visión que la esperaba al entrar en la cocina.Su cuerpo se congeló al instante. Massimo D’Amato estaba allí. De pie, junto a la encimera, con una taza de café en la mano como si ese lugar le perteneciera. Porque le pertenecía.Nadia sintió que la sangre se le helaba en las venas y luego, en cuestión de segundos, hirvió de pánico.—¿Qué demonios haces aquí? —su voz salió más ronca de lo que esperaba, su re
Capítulo 9 —En la cocinaNarrador:El corazón de Nadia seguía golpeando con fuerza contra su pecho mientras se apoyaba contra la puerta de su habitación, intentando recuperar el aliento.—¿Cómo demonios no me di cuenta de que estaba prácticamente desnuda delante de él? —Se pasó una mano por la cara, sintiendo el calor arder en sus mejillas. Por un lado, luchaba por mantener una distancia con él, por no permitirle invadir su espacio con su presencia dominante. Y, por otro, se paseaba frente a él en bragas, dándole una vista completa de sus piernas desnudas y del borde de su ropa interior. —Debe pensar que estoy completamente loca.Cerró los ojos un momento, intentando calmarse. Pero la imagen de Massimo, relajado en la cocina, observándola con esa mezcla de diversión y deseo velado, se quedó impresa en su mente. No parecía el mismo hombre que había llevado a su hermano a la ONG con una brutalidad fría ni el que había sido abrumadoramente insolente en la cafetería. Esta versión de él er
Capítulo 10 —Golpe de realidadNarrador:Massimo llegó a la mansión y sintió el choque inmediato entre dos mundos. Era como despertarse de un sueño placentero y ser arrojado sin previo aviso a la realidad cruda y despiadada. Pasar la tarde con Nadia, con su risa tímida y su forma de mirar el mundo como si aún pudiera sorprenderse con él, había sido un respiro en su vida monótona. Ahora, en cambio, volvía a su prisión de mármol y candelabros dorados.Empujó la puerta con desgano y se encontró con la misma escena de siempre.La enorme mesa del comedor estaba dispuesta con una fastuosidad ridícula. Platos de porcelana fina, cubiertos de plata perfectamente alineados y una cantidad absurda de copas de cristal. Todo para tres personas.Su abuela, con su eterna postura de realeza, estaba sentada en la cabecera, con la espalda recta y los labios apretados en una fina línea de desaprobación. Parecía que llevaba horas esperando, aunque Massimo sabía que ella tenía esa expresión incluso cuando
Capítulo 11 —Nos vemos en casaNarrador:Toda la ilusión de haber encontrado un refugio seguro se había desmoronado en un solo segundo. Era de él. Massimo. Se dejó caer sobre la cama, con la mirada fija en el techo, su respiración aún errática por la agitación del día.—Por supuesto que tenía que ser suya… —murmuró, cubriéndose el rostro con una mano. El impacto de verlo ahí, de pie en la cocina, con esos ojos azules perforándola, seguía latiendo en su piel como un ardor invisible. Y encima, ella tenía que estar medio desnuda. —Perfecto… justo lo que necesitaba. —Sintió calor en el rostro solo de recordarlo. La sudadera apenas cubriéndola, su cabello desordenado, sus piernas al descubierto… Y él ahí, observándola como si acabara de encontrar un maldito tesoro. —¿Cómo no me di cuenta antes? —Se removió incómoda, recordando la forma en que él había reaccionado. Su mirada oscura, la tensión en su mandíbula, el breve instante en el que pareció paralizarse.¡Y, Dios!, su tono de voz. Ese ma
Capítulo 12 —No decides si desafiarme, huir o entregarte.Narrador:Nadia tragó con dificultad, sintiendo la boca seca mientras lo miraba. Massimo seguía ahí, con esa maldita sonrisa fácil, como si cocinarle fuera lo más normal del mundo.—Sí… sí, tengo hambre —logró decir, aunque su voz sonó un poco más débil de lo que habría querido.Él asintió, aún con la cuchara de madera en la mano, revolviendo la salsa con calma, como si no notara lo alterada que estaba.—Genial. La pasta estará lista en diez minutos.Nadia asintió y apartó la mirada, sintiendo la piel arderle. Necesitaba unos minutos para calmarse, para recomponerse antes de sentarse a cenar con él y hacer el ridículo con su torpeza.—Voy a darme una ducha antes de comer —dijo, ya dándose la vuelta para irse a toda prisa.—¿Necesitas compañía? —soltó él con una naturalidad que la dejó paralizada.La imagen se formó en su mente antes de que pudiera evitarlo. Massimo, desnudo en la ducha con ella, su cuerpo contra el suyo, el agu
Capítulo 13 —Algo real.Narrador:Nadia apretó los labios y desvió la mirada por un instante, sintiendo el peso de su pregunta ardiéndole en la piel. Massimo esperaba una respuesta, y lo peor de todo era que ella no la tenía.Respiró hondo, tratando de ignorar el hecho de que su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como si intentara escapar.—No vas a descubir nada —dijo al fin, en un susurro.Massimo inclinó la cabeza, como si analizara sus palabras.—¿Nada?—Nada que te sirva. Nada que necesites. —Lo miró a los ojos, intentando sonar firme —Ya te lo dije, no tengo poder, no tengo contactos, no tengo nada que ofrecerte que no puedas conseguir con un chasquido de dedos.Él sonrió de lado, como si encontrara su respuesta entretenida.Nadia se quedó en silencio, incapaz de apartar la mirada de los ojos intensos de Massimo. Algo en su tono, en su postura relajada pero dominante, la tenía atrapada en un vórtice de sensaciones que no entendía del todo.—No has entendido nada —repit