Capítulo 4 — Cosas de chicas
Narrador:
El teléfono comenzó a vibrar en su mano, pero Nadia se quedó mirando la pantalla un instante antes de contestar. Sabía que era Ismael, y sabía que no dejaría de llamar hasta obtener una respuesta. Exhaló con resignación y deslizó el dedo por la pantalla.
—¿Hola?
—¿Dónde estás? —La voz de Ismael sonaba preocupada, casi exigiendo una respuesta inmediata —Te busqué en la ONG y desapareciste.
Nadia cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá, sintiendo el peso de la culpa mezclado con el alivio de haber logrado escapar.
—Tuve que irme —murmuró, sin muchas ganas de dar explicaciones.
—¿Pero qué pasó? —insistió él —¿Estás bien?
Podía imaginarlo con el ceño fruncido, mirando el móvil con esa expresión de desconcierto que ponía cuando algo no encajaba en su lógica.
—Me descompuse.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea.
—¿Cómo que te descompusiste?
Nadia giró la cabeza hacia la ventana, observando la calle silenciosa desde su escondite temporal.
—Ya sabes… cosas que nos pasan a las chicas una vez al mes.
El silencio al otro lado de la línea se hizo incómodo.
—Ah… disculpa si te incomodé —dijo Ismael finalmente, con evidente vergüenza.
—No pasa nada —respondió Nadia, restándole importancia.
Apretó los labios para contener la risa.
—Llamaba porque tengo tu dinero.
Frunció el ceño.
—¿Qué dinero?
—El pago que te prometí.
—No, Ismael, no terminé el trabajo.
—No me importa. Viniste, ayudaste, pintaste.
—No lo suficiente.
—Me da igual.
—Ismael…
—Voy a insistir hasta que lo aceptes.
Nadia masajeó su sien con los dedos. Sabía que no se rendiría.
—No, de veras...
—Entonces dime dónde estás y te lo llevo.
—No es necesario.
—No te estoy preguntando si es necesario. Quedamos en un pago y lo voy a cumplir.
Ella suspiró, dándose por vencida.
—Está bien… pero lo buscaré mañana en la ONG.
—¿Segura?
—Segura.
—Bien. Entonces te veo mañana.
—Gracias, Ismael.
—Descuida. Y… cuídate, ¿sí?
Nadia asintió, aunque él no podía verla.
—Tú también.
Colgó y dejó el teléfono sobre la mesa. Se quedó un rato mirando el techo, con la mente dando vueltas en lo que había pasado hoy. En lo cerca que había estado de Massimo. En lo cerca que estaría mañana si él volvía a la ONG. No podía permitir que la viera. No otra vez. Mal*dijo en voz baja y cerró los ojos, preparándose mentalmente para lo que le esperaba. Nadia llegó a la ONG con el ceño fruncido y los hombros tensos. El sol de la mañana pegaba fuerte sobre la vereda, y el aire aún conservaba la frescura del amanecer. Caminó con paso firme hasta la entrada y empujó la puerta con cautela, como si esperara que algo saliera a su encuentro de repente. El interior del edificio estaba en calma, apenas unos cuantos voluntarios acomodaban cajas con suministros o conversaban en voz baja. Era un contraste con el día anterior, cuando las paredes parecían retumbar con su propia ansiedad. Ahora solo quedaba un eco silencioso de todo lo que había pasado. Su mirada recorrió el espacio hasta encontrar a Ismael detrás de una mesa improvisada, inclinado sobre un cuaderno, con el ceño ligeramente fruncido mientras escribía. Nadia avanzó con cautela, sintiendo que cada paso era más pesado que el anterior.
—Vaya, qué milagro verte aquí —dijo Ismael sin levantar la cabeza, pero con una sonrisa evidente en su tono.
Nadia rodó los ojos.
—Te prometí que vendría.
Él alzó la vista y la miró con fingido escepticismo.
—Sí, pero esperaba tener que cazar tu fantasma por la ciudad para darte esto.
Sacó un par de billetes de su bolsillo y los agitó en el aire como si fueran un trofeo. Nadia alzó una ceja y extendió la mano.
—Dámelo antes de que cambie de opinión.
Ismael dejó caer el dinero en su palma con una expresión satisfecha.
—¿Ves? No dolió tanto.
Nadia guardó los billetes en su bolsillo sin ceremonias.
—Gracias. ¿Algo más o puedo irme?
Ismael se cruzó de brazos y la observó con diversión.
—En realidad… sí.
Nadia frunció el ceño.
—No me digas que ahora tengo que trabajar más horas en la pintura.
—No, tranquila. Esta vez es otra cosa.
Se inclinó hacia ella con una sonrisa traviesa.
—Te conseguí trabajo.
Nadia parpadeó.
—¿Qué?
—Hablé con Angelina, la dueña de la cafetería frente a la plaza. Necesita a alguien en el turno de la tarde. Le conté un poco de ti y quiere conocerte.
—¿Me estás tomando el pelo?
Ismael sacudió la cabeza, aún con esa sonrisa que la ponía nerviosa.
—¿Pareces alguien que tiene tiempo para hacer bromas?
Nadia cruzó los brazos, recelosa.
—No sé si esto es buena idea…
—¿Por qué no? Dijiste que estabas buscando trabajo.
—Sí, pero…
—No hay peros. Angelina es buena gente, la paga es decente y el trabajo es simple. Solo tienes que ir, hablar con ella y ver qué te parece.
Nadia lo miró con una mezcla de incredulidad y desconfianza.
—¿Esto no es lástima?
Ismael soltó una carcajada.
—Si fuera lástima, te daría el dinero sin ofrecerte nada a cambio. Pero confío en que harás un buen trabajo. Ahora ve antes de que alguien más tome el puesto.
Ella exhaló, dándose por vencida.
—Bien.
—Así me gusta.
Ismael le guiñó un ojo y volvió a concentrarse en sus papeles, como si el asunto estuviera zanjado. Nadia suspiró y salió del edificio con el corazón latiéndole más rápido de lo normal. No sabía si esto era un golpe de suerte o simplemente el universo jugando con ella, pero no tenía nada que perder. Al llegar a la cafetería, un aroma a café recién hecho y pan horneado la envolvió, dándole una extraña sensación de calidez que no había sentido en mucho tiempo. El lugar era pequeño y acogedor, con paredes color crema y una barra de madera donde algunos clientes tomaban su desayuno en calma. Detrás del mostrador, una chica de cabello oscuro y recogido en un moño desordenado la observó con curiosidad.
—Debes ser Nadia.
—Sí… Ismael me dijo que hablara contigo.
Angelina sonrió y le indicó que se acercara.
—Él me habló muy bien de ti. ¿Tienes experiencia como mesera?
Nadia negó con la cabeza.
—No, pero aprendo rápido.
—Eso me basta. El trabajo es sencillo: atender mesas, tomar pedidos, limpiar un poco. El pago es semanal y puedes quedarte con las propinas. ¿Te interesa?
Nadia dudó solo un instante antes de asentir.
—Sí.
Angelina le extendió un delantal.
—Bienvenida. Si quieres, puedes empezar ahora.
Nadia tomó el delantal entre sus dedos y se lo puso, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, tenía un propósito. Tal vez era algo pequeño. Tal vez era solo un café y una bandeja. Pero era un comienzo.
Capítulo 5 —EjecutivosNarrador:Nadia llegó temprano a la cafetería, con el cabello recogido en una coleta alta y la camisa blanca que Angelina le había dado la noche anterior. Se sentía extrañamente cómoda en ese lugar, como si poco a poco estuviera construyendo una rutina que no la hacía sentir tan perdida. Angelina la recibió con una taza de café caliente y una sonrisa breve antes de ponerla en marcha.—Hoy va a ser un día agitado —dijo mientras pasaba un paño por la barra —El salón privado está reservado para el almuerzo, así que necesito que lo dejes impecable.Nadia frunció el ceño.—¿Reservado?—Sí, un grupo de ejecutivos. Siempre vienen en plan de negocios, pero dejan buenas propinas si están contentos.Nadia asintió, tomando un trapo y un balde con agua.—Entendido.Caminó hasta el salón privado, un espacio más elegante dentro de la cafetería, con una gran mesa de madera y sillas acolchonadas. Las ventanas dejaban entrar la luz del sol, y el aire olía a madera pulida y café
Capítulo 6 —Me tenías preocupado...Narrador:Nadia salió del salón privado con el estómago revuelto, sintiendo el peso de la mirada de Massimo aún clavada en su piel. Caminó con pasos rápidos hacia la cocina, dejando caer la libreta sobre la mesa de trabajo sin siquiera mirar a Darío.—Aquí están los pedidos —murmuró con voz tensa.Darío, que estaba organizando los platos en la parrilla, levantó la vista y frunció el ceño.—¿Te pasa algo?—No… solo necesito un minuto. —Antes de que pudiera responderle, Nadia ya había salido de la cocina y se dirigía al baño. Entró apresurada y cerró la puerta tras de sí, apoyándose contra la madera con el corazón desbocado. —Mie*rda, mie*rda, mie*rda.Había pasado demasiado rápido, pero cada detalle seguía vibrando en su memoria: el roce de sus dedos cuando él le entregó la pluma, la forma en que su voz se deslizó por su oído cuando le susurró esas palabras.“Por lo que veo, llegaste bien a casa la otra noche. Me tenías preocupado”Su estómago se ret
Capítulo 7 —AtrapadosNarrador:La casa estaba sumida en un silencio absoluto cuando Massimo cruzó la puerta, con la mandíbula tensa y los pensamientos girando en círculos dentro de su cabeza. Se deshizo del saco del traje con un movimiento brusco, pasándose una mano por el cabello con frustración. No podía dejar de pensar en ella.¿Por qué, si había tenido a tantas mujeres en su cama, esa mal*dita muchacha se le metía bajo la piel como una espina imposible de arrancar?—Massimo, tesoro, volviste temprano hoy —la voz de su abuela lo sacó de su ensimismamiento. La mujer lo miraba desde la gran sala, con su postura impecable y el rostro altivo—. ¿No sales con alguna de esas muchachas hoy?—No, nonna. Estoy cansado. Quiero acostarme.—¿Y sin cenar?—Sin cenar —respondió con impaciencia, pero su tono se suavizó cuando se acercó para darle un beso en la frente—. Descansa, nos vemos mañana.Su abuela lo observó con detenimiento, como si pudiera ver a través de su coraza impenetrable. Pero n
Capítulo 8 —La casaNarrador:Nadia despertó desorientada, envuelta en el calor de una cama que no era suya. Le tomó unos segundos recordar dónde estaba. La casa deshabitada, el refugio que había encontrado cuando no tenía otro lugar a dónde ir. Se había colado porque parecía abandonada, silenciosa, como si nadie la reclamara. Un escondite perfecto.Vestida solo con una sudadera holgada que le llegaba justo al borde de las piernas, bajó las escaleras con la intención de prepararse un café. El suelo frío contra sus pies descalzos le arrancó un escalofrío, pero nada la preparó para la visión que la esperaba al entrar en la cocina.Su cuerpo se congeló al instante. Massimo D’Amato estaba allí. De pie, junto a la encimera, con una taza de café en la mano como si ese lugar le perteneciera. Porque le pertenecía.Nadia sintió que la sangre se le helaba en las venas y luego, en cuestión de segundos, hirvió de pánico.—¿Qué demonios haces aquí? —su voz salió más ronca de lo que esperaba, su re
Capítulo 9 —En la cocinaNarrador:El corazón de Nadia seguía golpeando con fuerza contra su pecho mientras se apoyaba contra la puerta de su habitación, intentando recuperar el aliento.—¿Cómo demonios no me di cuenta de que estaba prácticamente desnuda delante de él? —Se pasó una mano por la cara, sintiendo el calor arder en sus mejillas. Por un lado, luchaba por mantener una distancia con él, por no permitirle invadir su espacio con su presencia dominante. Y, por otro, se paseaba frente a él en bragas, dándole una vista completa de sus piernas desnudas y del borde de su ropa interior. —Debe pensar que estoy completamente loca.Cerró los ojos un momento, intentando calmarse. Pero la imagen de Massimo, relajado en la cocina, observándola con esa mezcla de diversión y deseo velado, se quedó impresa en su mente. No parecía el mismo hombre que había llevado a su hermano a la ONG con una brutalidad fría ni el que había sido abrumadoramente insolente en la cafetería. Esta versión de él er
Capítulo 10 —Golpe de realidadNarrador:Massimo llegó a la mansión y sintió el choque inmediato entre dos mundos. Era como despertarse de un sueño placentero y ser arrojado sin previo aviso a la realidad cruda y despiadada. Pasar la tarde con Nadia, con su risa tímida y su forma de mirar el mundo como si aún pudiera sorprenderse con él, había sido un respiro en su vida monótona. Ahora, en cambio, volvía a su prisión de mármol y candelabros dorados.Empujó la puerta con desgano y se encontró con la misma escena de siempre.La enorme mesa del comedor estaba dispuesta con una fastuosidad ridícula. Platos de porcelana fina, cubiertos de plata perfectamente alineados y una cantidad absurda de copas de cristal. Todo para tres personas.Su abuela, con su eterna postura de realeza, estaba sentada en la cabecera, con la espalda recta y los labios apretados en una fina línea de desaprobación. Parecía que llevaba horas esperando, aunque Massimo sabía que ella tenía esa expresión incluso cuando
Capítulo 11 —Nos vemos en casaNarrador:Toda la ilusión de haber encontrado un refugio seguro se había desmoronado en un solo segundo. Era de él. Massimo. Se dejó caer sobre la cama, con la mirada fija en el techo, su respiración aún errática por la agitación del día.—Por supuesto que tenía que ser suya… —murmuró, cubriéndose el rostro con una mano. El impacto de verlo ahí, de pie en la cocina, con esos ojos azules perforándola, seguía latiendo en su piel como un ardor invisible. Y encima, ella tenía que estar medio desnuda. —Perfecto… justo lo que necesitaba. —Sintió calor en el rostro solo de recordarlo. La sudadera apenas cubriéndola, su cabello desordenado, sus piernas al descubierto… Y él ahí, observándola como si acabara de encontrar un maldito tesoro. —¿Cómo no me di cuenta antes? —Se removió incómoda, recordando la forma en que él había reaccionado. Su mirada oscura, la tensión en su mandíbula, el breve instante en el que pareció paralizarse.¡Y, Dios!, su tono de voz. Ese ma
Capítulo 12 —No decides si desafiarme, huir o entregarte.Narrador:Nadia tragó con dificultad, sintiendo la boca seca mientras lo miraba. Massimo seguía ahí, con esa maldita sonrisa fácil, como si cocinarle fuera lo más normal del mundo.—Sí… sí, tengo hambre —logró decir, aunque su voz sonó un poco más débil de lo que habría querido.Él asintió, aún con la cuchara de madera en la mano, revolviendo la salsa con calma, como si no notara lo alterada que estaba.—Genial. La pasta estará lista en diez minutos.Nadia asintió y apartó la mirada, sintiendo la piel arderle. Necesitaba unos minutos para calmarse, para recomponerse antes de sentarse a cenar con él y hacer el ridículo con su torpeza.—Voy a darme una ducha antes de comer —dijo, ya dándose la vuelta para irse a toda prisa.—¿Necesitas compañía? —soltó él con una naturalidad que la dejó paralizada.La imagen se formó en su mente antes de que pudiera evitarlo. Massimo, desnudo en la ducha con ella, su cuerpo contra el suyo, el agu