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Cuando saliera de este lugar, preferiblemente con mis extremidades completas, iría a un psiquiatra. No era normal que me calentara tanto cabrear a este hombre. Los dedos de Mikhail subían y bajaban por mi columna. Yo me removí un poco y él se detuvo.

— Eres demasiado tóxico, deberías cambiar — le dije, y levanté la cabeza para verlo. Él me miraba con el ceño fruncido.

— ¿Y qué se supone que tengo que cambiar? — me preguntó, mientras hacía círculos en mi hombro.

— Todo, eres peor que Chernobyl — le dije. Aparté su mano y me senté en la cama. Mikhail se veía terrible con las marcas en su rostro. Yo levanté mi mano y me acaricié la mía. La sentía caliente y me dolía un poco. Él me miró, levantó su mano y empezó a acariciar mi pecho.

— Deja de manosearme — le dije, apartando su mano de mi pecho y mirándolo mal.

— Ambos somos tóxicos, no me tires el agua sucia solo a mí — me dijo.

Yo puse los ojos en blanco. Ruso estúpido.

— Solo dime lo que sabes de Belov y te dejaré ir, tienes mi palabra
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