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El frío se calaba por mis huesos, y la noche cada vez se volvía más espesa. La única luz que teníamos era la de la luna. Miré a Mikhail, y él estaba como si nada, como si este frío tan horrible no le afectara. Se detuvo de la nada, cerró los ojos y se quedó así por un momento.

—Me encanta la nieve —me dijo mientras sonreía.

Miré de lado a lado. Íbamos a morir aquí, y su tranquilidad me lo estaba gritando.

—Solo admite que nos vamos a morir aquí y ya —le dije.

Él volteó a verme, me dio una leve sonrisa, se acercó a mí y me dio un suave beso en los labios.

—Tal vez, pero jamás pensé escuchar esas palabras de tu boca —me dijo.

Lo empujé y seguí caminando. Este tipo no era serio, ni aún teniendo la muerte respirándole en el cuello.

—Odio la nieve —le dije—. Me parece tan deprimente —le confesé mientras caminábamos.

—A mí me gusta demasiado. Un día como hoy, mi madre se llenó de valor y mató al hombre que le hacía daño. Ese recuerdo siempre viene a mi mente cuando está nevando, y me hace m
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