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Seguí presionando la herida con fuerza, pero la sangre nada que se detenía; el piso era un lío en esos momentos. Yo miré a la cara a Mikhail, él me estaba taladrando con la mirada. Sí, tal vez me había pasado un poco, pero era eso o dejar que lo mataran a golpes, y, pues la verdad, como que ya me había encariñado un poco con él.

—¿Por qué sangras tanto? —me quejé, ya me dolían los brazos por hacer presión.

—Tal vez es porque me apuñalaste, ¿no lo habías pensado? —me preguntó.

Yo me levanté y lo fulminé con la mirada. ¡Qué malagradecido!

—Si no lo hubiera hecho ya estarías muerto, agradéceme que te salvé.

Él se rió con amargura.

—Estás loca, pero eso me gano yo por fijarme en mujeres como tú —me dijo.

La mano me picaba por golpearlo.

—Deja de quejarte, malagradecido, y haz algo para sacarnos de este lugar. Quiero partirle la columna a esa desgraciada arpía —le dije con enfado.

Mikhail se quejó y yo volví a agacharme y a apretar la herida.

—Me duele como el infierno —me dijo mientras ce
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