CALIPSO - Indomable
CALIPSO - Indomable
Por: kesii87
Prólogo

Caminaba hacia mi habitación, estaba cansada después de un largo día en el instituto y en las actividades extraescolares a las que me había apuntado. ¿A quién se le ocurría apuntarse a esgrima, a tiro con arco y a defensa personal en la misma tarde? Sólo a mí. Siempre me interesaron los deportes con armas, cosas que por regla general solían gustarles más a los chicos. Pero yo era diferente al resto de mis amigas, a mí no me gustaban las mismas cosas que a ellas: el yoga, el baile, el maquillaje y las redes sociales.

Me detuve antes de haber llegado a la escalera que daba a la parte de arriba, escuchando los gritos acalorados de mi madre. Parecía estar discutiendo con Javier, el único que se había portado como un verdadero padre conmigo, desde que tenía uso de razón.

  • Ellos son hermanos, Ariel, por el amor de dios – se quejaba él, intentando que mi madre se calmase - ¿quieres dejar de imaginarte cosas?

  • Cali ya tiene cerca de dieciséis años – le espetaba ella – así que no me gusta que ellos duerman juntos, ya son grandes, deberían tener un cuarto para cada uno.

  • Lo hablaré con ellos mañana – le calmaba él – si ellos quieren…

  • No importa lo que ellos quieran – insistía ella – no quiero que ellos compartan tantas cosas juntos, pues a pesar de que los hemos criado como hermanos, no lo son, y no quiero que haya nada más entre ellos.

  • Pero mujer, ¿te estás oyendo? ¿de verdad piensas que puede haber algo más que amor de hermanos entre ellos?

  • Estuve hablando con Juanita – se explicaba – y me dijo que nuestros hijos se sobreprotegían demasiado, y que justo así empezó ella con el que es ahora su marido, ya sabes que ellos se conocieron de pequeños, y ahora son… marido y mujer.

  • ¿y crees que a nuestros hijos les pasará lo mismo? Ellos saben perfectamente la situación, y estoy seguro de que no hay tal interés por parte de ninguno de los dos.

  • Aun así…

  • ¿Qué es lo que propones? ¿Quieres el divorcio para que tu hija deje de frecuentar a mi hijo?

  • ¿el divorcio?

  • Si tanto miedo tienes a que nuestros hijos confundan sus sentimientos, quizás deberíamos terminar los nuestros.

  • Por supuesto que no, Javier – decía ella, atemorizada – tan sólo creo que deberían dejar de compartir habitación, ya no son unos niños. Estarán más cómodos en habitaciones separadas.

  • Está bien, si toda esta tontería tuya terminará con eso, lo aceptaré, a partir de mañana Cali dormirá en el cuarto del fondo. Ya montaremos el gimnasio en otro lugar.

Subí las escaleras desanimada, hacia mi habitación, dándome cuenta del poco tiempo que me quedaba para disfrutar de mi hermano. Tan sólo esa noche, pues al día siguiente debía dormir en otra habitación.

Entré en la estancia, observándole sentado a los pies de su cama, poniendo pegamento rápido en las despegadas suelas de sus deportivas. Siempre solía hacerlo, para que sus zapatos aguantasen un poco más y no tener que comprar unas nuevas, intentando ahorrar ese gasto innecesario a nuestros padres.

Abrí mi armario, escuchando como él me saludaba, emitiendo yo una leve contestación, buscando mi pijama. Cogí el negro de satén y entonces me detuve a pensar en algo: normalmente solía cambiarme allí, frente a él, y no era incómodo para ninguno de los dos. Pero en aquel momento, después de escuchar la preocupación de mi madre, lo era.

Yo no sentía nada más que amor de hermano hacia Diego, siempre había sido así, desde que podía recordar, y nunca me había importado demasiado nada más. ¿Cómo podía mi madre pensar que podría sentir algo más?

Doblé el cuello para dirigir la vista hacia él, observándole aún en su cama, haciendo presión con las manos para pegar la zapatilla de forma correcta.

Sonreí al verle. Aún seguía siendo él, no habían cambiado mis sentimientos hacia él, seguía siendo mi hermano Diego. Pero, creo que por primera vez me daba cuenta de lo que mi madre decía: habíamos crecido, él más que yo, pues era dos años más grande que yo. Y en aquel momento era un adolescente y no ese niño tierno al que amaba.

Diego era muy guapo, siempre había sido muy popular con las chicas, aunque a mí eso nunca me importó, es más, siempre le animaba a que saliese con alguna, pero él solía excusarse con su mítica frase “tengo que estudiar para sacar buenas notas y que me sigan dando la beca, no puedo distraerme con chicas”.

  • ¿por qué te quedas ahí parada mirándome? – preguntó él, haciéndome sacar de mis pensamientos, percatándome de que él estaba mirándome con curiosidad. Sonreí al escuchar aquello, caminé hacia él, y dejé el pijama sobre su cama, para luego sentarme a su lado. Le quité la zapatilla y la dejé en el suelo, mientras él hacía un movimiento para que me detuviese, pues quería dejarla lista para el día siguiente – Calipso – se quejaba, al mismo tiempo que yo reía. Sabía que estaba molesto, pues sólo me llamaba por mi nombre completo cuando lo estaba.

Le cogí las mejillas con las manos y acerqué mi rostro al suyo, divertida.

  • Siempre seremos hermanos, ¿verdad? – pregunté, sin poder quitarme de la cabeza los miedos de mi madre sobre nosotros.

  • ¿a qué viene esa pregunta? – inquirió, agarrando mis manos entre las suyas, bajándolas a su regazo - ¿Acaso…?

  • Sólo quiero que me prometas, que pase lo que pase, siempre serás mi hermano – insistía, aterrada ante la sola posibilidad de que algún día nuestros padres se separasen y ya no pudiésemos ser hermanos – prométeme que…

  • Ey – me llamó – lo prometo.

Y esa promesa lo estropeó todo después. Una promesa que creí que me protegería para toda la vida, se interpuso entre nuestros indomables sentimientos, impidiendo que pudiésemos ser nada más que hermanos. Pero esto es algo que descubriréis en su debido momento.

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