Capítulo 2

Alessio.

La noche anterior.

Estoy harto de despertar todos los días solo, últimamente ninguna de mis amantes me llena como antes y eso me frustra aún más. Como todas las noches, me encuentro en mi habitación con mi amante predilecta, Silva.

Ella es una mujer muy hermosa, arrebata la mirada de cualquier persona que la vea, su cuerpo está muy bien definido, además de que sus atributos son muy generosos. Cada vez que la embisto, sus perfectos senos rebotan una y otra vez, su piel es suave y tersa, sus labios son carnosos y rosados, muy apetecibles.

Una vez que hemos terminado, me tumbo sobre mi lado de la cama, ella se acomoda sobre mí como siempre y recorre mi torso con una de sus manos, para después depositar algunos besos, volteo a verla y ella me dedica una enorme sonrisa. Se ve completamente satisfecha.

—¿Qué tienes, querido? Te noto... distante.

—Estoy bien, ahora vete... que mañana tengo mucho que hacer.

Ella se sube encima de mí y deposita pequeños besos en mis labios, mueve sus caderas y roza su vagina contra mi pene, tratando de volverme a excitar, pero ya no tengo ganas de estar con ella, así que me levanto de la cama, tumbándola sobre ella, la tomo del brazo y la llevo hasta la entrada de mi cuarto, antes de sacarla, le entrego su ropa.

—Te dije que te fueras, que tengo muchas cosas que hacer mañana.

Sin esperar a que responda, cierro la puerta de un portazo y de mala gana regreso a mi cama, miro el techo y me pierdo por un largo rato en mis pensamientos, he conseguido muchas cosas, lo tengo todo o al menos casi todo. Me tallo la cara con fuerza y resoplo varias veces, una parte de mí se siente completo, pero, por otra parte, tengo ansias de encontrar a mi hembra, mi guia espiritual me ha dicho que, cuando ella llegará a su edad fértil, la podría sentir.

Darle vueltas al asunto no me traerá nada a mi vida, más que enojo y desesperación, estoy cansado de estar solo, quiero a mi hembra a mi lado y tener una familia, mi corazón todavía alberga la esperanza de poderla encontrar... de lo contrario, seguiré con mi vida como hasta ahora y aunque ella llegue a mi vida, no me va a importar.

Más relajado, me acomodo en mi cama y cierro los ojos, dejándome llevar por el cansancio. Antes de quedarme completamente dormido, le ruego a Chandra que me permita conocer a mi hembra, que se apiadé de mí.

A mitad de la noche, un terrible dolor se apodera de mí, al punto que un poderoso rugido se me escapa, me levanto de la cama y dando tropiezos llego hasta uno de mis estantes y tiro todo al suelo en un arranque de ira, luego camino hacia el baño, derribando la puerta y voy directo al lavabo, abro la llave y me enjuago la cara varias veces, esperando que esto alivie mi dolor, pero eso no ocurre.

Levanto mi mirada hacia el espejo y noto que mis ojos se han puesto de color morado ligeramente oscuros, puedo notar ciertos destellos azules en el centro. Paso mis manos por mi cabello varias veces, tratando de entender que me ocurre, mi mente está hecha un caos y no se diga de mi corazón, que no para de latir con fuerza.

Vuelvo a enjuagarme la cara para después salir de mi habitación, gritando y rugiendo. Con mucha dificultad llego a mi despacho y grito el nombre de mi guia, quien aparece a mis espaldas, claramente agitado por mi llamado tan fúrico.

—¡Explicame que me ocurre!

Lo miro por unos instantes por encima de mi hombro y luego me giro sobre mis talones, él abre los ojos de par en par, noto que trata de romper el contacto visual, pero no puede, trata de tranquilizarme, pero enseguida golpeo su mano con fuerza, creo que tengo el rosto rojo de coraje.

—Majestad... su hembra, ya está en sus días fértiles.

Al oír esto camino hacia mi escritorio y aporreo las manos contra él, haciendo que varias cosas se caigan, entre ellas, mi tintero. Cada vez que exhalo, lo hago con fuerza, ahora mismo tengo sentimientos encontrados.

—¿Estás seguro?

—Tan seguro como que la luna está en el cielo, alumbrando nuestro reino.

Sin decir nada más, me voy de regreso a mi habitación, sentándome en la orilla de la cama y mirando al piso. Me siento aliviado de que Chandra haya respondido a mis suplicas, pero ahora... ahora tengo a una hembra por quien velar y cuidar.

—Es verdad, tengo que llamar a todas las jóvenes de mi reino, tengo que empezar a buscarla cuanto antes.

A la mañana siguiente me despierto a primera hora del día y me arreglo lo más rápido que puedo. Como si el viento me llevara, camino a paso veloz hacia mi despacho, detrás de mí viene mi Beta que no para de suspirar al notar mi ansiedad, me lo he encontrado en uno de los pasillos mientras me dirigía a mi despacho.

Apenas entramos, me dirijo a mi escritorio, le explico de forma breve lo que ocurre y él me felicita de que por fin ha aparecido mi hembra. Con su ayuda, organizamos las rutas de los guardias para que empiecen a ir a buscar a las jóvenes, también le he dicho que mande el aviso por esas zonas. Con todo listo, se va a hacer mi decreto.

Caída la noche, camino de un lugar a otro en mi cuarto, ansioso por ver a las jóvenes, espero que ella se encuentre entre el primer grupo. Antes de salir de mi habitación, me miro al espejo y me cercioro de estar bien arreglado, quiero causarle una buena impresión a mi hembra.

—Majestad, las señoritas ya están en el palacio.

La voz del amo de llaves me interrumpe de forma repentina, por alguna razón, escucharlo al otro lado de la habitación me llena de alivio. Antes de salir de mi cuarto, me miro por última vez en mi espejo y acomodo mi traje, saco el pecho lleno de confianza y salgo de mi habitación. Doy el primer paso hacia afuera y me encuentro con el hombre de edad avanzada, con esa típica expresión seria en su rostro; puede parecer un amargado a simple vista, pero lo cierto es que, ha estado a mi lado por muchos, muchos siglos, él me ha cuidado y educado después de la muerte de mis padres, de hecho... lo considero mi padre y él lo sabe.

—¿Ya las viste?

—No, amo, apenas están bajando de las carrozas ¿A dónde quiere que las lleve?

—A la sala principal, no hace falta que las mandes a arreglar, quiero conocerla como se ve ahora.

—Muy bien, majestad.

Apenas cruzamos estas palabras, detengo mi paso y veo como el hombre se adelanta, para al final, dejarme solo en el pasillo. Decido aprovechar este momento para tranquilizarme, no quiero alterarme apenas la vea, no quiero asustarla. Cierro los ojos y me obligo a mantener mis instintos a raya, no quiero poseerla apenas la vea, eso podría asustarla demasiado.

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