Marianela miraba preocupada en dirección del baño, Daniela llevaba bastante rato en el tocador.
“¿Será que ha tenido una emergencia femenina? O salió a tomar el aire, bueno no debería preocuparme, de las gemelas Daniela es la que siempre ha demostrado ser la más juiciosa, a la que tengo que mantener vigilada, es Gabriela, que siempre se mete en problemas y arrastra a la pobre Daniela cada vez que se “enamora”. Aunque tengo que admitir que se ha portado bastante bien hasta ahora."
Marianela la observó bailando en la pista con Gael.
— ¿No crees que Daniela se está tardando mucho en el tocador? — Mateo se inclinó hacia ella preguntando.
—Sí, la voy a buscar — le dijo sonriendo.
Se puso de pie y fue directo al baño y después de buscar por debajo de las puertas de cada uno de los baños individuales las sandalias rojas de Daniela, al no encontrarla decidió buscarla fuera del hotel, pero al salir del tocador, la encontró parada en el pasillo.
— ¿Dónde has estado, Daniela? Estábamos preocupados, te vine a buscar al baño y no estabas... — Le dijo Marianela.
Daniela sonrojándose, tratando de aparentar calma, le dijo.
— Es que… entré y estaba todo ocupado. Este no es el único baño del hotel, ¿Sabes? Luego… salí a tomar el fresco y… se me fue el tiempo admirando el paisaje.
— Está bien, no me vuelvas a asustar de esa manera, regresemos con la familia Ferrero.
Daniela se quedó parada todavía trastornada por lo que acababa de pasar.
“¡Por dios que fue lo que hice! ¡Me volví loca! ¡Acabo de entregar mi virginidad a un desconocido! ¡Soy un asco, como pude traicionar a Víctor Manuel de esa manera!”
Marianela se regresó con gesto de preocupación.
—¿Qué te ocurre? ¿Por qué tienes esa cara? ¿Te sientes bien?
Daniela respiró profundo y le dijo.
— Creo que me cayó mal, algo que comí.
— ¿Te parece que regresemos al apartamento?
— No quiero arruinarle la noche a ti y Gabi.
—No seas tonta, yo regreso contigo y te haré un té. Le diremos a Gabi que se puede quedar un rato más con la familia Ferrero. Los chicos la llevarán de vuelta.
Una vez en el apartamento, Daniela, angustiada, se quitó la ropa y se puso bajo la ducha, con los ojos cerrados, borrando deliberadamente de su mente esos pocos y odiosos momentos. Apagó la ducha y se secó enérgicamente. Con firmeza apartó los pensamientos perturbadores de ella con ese hombre. Mañana estaría de nuevo en casa y todo este desastroso incidente pronto sería historia olvidada. Con determinación, hizo que su cuerpo se relajara y, para su alivio, finalmente obedeció, y las imágenes de su mente se apagaron. Daniela se adormiló y luego se durmió, cómoda contra su almohada.
****
El gran día llegó, y El doctor Arturo Castillo y la señora Elena estaban emocionados porque al fin uno de sus hijas se casaría, Marianela se autonombró “la organizadora oficial” de la boda de Daniela y Víctor Manuel, estando al tanto de todos los detalles. A cada uno le signó una labor, todos colaboraron, excepto Gabriela que justificó su apatía por la boda a un resfriado repentino.
Daniela había estado toda la semana con los nervios de punta, lo cual no causó extrañeza a su familia, calificándolo como los nervios normales de una novia antes de la boda. Pero solo Daniela sabía la verdad, desde que llegó de Brasil, no pudo olvidar la noche de pasión que pasó con Juan Carlos Quintana, a pesar de que había tomado la decisión de dejar todo en el pasado. Y durante todo el viaje de regreso a casa paso por todo tipo de emociones, arrepentimiento, ansiedad y culpa, al bajar del avión había decidido que merecía ser feliz, lo dejaría todo en el pasado.
Pero las consecuencias de su arrebato la alcanzaron, una semana antes de la boda se realizó una prueba de embarazo que dio positivo. Se sintió asqueada y cobarde. Y lloró desconsoladamente encerrada en el baño, recordando la conversación en la que aclararon el malentendido que ocurrió en la boda de su hermano Óscar y por primera vez le dijo te amo.
“—Necesitamos hablar Daniela.
— ¡No.… por favor! —lo empujó, llena de rabia.
— ¿Esta vez no mi amor! Me la debes...
—No.… no entiendo...
Víctor Manuel ahogó con su boca las protestas, y después levantó un poco la cabeza para mirar sus ojos dilatados.
— ¡Sí lo entiendes!, ¿Pretendes escapar y burlarte de mí una vez más? Pero ahora, pequeña provocadora, ¡no voy a dejarte escapar con tanta facilidad!
Las lágrimas brotaron de los ojos de Daniela.
—¿Te diste cuenta de que no era Gabriela?
—¡Por supuesto! ¿Qué creíste? Las conozco desde que eran niñas, claro que las puedo diferenciar.
—¿Entonces porque me hiciste pensar que te había engañado al hacerme pasar por Gabi?
—Solo te seguí el juego. Al principio supuse que estabas bromeando, como cuando eran niñas y se hacían pasar la una por la otra. Hasta que las cosas se pusieron intensas entre tú y yo. No sabes cuánto me lastimaste cuando escapaste de mí.
—La otra vez no quería escapar —susurró repentinamente.
— ¿Qué has dicho? —preguntó sorprendido.
—Lo que has oído. Te deseaba tanto como tú a mí —lo miró a los ojos—. Ese día mi intención era castigarte. No era porque hubieras pretendido abusar de Gabriela, como ella dijo.
—¡¿Dijo que intente abusar de ella?! ¡Eso no es cierto! —exclamo escandalizado.
—Tranquilo, eso nunca lo creí. Como te decía me quise vengar porque estaba celosa de mi hermana. No me explico de dónde saqué fuerzas para apartarme de ti. Deseaba más que nada en el mundo que me hicieras el amor.
Víctor Manuel la contempló con incredulidad.
— ¿Por qué no me lo dijiste antes? —le apretó los codos con fuerza, en tanto la miraba con ojos abrasadores.
—Porque hasta hace poco, pensé que habías tratado de seducir a Gabriela y no podía perdonarte por haberla preferido a mí.
—Gabriela no tiene idea del problema que ocasionó, ¿Verdad? He pasado despierto muchas noches, tratando de entender qué sucedió ese día. Primero, Gabriela, con sus proposiciones molestas, las cuales rechacé. Unos minutos después creí estar soñando cuando apareciste y me arrastraste a mi habitación; toda tú eras una invitación. Una mirada, un roce de tu mano, y te deseaba tanto que perdí por completo la cabeza. Ustedes dos son muy parecidas, sin embargo, Gabriela siempre me dejó frío; en cambio, tú me enciendes con solamente estar en la misma habitación — frunció el ceño al ver que una lágrima rodaba por las mejillas de la joven—. ¿Por qué lloras?
— ¿Por qué crees? —enfadada, se enjugó las lágrimas.
— ¿Eres desdichada?
— ¿Por qué diablos debería ser desdichada? —rio con desdén. —he sido una estúpida si tan solo hubiera estado enterada de lo que sentías por mí.
—Pues ya lo sabes Daniela Castillo, te amo con locura, no lo dudes.
—Yo también te amo, señor Gutiérrez."
Después de haber llorado se lavó la cara. Estuvo a punto de cancelar el casamiento, pero cuando vio a Víctor Manuel a los ojos desistió.
Así que aquí estaba con un hermoso vestido de novia enfrente de Víctor Manuel diciendo sus votos.
— Yo Daniela Castillo, te recibo a ti Víctor Manuel Gutiérrez, como mi legítimo esposo, me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad, en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, así amarte y respetarte todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.
— Yo Víctor Manuel Gutiérrez, te recibo a ti Daniela Castillo, como mi legítima esposa, me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad, en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, así amarte y respetarte todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.
El cura les dijo.
En el nombre del padre, del hijo y del espiritu santo, amén. Y por la autoridad en mi investida, yo los declaro marido y mujer hasta que muerte lo separe. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Ya puede besar a la novia…
Víctor Manuel la besó con los ojos llenos de emoción, para Daniela la felicidad fue agridulce.
La ceremonia se realizó en el hermoso patio con flores cultivadas por la señora Castillo, con familiares y amigos más cercanos de ambas familias.
Los novios se despidieron a mitad de la fiesta, entre lágrimas y risas, rumbo al aeropuerto, desde donde partirían rumbo a la isla de Curazao, a disfrutar de su luna de miel. Cuando el taxi se alejó, Daniela miró atrás y vio a su familia, sintió una opresión en el pecho, porque ya no estarían cerca para apoyarla y aconsejarla que hacer con el bebé que llevaba en el vientre.
“¡Dios mío que hice!, ¡Porque no fui capaz de decirle la verdad! ¡Solo tengo tres semanas de embarazo, en algún momento se me va a notar! ¡Entonces tendré que decirle! ¡Me va a odiar! ¡No se si podré soportarlo!”
—¿En qué piensa, señora Gutiérrez? —dijo Víctor Manuel besándole la mano.
—Únicamente en lo cansada que estoy—dijo con nerviosismo.
— ¿Qué?, ¡Y yo creí que estabas fascinada por la proximidad de mi cuerpo! —le dijo divertido — No te preocupes, dormiremos un rato en el avión y tendremos un poco de paz.
Daniela lo miró dudando y reflexionando que había perdido la paz por el resto de su vida.
Víctor Manuel la abrazó con fuerza, besándola de tal forma que puso fin temporalmente a la conversación, hasta que Daniela lo apartó porque su estómago hizo un ruido poco romántico.
—No he comido nada hoy, Víctor Manuel. ¡Me muero de hambre! Con los nervios apenas probé el pastel de boda
—El amor estimula el apetito.
—Sabes mucho más de eso que yo.
—Daniela, independientemente de mi pasado... no tan libertino como supones... mi futuro te pertenece únicamente a ti —la estrechó.
Daniela suspiró, no quería escuchar los juramentos de su esposo, porque se sentía como una vil traidora.
****
Juan Carlos Quintana se encontraba de pie sudoroso, con el micrófono en la mano, bajo el inclemente sol de Afganistán, esperando el pase en vivo desde ORQUÍDEATV.
Su camarógrafo Roberto tenía la cámara subida al hombro derecho y con la mano izquierda en alto, le indicaba con los dedos el tiempo que iría al aire.
—En… 6, 5, 4, 3, 2, 1 ¡Juan Carlos ya estamos en el aire!
—Buenas tardes, soy Juan Carlos Quintana transmitiendo en vivo para ORQUÍDEATV desde Afganistán. Como todos ustedes saben, Afganistán, es un país en el que se ha vivido una década de una guerra que se ha alargado ya demasiado. Más de 46 000 civiles han sido asesinados por todos los bandos en el conflicto de Afganistán. Fueron muertes directas por bombas, balas, explosiones y fuego. Otros miles han resultado heridos, según la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán…—súbitamente se escucharon dos explosiones seguidas cerca de donde estaban transmitiendo, levantando polvo y humo. Juan Carlos y Roberto corrieron a ocultarse, aun así, el periodista siguió describiendo la escena, se escucharon más explosiones, gritos y personas corriendo a todos lados. Juan Carlos despidió la transmisión para ponerse a salvo.
—Este es Juan Carlos Quintana para el noticiario de las nueve… ORQUÍDEATV .
Por encima del ensordecedor ruido de griteríos, disparos, Juan Carlos le gritó a Roberto.
—¡Volvamos a la camioneta!
Roberto, nervioso, le gritó.
—¡La Camioneta quedó atrás, cerca de las explosiones!
—¡Está bien, quédate aquí...! ¡Iré a buscarla y la traeré hasta aquí!
—¡Estás loco! ¡Por supuesto que no! ¡Vamos a ocultarnos en algún lugar!
—¿Y esperar que nos aplaste alguna edificación? ¡Olvídalo! ¡Ocúltate bien! — Juan Carlos salió corriendo, ignorando las protestas de Roberto., ocultándose en cada auto estacionado, hasta que de repente divisó la camioneta, aliviado notó que estaba intacta. Juan Carlos salió apresurado y se subió, la encendió y dirigió el vehículo tratando de no atropellar a las personas que corrían despavoridas. Tocó la bocina para llamar la atención de Roberto y este se sentó al lado de Juan Carlos alterado y le gritó.
—¡Eres un maldito loco!
Juan Carlos le sonrío, arrancando la camioneta y le dijo.
—Recuerdas el campamento de la cruz roja que encontramos en el camino, iremos allí si las cosas siguen revueltas.
Cuando iban rumbo al campamento, Juan Carlos paró de repente.
—¿Qué pasa porque te detienes? —preguntó Roberto.
—Grabaremos una toma, recuerda que cortamos estando al aire.
—¿En serio? ¡Podemos hacer la toma cerca del hotel! Aquí no es seguro.
—Vamos trae la cámara.
Roberto dijo a regañadientes.
—Está bien, pero hagámoslo rápido.
Se retiraron unos cuantos metros de la camioneta. Y al terminar de grabar, Roberto se quedó ajustando la cámara mientras Juan Carlos iba a buscar una botella de agua mineral, cuando inesperadamente la camioneta explotó enviando a Juan Carlos por los aires, estrellándose de frente contra las rocas, lo último que escuchó el periodista fue un gran pitido antes de desvanecerse por el dolor.
Tres años después… Sergio Ramos se encontraba en su oficina en las instalaciones de ORQUIDEATV, cuando llamaron a la puerta. — ¡Adelante! —dijo Sergio en voz alta. La puerta se abrió, era su secretaria, la señora Eva. —Hola Eva, te dije que estoy ocupado, si son los productores de la novela “Mi primer amor”, diles que la reunión se pospuso para mañana en la tarde. Por favor tráeme un café… —Si enseguida se lo traigo, señor, pero no son los productores de la novela, a ellos ya les envíe un mensaje de que se pospuso la reunión. Es otra persona… Súbitamente, la puerta se abrió y entró una mujer hermosísima, con una figura glamorosa y seductora, que le dijo. — Buenas tardes, Señor Ramos. Disculpe la intromisión, mi nombre es Gabriela Castillo, necesito hablar con usted, es importante, es sobre su amigo Juan Carlos Quintana. —Señor, disculpe, yo le dije que esperara afuera un momento…—explicó Eva. Serg
—¡Entonces demuéstralo! Lucha por salir de este bache emocional, y si no puedes regresar a tu profesión de Corresponsal de guerra, ¡No importa hermano!, eso demuestra que eres humano, ¡Te explotó una bomba cerca de ti! ¡Por dios! Tú siempre has demostrado ser un periodista inteligente y Zagas, y llegaste a ser exitoso por lo que tienes por dentro, no por tu exterior. ¡Por favor hermano busca ayuda psicológica! —¿Sabes? Desde el accidente me he levantado cada día hurgando en mi vida, buscando algo que me motive para seguir viviendo, pero me he dado cuenta de que aparte de mi familia y mi carrera, desperdicié el tiempo en tonterías. Antes no me importaba la idea de formar una familia, pero desde que me ocurrió esto, he tenido que poner en una balanza mis defectos y al perder mi éxito y las mujeres hermosas que me rodeaban, llegué a la conclusión que me equivoqué al involucrarme con mujeres frívolas. Si hubiera tenido una relación estable con una mujer que me ama
siete años después… La luna de mediados del verano fulguraba, brillante y complaciente, como si hubiera sido contratada para la ocasión. Plateaba el césped y pintaba negras lagunas de sombra bajo los árboles en los jardines de la casa de festejo La Rosa Blanca, mientras dentro de la vieja casa, los candiles relucían como el escenario de un salón de baile sacado de la fantasía de una niña precoz. Personajes enmascarados pertenecientes a todos los cuentos bailaban con garbo y transpiraban al pesado ritmo del último éxito musical, Caperucita Roja, el Flautista de Hamelin, Blanca Nieves y una selección de enanos, Hansel y Gretel, Jack y Jill, Ricitos de Oro e innumerables osos, traveseaban en la pista de baile, rugiéndose unos a otros, divirtiéndose en grande, La única excepción parecía ser la dama que debía, por derecho, disfrutar más el baile. Daniela, disfrazada de Cenicienta de elevada estatura vestida de brocado, con una castaña y larga melena, con una máscara de satén dorada, se
Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del siglo dieciocho. Pero del cuello hacia arriba, usaba la máscara de una bestia felina apócrifa, con aberturas a través de las cuales brillaban sus ojos y delicados colmillos se adivinaban arriba de la abertura que le permitía mostrar sus propios dientes blancos entre el oscuro y sedoso cabello que cubría su rostro y cabeza. —Dije que vengo de un cuento diferente, alteza —le indicó, con una reverencia—. Máscara o no, tú solamente puedes ser la Bella, mientras que yo… permíteme presentarme… soy la Bestia —se irguió, riendo con voz apagada y hueca dentro de la máscara. Daniela se puso de pie, sacudiendo la falda, mientras que los latidos de su corazón se normalizaban gradualmente. —No hay duda que lo disfrutas, señor Bestia. ¿Te gusta atemorizar a doncellas indefensa
Daniela hizo una reverencia y realizó lo que él le pedía, se retiró la máscara sonriendo.— ¿Así está mejor? Él la miró en silencio por un momento, hizo un gesto de duda y después sonrió con una extraña y lenta sonrisa.—Estaba equivocado. Hubiera sido un juego más parejo si te hubieras quedado con la máscara puesta. Eres muy bella, alteza.—La luz de la luna es amable.—Entonces que Dios me ayude cuando nos veamos a la luz del día… de un modo u otro —su rostro pareció de pronto demacrado, luego tomó la mano de ella y la llevó hasta sus labios, con la penetrante mirada, encontrando la de Daniela—. ¿Quieres regresar ahora? Daniela no quería. No deseaba más que permanecer donde estaba.— ¿Tú sí? —preguntó.—Si un hombre encuentra que se perdió en un cuento de hadas que incluye a una bella princesa a la luz de la luna, ¿Es posible que desee que este termine?—En ese caso, sugiero que nos sentemos aquí un momento—Ella volvió a ocupar la banca de hierro, indicando el lugar a su lado—. O
—Se vio tan mal enfrente de los demás, Daniela. ¡Seguramente te diste cuenta!— ¿Es eso todo lo que te importa? —lo miró con dureza. Raúl tuvo la gracia de mostrarse incómodo.—No, no, por supuesto que no. Pero no pareces darte cuenta de que algo pudo haberte pasado afuera en la oscuridad. Ella le sonrió tan radiante, que él la miró con suspicacia.—Pero nada malo podía pasarme, Raúl. Somos personajes de cuentos de hadas, recuerda. Los cuentos de hadas siempre tienen finales felices. Raúl no parecía satisfecho. —Únicamente espero que no hayas echado a perder el vestido—. Daniela se dio una vuelta frente a él con lentitud, sosteniendo su falda de brocado.—No lo creo. Todo completo y correcto… o puro e inmaculado, lo que prefieras —se deslizó hacia la puerta, se volvió y le sonrió con malicia. —A propósito, estoy feliz que hayas rechazado mi idea de una Cenicienta llena de hollín. — ¿De veras? ¿Por qué? — Raúl fruncía el ceño con suspicacia. —Si hubiera estado en harapos y con l
A la hora del almuerzo se fue a la casa de sus padres. Al llegar vio cómo su hijo corría hacia ella abrazándola.—¡Mamá! ¡Bendición!—¡Dios te bendiga! ¡Mi cielo! —lo abrazó y le dio un beso.Se acercó y abrazó a la señora Elena Castillo.—¡Bendición! ¿Cómo estás?—¡Dios te bendiga, hija! ¡Estoy bien!—¿Cómo se portó Lucas?—Muy bien, no te preocupes. —dijo la señora Elena.—Lucas, ¿Cómo te fue hoy en el colegio?—¡Muy bien!, abuela, ¿Verdad que me saqué un veinte en matemáticas?—¡Así es!, mi nieto es muy inteligente.—¡Claro, se parece a su madre! —agregó Daniela divertida mientras buscaba un vaso de agua fría en la nevera.—¿Hija, te vas a quedar esta semana con nosotros?—No mamá, me salió un contrato grande y sabes que me es más fácil trasladarme desde el apartamento. Pero Lucas y yo vendremos para el fin de semana.—Está bien, pero sabes que cuando necesites que cuide de Lucas, lo haré encantada.—Gracias mamá.El teléfono sonó y la señora Elena corrió a contestarlo.—¿Aló? ¡Ga
— ¿Oh, eso es todo? —exclamó con alivio, levantando el rostro—. Entonces, bésame por favor, Juan Carlos, porque es todo en lo que he podido pensar desde anoche. Con un sonido entre suspiro y gemido, Juan hizo lo que le pedía, envolviéndola en sus brazos, mientras su boca hambrienta buscaba la de ella. Y esa vez, sin los fantásticos trajes y la luz de la luna, la magia era aún más fuerte que antes. La llevó hacia el sofá y se sentó, con ella sobre sus rodillas, sin dejar de besarla. Daniela se dio a su abrazo sin reservas, exaltada por el fuego que le corría por las venas. Cuando ninguno podía respirar, Juan despegó su boca de la de ella, pero solo para besar su nariz, sus ojos, hasta que volvió de nuevo a sus labios abiertos, introduciéndose para conocer los contornos de su boca, en tanto los brazos de Daniela se enredaban en el cuello de Juan para atraerlo. El tiempo transcurrió sin que lo notaran, hasta que al fin él levantó su cabeza y la miró con un brillo en su ojo sano.— ¿Tien