Las hermanas Castillo disfrutaban de una merienda con una jarra de jugo de naranja y sándwiches de jamón y queso, en unos de los balcones del apartamento.
— ¡Huummm que rico! —exclamó Marianela.
— Pero no comas demasiado — le aconsejó Daniela — Los Ferrero nos han invitado a su hotel para la cena-baile de esta noche y quieren que seamos sus invitadas.
— Es muy amable de su parte, pero me siento un poco cansada — comenzó Marianela con dudas.
— ¡Por favor, ven, Mary! — rogó Gabriela — Acaban de dar las seis. Puedes echarte un par de horas y luego darte un baño, y te sentirás mucho mejor. Mateo y Gael vendrán a recogernos a las nueve, así que hay tiempo de sobra.
Marianela ya se sentía mucho mejor después de la merienda. Sonrió a las dos caras suplicantes.
— De acuerdo. Descansaré una hora más o menos en mi cama leyendo y para entonces ustedes dos pueden bañarse y darme tiempo para relajarme.
Cuando los chicos de Ferrero vinieron a recogerlos esa misma noche, las tres chicas se sentían notablemente animadas.
— Ya era hora de que te pusieras ese vestido, Mary, fabuloso con tu bronceado — dijo Daniela
¿Qué tal lucimos? — preguntó Gabriela ansiosa — Compramos nuestros vestidos en unas ofertas, ¿crees que son adecuados?
Las gemelas estaban deslumbrantes con sus vestidos blancos con faldas de volantes.
— ¡Se ven preciosas!
—¿No piensas que estas sandalias rojas me quedan demasiado bien? — preguntó Daniela, frunciendo el ceño — Me las puse porque si voy de blanco como Gabi, nadie sabrá quién es quién.
— Ninguna de ustedes me engaña nunca — Marianela sonrió con indulgencia — Y sí, opino que el rojo queda bien, aparte de evitar la confusión.
Confusión no era la palabra para Mateo y Gael cuando llamaron al timbre a las nueve. Miraron atónitos el cuadro presentado por las tres mujeres, Marianela en su rojo flanqueada por Daniela y Gabriela en blanco a cada lado.
Aleccionando a las tres chicas para que se mantuvieran cerca durante el corto paseo hasta su hotel, haciendo extravagantes profecías sobre la lucha contra la competencia de todas las nacionalidades, los chicos mantuvieron un aluvión de tonterías hasta que se unieron a la familia Ferrero en su mesa de la cena al borde de la pequeña pista de baile, donde un pequeño grupo tocaba música de discoteca con el acompañamiento del parloteo multilingüe de la multitud de comensales elegantemente vestidos y con ánimo festivo.
Daniela y Gabriela brillaban de emoción mientras el Sr. y la Sra. Ferrero se burlaban de ellas con buen humor por la atención que estaban atrayendo.
— Me imagino que deben estar acostumbradas a llamar tanto la atención — dijo la señora Ferrero.
— ¡A mí me encanta llamar la atención! — exclamó Gabriela.
— A mí no tanto — dijo Daniela.
— ¡Una gemela tímida y una extrovertida! — exclamó Gael.
— No me considero tímida, solo más tranquila — dijo Daniela.
— Sin embargo, a pesar de tener personalidades diferentes, no logro identificarlas — dijo Mateo.
— Porque las diferencias están en nuestros gustos e intereses, mi hermana es tranquila y seria, pero muy segura de sí misma, no es para nada tímida, por eso no notas la discrepancia — dijo Gabriela.
— Entonces la tranquila es Gabriela y la extrovertida Daniela — dijo Gael.
— ¡No, al revés! — exclamaron las gemelas al mismo tiempo.
— ¡Ay dios! ¡Hasta para hablar! ¿Se pueden leer la mente? — preguntó Mateo?
Todos rieron y Marianela divertida dijo.
— No se leen la mente, pero siempre hacen eso, hablar al mismo tiempo. Incluso si alguna siente dolor, la otra lo siente.
— Mateo y Gael creen que ahora pueden distinguirnos — dijo Gabriela y sus ojos brillaron con diversión — aunque mi cicatriz esté cubierta.
— La gente se confunde con ellas — advirtió con buen humor— Pero a mí nunca me engañan.
— Llevaremos pantalones a la playa por la mañana — dijo Gabriela con picardía a Mateo — Entonces podrás poner a prueba tu teoría y comprarnos helados si pierdes.
— Bien, ¡Estoy de acuerdo! — Mateo la miró especulativamente —¿Y qué pasa si ganamos?
— Les compraremos helados, por supuesto — dijo Daniela con firmeza, antes de que ninguno de los jóvenes aspirantes pudiera hacer otra sugerencia. Hubo una carcajada generalizada ante las expresiones de decepción en los rostros de los chicos.
Daniela se inclinó hacia Marianela y le dijo en voz baja.
— Mary… ¡Me estoy haciendo pisss! Voy al baño… ya regreso.
Daniela recogió su pequeño bolso rojo que combinaban con sus sandalias, excusándose para buscar el tocador. Después de usar el baño se lavó las manos y examinó su rostro sonrojado de forma crítica en el espejo iluminado del lujoso baño de damas, pero un poco más de brillo de labios era obviamente la única corrección necesaria.
“¿Qué estará haciendo en este momento Víctor Manuel? ¡Es increíble que por fin nos vamos a casar! — pensó suspirando de felicidad, ante su radiante reflejo. Se pasó un peine innecesariamente por el pelo, se ajustó el vestido y volvió a atravesar el vestíbulo del hotel, lo lejos vio a su grupo compartiendo alegres, se detuvo y decidió salir afuera a tomar el aire, un rato a solas. La noche estaba fresca, a lo lejos se escuchaban las olas del mar que no estaba tan lejos de allí. Se recostó de un pequeño barandal de hierro, cuando de repente al girar la cabeza descubrió a una pareja que estaban entregados a un apasionado beso. Daniela volvió la cabeza incómoda, apenas tomó la decisión de regresar, escuchó a la mujer decir en portugués.
— Minho querido é melhor eu voltar antes que meu marido sinta minha falta, você já tem meu número, me ligue antes de retornar ao seu país. (Querido mío, mejor regreso antes de que mi esposo me eche de menos, ya tienes mi número, llamarme antes de que regreses a tu país.)
— Claro mulher linda! Você sabe onde fica minha suíte, estarei esperando ansiosamente por você. (¡Por supuesto hermosa mujer! Ya sabes dónde está mi suite, te voy a estar esperando ansioso.)
La mujer morena de piel oscura con figura de modelo, sensualmente ataviada en un vestido azul, pasó por su lado.
Daniela no era experta en portugués, pero era fanática de estar viendo novelas brasileras en su idioma original, aunque a veces no entendiera nada. Gabi la llamaba loca por eso, pero había aprendido algunas palabras en portugués. Estaba casi segura de que esa mujer había dicho que tenía marido, y el descarado con quien se besaba le dijo que la esperaba en su suite.
“¡Sinvergüenzas! ¿Quién será el pobre cristiano al que le están montando los cuernos? Pero ese no es mi problema, vine para tomar el aire fresco.”
Ella vio de reojo al descarado y notó que fumaba con una mano en el bolsillo del pantalón mirando al horizonte, estaba vestido de esmoquin negro, algo en su figura le pareció familiar. El hombre echó una gran bocanada de humo que el viento atrajo hacia Daniela, que repentinamente empezó a toser. El hombre arrojó su cigarro al suelo, lo pisó con su zapato y se acercó a Daniela preguntando en portugués.
— ¿Oh senhorita eu te incomodei com a fumaça? Desculpe-me como sou desajeitado. (¿Oh señorita la molesté con el humo? Disculpe que torpe soy.
Daniela reconoció la voz del desconocido, la reconocería donde fuera Juan Carlo Quintana.
“¿En serio? ¡Salgo por un momento a solas, y me encuentro con este tipo con ínfulas de estrella inalcanzable!"
Daniela tosiendo le dice.
— No hablo portugués.
Juan Carlos le da golpecitos por la espalda, para Daniela no pasa desapercibida la mirada de interés con que la observa de arriba abajo. Ella da un paso atrás mientras le dice.
— ¡Ya estoy bien…!
— Me disculpo de nuevo, no fue adrede, jamás importunaría a la más hermosa mujer que he visto en toda la noche.
“¡Idiota! ¡¡¿Y la mujer que acaba de besar?!!, ¡Es un mujeriego! ¡Como detesto a los mujeriegos! ¡Y muchos más si son ególatras y clasistas! Él está siendo muy amable y eso solo se debe a una cosa, que piensa que soy adinerada, ¡claro!, estoy en este lujoso hotel, vestida elegantemente. Todavía recuerdo la mirada de desprecio que me dirigió en la playa.”
Daniela no le respondió, lo miró de arriba abajo despectivamente y se dio la vuelta para retirarse, pero él la detuvo sujetándola de la muñeca y le dijo.
— Es de mala educación dejar a las personas con la palabra en la boca. ¿Y qué ocurre con esa mirada de “te odio a morir” que me lanzó? ¿Nos conocemos? Porque por tu acento eres venezolana igual que yo — hizo una pausa — ¿No eres unas de mis amantes, verdad? Con esa cara y ese cuerpo estoy seguro de que te recordaría.
Daniela trató de zafarse, él la sujetó aún más fuerte y ella furiosa respondió.
— ¡Está loco! ¡Ni en su sueño me fijaría en un hombre como usted!
— ¿Un hombre como yo? ¿Qué quiere decir con eso? — preguntó con el ceño fruncido.
— ¡No tengo por qué aclararle nada! — le dijo entre dientes tratando de soltar su mano — ¡Suélteme loco!
— ¿Loco yo?, ¿La loca no será usted? ¿Acaso no será una de esas fanáticas que tienen un tornillo suelto en el cerebro? Y creen que tienen un romance imaginario conmigo — le dijo con ironía.
— ¡JA! JA!, ¡Por dios! ¡No entiendo como no se ve obeso con ese enorme ego que se gasta! ¡Aunque le parezca difícil de creer “señor ególatra” usted no me interesa para nada! ¡Es más, si fuera el último hombre sobre la tierra, me ordenaría de monja!, ¿Le quedó claro?, ¡Estrella con ínfulas de galaxia!
Sonriendo burlón le dijo.
— Pero entonces me reconoce, ¿Y por qué el resentimiento?
— ¿No se acuerda de mi verdad? Soy la chica que se tropezó con usted el otro día que venía saliendo del restaurante en la playa, y que usted pensó que quería un autógrafo, ¡Sí, usted es el desgraciado que se atrevió como cerdo que es, a dibujarme una boca con una lengua afuera en mi seno derecho! ¿Ahora entiende por qué me cae mal!
Daniela observó atónita como se carcajeó en su cara.
— ¡Jajajajajajaja! ¿Yo hice eso? Definitivamente a veces soy genial.
— ¿Genial? ¡Genial tu abuela!... — exclamó furiosa.
— ¡Hey! Que mis dos santas abuelas está en cielo — le dijo haciéndose el serio.
— ¡Pues si no le gusta que le nombre a su familia! ¡Debería aprender a respetar a las mujeres! ¿Acaso sus santas abuela no le enseñaron eso? ¡Y suélteme que me está lastimando!
Juan Carlos la soltó de inmediato, Daniela se masajeó la muñeca dolorida y él le dijo con gesto de arrepentimiento.
— Le hice daño, lo siento…
Intentó acercarse y ella se alejó.
— ¡No se me acerque!, ¡Le agradecería “señor” que de ahora en adelante no me moleste más!
Se dio la vuelta para irse y de súbito él la sorprendió sujetándola de la cintura, la puso frente a él y recostándola de la pared, la besó, obligándola a abrir la boca con su lengua, ella forcejeó en vano tratando de apartar la cara, ya que la tenía sujeta de la nuca, pero era un hombre alto y musculoso. Se resistió negándose a abrir la boca, lo más que pudo, pero al tomar una bocanada de aire, Juan Carlos gimió y la besó tan profundamente que ella sintió como su traicionero cuerpo se encendía y correspondió al beso.
Daniela no supo cuánto tiempo pasó, se olvidó de todo, de donde estaba y con quién venía, solo era consciente del hombre que la acariciaba por la espalda y más abajo, de su aliento con olor a cigarro, mezclado con su perfume y olor masculino que habían invadido todos sus sentidos. Ella se aferró a su nuca acariciándole el cabello mientras con la otra mano que introdujo dentro de su chaqueta le acariciaba la espalda atrayéndolo hacia ella. Juan Carlos se apartó de su boca para succionar y mordisquear su cuello, ella se retorció de placer y le suplicó.
— ¡Por favor Juan Carlos, no me hagas esto!
Él gimió y la abrazó más fuerte, suspirando, le exclamó.
— ¡Nena preciosa, ya no puedo parar!
Luego Juan Carlos la soltó, se inclinó, la alzó en brazos, entre beso y beso, mirando el camino para no caer, la llevó hasta donde estaba aparcado su lujoso carro, un Aston Martin DB11 del año con vidrios ahumados, la colocó en el piso y recostados sobre el carro se besaron de nuevo, Juan Carlos abrió la puerta trasera del auto se apretujaron en el asiento, con Daniela bajo su cuerpo se besaron con desesperación. Los dos estaban perdidos más allá de su sentido común y no había poder humano los trajera de vuelta, sino solo la satisfacción de sus cuerpos. Cada uno, sin separarse ni un solo instante, ayudo al otro a despojarse de las prendas, que fueron cayendo una a una dentro del auto. Y al estar completamente desnudos, se acariciaron y tocaron sin timidez como si no fuera la primera vez que hacían el amor. Como si se pertenecieran, como marido y mujer, Daniela lo llamo muchas veces por su nombre, y él nada más le decía al oído.
— ¡Nena, dime que eres mía! ¡Solamente mía!
— ¡Sí Juan! ¡Soy únicamente tuya! ¡Siento que te pertenezco únicamente a ti y a nadie más!
Juan Carlos alzó la cabeza y se quedaron mirando profundamente a los ojos y le preguntó.
— ¿En realidad te sientes mía?
Daniela solamente pudo afirmar con la cabeza suspirando. Sin dejar de mirarla a los ojos, el bajo lentamente bajó la cabeza y la besó suavemente, sin separarse de sus labios y el corazón acelerado le exclamó con voz ronca.
— ¡Diantres! ¡Cómo te deseo mi nena preciosa!
Daniela, sonriendo, se abrazó a él y le imploró.
— ¡Por favor hazme tuya!
Juan Carlos gimió y se fundió con ella en uno solo, al principio lentamente, pero él perdió la voluntad, y se movieron al unísono en una especie de danza salvaje, ella le encajó las uñas en la espalda gritando de dolor y placer, él se detuvo repentinamente y le exclamó.
— ¿No me digas que tú?...
— ¡No te detengas por favor! — gimió ella.
Él se dejó llevar hasta que después de un rato de estar en sublime deleite, los dos entre suspiros y gemidos se elevaron hasta la cima del éxtasis.
Marianela miraba preocupada en dirección del baño, Daniela llevaba bastante rato en el tocador. “¿Será que ha tenido una emergencia femenina? O salió a tomar el aire, bueno no debería preocuparme, de las gemelas Daniela es la que siempre ha demostrado ser la más juiciosa, a la que tengo que mantener vigilada, es Gabriela, que siempre se mete en problemas y arrastra a la pobre Daniela cada vez que se “enamora”. Aunque tengo que admitir que se ha portado bastante bien hasta ahora." Marianela la observó bailando en la pista con Gael. — ¿No crees que Daniela se está tardando mucho en el tocador? — Mateo se inclinó hacia ella preguntando. —Sí, la voy a buscar — le dijo sonriendo. Se puso de pie y fue directo al baño y después de buscar por debajo de las puertas de cada uno de los baños individuales las sandalias rojas de Daniela, al no encontrarla decidió buscarla fuera del hotel, pero al salir del tocador, la encontró pa
Tres años después… Sergio Ramos se encontraba en su oficina en las instalaciones de ORQUIDEATV, cuando llamaron a la puerta. — ¡Adelante! —dijo Sergio en voz alta. La puerta se abrió, era su secretaria, la señora Eva. —Hola Eva, te dije que estoy ocupado, si son los productores de la novela “Mi primer amor”, diles que la reunión se pospuso para mañana en la tarde. Por favor tráeme un café… —Si enseguida se lo traigo, señor, pero no son los productores de la novela, a ellos ya les envíe un mensaje de que se pospuso la reunión. Es otra persona… Súbitamente, la puerta se abrió y entró una mujer hermosísima, con una figura glamorosa y seductora, que le dijo. — Buenas tardes, Señor Ramos. Disculpe la intromisión, mi nombre es Gabriela Castillo, necesito hablar con usted, es importante, es sobre su amigo Juan Carlos Quintana. —Señor, disculpe, yo le dije que esperara afuera un momento…—explicó Eva. Serg
—¡Entonces demuéstralo! Lucha por salir de este bache emocional, y si no puedes regresar a tu profesión de Corresponsal de guerra, ¡No importa hermano!, eso demuestra que eres humano, ¡Te explotó una bomba cerca de ti! ¡Por dios! Tú siempre has demostrado ser un periodista inteligente y Zagas, y llegaste a ser exitoso por lo que tienes por dentro, no por tu exterior. ¡Por favor hermano busca ayuda psicológica! —¿Sabes? Desde el accidente me he levantado cada día hurgando en mi vida, buscando algo que me motive para seguir viviendo, pero me he dado cuenta de que aparte de mi familia y mi carrera, desperdicié el tiempo en tonterías. Antes no me importaba la idea de formar una familia, pero desde que me ocurrió esto, he tenido que poner en una balanza mis defectos y al perder mi éxito y las mujeres hermosas que me rodeaban, llegué a la conclusión que me equivoqué al involucrarme con mujeres frívolas. Si hubiera tenido una relación estable con una mujer que me ama
siete años después… La luna de mediados del verano fulguraba, brillante y complaciente, como si hubiera sido contratada para la ocasión. Plateaba el césped y pintaba negras lagunas de sombra bajo los árboles en los jardines de la casa de festejo La Rosa Blanca, mientras dentro de la vieja casa, los candiles relucían como el escenario de un salón de baile sacado de la fantasía de una niña precoz. Personajes enmascarados pertenecientes a todos los cuentos bailaban con garbo y transpiraban al pesado ritmo del último éxito musical, Caperucita Roja, el Flautista de Hamelin, Blanca Nieves y una selección de enanos, Hansel y Gretel, Jack y Jill, Ricitos de Oro e innumerables osos, traveseaban en la pista de baile, rugiéndose unos a otros, divirtiéndose en grande, La única excepción parecía ser la dama que debía, por derecho, disfrutar más el baile. Daniela, disfrazada de Cenicienta de elevada estatura vestida de brocado, con una castaña y larga melena, con una máscara de satén dorada, se
Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del siglo dieciocho. Pero del cuello hacia arriba, usaba la máscara de una bestia felina apócrifa, con aberturas a través de las cuales brillaban sus ojos y delicados colmillos se adivinaban arriba de la abertura que le permitía mostrar sus propios dientes blancos entre el oscuro y sedoso cabello que cubría su rostro y cabeza. —Dije que vengo de un cuento diferente, alteza —le indicó, con una reverencia—. Máscara o no, tú solamente puedes ser la Bella, mientras que yo… permíteme presentarme… soy la Bestia —se irguió, riendo con voz apagada y hueca dentro de la máscara. Daniela se puso de pie, sacudiendo la falda, mientras que los latidos de su corazón se normalizaban gradualmente. —No hay duda que lo disfrutas, señor Bestia. ¿Te gusta atemorizar a doncellas indefensa
Daniela hizo una reverencia y realizó lo que él le pedía, se retiró la máscara sonriendo.— ¿Así está mejor? Él la miró en silencio por un momento, hizo un gesto de duda y después sonrió con una extraña y lenta sonrisa.—Estaba equivocado. Hubiera sido un juego más parejo si te hubieras quedado con la máscara puesta. Eres muy bella, alteza.—La luz de la luna es amable.—Entonces que Dios me ayude cuando nos veamos a la luz del día… de un modo u otro —su rostro pareció de pronto demacrado, luego tomó la mano de ella y la llevó hasta sus labios, con la penetrante mirada, encontrando la de Daniela—. ¿Quieres regresar ahora? Daniela no quería. No deseaba más que permanecer donde estaba.— ¿Tú sí? —preguntó.—Si un hombre encuentra que se perdió en un cuento de hadas que incluye a una bella princesa a la luz de la luna, ¿Es posible que desee que este termine?—En ese caso, sugiero que nos sentemos aquí un momento—Ella volvió a ocupar la banca de hierro, indicando el lugar a su lado—. O
—Se vio tan mal enfrente de los demás, Daniela. ¡Seguramente te diste cuenta!— ¿Es eso todo lo que te importa? —lo miró con dureza. Raúl tuvo la gracia de mostrarse incómodo.—No, no, por supuesto que no. Pero no pareces darte cuenta de que algo pudo haberte pasado afuera en la oscuridad. Ella le sonrió tan radiante, que él la miró con suspicacia.—Pero nada malo podía pasarme, Raúl. Somos personajes de cuentos de hadas, recuerda. Los cuentos de hadas siempre tienen finales felices. Raúl no parecía satisfecho. —Únicamente espero que no hayas echado a perder el vestido—. Daniela se dio una vuelta frente a él con lentitud, sosteniendo su falda de brocado.—No lo creo. Todo completo y correcto… o puro e inmaculado, lo que prefieras —se deslizó hacia la puerta, se volvió y le sonrió con malicia. —A propósito, estoy feliz que hayas rechazado mi idea de una Cenicienta llena de hollín. — ¿De veras? ¿Por qué? — Raúl fruncía el ceño con suspicacia. —Si hubiera estado en harapos y con l
A la hora del almuerzo se fue a la casa de sus padres. Al llegar vio cómo su hijo corría hacia ella abrazándola.—¡Mamá! ¡Bendición!—¡Dios te bendiga! ¡Mi cielo! —lo abrazó y le dio un beso.Se acercó y abrazó a la señora Elena Castillo.—¡Bendición! ¿Cómo estás?—¡Dios te bendiga, hija! ¡Estoy bien!—¿Cómo se portó Lucas?—Muy bien, no te preocupes. —dijo la señora Elena.—Lucas, ¿Cómo te fue hoy en el colegio?—¡Muy bien!, abuela, ¿Verdad que me saqué un veinte en matemáticas?—¡Así es!, mi nieto es muy inteligente.—¡Claro, se parece a su madre! —agregó Daniela divertida mientras buscaba un vaso de agua fría en la nevera.—¿Hija, te vas a quedar esta semana con nosotros?—No mamá, me salió un contrato grande y sabes que me es más fácil trasladarme desde el apartamento. Pero Lucas y yo vendremos para el fin de semana.—Está bien, pero sabes que cuando necesites que cuide de Lucas, lo haré encantada.—Gracias mamá.El teléfono sonó y la señora Elena corrió a contestarlo.—¿Aló? ¡Ga