— ¡Usted, con su ignorante y machista doble rasero y su repugnante hipocresía! ¡Póngame la mano encima y se hundiría! No puede tocarme y lo sabe. Si usted vuelve a acercárseme otra vez, iré a los periódicos. ¡No tiene ningún derecho a quedarse con mis hijos! Ya lo verá... o iremos a juicio, donde todo saldrá a la luz pública.—Eso lo dijo muy satisfecha de haber encontrado por fin el talón de Aquiles de ese hombre—Pero usted es demasiado orgulloso como para soportar que se muestren los trapos sucios de la familia ¿Verdad?... Un asqueroso orgullo familiar que está antes que el honor y la decencia. Santiago estaba pálido de rabia. Una rabia que trataba desesperadamente de contener. —¿Con qué ínfulas se atreve a amenazarme mujer insignificante?—le dijo caminando hacia ella con la misma energía que un tigre al acecho. Daniela retrocedió quitándose las pantuflas, colocando un pie atrás en posición de combate, dispuesta a darle un derechazo en la nariz y un rodillazo en los testículos,
Y, de pronto, Daniela se encontró completamente sola. Se miró por última vez en el espejo y alzó al ramo. Tenía el estómago revuelto, pero, por primera vez desde hacía semanas, por culpa de los nervios. Tomó aire y la ansiedad cesó. No tenía ningún motivo para estar preocupada. Jamás había estado tan segura de nada como de aquella boda con Juan Carlos. Miró por la ventana y vio que las familias se habían sentado. Había llegado el momento de salir. Bajó con mucho cuidado la escalera y al final la estaba esperando, el doctor Arturo Castillo vestido en su traje oscuro se veía apuesto y su expresión se reflejaba orgullo y sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuando se encontró con él le dijo. —Papá te ves muy apuesto. Y por favor deja las lágrimas para mi mamá. —No puedo evitarlo, hija. No solo te ves hermosa sino muy feliz. Eso es lo que deseas todo padre, la felicidad para sus hijos —Sí, papá. Siento que soy la mujer más feliz de la tierra. ¿Te sientes bien con ese bastón? —No te pr
—Un libro fantástico, Juan —comentó Sofía, quien en un traje de seda aguamarina con una exquisita camelia sobre la solapa se veía radiante—. Quiero decir, que incluso Sergio quedó cautivado por él… no podía lograr que lo dejara por las noches. Aunque yo siento que le faltó más pornografía. —No es suficiente con lo que le haces al pobre Sergio, Sofía. Estás decayendo —expresó Daniela, como siempre en el círculo del brazo de su esposo—. Juan Carlos nunca lee en la cama. —No —admitió Juan Carlos con solemnidad, sus ojos brillaban con malicia—. ¡Trabajo todo el día, que mis ojos se niegan a permanecer abiertos! —pero besó la mejilla de su esposa, en amorosa contradicción a sus palabras. Sofía le preguntó a Daniela. —¿Mañana vamos a visitar a mi hermana Angélica en el psiquiátrico? —Sí, Juan Carlos nos va a acompañar. —¿Estás segura de querer conocer a tu madre biológica? —Totalmente. Deseo con el alma que esté lúcida. Pero si no me reconoce, no me importa. Solo deseo darle el amor
A lo lejos, el reloj dio la media noche y el hombre soltó una risa apagada. —La hora de las brujas. Tiempo de quitarse las máscaras. Y de que yo regrese al baile —dijo Daniela con brusquedad, buscando una zapatilla. Antes que pudiera encontrarla, el hombre se acercó a ella, se arrodilló con la cabeza inclinada mientras rescataba el zapato y lo deslizaba en su pie. Ella sintió sus dedos rozando su empeine y se mordió el labio inferior sin aliento, al mirar los hombros forrados de satén y el negro sombrero de tres picos. El deseo de ver el rostro del desconocido de pronto la abrumó. —¿Te quitarás la máscara si lo hago yo también? —preguntó ella. —Si en verdad lo deseas —el hombre de elevada estatura se puso de pie y se quitó el sombrero. Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del s
Maracay, Ciudad jardín, El Castaño. — ¡POR FAVOR!, ¡Di que sí, Mari, por favor! Marianela Castillo miró la cara brillante de Daniela y el rostro esperanzado de Gabriela, sus hermanas gemelas y sacudió la cabeza. — Lo siento mucho. — Pero Mari, ¡Piensa en ello! Serán unas excelentes vacaciones, un apartamento con vista al mar, además, te urge tener un tiempo libre, sabes que las necesitas. ¡Por favor, di que vendrás! Mamá no nos dejará viajar solas — Le exclamó Gabriela. — No hay nada que hacer. Ni hablar, estoy convaleciente. Además, estamos en vísperas de la boda de Daniela y Víctor Manuel. Gabriela hizo un gesto de disgusto y le contestó bruscamente. —¡No estamos hablando de la boda!... digo ya todo estaba previsto para tener el tiempo justo realizar las vacaciones antes de que Dani se case. — Pero lamentablemente, mi amiga Verónica, la persona que iba a ser de su chaperona, se enfermó de
Distrito Capital, Caracas, Las Colinas de Tamanaco. En las cimas de las montañas, en los valles caraqueños, apreciando la ciudad desde una posición privilegiada, existían impresionantes Mansiones que se alzaban con gran poderío en uno de los espacios más agradables de la ciudad, con clima montañoso, Las Colinas de Tamanaco. En este maravilloso lugar, apartados de todos, se encontraba Juan Carlos Quintana, el millonario y famoso periodista de televisión y corresponsal de guerra, nadando en su inmensa piscina. Una espectacular mansión que se abría paso en medio de un hermoso y extenso jardín, que era el escenario principal de cada uno de los espacios emblemáticos de esta obra y el contraste de los colores con los reflejos que se generaban entre la piscina y las fachadas de vidrio creaban una atmósfera un tanto fantasiosa. Juan Carlos disfrutaba de los pocos momentos de relax que su agitada agenda le permitía. Se sentía agotado, había tenido que cubrir dos conflictos bélicos con diferen
Daniela, se recostó de la baranda del balcón, cerró los ojos y suspiró pensando. “¡Más nunca me haré pasar por Gabi! No después de lo que ocurrió en la boda de mi hermano Óscar el año pasado” Detrás de sus párpados cerrados, la escena de la boda de Óscar se repetía una y otra vez. “Los discursos habían terminado, se había cortado el pastel de bodas y los invitados se arremolinaban en el comedor y el salón de baile. La orquesta tocaba algo lento y romántico para las personas mayores y Daniela, con un vestido largo de seda color de rosa y capullos de rosa en el pelo, se acercó a Víctor Manuel. Sus ojos brillaban con una invitación que él aceptó tomándola en brazos para bailar al ritmo lento de la música. Daniela sintió escalofríos al recordar la pasión en los ojos de él cuando ella le susurró al oído que se escabulleran un rato para ir a su habitación del hotel. — ¿A mi habitación, Daniela? — ¡No soy Daniela! ¡Soy Gabi! Es increíble que a pesar de que nos conoces desde niñas, todav
Las hermanas Castillo disfrutaban de una merienda con una jarra de jugo de naranja y sándwiches de jamón y queso, en unos de los balcones del apartamento. — ¡Huummm que rico! —exclamó Marianela. — Pero no comas demasiado — le aconsejó Daniela — Los Ferrero nos han invitado a su hotel para la cena-baile de esta noche y quieren que seamos sus invitadas. — Es muy amable de su parte, pero me siento un poco cansada — comenzó Marianela con dudas. — ¡Por favor, ven, Mary! — rogó Gabriela — Acaban de dar las seis. Puedes echarte un par de horas y luego darte un baño, y te sentirás mucho mejor. Mateo y Gael vendrán a recogernos a las nueve, así que hay tiempo de sobra. Marianela ya se sentía mucho mejor después de la merienda. Sonrió a las dos caras suplicantes. — De acuerdo. Descansaré una hora más o menos en mi cama leyendo y para entonces ustedes dos pueden bañarse y darme tiempo para relajarme. Cuando los chicos de Ferrero vin