—No digas eso querido...—replicó la señora Elena. El doctor sujetó su mano y la besó. —Es la verdad, Elena... —el doctor continuó con su relato.—Dani, cómo te decía los pacientes de esta clínica eran personas pudientes... Un día trajeron a emergencias una chica rubia que había estado involucrada en un accidente de tránsito. Afortunadamente, solo sufrió heridas leves y cómo yo era el médico de turno me tocó atenderla. Mientras la atendí como hago con cualquier paciente, con amabilidad, ella confundió mi trató como un interés romántico de mi parte. Aunque en ese momento no me di cuenta. Después, al salir de alta, ella comenzó a buscarme y a esperarme a la salida... —el doctor miró con vergüenza a la señora Elena y a Daniela— Luego cometí el error de involucrarme con ella y quedó embarazada… Con el tiempo dio luz a un par de gemelas... —¡Oh, entonces!... —exclamó Daniela mirando fijamente a la señora Elena. —Yo no soy su madre biológica... —concluyó la señora Elena con tristeza. Ju
— ¿Y qué ocurrió con mi madre biológica?, ¿Ella estuvo de acuerdo en que te entregaran a sus bebés? — No sé qué ocurrió con ella. Después que ustedes nacieron, perdí contacto con su familia... Si, ella estuvo de acuerdo, debido a su enfermedad, no creyó prudente que ustedes estuvieran cerca de ella... — Pero papá, tú dijiste que ella no se veía enferma y al parecer tenía a su trastorno bajo control. ¿Qué peligro podía significar para nosotros? — Hija, esa fue la explicación que ella me dio, no sé que más decirte... —Sus padres...es decir, mis abuelos, ¿Nunca se interesaron por nosotras en algún momento mientras crecíamos? Para tu abuelo el orgullo era más importante. Después de todo era un empresario, influyente y poderoso. Gustavo Ramírez, dueño de la procesadora de alimentos más grande del país. Sofía, que había estado atenta a lo que el doctor Castillo decía y llorado junto con su amiga. Se quedó paralizada apretando fuertemente la mano de Sergio, quien la miró extrañado y le
Dándose cuenta de su sorpresa, él sonrió. Lo hizo de verdad, pero muy levemente. — Naturalmente. Mi esposa desea criar a sus nietos en nuestra propia mansión. Daniela tardó varios segundos en contener su incredulidad. ¡Los Quintana querían a Lucas y a Frida! No podía creer que ese hombre estuviera hablando en serio. Santiago la miró como un gato miraría a un ratón. — A Carolina le encantan los niños. Lucas y Frida serán muy queridos. — Yo realmente... No me creo estar oyendo esto— admitió ella trémulamente— ¿Primero entra a mi departamento por la fuerza como un delincuente y luego cree que tiene el derecho a quedarse con mis niños? ¡¿Está loco?! Mientras hablaba la ira se fue apoderando de ella. — Sea lo que sea lo que usted sienta por mí no me importa. Pero mi hijo es el padre de sus hijos y eso me da derecho... — ¡Usted no tiene derecho a nada! ¡Miserable! ¡Usted cree que puede venir a pisotearme! Sin inmutarse, Santiago respondió. — No estoy dispuesto a tener una discus
— ¡Usted, con su ignorante y machista doble rasero y su repugnante hipocresía! ¡Póngame la mano encima y se hundiría! No puede tocarme y lo sabe. Si usted vuelve a acercárseme otra vez, iré a los periódicos. ¡No tiene ningún derecho a quedarse con mis hijos! Ya lo verá... o iremos a juicio, donde todo saldrá a la luz pública.—Eso lo dijo muy satisfecha de haber encontrado por fin el talón de Aquiles de ese hombre—Pero usted es demasiado orgulloso como para soportar que se muestren los trapos sucios de la familia ¿Verdad?... Un asqueroso orgullo familiar que está antes que el honor y la decencia. Santiago estaba pálido de rabia. Una rabia que trataba desesperadamente de contener. —¿Con qué ínfulas se atreve a amenazarme mujer insignificante?—le dijo caminando hacia ella con la misma energía que un tigre al acecho. Daniela retrocedió quitándose las pantuflas, colocando un pie atrás en posición de combate, dispuesta a darle un derechazo en la nariz y un rodillazo en los testículos,
Y, de pronto, Daniela se encontró completamente sola. Se miró por última vez en el espejo y alzó al ramo. Tenía el estómago revuelto, pero, por primera vez desde hacía semanas, por culpa de los nervios. Tomó aire y la ansiedad cesó. No tenía ningún motivo para estar preocupada. Jamás había estado tan segura de nada como de aquella boda con Juan Carlos. Miró por la ventana y vio que las familias se habían sentado. Había llegado el momento de salir. Bajó con mucho cuidado la escalera y al final la estaba esperando, el doctor Arturo Castillo vestido en su traje oscuro se veía apuesto y su expresión se reflejaba orgullo y sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuando se encontró con él le dijo. —Papá te ves muy apuesto. Y por favor deja las lágrimas para mi mamá. —No puedo evitarlo, hija. No solo te ves hermosa sino muy feliz. Eso es lo que deseas todo padre, la felicidad para sus hijos —Sí, papá. Siento que soy la mujer más feliz de la tierra. ¿Te sientes bien con ese bastón? —No te pr
—Un libro fantástico, Juan —comentó Sofía, quien en un traje de seda aguamarina con una exquisita camelia sobre la solapa se veía radiante—. Quiero decir, que incluso Sergio quedó cautivado por él… no podía lograr que lo dejara por las noches. Aunque yo siento que le faltó más pornografía. —No es suficiente con lo que le haces al pobre Sergio, Sofía. Estás decayendo —expresó Daniela, como siempre en el círculo del brazo de su esposo—. Juan Carlos nunca lee en la cama. —No —admitió Juan Carlos con solemnidad, sus ojos brillaban con malicia—. ¡Trabajo todo el día, que mis ojos se niegan a permanecer abiertos! —pero besó la mejilla de su esposa, en amorosa contradicción a sus palabras. Sofía le preguntó a Daniela. —¿Mañana vamos a visitar a mi hermana Angélica en el psiquiátrico? —Sí, Juan Carlos nos va a acompañar. —¿Estás segura de querer conocer a tu madre biológica? —Totalmente. Deseo con el alma que esté lúcida. Pero si no me reconoce, no me importa. Solo deseo darle el amor
A lo lejos, el reloj dio la media noche y el hombre soltó una risa apagada. —La hora de las brujas. Tiempo de quitarse las máscaras. Y de que yo regrese al baile —dijo Daniela con brusquedad, buscando una zapatilla. Antes que pudiera encontrarla, el hombre se acercó a ella, se arrodilló con la cabeza inclinada mientras rescataba el zapato y lo deslizaba en su pie. Ella sintió sus dedos rozando su empeine y se mordió el labio inferior sin aliento, al mirar los hombros forrados de satén y el negro sombrero de tres picos. El deseo de ver el rostro del desconocido de pronto la abrumó. —¿Te quitarás la máscara si lo hago yo también? —preguntó ella. —Si en verdad lo deseas —el hombre de elevada estatura se puso de pie y se quitó el sombrero. Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del s
Maracay, Ciudad jardín, El Castaño. — ¡POR FAVOR!, ¡Di que sí, Mari, por favor! Marianela Castillo miró la cara brillante de Daniela y el rostro esperanzado de Gabriela, sus hermanas gemelas y sacudió la cabeza. — Lo siento mucho. — Pero Mari, ¡Piensa en ello! Serán unas excelentes vacaciones, un apartamento con vista al mar, además, te urge tener un tiempo libre, sabes que las necesitas. ¡Por favor, di que vendrás! Mamá no nos dejará viajar solas — Le exclamó Gabriela. — No hay nada que hacer. Ni hablar, estoy convaleciente. Además, estamos en vísperas de la boda de Daniela y Víctor Manuel. Gabriela hizo un gesto de disgusto y le contestó bruscamente. —¡No estamos hablando de la boda!... digo ya todo estaba previsto para tener el tiempo justo realizar las vacaciones antes de que Dani se case. — Pero lamentablemente, mi amiga Verónica, la persona que iba a ser de su chaperona, se enfermó de