siete años después…
La luna de mediados del verano fulguraba, brillante y complaciente, como si hubiera sido contratada para la ocasión. Plateaba el césped y pintaba negras lagunas de sombra bajo los árboles en los jardines de la casa de festejo La Rosa Blanca, mientras dentro de la vieja casa, los candiles relucían como el escenario de un salón de baile sacado de la fantasía de una niña precoz. Personajes enmascarados pertenecientes a todos los cuentos bailaban con garbo y transpiraban al pesado ritmo del último éxito musical, Caperucita Roja, el Flautista de Hamelin, Blanca Nieves y una selección de enanos, Hansel y Gretel, Jack y Jill, Ricitos de Oro e innumerables osos, traveseaban en la pista de baile, rugiéndose unos a otros, divirtiéndose en grande, La única excepción parecía ser la dama que debía, por derecho, disfrutar más el baile.
Daniela, disfrazada de Cenicienta de elevada estatura vestida de brocado, con una castaña y larga melena, con una máscara de satén dorada, se hallaba de pie al lado de una de las grandes ventanas abiertas, con el resentimiento retratado en cada línea de su rostro mientras rechazaba a tres hombres que la rondaban como perros peleando por un hueso. Mientras el Príncipe Encantado se volvía cada vez más posesivo y Simbad y Robín Hood, más voraces, un gesto de desesperación se dibujó en la sonrisa que la dama dirigía a sus tres admiradores.
—A propósito —murmuró Cenicienta, inspirada—, ¿Cómo quedó el índice de las acciones al cierre de hoy?
Ninguna varita mágica podía haber funcionado más rápido. En un instante los tres hombres se enfrascaron en una discusión acerca de los precios de las acciones y el mercado mundial y ninguno de ellos notó siquiera cuando Cenicienta se retiró hasta escapar por la puerta más cercana. Una vez en la terraza, se levantó las faldas y corrió por los escalones de piedra, cruzó el jardín, hasta que encontró la entrada que buscaba. Después de una mirada rápida sobre su hombro, se dio vuelta hacia un grupo de árboles que se encontraban cerca de un hermoso jardín y con un suspiro de alivio llegó al santuario de una banca de hierro forjado que estaba oculto, como recordaba. Se hundió en el asiento y se reclinó contra el duro respaldo de hierro, despojándose de las zapatillas bordadas con cuentas de vidrio.
Al mirar la brillante luna, comenzó a sentirse mejor. Cuando niña había ido allí a menudo a reuniones y fiestas en el jardín. Los jardines en particular fueron siempre sus rincones favoritos, pictóricos de lugares secretos para jugar. Suspiró. De algún modo fue un error volver esa noche, para encontrarlo lleno de desconocidos ebrios. Pero Raúl insistió mucho. El baile era de caridad y mucha gente interesante estaría allí. Además, como le indicara en varias ocasiones, el sitio de reunión era La Rosa Blanca, que se alquilaba con regularidad esos días para banquetes y bailes, estaba lo bastante cerca de la casa de los padres de Daniela, para quedarse una noche allí el fin de semana, lo cual era mucho más conveniente que conducir de regreso al centro de la ciudad después del baile.
Sonrió al recordar la discusión con Raúl sobre la elección de disfraces. El insistía en escoger para él el de Príncipe Encantado. Su deseo de vestirse como Cenicienta en harapos, con hollín en la cara, fue sofocado de inmediato. Raúl la quería como Cenicienta vestida para el baile, la princesa misteriosa y, con generosidad anormal, pagó una suma exorbitante para alquilar los trajes que insistió eran necesarios. Durante dos horas sonrió y conversó con todos como Raúl quería, representando su papel como era debido.
Camino hacia su escondite, se cruzó con mucha gente que paseaba a la luz de la luna cerca de la casa, pero felizmente nadie había llegado hasta allí. Daniela bostezó y se acomodó en el asiento, mirando con ojos somnolientos hacia el jardín. La música del salón de baile era apenas audible, agradable a esa distancia, pero no tenía intenciones de regresar todavía al calor y el ruido del salón.
Una rama crujió cerca y Daniela esperó, resignada. Era solamente cuestión de tiempo antes que apareciera Raúl, por supuesto, pero para su consternación, Daniela comprendió que no quería que él la encontrara. Lo cual era un pensamiento inquietante, ya que hasta esa noche lo consideraba un buen amigo, quién siempre estaba allí para apoyarla. Y a pesar de que él la había confesado su amor y su intención de ser un buen padre para su hijo, la idea de casarse con él algún día no le atraía, por eso nunca le dio esperanza, aclarándole que solo lo quería como amigo. Después de la muerte de Víctor Manuel, no había deseado volver a casarse, porque únicamente quería dedicarse a su papel de madre y a su profesión de diseño de interiores. Se sentía orgullosa de haber ejercido dos roles, el de padre y madre en la vida de Lucas, que mostraba ser un niño feliz. Por eso no estaba segura de querer tener un compañero para darle una figura paterna a su hijo Lucas Daniel, que solamente tenía dos años cuando murió Víctor Manuel y apenas lo recordaba, pero ahora era todo un hombrecito de nueve años, el consentido de toda la familia Castillo.
Escuchó un ruido ligero entre los arbustos y frunció el ceño.
— ¿Raúl? —lo llamó insegura, escudriñando en la oscuridad—. ¿Eres tú? — distinguió un pantalón de satén a la rodilla, una chaqueta de brocado y el destello de las hebillas de los zapatos al materializarse una figura alta entre las sombras. Un sombrero de tres picos ocultaba su rostro al acercarse.
—Lástima —exclamó una extraña voz apagada—. Confieso que no soy el afortunado Raúl. El de la chaqueta de terciopelo rojo y peluca, supongo. Tu Príncipe Encantado —el intruso se apartó y se apoyó contra un árbol, la mitad superior de su cuerpo oculta en las sombras.
Daniela permaneció donde estaba, preguntándose si debía correr, aunque no estaba asustada. Observó la figura en las sombras con curiosidad, decidiendo que no era una amenaza para ella, a pesar de su aura de misterio.
—El mismo. ¿Eres por casualidad también un príncipe encantado?
—No, alteza. La mía es una historia diferente —había un rastro de risa en su voz apagada—. Desafortunadamente, mi compañera no pudo venir a última hora. Así que aquí estoy… solo.
Los ojos de Daniela brillaron hacia él a través de las ranuras de su antifaz.
— ¿Por eso estás aquí en el jardín y no en el baile?
—No. Encuentro difícil bailar en este momento. En especial, bailar entre los jóvenes de estos días.
—Entonces, ¿Eres tan viejo?
— ¡Siglos, alteza!
—Solamente dos siglos, a juzgar por su traje, señor.
— ¿Eres experta en trajes?
—Interesada, más que experta —Daniela miró al desconocido, intrigada, deseando que se acercara—. ¿Conoces La Rosa Blanca?
—Sí. Mis padres viven aquí en este sector —rio un poco—. Pero esa no es la razón por la que estoy en el jardín. La seguí, alteza. Te estuve observando desde un lugar estratégico atrás de un pilar al otro lado del salón. Te vi escabullirte de esos depredadores.
—Dos depredadores y un protector, para ser exacta.
—Desde donde yo estaba la diferencia no era notoria. Tenías el aire de una graciosa venadita manteniendo a raya a tres ciervos en celo. Después te vi decirles algo y, abracadabra, tus seguidores se enfrascaron en una discusión. ¿Cómo lo hiciste?
— ¡Magia! —la boca de Daniela se curvó en una malévola sonrisa.
—Si quieres decir, Cenicienta, que eres una criatura encantadora, estoy de acuerdo.
— Fue demasiado fácil. Pronuncié las palabras mágicas, “precio de las acciones”, y el hechizo estaba lanzado.
A lo lejos, el reloj dio la media noche y el hombre soltó una risa apagada.
—La hora de las brujas. Tiempo de quitarse las máscaras. Y de que yo regrese al baile —dijo Daniela con brusquedad, buscando una zapatilla.
Antes que pudiera encontrarla, el hombre se acercó a ella, se arrodilló con la cabeza inclinada mientras rescataba el zapato y lo deslizaba en su pie. Ella sintió sus dedos rozando su empeine y se mordió el labio inferior sin aliento, al mirar los hombros forrados de satén y el negro sombrero de tres picos. El deseo de ver el rostro del desconocido de pronto la abrumó.
— ¿Te quitarás la máscara si lo hago yo también? —preguntó ella.
—Si en verdad lo deseas —el hombre de elevada estatura se puso de pie y se quitó el sombrero.
Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del siglo dieciocho. Pero del cuello hacia arriba, usaba la máscara de una bestia felina apócrifa, con aberturas a través de las cuales brillaban sus ojos y delicados colmillos se adivinaban arriba de la abertura que le permitía mostrar sus propios dientes blancos entre el oscuro y sedoso cabello que cubría su rostro y cabeza. —Dije que vengo de un cuento diferente, alteza —le indicó, con una reverencia—. Máscara o no, tú solamente puedes ser la Bella, mientras que yo… permíteme presentarme… soy la Bestia —se irguió, riendo con voz apagada y hueca dentro de la máscara. Daniela se puso de pie, sacudiendo la falda, mientras que los latidos de su corazón se normalizaban gradualmente. —No hay duda que lo disfrutas, señor Bestia. ¿Te gusta atemorizar a doncellas indefensa
Daniela hizo una reverencia y realizó lo que él le pedía, se retiró la máscara sonriendo.— ¿Así está mejor? Él la miró en silencio por un momento, hizo un gesto de duda y después sonrió con una extraña y lenta sonrisa.—Estaba equivocado. Hubiera sido un juego más parejo si te hubieras quedado con la máscara puesta. Eres muy bella, alteza.—La luz de la luna es amable.—Entonces que Dios me ayude cuando nos veamos a la luz del día… de un modo u otro —su rostro pareció de pronto demacrado, luego tomó la mano de ella y la llevó hasta sus labios, con la penetrante mirada, encontrando la de Daniela—. ¿Quieres regresar ahora? Daniela no quería. No deseaba más que permanecer donde estaba.— ¿Tú sí? —preguntó.—Si un hombre encuentra que se perdió en un cuento de hadas que incluye a una bella princesa a la luz de la luna, ¿Es posible que desee que este termine?—En ese caso, sugiero que nos sentemos aquí un momento—Ella volvió a ocupar la banca de hierro, indicando el lugar a su lado—. O
—Se vio tan mal enfrente de los demás, Daniela. ¡Seguramente te diste cuenta!— ¿Es eso todo lo que te importa? —lo miró con dureza. Raúl tuvo la gracia de mostrarse incómodo.—No, no, por supuesto que no. Pero no pareces darte cuenta de que algo pudo haberte pasado afuera en la oscuridad. Ella le sonrió tan radiante, que él la miró con suspicacia.—Pero nada malo podía pasarme, Raúl. Somos personajes de cuentos de hadas, recuerda. Los cuentos de hadas siempre tienen finales felices. Raúl no parecía satisfecho. —Únicamente espero que no hayas echado a perder el vestido—. Daniela se dio una vuelta frente a él con lentitud, sosteniendo su falda de brocado.—No lo creo. Todo completo y correcto… o puro e inmaculado, lo que prefieras —se deslizó hacia la puerta, se volvió y le sonrió con malicia. —A propósito, estoy feliz que hayas rechazado mi idea de una Cenicienta llena de hollín. — ¿De veras? ¿Por qué? — Raúl fruncía el ceño con suspicacia. —Si hubiera estado en harapos y con l
A la hora del almuerzo se fue a la casa de sus padres. Al llegar vio cómo su hijo corría hacia ella abrazándola.—¡Mamá! ¡Bendición!—¡Dios te bendiga! ¡Mi cielo! —lo abrazó y le dio un beso.Se acercó y abrazó a la señora Elena Castillo.—¡Bendición! ¿Cómo estás?—¡Dios te bendiga, hija! ¡Estoy bien!—¿Cómo se portó Lucas?—Muy bien, no te preocupes. —dijo la señora Elena.—Lucas, ¿Cómo te fue hoy en el colegio?—¡Muy bien!, abuela, ¿Verdad que me saqué un veinte en matemáticas?—¡Así es!, mi nieto es muy inteligente.—¡Claro, se parece a su madre! —agregó Daniela divertida mientras buscaba un vaso de agua fría en la nevera.—¿Hija, te vas a quedar esta semana con nosotros?—No mamá, me salió un contrato grande y sabes que me es más fácil trasladarme desde el apartamento. Pero Lucas y yo vendremos para el fin de semana.—Está bien, pero sabes que cuando necesites que cuide de Lucas, lo haré encantada.—Gracias mamá.El teléfono sonó y la señora Elena corrió a contestarlo.—¿Aló? ¡Ga
— ¿Oh, eso es todo? —exclamó con alivio, levantando el rostro—. Entonces, bésame por favor, Juan Carlos, porque es todo en lo que he podido pensar desde anoche. Con un sonido entre suspiro y gemido, Juan hizo lo que le pedía, envolviéndola en sus brazos, mientras su boca hambrienta buscaba la de ella. Y esa vez, sin los fantásticos trajes y la luz de la luna, la magia era aún más fuerte que antes. La llevó hacia el sofá y se sentó, con ella sobre sus rodillas, sin dejar de besarla. Daniela se dio a su abrazo sin reservas, exaltada por el fuego que le corría por las venas. Cuando ninguno podía respirar, Juan despegó su boca de la de ella, pero solo para besar su nariz, sus ojos, hasta que volvió de nuevo a sus labios abiertos, introduciéndose para conocer los contornos de su boca, en tanto los brazos de Daniela se enredaban en el cuello de Juan para atraerlo. El tiempo transcurrió sin que lo notaran, hasta que al fin él levantó su cabeza y la miró con un brillo en su ojo sano.— ¿Tien
— ¿Me creerías si te digo, Juan, que he dormido sola en esa cama más años de los que quiero recordar? ¿Qué después que enviude nunca le pedí a un hombre que me hiciera el amor, como te lo estoy pidiendo ahora a ti?Juan se sentó en la cama, como si sus piernas hubieran cedido bajo su peso. —Consideraba que tenía que esperar —respondió inquieto—, tratar de no apresurar las cosas…— ¿Por qué? —se puso de pie ante él, desatando las cintas que aseguraban el vestido por la cintura—. Tengo veintiocho años, Juan —se deslizó el vestido y lo aventó sobre una silla—. El tiempo se desperdicia.Con reverencia la atrajo hacia él y se extendieron sobre la cama mientras la apretaba con un grande y profundo suspiro, como si volviera a casa.— Quiero más, mi amada, te quiero toda. Y es mejor que aclare algo antes que pierda la poca razón que me queda. Si te tomo ahora, Daniela Castillo, esperaré conservarte. Toda para mí.—Creo que eso puede arreglarse —se acercó aún más. Juan se apartó un poco, se
Gabriela buscó en su bolso de mano un cigarrillo, un yesquero y le preguntó.—¿Le molesta si fumo? —Raúl negó con la cabeza y ella encendió su cigarrillo —Le cuento todo esto porque a pesar de esa apariencia fría que intenta aparentar, usted está interesado en mi hermana. Eso es muy obvio por las constantes llamadas y por las dos horas que estuvo esperándome.Raúl se ruborizó.— Si es verdad, no lo voy a negar, pero si ella no quiere estar conmigo por su marido… —¿Por su marido muerto? ¡Jajajajaja!—lo interrumpió Gabriela —¿Vas a seguir creyendo esa versión? ¿No quiere saber la verdadera razón por la que se alejó de usted?—Aunque diga que no, presiento que me lo dirá.—Así es, señor Arteaga. La verdad es que la noche de la fiesta de disfraces, mientras usted estaba atendiendo a sus invitados, mi hermana se estaba besando con un hombre en el jardín.Raúl se puso de repente pálido de rabia.—¡Eso no puede ser!—¡Usted sabe que estoy diciendo la verdad! ¿O acaso no notó algo extraño es
****—¿Aló?— Hola Juan, soy Sofía.—¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Por qué me llamas? Le pasó algo a Daniela.—No, querido, ella está bien. Solamente quería decirte que todo este tiempo que he compartido con Daniela, la he aprendido a admirar, es una buena mujer, excelente madre e hija. Y yo sé que esto al principio fue un trato de negocio, pero por favor no le hagas daño, si esta relación que comenzaste con ella no va en serio, aléjate. Porque ella si va en serio y está muy ilusionada.Juan sonrío y le dijo.—Todas mis conversaciones contigo, mostrando preocupación por su bienestar, no te hacen confiar en mí.—Si, querido, pero también recuerdo que eras mujeriego.—Aunque no lo creas, ya no soy el mismo. Y créeme querida, aunque sea multimillonario, muchas mujeres no quieren compartir conmigo porque les repugna mi aspecto.—No digas eso, Juan, todavía no entiendo por qué no te has operado.— Sí, lo hice, han sido varias cirugías reconstructivas. Los doctores me dijeron que solo me falta una,