Luego de comprar el oso, Jacomo se quedó atrás con Chiara, cargando el gigantesco peluche, pensando cómo lo llevarían en el auto.—Realmente John tenía que acceder a llevar este peluche, no podían elegir algo más pequeño. —dijo Jacomo, abrazando al oso para poder trasladarlo al auto.—Claro, es para nuestro sobrino. Aunque siempre anden con cara de malo, en el fondo ustedes son puro corazón. Ya ves, hasta insistió en darnos su tarjeta para comprarlo.Jacomo gruño. —Sí, lástima que no accedió a quedarse para llevar este monstruo al auto. Ahora Jacomo tiene que cargar al gigante.Chiara sonrió y dijo:—Ya deja de ser un gruñón. Pronto el bebé pondrá la casa de cabeza y hasta tú estarás cambiando pañales.Jacomo puso los ojos en blanco ante el comentario de Chiara y continuó caminando.Afuera, el aire fresco y ligeramente húmedo del atardecer abrazaba a las chicas mientras salían del centro comercial. Una brisa suave acariciaba sus rostros, trayendo consigo el olor a tierra mojada y a cés
El aire dentro del auto era denso, cargado de una humedad que oprimía el pecho de Alessa. A cada respiración, sentía cómo el miedo le llenaba los pulmones como un veneno, envenenando cada fibra de su ser. La atmósfera estaba cargada de una tensión sofocante, donde cada segundo parecía estirarse en una agonía interminable. La oscuridad de la noche envolvía al vehículo como una manta opresiva, y el sonido del motor era apenas un murmullo constante, un telón de fondo siniestro que amplificaba su terror.A su alrededor, el aire estaba impregnado del olor a cuero viejo y a tabaco, un olor que se le antojaba nauseabundo y que se pegaba a su piel como una segunda capa. Cada vez que intentaba respirar profundo para calmarse, sentía cómo su corazón martilleaba con más fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. La temperatura dentro del auto era sofocante, un calor que hacía que el sudor le perlase la frente y le resbalase por la nuca, mezclándose con las lágrimas que se negaba a dejar caer.
El bullicio del centro comercial había desaparecido, reemplazado por un silencio pesado y opresivo. El aire estaba cargado de una tensión casi palpable, una mezcla de miedo, dolor y furia que vibraba en cada rincón. La temperatura, aunque cálida, parecía helar los huesos de quienes estaban allí, como si el horror de lo que acababa de suceder impregnara el ambiente con una frialdad que no tenía nada que ver con el clima.Isabella estaba de rodillas en el suelo, con las manos temblorosas sobre el cuerpo inerte de John. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban una mezcla de incredulidad y dolor absoluto. La sangre de su amigo manchaba sus manos, y el mundo parecía haberse detenido en ese momento trágico. Su respiración era errática, y cada inhalación parecía un esfuerzo monumental, como si el aire estuviera enrarecido, lleno de una tristeza densa que le oprimía el pecho.Chiara se encontraba a su lado, susurrando palabras de consuelo que se perdían en el vacío mientras intentaba, en
El sonido constante del agua goteando en la distancia era como una tortura, un eco interminable que amplificaba la soledad y el temor en la vasta oscuridad que la rodeaba. Alessa se encontraba suspendida en un limbo de dolor y desesperación, sus muñecas adoloridas por las cadenas que la mantenían colgada del techo, mientras su cuerpo apenas soportaba el peso de su propio agotamiento. El frío calaba en sus huesos, pero era el dolor interno, esa desesperación latente, lo que realmente la desgarraba. Trató de controlar su respiración, de concentrarse en algo que la alejara del terror presente, pero sus pensamientos eran una tormenta imparable que la arrastraba de nuevo al pasado.Los recuerdos comenzaron a surgir como flashes, fragmentos desordenados que la golpeaban con una intensidad brutal, llevándola a una época en la que su dolor tenía un rostro familiar.La Imagen Borrosa de su Madre apareció en su mente, aquella imagen de cuando Alessa no era más que una niña pequeña, buscando des
El frío penetrante de la noche envolvía el exterior de la mansión Moretti-Rossi, contrastando con el calor de la confrontación que había tenido lugar en el centro comercial. Las luces de la casa brillaban como faros en la oscuridad, proyectando sombras largas y angustiosas. La tensión en el aire era casi tangible, como una carga eléctrica que preparaba el terreno para una tormenta inminente.Isabella, aún en shock, avanzaba por el pasillo de la mansión, sus pasos pesados y vacilantes. Su vestido estaba manchado de sangre y sus manos temblaban, aún cubiertas de las mismas manchas. Cada gota de sangre parecía contar la historia de la pérdida de John, y la crudeza de la situación se reflejaba en el silencio sepulcral de la casa.Chiara, Jacomo y Francesco habían acompañado a Isabella hasta la mansión. Sus miradas eran una mezcla de preocupación y dolor. Mientras Francesco la ayudaba a pasar por la entrada, Chiara se preocupaba por no dejarla sola ni un segundo. Jacomo, con una expresión
El amanecer trajo consigo una luz tenue que apenas lograba penetrar el oscuro y lúgubre lugar donde Alessa se encontraba prisionera. Sus ojos, hinchados por la falta de sueño y el agotamiento, se entrecerraron al notar el rayo de sol que se colaba a través de un pequeño agujero en el techo que no pudo divisar la noche anterior, un recordatorio cruel de que el mundo exterior seguía existiendo mientras ella permanecía atrapada en ese infierno.El lugar era frío, con paredes de concreto desnudo que rezumaban humedad. El aire estaba impregnado de un olor metálico, mezcla de óxido y sangre seca. En una esquina, un pequeño charco de agua estancada reflejaba la luz que se filtraba, creando una atmósfera tétrica y desesperanzadora.Alessa, todavía aturdida por la noche anterior, permanecía en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y las rodillas recogidas contra el pecho. La fatiga la embargaba, pero sabía que no podía permitirse el lujo de bajar la guardia. Recordó las palabras de
En la mansión Rossi, la tensión explotó. Isabella, que había mantenido una fachada de control durante la llamada, se llevó una mano al rostro, ahogando un grito mientras sus piernas amenazaban con fallarle. Su mente estaba atrapada en la imagen que había visto en la pantalla durante la llamada: Alessa, su hermana, su alma gemela, en manos de esos monstruos. Sentía un nudo en la garganta, uno que amenazaba con desatar un torrente de lágrimas, pero se negaba a ceder. No ahora. No mientras Alessa aún estuviera en peligro.Leonardo, con los puños apretados hasta que sus nudillos se pusieron blancos, lanzó un rugido de furia que resonó por toda la mansión.— ¡Maldito enfermo! ¡Lo mataré! ¡Juro por Dios que lo mataré! Su voz se quebró al final, un reflejo de la desesperación y la impotencia que lo carcomía por dentro. Nunca antes se había sentido tan vulnerable, tan incapaz de proteger a alguien que amaba, sentía que le oprimían el pecho a tal punto de no poder respirar. El Siciliano había
El aire en la habitación era denso, cargado con el olor rancio de humedad y desesperanza. Cada respiración parecía un esfuerzo monumental, como si el aire mismo se negara a entrar en sus pulmones. El silencio era apenas roto por el eco lejano de gotas de agua cayendo, como un reloj de arena que marcaba su resistencia. La oscuridad la envolvía, haciéndola sentir como si el mundo se hubiera reducido a esas cuatro paredes, donde el tiempo se detenía y la realidad se desdibujaba.Sentada contra la fría pared, Alessa sentía el hormigueo de sus extremidades entumecidas. El hambre ya no era un simple malestar; se había convertido en un dolor punzante que retorcía sus entrañas. El pan duro que le habían dado esa mañana y que ahora veía ser devorado por un roedor en la esquina, parecía un lujo que solo podía observar desde la distancia.—Mierda, Alessa, —susurró con amargura— estás loca si puedes sacar algo bueno de esta situación… salvando a un ratón.El crujido de la puerta metálica la hizo