En la mansión Rossi, la tensión explotó. Isabella, que había mantenido una fachada de control durante la llamada, se llevó una mano al rostro, ahogando un grito mientras sus piernas amenazaban con fallarle. Su mente estaba atrapada en la imagen que había visto en la pantalla durante la llamada: Alessa, su hermana, su alma gemela, en manos de esos monstruos. Sentía un nudo en la garganta, uno que amenazaba con desatar un torrente de lágrimas, pero se negaba a ceder. No ahora. No mientras Alessa aún estuviera en peligro.Leonardo, con los puños apretados hasta que sus nudillos se pusieron blancos, lanzó un rugido de furia que resonó por toda la mansión.— ¡Maldito enfermo! ¡Lo mataré! ¡Juro por Dios que lo mataré! Su voz se quebró al final, un reflejo de la desesperación y la impotencia que lo carcomía por dentro. Nunca antes se había sentido tan vulnerable, tan incapaz de proteger a alguien que amaba, sentía que le oprimían el pecho a tal punto de no poder respirar. El Siciliano había
El aire en la habitación era denso, cargado con el olor rancio de humedad y desesperanza. Cada respiración parecía un esfuerzo monumental, como si el aire mismo se negara a entrar en sus pulmones. El silencio era apenas roto por el eco lejano de gotas de agua cayendo, como un reloj de arena que marcaba su resistencia. La oscuridad la envolvía, haciéndola sentir como si el mundo se hubiera reducido a esas cuatro paredes, donde el tiempo se detenía y la realidad se desdibujaba.Sentada contra la fría pared, Alessa sentía el hormigueo de sus extremidades entumecidas. El hambre ya no era un simple malestar; se había convertido en un dolor punzante que retorcía sus entrañas. El pan duro que le habían dado esa mañana y que ahora veía ser devorado por un roedor en la esquina, parecía un lujo que solo podía observar desde la distancia.—Mierda, Alessa, —susurró con amargura— estás loca si puedes sacar algo bueno de esta situación… salvando a un ratón.El crujido de la puerta metálica la hizo
Mientras Don Marcos y Francesco calmaban a Leonardo, Nick tomo el control. Con una eficiencia que hablaba de años de experiencia en situaciones extremas, se dirigió a la mesa donde estaba el equipo de comunicaciones. Sacó de su mochila un dispositivo pequeño pero complejo, conectándolo a la computadora de Vinicio.—Esto debería hacer el trabajo —dijo mientras manipulaba los controles— Cuando vuelvan a llamar, rastrearemos la dirección IP en tiempo real. Si el Siciliano comete un error, lo encontraremos.El ambiente en la habitación cambió. Una chispa de esperanza iluminó los ojos de todos los presentes mientras Nick trabajaba, su enfoque era imperturbable. Isabella, aunque aún devastada, encontró un atisbo de consuelo en la determinación de Nick.—Necesitamos estar preparados para cuando llamen —dijo Nick mientras terminaba las conexiones— Leonardo, Francesco y Charly… ustedes tres van a liderar el equipo de asalto. Esto va a ser un rescate táctico, así que quiero que estén listos par
Las paredes grises y descascaradas apenas dejaban ver la luz mortecina que se colaba por un orificio en lo alto, proyectando sombras alargadas sobre el piso de concreto frío. Alessa, sentada en un rincón, con las muñecas marcadas por el roce de las cadenas que la ataban, miraba la puerta con una mezcla de ansiedad y agotamiento. El tiempo se había convertido en un concepto nebuloso, y su mente, una maraña de pensamientos rotos por el hambre y la soledad.Cuando la puerta chirrió al abrirse, su cuerpo se tensó de inmediato. Paolo y Carlos entraron, su presencia llenaba el espacio con una hostilidad palpable. Paolo, un hombre de mirada oscura y sonrisa cruel, sostenía una bandeja de metal con comida. Carlos, más tranquilo, lo seguía, aunque su mirada denotaba cierto desinterés por lo que estaba por suceder.— ¿Qué hora es? —preguntó Alessa, su voz ronca por el cansancio, aferrándose a la necesidad de orientación, de cualquier sentido de control en medio de su encierro.Paolo, con una ri
El equipo comenzó a movilizarse rápidamente en cuanto Nick localizó la dirección IP del lugar donde se encontraba Alessa. La sala de operaciones improvisada estaba en completo silencio, salvo por el sonido constante de los teclados y el suave zumbido del viento. El aire en la habitación era denso, cargado de tensión, mientras las pantallas mostraban imágenes satelitales y planos detallados del Castello Roca Imperiale, una antigua fortaleza situada en lo alto de una colina al sureste de su posición.Nick, con la mirada fija en las imágenes, señaló el mapa proyectado en la pantalla.—El castillo está a aproximadamente 200 kilómetros de nuestra ubicación —explicó con voz controlada, aunque los nervios se sentían bajo la superficie—. Tomará alrededor de tres horas llegar si tomamos la autopista principal hacia el sur, pero debemos ser cuidadosos, ya que no sabemos si tienen vigilancia en las carreteras. Roguemos porque el Siciliano no dure más de lo debido en la videollamada.Francesco, c
Las horas avanzaban con lentitud, quizás la desesperación hacía que el tiempo se volviera interminable, todos en la mansión traban de ocupar el tiempo descansando y reponiendo fuerzas para la batalla que les esperaba.Finalmente, el reloj marco las siete, y como todo un caballero haciendo alarde de su puntualidad, la llamada llegó. La voz distorsionada del Siciliano resonó en la sala, y el corazón de todos se detuvo por un instante. Nick, con una calma sobrehumana, observaba cada rincón del lugar donde estaba Alessa, ganando tiempo.—Buenas noches, me encanta que la familia Rossi – Moretti esté reunida como pedí, hoy el día estuvo maravillo—dijo, pausando dramáticamente. —El sol era radiante, todo un espectáculo para un día de playa, ¿No te parece Isabella?—Déjate de tonterías, ve al grano y di de una vez por todas ¿qué es lo que quieres?El Siciliano respiro pesadamente y respondió con fastidio. —Porque tienen que dañar el momento, ustedes las Moretti son tan aburridas, siempre quie
La ruta hacia el castillo tomó aproximadamente tres horas. El equipo avanzó por las carreteras secundarias que Jacomo y Mattia habían tomado para evitar cualquier posible vigilancia. La carretera serpenteaba entre colinas, y la bruma se mezclaba con el aire helado, intensificando la sensación de peligro. El ambiente dentro de los vehículos era tenso. El sonido del motor, los chasquidos de los equipos tácticos y el ruido de los rifles ajustándose eran los únicos acompañantes en aquella travesía oscura.— Vamos a sacarla de ahí, —murmuró Charly, apretando la mandíbula. —No importa lo que tengamos que hacer.Arthur, que siempre mantenía la calma, asintió, pero no dijo nada. El silencio entre ellos no era vacío, estaba lleno de una promesa silenciosa. Todos sabían lo que estaba en juego, y estaban dispuestos a pagar el precio.Cuando el castillo apareció ante ellos, su imponente silueta dejó a todos sin aliento por un instante. Las torres de vigilancia se alzaban como sombras amenazantes
Un crujido metálico rompió el silencio cuando Carter forzó la cerradura con destreza. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alessa colgada de las muñecas, empapada, con el cabello pegado a su rostro, debilitada por el agua fría que caía de una ducha oxidada sobre ella.Leonardo dio un paso adelante, con los ojos llenos de furia, pero antes de que pudiera reaccionar, una figura emergió de las sombras detrás de Alessa. Era el Siciliano, con su sonrisa retorcida, aferrando el cabello de Alessa con una mano fuerte y levantándola con brutalidad.—Roger sí que los conoce —dijo el Siciliano, burlón, mientras sus ojos brillaban con una crueldad calculada —.Me dijo que vendrían, pero no le creí que realmente fueran tan buenos. En fin… Alessa, saluda a tus difuntos amigos.Leonardo apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Su voz era baja, pero cargada de veneno.— ¿Te gusta hacerle daño a una mujer? ¿Por qué no te comportas como un hombre de verdad y peleas conmigo?