Sarah Brown Caminaba por el jardín cubierto de nieve, caminaba como podía entre tanta nieve. Hacia frío, pero me encantaba sentir ese aire fresco, lleno de paz y tanta calma. Mirase donde mirase, estaba lleno de escoltas, entrar aquí, es imposible. Desde esta mañana no sé nada de Vlad, no le vi y sinceramente, no sé en donde anda metido.Creo que no le gustó echar a su hermano ni discutir con él, al fin al cabo, es su hermano. La tranquilidad de este lugar, me encanta, no hay ruidos y eso, es lo mejor de esta casa. Pero extraño a mí familia, a mis padres, a mí amiga. No sé nada de ellos y los necesito tanto, tengo miedo de morir y no verles junto a mi. Vlad no me deja llamarles, me tiene controlada y en cierto modo, es normal. Aunque este más cariñoso y haya cambiado conmigo, no significa que confíe en mi ciegamente. —Señorita. — la voz de un hombre, hizo girarme asustada. —El señor, dice que entre. —Enseguida voy. — el hombre se fue, dejándom
Sarah Brown ¿Cuándo llegas apreciar realmente tu vida? ¿Cuándo pierdes a un ser querido? ¿Cuándo recibes una mala noticia? ¿Cuando estás apunto de morir? ¿Cuándo tienes tus días contados en la vida?Para mí, fue peor noticia enterarme que tenía mis días contados. Qué dejaría a mi familia, que no les volvería a ver. Qué les dejaría solos. Sin su pequeña, como ellos me llamaban. Aprecié más mi vida, a vivir al máximo. Pasar tiempo con mi familia, como si mañana me fuese.Me veía más palida, con menos fuerza y cada vez mis mareos, eran más frecuentes.Por mucho que yo intentará seguir, luchar... Era en vano, mi corazón cada vez están más débil. Tengo miedo, mucho miedo y no lo niego. Tengo miedo a morir, miedo a dejar a mi familia, a no poder vivir como a mí me gustaría. Aunque mis padres sonrían y se vieran felices, sé que están sufriendo mucho. Su hija estaba enferma y la perdían, pero... ¿Qué podría hacer yo? Está maldita enfermedad me tocó a mí, me
Vladimir Sokolov Todo para mí se volvió frío, oscuro. Perder a mi esposa, fue lo peor que me pudo pasar. La extraño tanto, extraño sus besos, su sonrisa, su voz, todo. Ese hombre me la arrebató y no sabe que se metió con el tipo equivocado, le voy a pagar con la misma moneda. Seguí sus pasos, los pasos de su familia y sobretodo los pasos de su preciosa hija la cardiaca. Le voy a dar de su medicina, voy a darle donde más le duele. Su hija, es su tesoro, su ojito derecho.Todos los días, miro al cielo y le pido a mi esposa que me dé fuerzas, que me ayude. Qué me ayude a seguir adelante sin ella, pero no me da ninguna, no recibo ninguna señal.Miro la ficha de la joven, Sarah Brown. La hija querida del hombre que tanto odio, me hace gracia porque perderá a su hija. Esa niña tiene los días contados, en mi manos, durará menos. Ella no me sirve, solo es mi moneda cambio. Si se muere no, no es de mi incumbencia, solo quiero venganza. Soy el jefe más temido de
Sarah Brown Notaba algo blando debajo de mi cuerpo, estaba tan cómoda y calentita. No deseaba abrir los ojos, no quería salir de aquí. Todo estaba en silencio, no había ningún ruido. Lo único que escuchaba, era el silbido del viento golpear contra la ventana. Pero algo me hizo borrar todo de la cabeza, recordé lo que me había pasado ayer o antes de ayer, no lo sé con seguridad. Pero abrí los ojos de golpe y me incorpore, escaneé la habitación con muchos detalles. Era grande, elegante y olía a lavanda. Pero seguía observando todo, con lujos de detalles. Hasta que mis ojos captaron la figura de un hombre, sentando en una esquina de la habitación. Era de pelo castaño, con barba, sus ojos marrones y penetrantes. Su nariz puntiaguda y su mandíbula cuadrada, perfecta para su rostro. Sus labios era finos, pero algo gordos.Tenía un traje negro, tenía muchos anillos y pulseras. Me miraba fijamente, me sentía pequeña tras su mirada fría y sería. Tenía miedo,
Sarah BrownMe mantenía en aquella habitación, encerrada sin saber nada de nadie, sin saber de mis padre y de Catalina. Tenía miedo que le hubieran hecho daño, ese sicópata, era un puto demente. En aquel balcón sentada, sintiendo el aíre fresco calar mi piel. Miraba el campo y el sonido de las ramas de los árboles. Mi padre siempre me decía que me mantuviera fuerte, que no dejara que nadie me intimidara. Siempre fui fuerte, alegre. Pero estar aquí, me estaba matando lentamente. Necesito saber de mis padres, necesito llamarles y escuchar sus voces. Tengo miedo de no volverles a ver, miedo de morir aquí y nadie lo supiera. Quiero un consejo de mi padre, los abrazos cálidos de mi madre, los besos cariñosos de mi abuela. Necesito saber de Catalina, saber que está bien y no la hicieron daño. Miré al cielo gris y cerré los ojos, pidiendo a Dios por mi, por mi familia y Catalina. Me acurreque en el sofá, abrazando el cojín y cerré mis ojos. Me encantaba res
Vladimir SokolovCuando la vi caer al suelo en seco, me hizo correr hacia ella y ponerme de rodillas. Me acerqué a su rostro por si respiraba, pero no sentía nada. Tomé su muñeca, comprobé su pulso y no sentía nada. Empecé hacerle la reanimación cardiorrespiratorias. No podía perderla, tenía que vivir.—Vamos, cardiaca. — dije iniciando, las compresiones torácicas. —Abre los ojos.Seguí así, varía veces, no iba a rendirme hasta que abriera los ojos. De repente, ella abrió sus ojos y abriendo su boca, cogiendo aire. Su respiración agitada y su pecho subía y bajaba con rapidez. Me observó asustada, sus ojos tristes me miraban y no sabía si interpretar aquello como un "gracias." La cogí en brazos, para llevarla a la habitación.—¡Llamad al médico, ya! — ordené y subí las escaleras del sótano. Fui con ella a toda rapidez para ir a la habitación, subí las escaleras y al llegar a su habitación, la dejé en la cama. Ella se acurrucó abrazando su cuerpo, dánd
Sarah BrownDesperté tras el incidente que ocurrió, fue la presión más fuerte en mi pecho. Sentí como me iba, como mis días acababan. Aún sinceramente, deseo morir, aquí estoy muerta en vida. Mi libertad acabó, mis ganas de vivir al máximo, terminaron. Estando aquí, solo deseo que mi vida acabe y que acabe todo esto. Pero sería egoísta hacerle eso a mí familia, el suicidio es la cobardía de muchas cosas, es huir de tus miserias, en vez de luchar y seguir adelante. Abro mis ojos y me encuentro metida en esta habitación, como siempre lo hacía desde que estoy aquí. Esta habitación es mi casa, como aquí, vivo aquí... Sin poder tocar la calle. Respirar el aire puro, desde el balcón, hago todo aquí. Solo veo a María, es mi confidente, mi amiga por llamarla de alguna manera. Tampoco sé si le envío el vídeo a mi padre, eso es lo que más me preocupa, que mi padre arriesgue su vida. Si él conocerá a mí padre, se convencería que es inocente. Me incorporo en
Vladimir Sokolov Llegué a casa después de una mañana dura, después de tantas complicaciones. No escuchaba ningún ruido, todo estaba en silencio. Me pareció extraño, ya que a estás horas, todos iban de aquí para allá. Caminé hasta el fondo del salón, pero paré en seco, cuando escuché unas risas, una risa dulce. Me acerqué hasta donde venía las risas y desde la ventana, vi como ella reía. Cómo enseñaba sus dientes, se la veía feliz, calmada y relajada. Era como si se sintiera en su casa, como si estuviese agusto. Tenía ganas de acercarme, pero sé, que si le acerco, ella dejaría de reir. No quiero perturbar su tranquilidad, sé que me odia. Yo a ella no, porque no me ha hecho nada. Conmigo era una fiera, sacaba las uñas y no reía. Pero con María, era dulce y sonriente. Tenía carácter y eso me gustaba, ella no lloraba y no se dejaba intimidad.Me alejé de allí para dejarla tranquila.En el despacho me encontré con mi hermano hablando por teléfono, discutía