Reinhardt emergió del río tambaleándose, con el cuerpo de Jordan aferrado contra su pecho. El agua goteaba de su ropa, de su cabello, de sus pestañas, pero él no lo sentía. Nada de eso importaba. Lo único que importaba era el cuerpo flácido en sus brazos, ese cuerpo tan ligero, tan helado, que parecía ya no pertenecer a este mundo.Reinhardt cayó de rodillas junto al chico, sin aliento, observando su rostro. Sus manos se posaron sobre su cuerpo, buscando signos de vida, asegurándose de que su respiración seguía. Necesitaba saber que no había sido demasiado tarde, que no había perdido la oportunidad de salvarlo.Sin embargo, notó que no respiraba. Su piel estaba fría, más fría de lo que podría soportar, y el pulso de Jordan, si es que alguna vez estuvo presente, había desaparecido.Reinhardt lo revisó rápido. No respiraba. No se movía.Buscó el pulso en su cuello. Nada. Se lo buscó en la muñeca. Nada.—¡Mierda! —siseó, negando con la cabeza, sin darse cuenta de que hablaba.Había visto
Un zumbido sordo fue lo primero que Jordan percibió, incluso antes de abrir los ojos. Todo su cuerpo se sentía pesado, como si una fuerza invisible lo mantuviera anclado al colchón. Lentamente, muy lentamente, logró entreabrir los párpados, solo para ser cegada por una luz intensa que la obligó a cerrarlos de nuevo.El dolor le atravesó la cabeza como una ráfaga, punzante y persistente. Una sensación de mareo la envolvió y sus propios párpados parecían pesar una tonelada. Con esfuerzo, llevó una mano temblorosa hasta su frente, como si pudiera calmar el latido doloroso que sentía en las sienes.A lo lejos, como si viniera desde un túnel lejano, escuchó una voz. Era femenina, pero demasiado lejana y distorsionada para entender lo que decía.Intentó abrir los ojos otra vez, parpadeando en un intento torpe de enfocar algo, pero todo a su alrededor era una masa de sombras y luces borrosas.Por instinto, trató de incorporarse. Su cuerpo, sin embargo, no respondió como ella quería. Apenas l
Jordan cerró los ojos un momento, dejando que el cansancio la envolviera, pero enseguida los volvió a abrir con dificultad. El pecho le dolía, el recuerdo del disparo regresaba con fuerza, como una sombra pesada sobre su mente.—Es un poco difícil que no me preocupe —murmuró, mirando el techo—. Creí que iba a morir cuando recibí ese balazo... Y cuando caí al río y sentí que me estaba ahogando, pensé que definitivamente ese sería mi fin. La corriente era fuerte, no podía nadar, no podía luchar. No puedo creer que realmente esté viva.Simone, sentada a un lado de la cama, le dedicó una mirada comprensiva.—Pues te aconsejo que sigas descansando, que te repongas... y que reúnas toda la fuerza necesaria. Porque te hará falta.Jordan giró la cabeza lentamente hacia ella, frunciendo el ceño.—¿Por qué dices eso? —preguntó con desconfianza.Simone bajó un poco la vista, como si calibrara sus palabras antes de soltarlas.—Porque la situación se ha vuelto bastante difícil para ti —respondió—.
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.
Reinhardt se mantuvo impasible. Sus ojos, oscuros y vacíos, no mostraban ni un rastro de emoción. La mano que sostenía el arma estaba firme, sin el más mínimo temblor, como si apuntar a la cabeza de Jordan fuera una acción cotidiana.—¿Crees que me importa? —dijo él, con una voz baja y helada, carente de cualquier rastro de humanidad. No había titubeo en su tono, ni rastro de compasión.En ese momento, Charlie intervino rápidamente. —Reinhardt, esto no es necesario. Este… muchacho vino ayer a pedir empleo y le dije que no. Ha vuelto para insistir, pero no hay nada para él aquí. Solo déjalo ir —farfulló. Sabía que Jordan no era hombre, pero seguía pensando en que solo era una jovencita que quizás tenía sus propios problemas y que esa era su forma de enfrentarse al mundo. Reinhardt no bajó el arma, pero Jordan creyó ingenuamente que Charlie podría ser capaz de controlarlo. —S-Sí, así es —se puso de pie lentamente—. P-Pero ya que me han rechazado por segunda vez, me voy p-para no
Jordan, por su parte, no reconoció a Reinhardt, pues no había visto su rostro claramente aquella noche. Reinhardt se quedó en silencio por un momento y decidió no revelar la razón por la que lo conocía. Se puso de pie y guardó su arma.—Veamos qué puedes hacer —articuló, a lo que Jordan fijó sus ojos llorosos en su rostro y lo miró con extrañeza. —¿Q-Qué… dijiste? —su nariz enrojecida brillaba debido a la luz del sótano. Reinhardt lo tomó del brazo y lo levantó del suelo con una fuerza bruta, llevándolo fuera de la habitación. Cada paso resonaba en el vacío del cabaret hasta que finalmente llegaron al gran salón donde se llevaban a cabo los espectáculos nocturnos.De pronto, el hombre empujó a Jordan hacia una silla frente al piano. —Siéntate —impuso, en lo que su voz resonó en la vastedad del sitio—. Quiero escuchar cómo tocas. Viniste para solicitar trabajo como pianista, ¿no? Ahora demuéstrame que tienes talento. Jordan se quedó confundido por la repentina orden del hom