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C2: ¿Quieres verme la cara de tonto?

Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.

—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.

—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.

—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.

Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.

—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?

Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.

—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad.

El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.

—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar por un chico? Pensé que simplemente eras una mendiga de la calle que no tenía otra ropa que ponerse, ¿pero de verdad estás intentando hacerte pasar por hombre con eso puesto? —apuntó a su ropa campestre—. Así solo pareces una chica mal vestida. Aunque... —lo contempló por unos segundos y se tornó pensativo—. Tal vez hayas conseguido engañar a otros, pero a mí no. Como te he dicho, veo mujeres todos los días y estoy muy familiarizado con ellas. No puedes engañarme.

Jordan se quedó helado por un momento, pero rápidamente reaccionó cuando el hombre intentó marcharse.

—¡Espera! Estoy buscando trabajo como pianista. No soy menor de edad, tengo veinticinco años. Mira mi identificación —metió la mano libre en el bolsillo para sacar su billetera, mientras que con la otra sostenía el brazo del hombre—. Soy muy bueno con el piano. Puedo demostrártelo —dijo con firmeza.

El hombre tomó la identificación de mala gana y se fijó en otros detalles.

"Sexo: Masculino."

Éste desató un suspiro, sin ocultar su expresión de incredulidad.

—Se ha vuelto fácil conseguir identificaciones falsas —comentó en voz alta, lanzando la identificación al suelo.

—¡N-No es falsa! —refutó, levantándola de nuevo—. ¡Obsérvala bien, es completamente legal!

—Sí, supongo que con un buen amigo puedes conseguir una identificación legal, pero sigue siendo falsa —rechistó—. Mira, el día de hoy he recibido una numerosa cantidad de personas diciendo que son buenos pianistas. Estoy cansado, ya no quiero perder el tiempo.

—Déjame demostrarte —insistió Jordan.

—No tienes nada que hacer aquí. Tú no deberías trabajar en un lugar como este. Recibimos mujeres, pero para trabajar dentro del cabaret como bailarinas y… algo más, no para que trabajen de pianistas.

—No tienes que tratarme como mujer —dijo con resignación—. Solo di a todos que soy hombre y ya. ¿No es mejor así? ¿O acaso me bajarán los pantalones para asegurarse de que soy hombre?

—Hasta que finalmente lo admites, ¿eh? Pues no, no y no. No sigas insistiendo o te echaré a patadas. ¡Ya vete! —gritó el hombre amanerado, con un tono que no admitía réplica—. ¡Largo!

Jordan se quedó allí, perplejo, antes de que su deseo de encontrar trabajo se desmoronara ante la firmeza del rechazo. Sintiendo el peso de la desilusión, salió del cabaret. El cielo empezaba a teñirse de naranja indicando el atardecer y Jordan se apresuró a buscar un lugar en donde pasar la noche.

Caminó sin rumbo fijo hasta que encontró un hostalucho en una calle secundaria. El lugar era modesto y en pésimas condiciones, pero la tarifa era baja, y con el poco dinero que le quedaba, no podía permitirse nada mejor. Se registró y subió a su habitación, dejando su maleta junto a la cama desgastada y tomó asiento en el borde. Sin embargo, el ambiente opresivo y la claustrofobia de la habitación lo hicieron levantarse casi de inmediato. No podía quedarse encerrado ahí o se volvería loco.

Entonces, decidió salir a caminar para despejar su mente. No conocía la ciudad, así que comenzó a preguntar a los transeúntes si había algún lugar tranquilo que pudiera visitar. Una mujer mayor le indicó la dirección del muelle en un puerto y a Jordan le pareció una buena idea ir hasta allí. Quizás las calmadas olas del mar le darían un poco de paz a su inquieto corazón.

El puerto no estaba a una distancia tan larga, pero, aun así, le tomó bastantes minutos llegar allí y, cuando lo hizo, el sol ya se había ocultado en el horizonte. El puerto estaba parcialmente iluminado por los postes de luz, por lo que algunas zonas permanecían en penumbras, creando un ambiente misterioso.

Caminó un buen rato por la parte iluminada del muelle antes, para luego regresar nuevamente al puerto y se dirigió a una zona oscura, en donde se sentó en el suelo detrás de unos barriles. Se escondió en la oscuridad debido a que no deseaba que nadie alcanzara a ver lo que haría a continuación: Abrazar sus rodillas y derramar un mar de lágrimas. Extrañaba su hogar en el campo y daría lo que fuera por volver, pero ya no podía. En sus circunstancias, era imposible.

Un rato después, se secó las lágrimas y se dispuso a observar la luna. Mientras lo hacía, intentaba calmarse para no romper en llanto de nuevo.

De repente, escuchó unas voces. Al principio, no les prestó atención, pero luego percibió sonidos de cadenas y una pesada piedra arrastrándose por el suelo. Se levantó despacio, se sacudió el polvo y miró cautelosamente hacia la fuente del ruido. Desde su escondite, vio a tres hombres llevando a rastras a otro hombre encadenado. Este último luchaba por liberarse, pero sus manos y pies estaban sujetados con cadenas. Tampoco podía ser capaz de pedir ayuda o gritar para llamar la atención de otras personas debido a que su boca estaba tapada con una cinta. Aunque, de todas maneras, el puerto se hallaba bastante desolado.

Jordan se quedó paralizado de terror al ver la escena. Los hombres empujaron al prisionero al agua junto con la pesada piedra y vio a uno de ellos lanzar una llave allí mismo. Luego, se marcharon, dejando al hombre a su suerte. Jordan se quedó mirando, estupefacto, luchando contra el impulso de ir a ayudarlo.

«Esto no es mi problema», dijo dentro de sí, dándose la vuelta para darle la espalda a la situación. «No vine a la ciudad para meterme en asuntos de otros».

*****

Desde su posición sumergida, Reinhardt Barone veía el movimiento ondulante de la superficie, donde las pequeñas olas distorsionaban la luz lunar. Aun cuando la piedra lo arrastraba hacia el fondo, luchaba por no sucumbir ante la desesperación. No lo habían lanzado en una zona profunda, así que la piedra rápidamente tocó el suelo arenoso, mientras que él se quedó flotando con los pies atados a la roca. La presión del agua y la falta de aire podía hacer que cualquiera se abrumara, pero Reinhardt sabía que su esperanza de vida bajaría si no se mantenía tranquilo. Movía las manos y los pies frenéticamente tratando de liberarse de las cadenas, pero era inútil. La luz de la luna reflejaba en la superficie del agua su último rayo de esperanza antes de que todo se volviera oscuro.

Entonces, una figura se sumergió en la zona en la que él se encontraba y nadó hacia su sitio. La luz iluminó su silueta, notando finalmente que se trataba de un chico. Era Jordan, quien tenía decidido regresar al hostal y olvidar lo que había visto, pero sabía que no podría conciliar el sueño si lo dejaba morir así. Por lo tanto, cuando se hallaba en su camino de retorno, optó por retroceder y volver al puerto para rescatar a ese hombre.

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