C3: Por favor, no dispares.

Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.

Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.

Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido.

Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.

Jordan, por su parte, intentó seguirlo, pero la cadena se enredó por su pie. Luchó por liberarse, pero la falta de aire lo venció y perdió el conocimiento al instante, pues no tenía la suficiente resistencia como para aguantar varios minutos sin respirar, tal y como lo hizo Reinhardt.

Mientras tanto en la superficie, Reinhardt se disponía a acercarse a la orilla del puerto. Sin embargo, notó que el chico no lo seguía. Sin dudarlo, se sumergió de nuevo y vio a Jordan inconsciente, atrapado entre las cadenas. Con rapidez, desenredó la cadena de su pie y lo elevó hacia arriba.

Reinhardt salió a la orilla sosteniendo a Jordan con un brazo y lo recostó en el suelo. Cuando pensaba presionar su pecho para aplicar primeros auxilios, Jordan empezó a toser por su cuenta y escupió toda el agua que había ingerido, en lo que Reinhardt dio unas palmadas a su espalda mientras el chico se recuperaba.

Quería preguntarle su nombre y hablar con él en cuanto recobrara la fuerza y el sentido, sin embargo, al mirar a su alrededor, notó que unos guardias se acercaban con linternas.

—¡Oigan! ¿Qué están haciendo ustedes allí? —vociferó uno de ellos desde la distancia.

Reinhardt entendió que no era seguro que siguiera en ese sitio, así que se levantó rápidamente y se alejó corriendo.

Los guardias llegaron hasta Jordan y se dispusieron a ayudarlo.

—Oye, niño, ¿estás bien? —preguntó uno, a lo que Jordan asintió.

—Estoy bien —sintió dolor en el pecho al hablar.

—¿Qué ocurrió? ¿Por qué estás empapado? ¿Entraste al mar? —agregó el guardia.

—Solo andaba caminando por la orilla, pero… —Jordan notó que el hombre que salvó ya se había ido y no esperó a que los guardias llegaran a ayudarlo, así que asumió que era mejor no entrar en detalles—. Tropecé y caí, pero pude salir y ya estoy bien —dijo, tratando de sonar convincente.

Los guardias lo ayudaron a levantarse, mientras que Reinhardt desaparecía en la oscuridad.

Después de lo ocurrido, Jordan regresó al hostal. Ya era de noche cuando llegó a su habitación, se cambió de ropa porque estaba empapado y se acostó en la cama, mirando al techo y a las telarañas en las paredes. Se puso a pensar en cómo había gente capaz de lanzar a otros al mar para hacerles daño y hacerlos desaparecer. Cuestionó todo hasta que se quedó dormido.

Al día siguiente, decidió olvidar aquel incidente y se levantó con el propósito de encontrar trabajo. Fue rechazado en todas partes, con todo tipo de excusas. Nadie quería contratarlo por su aspecto de campesino y su apariencia joven y delgada, y nadie le creía cuando aseguraba que podía realizar trabajos pesados. De esa forma, era difícil encontrar una oportunidad.

Durante la hora del almuerzo, fue a un local de comida barato y contó el dinero que tenía. Calculó que solo le alcanzaba para tres días más. Necesitaba encontrar trabajo pronto para poder sobrevivir y pagar el hostal, o mudarse a un lugar mejor.

Siguió buscando hasta que empezó a atardecer. Se le cruzó por la cabeza volver al cabaret y probar suerte de nuevo. Por lo tanto, se dirigió al lugar y tocó la puerta, pero nadie respondió. Tan solo por impulso, intentó abrirla con la manija y la puerta se abrió, lo cual lo sorprendió. Debió volver a cerrarla y retirarse, pero la curiosidad lo invadió y terminó entrando.

—¿Hola? —articuló, cruzando el umbral con cautela. Sin embargo, solo obtuvo el silencio como respuesta.

Se mantuvo unos minutos observando el sitio, mirando el escenario, el piano, el bar que solo servía agua, soda y una mezcla de jugos raros. De pronto, vio una puerta al costado del escenario y decidió entrar. Caminó por un pasillo y, a medida que avanzaba, escuchó una voz que reconoció como la de Charlie. Iba a llamarlo, pero decidió retroceder. Sabía que si lo encontraban ahí, podría meterse en problemas por haber entrado sin autorización.

Mientras intentaba irse, escuchó algo que lo inmovilizó. Charlie hablaba sobre unas cajas de licor que llegarían a la ribera. Describía el barco que las transportaría, la ruta por la que vendría y cómo burlarían a los guardias marítimos y a la policía por el asunto de la ley seca. Claramente estaban planeando algo ilegal.

Jordan, sabiendo que estaba en peligro, trató de salir sin ser percibido, pero tropezó y cayó. Las voces se detuvieron y de pronto escuchó unos pasos que se acercaban hacia su posición.

—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestionó Charlie, reconociendo a Jordan al instante.

—S-Solo vine para ver si me podían dar el empleo —respondió el chico, bastante nervioso.

—Ya te he dicho ayer que no. No tienes nada que hacer aquí, así que vete —impuso Charlie, agitando la mano para espantarlo.

Antes de que Jordan pudiera levantarse, un hombre imponente apareció en donde ambos estaban. Sus ojos grises y mirada penetrante intimidaban a cualquiera. Tenía la piel bronceada, el cabello oscuro y un cuerpo musculoso que parecía a punto de romper su camisa. Llevaba pantalones ne-gros, zapatos relucientes y un aroma que se percibía desde la distancia. Jordan quedó maravillado por un instante, pero esa maravilla se desvaneció cuando el hombre sacó un arma y le apuntó en la cabeza .

—¿Quién mier-da eres tú? —dijo el hombre, con voz fría y autoritaria.

Jordan sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral mientras miraba el orificio del arma a poca distancia de su frente. Su respiración se detuvo por un momento y su corazón comenzó a latir desbocado, como un tambor en sus oídos. Levantó las manos lentamente, intentando no hacer ningún movimiento brusco. Sus piernas empezaron a temblar visiblemente y un sudor frío comenzó a perlársele en la frente. La sensación de miedo puro lo paralizó y creyó que se terminaría orinando en los pantalones.

—P-Por favor, n-no dispares —tartamudeó, apenas en un susurro. Sus ojos estaban muy abiertos, reflejando tanto pánico como súplica—. N-No quiero morir.

El hombre que le apuntaba era nada menos que Reinhardt Barone, al que había salvado de ahogarse la noche anterior. Sin embargo, en ese momento, ninguno reconoció al otro.

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