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C4: ¿Por qué debería darte una segunda oportunidad?

Reinhardt se mantuvo impasible. Sus ojos, oscuros y vacíos, no mostraban ni un rastro de emoción. La mano que sostenía el arma estaba firme, sin el más mínimo temblor, como si apuntar a la cabeza de Jordan fuera una acción cotidiana.

—¿Crees que me importa? —dijo él, con una voz baja y helada, carente de cualquier rastro de humanidad. No había titubeo en su tono, ni rastro de compasión.

En ese momento, Charlie intervino rápidamente.

—Reinhardt, esto no es necesario. Este… muchacho vino ayer a pedir empleo y le dije que no. Ha vuelto para insistir, pero no hay nada para él aquí. Solo déjalo ir —farfulló. Sabía que Jordan no era hombre, pero seguía pensando en que solo era una jovencita que quizás tenía sus propios problemas y que esa era su forma de enfrentarse al mundo.

Reinhardt no bajó el arma, pero Jordan creyó ingenuamente que Charlie podría ser capaz de controlarlo.

—S-Sí, así es —se puso de pie lentamente—. P-Pero ya que me han rechazado por segunda vez, me voy p-para no seguir molestando.

Jordan se giró sobre sus talones con la intención de huir.

—No —articuló Reinhardt. La palabra salió de sus labios con una voz imponente y grave, tan gélida como el acero. No hubo necesidad de elevar el tono, la simple negación llevaba un peso aplastante que cayó sobre Jordan como una losa y no movió un solo músculo tras escuchar esto—. Oíste nuestra conversación, ¿no es así?

El chico dio vuelta muy despacio en dirección a Reinhardt, encontrándose con sus helados ojos grises.

—N-No sé de qué me hablas —respondió, tratando de mantenerse calmado.

—¿Entonces por qué estás tan asustado? Tienes la cara pálida —señaló Reinhardt.

—Es que… entré a propiedad privada sin autorización y… temo que llamen a la policía. Y-Yo solo… no quiero tener problemas con la justicia, así que… p-por favor déjenme ir.

Los segundos parecían alargarse eternamente. Jordan podía escuchar el sonido de su propia respiración entrecortada y el latido frenético de su corazón. Reinhardt permanecía imperturbable, con el dedo peligrosamente cerca del gatillo, preparado para disparar en cualquier momento. La boca de Jordan estaba seca y tragó saliva con dificultad, esperando que sus palabras pudieran calmar la tensión, aunque fuera un poco.

Cada parte de su ser estaba en alerta máxima, tenía los músculos tensos, listos para moverse si fuera necesario. La vulnerabilidad de tener un arma apuntando directamente a su cabeza era una experiencia aterradora, una que revelaba lo frágil que era la línea entre la vida y la muerte.

A decir verdad, no era la primera vez que lo encañonaban, pero no era como si pudiese acostumbrarse a ello.

Reinhardt avanzó un paso, acortando nuevamente la distancia entre el cañón del arma y la frente de Jordan.

—Las lenguas que dicen mentiras deben ser cortadas —declaró—. Te aconsejo que no me hagas perder el tiempo. Confiesa que escuchaste que unas cajas de licor van a llegar a la ribera…

Antes de que Reinhardt pudiera terminar, Jordan se tapó los oídos.

—¡No, no, no! ¡No escuché nada! —exclamó—. ¡No me interesa lo que están haciendo, no tengo nada que ver en esto! Solo vine a buscar una vida tranquila, ¡quiero vivir en paz!

—¿Una vida tranquila? —cuestionó incrédulo, observándolo de pies a cabeza—. Por la forma en que estás vestido y tu acento, asumo que eres del campo. Allí sí puedes tener la vida tranquila que deseas, aquí en la ciudad no encontrarás algo como eso.

—¡No quiero estar involucrado en problemas que no me pertenecen! —dijo Jordan con desesperación.

—Ya estás dentro —declaró Reinhardt.

Jordan se dio vuelta e intentó correr, en lo que Reinhardt disparó el alma, rozando la oreja del chico. Éste se petrificó por un instante, llevó su mano a su oreja y miró la palma, notando un poco de sangre.

Su rostro palideció, en lo que Reinhardt lo agarró de la nuca, obligándolo a mirarlo a los ojos.

—No estoy jugando contigo, campesino —espetó—. Tu sueño de "tener una vida tranquila" se ha terminado, porque tu vida se acabó en el momento en que entraste a mi cabaret sin autorización de nadie. No volverás a ver la luz del sol porque quedarás enterrado bajo el cemento de este lugar. Nadie nunca volverá a verte.

Reinhardt lanzó a Jordan hacia los brazos de Charlie.

—Llévalo al sótano —impuso—. Yo me encargaré de él.

El muchacho sintió un frío aterrador recorrer su espalda. Una vez más, su vida corría peligro. Cuanto más buscaba la paz, más lejos estaba de ella.

Charlie empezó a llevar a Jordan al sótano a rastras, tirando de su brazo con firmeza. En ese momento, Jordan reaccionó.

—¡Por favor, déjenme ir! ¡No quiero que me hagan daño! —suplicó, con la voz temblorosa resonando en el pasillo oscuro.

Charlie, a pesar de ser un hombre amanerado, tenía la fuerza suficiente para dominar a Jordan, quien seguía siendo una chica después de todo.

Finalmente, llegaron al sótano. Charlie empujó a Jordan dentro con un movimiento brusco.

—¿Qué demonios estabas haciendo aquí, mocosa? Ayer te dije perfectamente que este no era lugar para ti. Te lo advertí, pero decidiste regresar. ¡Y mira todo lo que provocaste! —lo regañó.

El muchacho se colocó de rodillas, juntando las palmas de sus manos en un gesto desesperado de súplica.

—¡Por favor, por favor, no quiero morir! ¡Convéncelo de que no me haga daño, que me perdone la vida! —rogó.

Charlie adoptó una expresión sombría y negó con la cabeza.

—No recuerdo que Reinhardt alguna vez le haya perdonado la vida a un intruso o a un traidor —dijo y sus palabras cayeron como un martillo sobre Jordan, dejándolo estupefacto y sin esperanza.

De pronto, la puerta del sótano se abrió, a lo que Reinhardt entró, aún sosteniendo su arma.

—Te concederé unos minutos para que reces —articuló—. Los campesinos tienden a ser muy devotos, así que no te impediré que reces a tu Dios. Te lo concedo solo porque eres un niño —agregó, refiriéndose a que Jordan se veía bastante joven.

Abrumado por la desesperación, Jordan se aferró a una de las piernas de Reinhardt.

—¡Por favor, no me haga daño! ¡Perdóneme la vida! ¡Haré lo que sea, solo no me mate! —lloriqueó, con las lágrimas corriendo por sus mejillas.

Reinhardt lo agarró del pelo, obligándolo a soltar su pierna y se apoyó sobre una de sus rodillas para estar a la altura de Jordan. Luego, lo miró directamente a los ojos.

—No eres el primero y no serás el último en rogarme por su vida —declaró, con un tono lleno de una frialdad que helaba la sangre—. ¿Por qué debería darte una segunda oportunidad? ¿Qué tienes de especial? ¿Qué te hace diferente a los demás?

La mirada de Reinhardt no vacilaba. Era penetrante y despiadada, dejando claro que no dudaría en apretar el gatillo si lo consideraba necesario. Cada segundo bajo su escrutinio era una prueba de su control absoluto sobre la situación. En esos ojos carentes de alma, Jordan pudo ver la auténtica naturaleza de Reinhardt: Un hombre para quien la vida de otro no significaba absolutamente nada.

Eso era lo que él transmitía con su mirada, con su voz, con su actitud y su manera de ser. Pero si tan solo hallaba una forma de persuadirlo para que se retractara de su decisión, la usaría a su favor.

Jordan debía encontrar una salida.

—P-Puedo ser de utilidad. Haré lo que necesites. Por favor, solo déjame vivir —aunque no quería estar metido en esas cosas, no tenía otra opción. Era eso o morir.

—¿Utilidad, dices? ¿En qué me puede servir un campesino? —espetó.

—Mi vida no ha sido fácil, he tenido que hacer mucho para sobrevivir. Pero, aun así, aprecio estar con vida y quiero seguir viviendo. Haré lo que sea necesario, pero por favor, no me haga daño.

—No es suficiente —añadió Reinhardt, las palabras de Jordan no lo habían conmovido en absoluto.

Lo encañonó nuevamente, decidido acabar con todo cabo suelto que pudiese arruinar sus planes. Sin embargo, se detuvo de repente y no llevó a cabo la ejecución.

Desde el primer minuto en que lo vio, la cara de Jordan se le hizo familiar, pero le restó importancia. Hasta que, finalmente, lo reconoció como el chico que le había salvado la vida en el muelle, el que había encontrado la llave y le había quitado las cadenas.

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