Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda.
Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla. —¿A dónde vas, muchacho? —preguntó el hombre con voz ronca. —A la ciudad —respondió el joven, señalando el horizonte. —Sube, voy para allá —dijo el camionero, abriendo la puerta del copiloto. El joven trepó al asiento, cargando su vieja maleta ne-gra. El vehículo reanudó su marcha, con el rugido del motor resonando en la tranquila carretera rural. Durante un rato, ambos viajaron callados, acompañados solo por el sonido del transporte y el paisaje que pasaba velozmente a su alrededor. —Hace un calor infernal hoy —comentó el camionero, rompiendo el silencio. —Sí, es insoportable —asintió el joven, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano mientras se quitaba el sombrero y empezaba a abanicarse con él. El camionero observó el cabello mal cortado del joven por un breve momento, pero no hizo ningún comentario al respecto. Solo se encogió de hombros y le restó importancia. Después de varios minutos de trayecto, ambos divisaron un control policial que se encontraba unos metros más adelante. La patrulla de la policía de tránsito estaba deteniendo vehículos para inspecciones de rutina. El joven no pudo evitar mostrar un semblante nervioso, lo cual no pasó desapercibido para el camionero. —¿Pasa algo, muchacho? —preguntó el hombre mayor. —No, no pasa nada, es solo que los policías me ponen un poco inquieto —respondió el joven, tratando de sonreír. —No tienes nada que temer, chico. Solo están asegurándose de que ningún camión de carga entre de manera ilegal con botellas de licor. Ya sabes, por el asunto de la ley seca. La Ley Seca prohibía la venta, producción y transporte de alcohol. El propósito de esto era disminuir el crimen y los problemas de salud que ocasionaban su consumo, pero lo que en verdad hizo fue dar un gran empujón al mercado ne-gro y a las mafias. —Este camión es totalmente legal —agregó el señor—. Así que solo mirarán un momento, revisarán nuestros documentos y ya está. Es rutina habitual. —¿Está bastante acostumbrado a esto, no es así? —preguntó el joven. —Sí, bastante. Es cosa de todos los días —asintió el camionero. El camión se detuvo al recibir la señal del oficial y un policía se acercó a la ventanilla del conductor. —Buenos días, caballeros. Quisiera ver sus documentos, por favor —pidió el oficial. —Claro, por supuesto —respondió el camionero, entregando sus documentos al oficial. El oficial hizo un gesto a sus compañeros, quienes comenzaron a revisar el camión. Mientras tanto, revisó primero los documentos del conductor y luego pidió los del joven, quien, absorto en sus pensamientos, tardó un momento en reaccionar. —Ah, sí, claro, mis documentos —dijo el joven, entregando su identificación al oficial. El policía miró la identificación del joven y luego lo observó detenidamente. —Es una identificación nueva —comentó el oficial. —Sí, así es. La saqué hace poco —respondió el joven. —Jordan Miller —leyó el policía en voz alta—. Y según esto, tienes veinticinco años. Pero… —le echó un vistazo al rostro del chico—. No luces de esa edad. El corazón de Jordan aumentó su velocidad de latidos y sintió una gota de sudor deslizándose por su frente. —Qué pícaro es usted, señor policía. Lo tomaré como un halago —sonrió de oreja a oreja para simpatizar con él, pero el oficial solo levantó la ceja, mostrándose totalmente serio y sin ninguna intención de seguirle la corriente—. O tal vez no —se encogió en su asiento, colocándose el sombrero. —Hay muchas personas que han estado haciendo identificaciones falsas últimamente por el asunto de la ley seca. Espero que no sea tu caso —insinuó el oficial. Jordan se secó el sudor de la frente. —Para nada, señor policía. Como puede ver, mi identificación es completamente legal. La saqué hace poco porque la anterior ya venció, pero esta es totalmente legítima —aseguró. El oficial asintió y devolvió la identificación. —Está bien. Solo ten cuidado, joven. La ciudad puede ser un lugar difícil y no querrás arruinar tu vida. —¿Hay algún problema con el chico, oficial? —intervino el camionero, notando la tensión en la conversación. —No, no hay ningún problema —respondió el policía, aunque seguía mirando a Jordan con desconfianza. —Este muchacho es el hijo de un amigo, es del campo —dio un par de fuertes palmadas a la espalda de Jordan, haciendo que éste se fuera por delante—. Le estoy haciendo el favor de llevarlo a la ciudad para ver a su padre. —Ah, así que de eso se trata —articuló el oficial, creyéndose la historia. Cuando sus compañeros confirmaron que no había nada sospechoso en el camión, el oficial les dio el paso. —Pueden continuar con su viaje —dijo, a lo que el camionero asintió con la cabeza. Mientras reanudaban la marcha, Jordan soltó un largo suspiro. Tras ver esto, el camionero se rió ligeramente. —No mentías cuando dijiste que los policías te ponen bastante nervioso —comentó. —Sí, bueno, es solo que cuando notan que me pongo inquieto, empiezan a decirme cosas y eso me pone aún más nervioso. Pero no tengo nada que ocultar —dijo Jordan—. ¿Quiere usted revisar mi maleta? —ofreció. —No, no, para nada. Te ves como un chico bastante sensato —respondió el hombre mayor. Jordan solo hizo una mueca que parecía ser una sonrisa y decidió permanecer callado durante el resto del viaje. —¿Dónde quieres que te deje? —preguntó el camionero cuando comenzaron a entrar en una zona más transitada. —En cualquier lugar donde haya movimiento, por favor —respondió Jordan. El camionero asintió y se detuvo en una esquina concurrida. Jordan bajó del camión con su maleta y, antes de que el conductor pudiera irse, se giró de nuevo para hablarle. —Espere, señor. ¿Sabe de algún lugar en el que pueda trabajar? Necesito hacerlo urgentemente. Como verá, soy del campo y no tengo mucho dinero. Necesito algo con lo que pueda sostenerme a largo plazo, además de un sitio en donde pueda instalarme. —¿Qué sabes hacer? ¿Qué talento tienes? —preguntó el camionero. —Puedo hacer muchas cosas. Atender de camarero, arreglar objetos descompuestos, hacer recados… Incluso puedo hacer trabajos pesados. —No luces como alguien que pueda hacer trabajos pesados —dijo el camionero, con una sonrisa burlona. —Oiga, no sea prejuicioso, señor —replicó Jordan con una mirada desafiante. El camionero soltó una risa. —¿Tienes alguna idea de algún instrumento? ¿Del piano, tal vez? —agregó. —Oh, sí. La verdad es que me enseñaron a tocar el piano en el instituto al que iba —respondió Jordan. —Bueno, precisamente tengo un conocido que está buscando un pianista. Es en un… cabaret, un lugar donde las mujeres hacen presentaciones para atraer hombres. —¿Me podría dar más información, por favor? —Claro, el lugar se llama "El Paraíso Nocturno". Está a unas dos cuadras de aquí. —¡Lo buscaré! ¡Muchas gracias, señor! ¡Espero volver a verlo algún día para devolverle el favor! —exclamó, agitando la mano mientras se alejaba. —¡Por supuesto, ten por seguro que te buscaré para que me pagues! —le respondió con una sonrisa. El chico claramente le había caído bastante bien. Jordan comenzó a caminar con su maleta balanceándose a su lado. Tras unos minutos de andar por las calles abarrotadas, finalmente encontró el lugar. Un letrero brillante indicaba "El Paraíso Nocturno". En la entrada, una publicidad anunciaba la búsqueda de un pianista. Jordan respiró hondo y empujó la puerta que estaba entreabierta, encontrando el interior sorprendentemente silencioso y vacío. Una mujer salió desde el fondo del local, claramente sorprendida por la llegada del chico y su apariencia juvenil. ¿Qué hacía un niño en un lugar como ese? —¿Necesitas algo? —preguntó, mirándolo con extrañeza. —Estoy buscando trabajo. Un buen hombre me ha dicho que aquí podrían dármelo —dijo Jordan, intentando sonar seguro. —Oh, ya veo. Espera aquí, traeré a Charlie. La mujer se alejó y, al poco rato, apareció un hombre de complexión delgada, el cual se acercó con un andar gracioso y ligero, casi flotando. Cada paso era meticuloso y elegante, con los pies colocados uno delante del otro en una línea recta, como si desfilara por una pasarela invisible. Sus caderas se balanceaban ligeramente, añadiendo un ritmo cadencioso a su caminar. Llevaba una camisa de seda de color lavanda, perfectamente ajustada a su torso y metida dentro de unos pantalones de lino blancos que caían con suavidad hasta sus zapatos mocasines de cuero marrón claro. El pantalón, ligeramente acampanado, rozaba apenas el suelo con cada paso. Completaba su atuendo un cinturón fino de cuero que enfatizaba su cintura delgada. Su nombre era Charlie. —¿Qué estás buscando aquí? —preguntó sin rodeos, observando a Jordan detenidamente de pies a cabeza. —¡Hola! —saludó con entusiasmo—. Mi nombre es Jordan, estoy buscando trabajo y me han dicho que aquí buscan contratar. —Recibimos a personas todos los días, pero tú no estás dentro de los estándares de este sitio —dijo el hombre, evaluando a Jordan. —¿Q-Qué? —soltó, confundido—. ¿Por qué? Ni siquiera le he mostrado lo que puedo hacer. —Escucha, aquí buscamos mujeres con un cuerpo voluminoso, con buenas curvas y atributos destacables. Tú estás realmente muy plana y no puedo ayudarte, lo siento.Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.
Reinhardt se mantuvo impasible. Sus ojos, oscuros y vacíos, no mostraban ni un rastro de emoción. La mano que sostenía el arma estaba firme, sin el más mínimo temblor, como si apuntar a la cabeza de Jordan fuera una acción cotidiana.—¿Crees que me importa? —dijo él, con una voz baja y helada, carente de cualquier rastro de humanidad. No había titubeo en su tono, ni rastro de compasión.En ese momento, Charlie intervino rápidamente. —Reinhardt, esto no es necesario. Este… muchacho vino ayer a pedir empleo y le dije que no. Ha vuelto para insistir, pero no hay nada para él aquí. Solo déjalo ir —farfulló. Sabía que Jordan no era hombre, pero seguía pensando en que solo era una jovencita que quizás tenía sus propios problemas y que esa era su forma de enfrentarse al mundo. Reinhardt no bajó el arma, pero Jordan creyó ingenuamente que Charlie podría ser capaz de controlarlo. —S-Sí, así es —se puso de pie lentamente—. P-Pero ya que me han rechazado por segunda vez, me voy p-para no
Jordan, por su parte, no reconoció a Reinhardt, pues no había visto su rostro claramente aquella noche. Reinhardt se quedó en silencio por un momento y decidió no revelar la razón por la que lo conocía. Se puso de pie y guardó su arma.—Veamos qué puedes hacer —articuló, a lo que Jordan fijó sus ojos llorosos en su rostro y lo miró con extrañeza. —¿Q-Qué… dijiste? —su nariz enrojecida brillaba debido a la luz del sótano. Reinhardt lo tomó del brazo y lo levantó del suelo con una fuerza bruta, llevándolo fuera de la habitación. Cada paso resonaba en el vacío del cabaret hasta que finalmente llegaron al gran salón donde se llevaban a cabo los espectáculos nocturnos.De pronto, el hombre empujó a Jordan hacia una silla frente al piano. —Siéntate —impuso, en lo que su voz resonó en la vastedad del sitio—. Quiero escuchar cómo tocas. Viniste para solicitar trabajo como pianista, ¿no? Ahora demuéstrame que tienes talento. Jordan se quedó confundido por la repentina orden del hom
"Veremos hasta donde eres capaz de llegar por mantenerte con vida". Esto parecía más una advertencia de que tocar el piano no era lo único que haría. —Charlie —agregó Reinhardt—. El chico quedará a tu cargo.El hombre salió del salón, a lo que Charlie suspiró. —Eso pensé. Pasé de ser tu sepulturero, a ser tu niñera —rechistó, hablándole a Jordan.—. Ven, tenemos trabajo que hacer. Charlie se aproximó al muchacho y lo tomó del brazo con suavidad para levantarlo de la silla. Lo llevó nuevamente hacia la puerta que se encontraba al lado del escenario, atravesaron un pasillo y llegaron hasta otro salón, en donde habían varias puertas. Charlie lo llevó a la puerta derecha, en donde se hallaban varias mujeres que trabajan en el cabaret como bailarinas y… algo más. Al entrar en la habitación donde las chicas se preparaban para el espectáculo, todas las miradas se dirigieron hacia Jordan. Una de las chicas, con una sonrisa curiosa, se acercó a él. —¿Y este hombrecito quién es? —preg
Salieron de aquella habitación, pasando de nuevo por el sitio en donde estaban las bailarinas y regresaron al salón de puertas. Ambos salieron de la puerta de la derecha para luego ir a la izquierda. Allí atravesaron un pasillo, llegando a un depósito. Después, Charlie movió una caja y quitó una alfombra que ocultaba una puerta en el suelo. La abrió y se introdujo en ella, bajando una escalera. Al tocar el piso, llegaron a una habitación pequeña y oscura. Caminaron en línea recta hasta llegar a una puerta, la cual Charlie abrió y, finalmente, se encontraban en el lugar oculto del Paraíso Nocturno.Era un sitio clandestino, un cabaret subterráneo con una entrada oculta. Charlie y Jordan entraron por el depósito, y éste era la entrada únicamente para el hombre amanerado y Reinhardt, además de las bailarinas. Sin embargo, había otra entrada para el público.El lugar ya se hallaba repleto, aunque el de arriba aún estaba vacío. Ambos funcionaban y les hacía ganar dinero, pero claramente el
Tras escuchar esto, Jordan tragó saliva.—Ya ni siquiera soy dueño de mí mismo, ¿eh? —dijo con sarcasmo y con un toque de miedo—. Eso no es nada esperanzador. —Veo que entendiste —añadió—. Si no quieres tener problemas, haz tu trabajo como corresponde y trata bien a los clientes. Sé amable, sonríeles aunque no te agraden y si se acercan a conversar contigo, no te atrevas a evitarlos o a ignorarlos. Actúa como si fueras amigo de ellos y haz que siempre quieran regresar. Si recibo quejas de ti constantemente, significa que eres una piedra en el zapato que tendré que quitar. Por lo tanto... —Charlie le dio una fuerte nalgada, lo que hizo que Jordan diera un paso por delante—. Haz tu mejor esfuerzo.Después de aquella pequeña plática esclarecedora, Charlie y Jordan se adentraron entre la gente, quienes rodearon al anfitrión. En ese momento, Charlie aprovechó para presentar al chico ante los clientes.Jordan saludó con la mano y con ligeros movimientos de cabeza, además de una ligera sonri
El hombre parpadeó repetidamente, mostrándose confundido e indignado.—¿Qué... dijiste? —cuestionó con voz autoritaria.—¿Acaso también eres sordo? —encaró Jordan—. ¡Dije que quites tu maldito trasero del piano! —resaltó, esta vez con más fuerza.El señor se puso de pie y se acercó al chico, inclinándose hacia su rostro con una expresión de desafío.—¡Hic! ¡Insolente! ¿Cómo... cómo te atreves a hablarme así, eh? ¿Quién te... crees que eres? —regañó, clavándole el dedo índice en el pecho. Estaba tan cerca de Jordan que éste podía percibir el aliento desagradable del sujeto, a lo que realizó una mueca de repulsión—. ¡Hic! ¡Tú, un... un simple pianista de... de quinta! —escupió, con las palabras arrastradas—. ¡No sabes con... quién estás hablando! ¡Yo soy... hic... importante, más que tú! ¡Tienes que... que respetarme! ¡Hic! ¡Tienes que hacer lo... que te digo, ¿entiendes?! ¡Yo soy el... cliente! ¡Este lugar... prospera gracias a... mi dinero, eh!Jordan, irritado por la soberbia del hom