Zaid se acuclilló frente a Isabella, inclinándose lo suficiente para que sus rostros quedaran a centímetros de distancia. —Todo esto es tu culpa —agregó, disfrutando cada palabra—. Si hubieras aceptado tu destino, nada de esto habría pasado. Pero no... Decidiste desafiarme. Esta es mi venganza por el golpe bajo que me diste. Eso no te lo iba a dejar pasar por nada en el mundo. ¿Creíste que lo olvidaría? ¿Que podías humillarme de esa manera y salir ilesa? Ya ves que no. Cometiste un grave error, y te lo haré pagar muy caro.El recuerdo de aquella patada que ella le había dado en los testículos resurgió como un relámpago en su mente. Fue un golpe desesperado, una reacción de supervivencia que ahora Zaid le hacía pagar con creces. Isabella sintió un estremecimiento de rabia, pero estaba atrapada en un torbellino de impotencia y dolor. Su pecho dolía, su cabeza zumbaba y el peso de la culpa la aplastaba sin misericordia.Zaid se incorporó con calma, como si la escena fuera un mero trámit
Cada movimiento le exigía más de lo que su cuerpo podía dar. Sus brazos temblaban y sus dedos entumecidos apenas lograban sostener la sierra. La hoja, ahora cubierta de sangre y tejido, se atascaba a mitad del corte, forzándola a ejercer más presión, a moverla de un lado a otro con una desesperación creciente.El sudor le resbalaba por la frente, combinándose con las lágrimas y la suciedad. Sus músculos protestaban con un dolor punzante, y cada vez que intentaba serrar, el temblor en sus manos hacía que la herramienta resbalara. —Date prisa, Isabella —apuraba Zaid.Ella no podía responder. No podía gritarle que ya no podía más, que sus fuerzas se habían ido hace rato. Solo podía seguir moviendo la sierra con torpeza, jadeando, sintiendo cómo la fatiga la arrastraba al borde de la locura.Finalmente, cuando terminó de descuartizar a Roberto, tocó hacerlo con el cuerpo de Blanca.*****Isabella apenas podía sostener los restos con sus manos entumecidas. Cada trozo del cuerpo que levant
Isabella clavó la pala en la tierra con el último aliento de fuerza que le quedaba. Sus brazos temblaban, sus piernas estaban al borde del colapso y cada músculo de su cuerpo dolía con un cansancio insoportable. La piel de sus manos, ahora en carne viva, sangraba por el roce constante con la madera del mango. Se inclinó sobre el agujero con un jadeo entrecortado. Las maletas, pesadas y deformadas, yacían en el fondo del hoyo. La visión de ellas le provocó un nuevo espasmo en el estómago. Allí dentro estaban Blanca, Roberto y Alexis. Eran su familia, y ahora no eran más que restos encerrados en un ataúd improvisado, condenados a desaparecer bajo la tierra.Tragó con dificultad el nudo de angustia en su garganta. Sus lágrimas, secas por el cansancio, no lograban salir, pero su pecho se sacudía con sollozos silenciosos.—Termina de una vez —ordenó Zaid con impaciencia.Su voz la hizo saltar. Había estado tan inmersa en su horror que casi olvidó que él estaba allí, de pie junto a un árbo
Zaid continuó besándola, con su boca recorriendo su cuello con lentitud repulsiva, descendiendo hasta su clavícula, mientras que su lengua dejaba un rastro húmedo y asqueroso sobre su piel. Lamió su mejilla con un deleite enfermizo, como si saboreara su miedo, su desesperación. Sus manos se deslizaron hasta su cintura, sujetándola con una firmeza posesiva, luego bajaron a sus piernas, tanteando, reclamándola.Isabella no se movió. Se quedó quieta, sin fuerzas, con la mirada perdida en el cielo nocturno. El cansancio la devoraba, consumiéndola hasta la médula. Su cuerpo dolía, sus manos sangraban y no dejaban de vibrar, en lo que su mente estaba al borde del colapso. Ya no tenía lágrimas para llorar. Ya ni siquiera sabía si valía la pena seguir luchando. ¿Para qué? ¿Para qué seguir resistiendo si él siempre iba a ganar? Si al final él le había arrebatado todo, absolutamente todo. Había hecho que sus manos se mancharan con la sangre de los únicos que le importaban.Miró a su alrededor,
Zaid permanecía en el suelo, adolorido y jadeando con dificultad tras la embestida de Isabella. Su cuerpo temblaba por el impacto de la pala y el ardor punzante en sus ojos, donde ella había hundido sus pulgares con toda la fuerza de su desesperación. Pero a pesar del dolor, a pesar del sabor metálico de la sangre en su boca y la sensación punzante en su mano, no había rabia en su rostro. Había algo mucho peor. Había una sombra de obsesión creciente, un fuego retorcido ardiendo en sus pupilas heridas mientras la miraba con fascinación.De pronto, su voz brotó ronca, con la cadencia de una promesa oscura.—Tú algún día serás mía, Isabella. Lo serás, pase lo que pase.Isabella apretó más fuerte el mango de la pala, respirando de manera inestable. Su pecho subía y bajaba con rapidez, pero no por miedo. Era rabia, era asco, era impotencia convertida en fuego puro corriendo por sus venas.—Nunca —escupió las palabras con veneno.Zaid ladeó la cabeza, con una sonrisa débil pero llena de sob
Las palabras la persiguieron incluso cuando se adentró en el bosque, tropezando entre la maleza y la humedad de la noche. La pala que aún sujetaba en su mano resbaló de sus dedos en algún punto, pero no se detuvo a buscarla. No podía. Su única opción era huir.Tras un tiempo que pareció eterno, encontró una vieja guarida oculta entre los árboles, un refugio improvisado. Se acurrucó dentro, con la respiración descontrolada y los músculos temblando de agotamiento y miedo. Pensó que tal vez Zaid no conocía ese sitio, que quizás ahí estaría a salvo, pero la seguridad era una ilusión. No podía dormir. No podía descansar. Cada sombra en la entrada le parecía una amenaza, cada crujido en la noche le erizaba la piel. No tenía más opción que estar alerta.Conforme las horas pasaban, el hambre comenzó a hacer estragos en su cuerpo. No podía seguir así. No podía vivir escondida como un animal acorralado. Necesitaba comida, y más que eso, necesitaba un plan. No bastaba con huir, tenía que desapar
El silencio se alargó entre ambos, mientras Marcial meditaba la petición. Isabella esperó, conteniendo la respiración, consciente de que su vida dependía de la respuesta de aquel hombre.—Está bien. Tengo que ir a la ciudad y hablar con él —dijo Marcial, observándola con detenimiento.—¿Y cuándo irás para allá? —agregó Isabella con ansiedad.—Iré esta misma tarde. —Entiendo —replicó.—Vuelve en una semana —indicó Marcial, a lo que el pecho de Isabella se contrajo al instante.—No, yo no tengo una semana. Tengo que irme de aquí cuanto antes.—Es que será muy difícil. Esas identificaciones tardan un poco en llegar. Él necesita tomarse su tiempo. Hay mucha gente que se lo pide, y además, debe tener cuidado de no ser descubierto.—Por favor, por favor, yo necesito esa identificación cuanto antes. Por favor —insistió ella.El hombre la miró con cierta lástima y luego exhaló pesadamente.—Bueno, tal vez podamos acelerarlo todo, pero te costará más dinero.Isabella se quedó pensativa. Tenía
Jordan acababa de terminar su relato. A medida que hablaba, parecía haber retrocedido en el tiempo, reviviendo cada momento con una intensidad abrumadora. Cada palabra que pronunciaba lo sumergía nuevamente en ese pasado del que, por más que lo intentara, nunca podría escapar del todo. Su voz había sido constante, sin titubeos, pero su cuerpo, aunque inmóvil, había transmitido el sufrimiento de cada recuerdo. Había estado dibujando líneas sin sentido en la tierra con la punta de su dedo, como si aquello pudiera ayudarlo a aliviar el dolor de recordar.Reinhardt, por su parte, no lo interrumpió ni una sola vez. Permaneció allí, apoyado contra el auto, con los brazos cruzados y el ceño apenas fruncido, atento a cada palabra que salía de la boca de Jordan. No emitió juicio alguno, no expresó sorpresa ni compasión, sino que simplemente escuchó. Y cuando Jordan terminó de hablar, cuando la última palabra quedó suspendida en el aire entre ambos, Reinhardt rompió el silencio con una afirmaci