Isabella sintió su estómago hundirse en un abismo de puro horror cuando sus ojos se encontraron con la imagen de Zaid, de pie en la penumbra, sosteniendo la cabeza cercenada de Blanca. Su corazón percutió con vehemencia en su pecho y cada latido desgarraba su cordura mientras Zaid la miraba con una sonrisa depredadora.—Isabella... —pronunció su nombre con una dulzura espeluznante, saboreándolo en su lengua como si fuera un manjar exquisito. De pronto, el hombre lanzó la cabeza y el peso del cráneo cercenado impactó contra el suelo con un sonido húmedo, rodando unos centímetros antes de detenerse justo frente a Isabella. Sus cabellos oscuros con ciertas tiras blancas se esparcieron sobre el piso y el rostro sin vida de Blanca quedó mirando directamente hacia ella.En ese momento, Isabella percibió que algo dentro de ella se quebró para siempre.Un alarido desgarrador brotó de su garganta, un grito que no parecía humano, sino el clamor de un alma destrozada.—¡AAAAAAAAAHHHHHHHH! —el
Zaid se acuclilló frente a Isabella, inclinándose lo suficiente para que sus rostros quedaran a centímetros de distancia. —Todo esto es tu culpa —agregó, disfrutando cada palabra—. Si hubieras aceptado tu destino, nada de esto habría pasado. Pero no... Decidiste desafiarme. Esta es mi venganza por el golpe bajo que me diste. Eso no te lo iba a dejar pasar por nada en el mundo. ¿Creíste que lo olvidaría? ¿Que podías humillarme de esa manera y salir ilesa? Ya ves que no. Cometiste un grave error, y te lo haré pagar muy caro.El recuerdo de aquella patada que ella le había dado en los testículos resurgió como un relámpago en su mente. Fue un golpe desesperado, una reacción de supervivencia que ahora Zaid le hacía pagar con creces. Isabella sintió un estremecimiento de rabia, pero estaba atrapada en un torbellino de impotencia y dolor. Su pecho dolía, su cabeza zumbaba y el peso de la culpa la aplastaba sin misericordia.Zaid se incorporó con calma, como si la escena fuera un mero trámit
Cada movimiento le exigía más de lo que su cuerpo podía dar. Sus brazos temblaban y sus dedos entumecidos apenas lograban sostener la sierra. La hoja, ahora cubierta de sangre y tejido, se atascaba a mitad del corte, forzándola a ejercer más presión, a moverla de un lado a otro con una desesperación creciente.El sudor le resbalaba por la frente, combinándose con las lágrimas y la suciedad. Sus músculos protestaban con un dolor punzante, y cada vez que intentaba serrar, el temblor en sus manos hacía que la herramienta resbalara. —Date prisa, Isabella —apuraba Zaid.Ella no podía responder. No podía gritarle que ya no podía más, que sus fuerzas se habían ido hace rato. Solo podía seguir moviendo la sierra con torpeza, jadeando, sintiendo cómo la fatiga la arrastraba al borde de la locura.Finalmente, cuando terminó de descuartizar a Roberto, tocó hacerlo con el cuerpo de Blanca.*****Isabella apenas podía sostener los restos con sus manos entumecidas. Cada trozo del cuerpo que levant
Isabella clavó la pala en la tierra con el último aliento de fuerza que le quedaba. Sus brazos temblaban, sus piernas estaban al borde del colapso y cada músculo de su cuerpo dolía con un cansancio insoportable. La piel de sus manos, ahora en carne viva, sangraba por el roce constante con la madera del mango. Se inclinó sobre el agujero con un jadeo entrecortado. Las maletas, pesadas y deformadas, yacían en el fondo del hoyo. La visión de ellas le provocó un nuevo espasmo en el estómago. Allí dentro estaban Blanca, Roberto y Alexis. Eran su familia, y ahora no eran más que restos encerrados en un ataúd improvisado, condenados a desaparecer bajo la tierra.Tragó con dificultad el nudo de angustia en su garganta. Sus lágrimas, secas por el cansancio, no lograban salir, pero su pecho se sacudía con sollozos silenciosos.—Termina de una vez —ordenó Zaid con impaciencia.Su voz la hizo saltar. Había estado tan inmersa en su horror que casi olvidó que él estaba allí, de pie junto a un árbo
Zaid continuó besándola, con su boca recorriendo su cuello con lentitud repulsiva, descendiendo hasta su clavícula, mientras que su lengua dejaba un rastro húmedo y asqueroso sobre su piel. Lamió su mejilla con un deleite enfermizo, como si saboreara su miedo, su desesperación. Sus manos se deslizaron hasta su cintura, sujetándola con una firmeza posesiva, luego bajaron a sus piernas, tanteando, reclamándola.Isabella no se movió. Se quedó quieta, sin fuerzas, con la mirada perdida en el cielo nocturno. El cansancio la devoraba, consumiéndola hasta la médula. Su cuerpo dolía, sus manos sangraban y no dejaban de vibrar, en lo que su mente estaba al borde del colapso. Ya no tenía lágrimas para llorar. Ya ni siquiera sabía si valía la pena seguir luchando. ¿Para qué? ¿Para qué seguir resistiendo si él siempre iba a ganar? Si al final él le había arrebatado todo, absolutamente todo. Había hecho que sus manos se mancharan con la sangre de los únicos que le importaban.Miró a su alrededor,
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.