Zaid continuó besándola, con su boca recorriendo su cuello con lentitud repulsiva, descendiendo hasta su clavícula, mientras que su lengua dejaba un rastro húmedo y asqueroso sobre su piel. Lamió su mejilla con un deleite enfermizo, como si saboreara su miedo, su desesperación. Sus manos se deslizaron hasta su cintura, sujetándola con una firmeza posesiva, luego bajaron a sus piernas, tanteando, reclamándola.Isabella no se movió. Se quedó quieta, sin fuerzas, con la mirada perdida en el cielo nocturno. El cansancio la devoraba, consumiéndola hasta la médula. Su cuerpo dolía, sus manos sangraban y no dejaban de vibrar, en lo que su mente estaba al borde del colapso. Ya no tenía lágrimas para llorar. Ya ni siquiera sabía si valía la pena seguir luchando. ¿Para qué? ¿Para qué seguir resistiendo si él siempre iba a ganar? Si al final él le había arrebatado todo, absolutamente todo. Había hecho que sus manos se mancharan con la sangre de los únicos que le importaban.Miró a su alrededor,
Zaid permanecía en el suelo, adolorido y jadeando con dificultad tras la embestida de Isabella. Su cuerpo temblaba por el impacto de la pala y el ardor punzante en sus ojos, donde ella había hundido sus pulgares con toda la fuerza de su desesperación. Pero a pesar del dolor, a pesar del sabor metálico de la sangre en su boca y la sensación punzante en su mano, no había rabia en su rostro. Había algo mucho peor. Había una sombra de obsesión creciente, un fuego retorcido ardiendo en sus pupilas heridas mientras la miraba con fascinación.De pronto, su voz brotó ronca, con la cadencia de una promesa oscura.—Tú algún día serás mía, Isabella. Lo serás, pase lo que pase.Isabella apretó más fuerte el mango de la pala, respirando de manera inestable. Su pecho subía y bajaba con rapidez, pero no por miedo. Era rabia, era asco, era impotencia convertida en fuego puro corriendo por sus venas.—Nunca —escupió las palabras con veneno.Zaid ladeó la cabeza, con una sonrisa débil pero llena de sob
Las palabras la persiguieron incluso cuando se adentró en el bosque, tropezando entre la maleza y la humedad de la noche. La pala que aún sujetaba en su mano resbaló de sus dedos en algún punto, pero no se detuvo a buscarla. No podía. Su única opción era huir.Tras un tiempo que pareció eterno, encontró una vieja guarida oculta entre los árboles, un refugio improvisado. Se acurrucó dentro, con la respiración descontrolada y los músculos temblando de agotamiento y miedo. Pensó que tal vez Zaid no conocía ese sitio, que quizás ahí estaría a salvo, pero la seguridad era una ilusión. No podía dormir. No podía descansar. Cada sombra en la entrada le parecía una amenaza, cada crujido en la noche le erizaba la piel. No tenía más opción que estar alerta.Conforme las horas pasaban, el hambre comenzó a hacer estragos en su cuerpo. No podía seguir así. No podía vivir escondida como un animal acorralado. Necesitaba comida, y más que eso, necesitaba un plan. No bastaba con huir, tenía que desapar
El silencio se alargó entre ambos, mientras Marcial meditaba la petición. Isabella esperó, conteniendo la respiración, consciente de que su vida dependía de la respuesta de aquel hombre.—Está bien. Tengo que ir a la ciudad y hablar con él —dijo Marcial, observándola con detenimiento.—¿Y cuándo irás para allá? —agregó Isabella con ansiedad.—Iré esta misma tarde. —Entiendo —replicó.—Vuelve en una semana —indicó Marcial, a lo que el pecho de Isabella se contrajo al instante.—No, yo no tengo una semana. Tengo que irme de aquí cuanto antes.—Es que será muy difícil. Esas identificaciones tardan un poco en llegar. Él necesita tomarse su tiempo. Hay mucha gente que se lo pide, y además, debe tener cuidado de no ser descubierto.—Por favor, por favor, yo necesito esa identificación cuanto antes. Por favor —insistió ella.El hombre la miró con cierta lástima y luego exhaló pesadamente.—Bueno, tal vez podamos acelerarlo todo, pero te costará más dinero.Isabella se quedó pensativa. Tenía
Jordan acababa de terminar su relato. A medida que hablaba, parecía haber retrocedido en el tiempo, reviviendo cada momento con una intensidad abrumadora. Cada palabra que pronunciaba lo sumergía nuevamente en ese pasado del que, por más que lo intentara, nunca podría escapar del todo. Su voz había sido constante, sin titubeos, pero su cuerpo, aunque inmóvil, había transmitido el sufrimiento de cada recuerdo. Había estado dibujando líneas sin sentido en la tierra con la punta de su dedo, como si aquello pudiera ayudarlo a aliviar el dolor de recordar.Reinhardt, por su parte, no lo interrumpió ni una sola vez. Permaneció allí, apoyado contra el auto, con los brazos cruzados y el ceño apenas fruncido, atento a cada palabra que salía de la boca de Jordan. No emitió juicio alguno, no expresó sorpresa ni compasión, sino que simplemente escuchó. Y cuando Jordan terminó de hablar, cuando la última palabra quedó suspendida en el aire entre ambos, Reinhardt rompió el silencio con una afirmaci
Reinhardt observó a Jordan con extrañeza, entrecerrando los ojos como si intentara descifrar un enigma que tenía justo frente a él. Había algo en su historia que no terminaba de encajar, algo que no estaba diciendo. Así que, sin previo aviso, se inclinó hacia él, invadiendo su espacio personal sin ninguna reserva. Su rostro se acercó al de Jordan hasta que el aliento de Reinhardt rozó su piel. La calidez de su respiración se mezcló con la frialdad del aire nocturno, creando un contraste inquietante.Jordan no retrocedió. No desvió la mirada ni intentó apartarse. Se mantuvo firme, sosteniendo la intensidad de los ojos de Reinhardt, aunque por dentro su pulso latía con una fuerza casi dolorosa. Su autocontrol era su única barrera, pero se preguntó si Reinhardt podía percibir la ligera tensión en su mandíbula y la forma en que sus manos se cerraban en puños junto a su cuerpo.—Algo me dice que no me estás contando todo —manifestó Reinhardt.El pecho de Jordan se comprimió con fuerza. ¿Có
Reinhardt lo miró fijamente, con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y la exasperación. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Era en serio? No sabía cómo reaccionar ante semejante petición, pero lo que sí sabía era que no le gustaba sentirse desconcertado.—¿Acaso estás demente? —soltó al fin, con un tono seco y desprovisto de toda paciencia—. ¿Que duerma contigo? ¿Qué soy, tu oso de peluche?Jordan, que ya había anticipado esa reacción, no se amilanó. Bajó la mirada un instante, tragó saliva y luego volvió a mirarlo con determinación.—Por favor, Reinhardt… Es que… No quiero estar solo. Tengo miedo.Reinhardt soltó un bufido, cruzó los brazos y negó con la cabeza.—Aquí nada malo te va a pasar. Zaid no va a llegar hasta tu habitación.—Tal vez tenga pesadillas —susurró Jordan.—Ese no es asunto mío.—Reinhardt, no me dejes solo, por favor. No podré dejar de pensar en todo lo que ocurrió, en que Zaid finalmente sabe que estoy en esta ciudad, y me muero de miedo de ima
—¿Crees que quiero matarlo por diversión? —agregó Jordan—. ¿Estás tratando de decirme que, si no asesino solo por disfrutar ver gente morir, no podré sobrevivir en este mundo?—No, pero en un ambiente sanguinario y hostil como este, debes tener la facilidad de apretar el gatillo, sin que la conciencia se convierta en un obstáculo. Y tú no eres así.—Yo no quiero aprender a usar un arma para matar a cada persona que me desagrade. Solo quiero poder defenderme.—Campesino —articuló Reinhardt—. Ten en cuenta una cosa. En este momento no eres más que un don nadie. Solo un pobre diablo corriendo de un lado a otro sin rumbo alguno. Sin embargo… si matas a Zaid con tu propia arma, todo lo suyo sería tuyo. Su territorio, sus negocios, sus hombres. Todo lo que ha construido pasaría a pertenecerte.Jordan no apartó la mirada, pero en su expresión no había codicia ni entusiasmo. Solo un profundo cansancio y una determinación inquebrantable.—Yo no quiero eso —respondió tras un breve silencio—. No