Los pensamientos de Isabella se arremolinaron con rapidez y la ansiedad comenzó a instalarse en su mente. Su jefa estaba allí, al igual que muchas otras personas que conocía. Sin dudarlo más, tomó una decisión.—Iré a ver qué pasa —declaró con firmeza.En lugar de ir a pie, como solía hacer cuando iba al mercado, corrió hacia el establo y desató uno de los caballos. Sabía que si iba caminando, perdería demasiado tiempo y no podía permitirse eso. Montó apresuradamente y con un chasquido de su lengua, hizo que el caballo galopara con rapidez en dirección al mercado.Mientras se acercaba, su inquietud crecía con cada metro recorrido. El humo se hacía más denso y el olor a madera quemada se volvía cada vez más fuerte. Al llegar a las afueras del mercado, su peor temor se confirmó: el mercado estaba envuelto en llamas. El fuego consumía los puestos de madera con una ferocidad aterradora y el calor era sofocante incluso desde la distancia.Varias personas trabajaban desesperadamente para ap
El incendio había consumido casi todo el mercado. Desde la mañana hasta bien entrada la tarde, Isabella había permanecido allí, ayudando en lo que podía. Se quedó moviendo escombros, asistiendo a los que intentaban salvar algo de los restos carbonizados, escuchando los lamentos de aquellos que lo habían perdido todo. Había sentido el ardor del humo en la garganta y los ojos, la piel pegajosa por el hollín y el sudor. Se había quedado también para procesar el hecho de que su jefa había muerto en aquel infierno. Su trabajo ya no existía, y aunque los campesinos eran resilientes y volverían a levantar el mercado, tardaría meses en estar listo. No podía quedarse allí esperando. De hecho, ya no podía seguir en el campo de cualquier forma.Cuando el sol comenzó a descender, Isabella decidió regresar a la granja. La jornada había sido agotadora y su mente bullía de pensamientos mientras cabalgaba. La luz dorada del atardecer bañaba los campos, pero ella apenas lo notaba. Su corazón aún latía
Isabella sintió su estómago hundirse en un abismo de puro horror cuando sus ojos se encontraron con la imagen de Zaid, de pie en la penumbra, sosteniendo la cabeza cercenada de Blanca. Su corazón percutió con vehemencia en su pecho y cada latido desgarraba su cordura mientras Zaid la miraba con una sonrisa depredadora.—Isabella... —pronunció su nombre con una dulzura espeluznante, saboreándolo en su lengua como si fuera un manjar exquisito. De pronto, el hombre lanzó la cabeza y el peso del cráneo cercenado impactó contra el suelo con un sonido húmedo, rodando unos centímetros antes de detenerse justo frente a Isabella. Sus cabellos oscuros con ciertas tiras blancas se esparcieron sobre el piso y el rostro sin vida de Blanca quedó mirando directamente hacia ella.En ese momento, Isabella percibió que algo dentro de ella se quebró para siempre.Un alarido desgarrador brotó de su garganta, un grito que no parecía humano, sino el clamor de un alma destrozada.—¡AAAAAAAAAHHHHHHHH! —el
Zaid se acuclilló frente a Isabella, inclinándose lo suficiente para que sus rostros quedaran a centímetros de distancia. —Todo esto es tu culpa —agregó, disfrutando cada palabra—. Si hubieras aceptado tu destino, nada de esto habría pasado. Pero no... Decidiste desafiarme. Esta es mi venganza por el golpe bajo que me diste. Eso no te lo iba a dejar pasar por nada en el mundo. ¿Creíste que lo olvidaría? ¿Que podías humillarme de esa manera y salir ilesa? Ya ves que no. Cometiste un grave error, y te lo haré pagar muy caro.El recuerdo de aquella patada que ella le había dado en los testículos resurgió como un relámpago en su mente. Fue un golpe desesperado, una reacción de supervivencia que ahora Zaid le hacía pagar con creces. Isabella sintió un estremecimiento de rabia, pero estaba atrapada en un torbellino de impotencia y dolor. Su pecho dolía, su cabeza zumbaba y el peso de la culpa la aplastaba sin misericordia.Zaid se incorporó con calma, como si la escena fuera un mero trámit
Cada movimiento le exigía más de lo que su cuerpo podía dar. Sus brazos temblaban y sus dedos entumecidos apenas lograban sostener la sierra. La hoja, ahora cubierta de sangre y tejido, se atascaba a mitad del corte, forzándola a ejercer más presión, a moverla de un lado a otro con una desesperación creciente.El sudor le resbalaba por la frente, combinándose con las lágrimas y la suciedad. Sus músculos protestaban con un dolor punzante, y cada vez que intentaba serrar, el temblor en sus manos hacía que la herramienta resbalara. —Date prisa, Isabella —apuraba Zaid.Ella no podía responder. No podía gritarle que ya no podía más, que sus fuerzas se habían ido hace rato. Solo podía seguir moviendo la sierra con torpeza, jadeando, sintiendo cómo la fatiga la arrastraba al borde de la locura.Finalmente, cuando terminó de descuartizar a Roberto, tocó hacerlo con el cuerpo de Blanca.*****Isabella apenas podía sostener los restos con sus manos entumecidas. Cada trozo del cuerpo que levant
Isabella clavó la pala en la tierra con el último aliento de fuerza que le quedaba. Sus brazos temblaban, sus piernas estaban al borde del colapso y cada músculo de su cuerpo dolía con un cansancio insoportable. La piel de sus manos, ahora en carne viva, sangraba por el roce constante con la madera del mango. Se inclinó sobre el agujero con un jadeo entrecortado. Las maletas, pesadas y deformadas, yacían en el fondo del hoyo. La visión de ellas le provocó un nuevo espasmo en el estómago. Allí dentro estaban Blanca, Roberto y Alexis. Eran su familia, y ahora no eran más que restos encerrados en un ataúd improvisado, condenados a desaparecer bajo la tierra.Tragó con dificultad el nudo de angustia en su garganta. Sus lágrimas, secas por el cansancio, no lograban salir, pero su pecho se sacudía con sollozos silenciosos.—Termina de una vez —ordenó Zaid con impaciencia.Su voz la hizo saltar. Había estado tan inmersa en su horror que casi olvidó que él estaba allí, de pie junto a un árbo
Zaid continuó besándola, con su boca recorriendo su cuello con lentitud repulsiva, descendiendo hasta su clavícula, mientras que su lengua dejaba un rastro húmedo y asqueroso sobre su piel. Lamió su mejilla con un deleite enfermizo, como si saboreara su miedo, su desesperación. Sus manos se deslizaron hasta su cintura, sujetándola con una firmeza posesiva, luego bajaron a sus piernas, tanteando, reclamándola.Isabella no se movió. Se quedó quieta, sin fuerzas, con la mirada perdida en el cielo nocturno. El cansancio la devoraba, consumiéndola hasta la médula. Su cuerpo dolía, sus manos sangraban y no dejaban de vibrar, en lo que su mente estaba al borde del colapso. Ya no tenía lágrimas para llorar. Ya ni siquiera sabía si valía la pena seguir luchando. ¿Para qué? ¿Para qué seguir resistiendo si él siempre iba a ganar? Si al final él le había arrebatado todo, absolutamente todo. Había hecho que sus manos se mancharan con la sangre de los únicos que le importaban.Miró a su alrededor,
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.