Javier bajó las escaleras, tratando de olvidar su cuestionable forma de actuar con la hermana menor de su amigo. No era el momento, ni el lugar para usar su lado coqueto, pero el encuentro en el patio lo dejó en un terreno desconocido.
Al principio creyó estar cometiendo un error al entrar a su habitación y mentir sobre haberse equivocado, pero las osadas palabras de Andrea no hicieron más que echarle combustible a aquella sensación de desconcierto y atracción.
Su intención era amedrentarla por ser tan atrevida siendo tan joven, porque no todos los amigos de Efraín eran como él. Bastaba escuchar a Franco Baumann para conocer el nivel de obsesión con la que hablaba de Andy García, pero ahora sabía por qué. La forma en que Andrea lo miró en el pasillo lo hizo pensar en que tenía una posibilidad.
Sin embargo, él estaba en esa casa para ayudar a Efraín y aunque los padres de este sabían de su existencia, porque su amigo se quedó en su casa de Estados Unidos en muchas festividades, sentía la necesidad de causar una buena impresión. Sobre todo después de su encuentro fortuito con las hermanas de su amigo.
—Es un placer conocerlos al fin, señores García —saludó Javier con una sonrisa cordial mientras estrechaba sus manos.
—El gusto es nuestro, muchacho —respondió Alfredo con una mirada evaluadora, pero no podía negar la calidez en ella—. Espero que disfrutes tu estadía en nuestro país.
De manera involuntaria giró hacia Andrea y estuvo a punto de reír cuando esta enrojeció y desvió la mirada. Sara bajó en ese momento como si nada, y saludó a su padre. No parecía arrepentida de haber mentido y él no pretendía hablar sobre ello.
Miranda, su madre, los invitó a tomar asiento y en poco tiempo hizo que el servicio llenara de bocadillos y bebidas el salón.
—Por fin podremos devolver las atenciones que ha tenido tu familia con mi Efra —comentó Miranda.
—Le aseguro que disfrutamos de su compañía. Tienen un hijo con muchas cualidades —respondió, pero no pasó por alto el gesto de incredulidad de Alfredo. Así que para aligerar el ambiente agregó—: Señora García, su hogar es acogedor y tiene una decoración exquisita.
La sonrisa de la pareja le hizo saber que atinó con el tema, porque la siguiente media hora se la pasaron hablando de las obras de arte acumuladas con los años y con la familia. Ella sería una buena amiga de su madre. Estaba seguro.
Tras unos minutos, Alfredo se puso de pie y le hizo un gesto a Javier para que lo siguiera.
—Me gustaría discutir algunos detalles contigo —Efraín se puso de pie, pero Alfredo agregó—: en privado.
Javier asintió y lo acompañó hasta el elegante despacho, donde tomaron asiento frente al escritorio de madera oscura. El hombre mayor lo miró con una expresión seria en su rostro.
—Aprecio tu interés en asociarte con Efraín, muchacho— comenzó, tamborileando los dedos contra su escritorio de caoba—. Pero debo advertirte sobre los riesgos de hacer negocios con él.
Javier frunció el ceño, confundido por sus palabras.
—Señor…
—Llámame Alfredo, por favor.
—Gracias. Alfredo, usted sabe que Efraín es mi amigo desde hace años, y aunque sé de sus tendencias, nunca he dudado de su capacidad empresarial.
—No me malinterpretes. Mi hijo es un hombre talentoso, pero su adicción al juego ha sido una sombra constante en su vida. Estoy seguro de que también lo sabes.
Javier asintió, sin revelar nada más.
—Eso lo hace poco confiable en los negocios. Te aconsejo que evalúes de nuevo en lo que te estás metiendo.
—Lo tengo claro, Alfredo. Y he tomado medidas de prevención con esta inversión. Es por eso que creí prudente el venir a presentarme ante usted. Pero aprecio sus consejos y le aseguro que analizaré la situación con cuidado antes de comprometerme.
—Me alegra escuchar eso. Sé que ustedes son buenos amigos y no me gustaría que esa relación se viera afectada por un incumplimiento de su parte. Para serte sincero, creí que Efraín no conseguiría un socio, y esperaba que me sustituyera en el banco sin problema. Pero también quisiera verlo triunfar.
—Ya somos dos —confesó con sinceridad—. Si firmamos, me quedaré un tiempo en México para ayudarle a arrancar el negocio, pero él se hará cargo cuando deba volver a trabajar con mi padre.
—Esperaré tu llamada —dijo estrechando su mano—. ¿Cenas con nosotros?
—Tengo una habitación reservada en el Imperial —se excusó.
—De ninguna manera. Te quedas en esta casa igual que Efraín hace en la tuya. ¿Estamos?
Javier dudó por un momento, pero al abrir la puerta del despacho, se encontró con su amigo esperando del otro lado. La postura rígida y la mirada inquieta de Efraín revelaban su nerviosismo, y Javier no podía culparlo considerando la opinión poco favorable que tenía su padre sobre él. Quizá lo sabía.
Javier sintió una punzada de compasión por su amigo. Alfredo compartió su propuesta con su hijo y este insistió en que aceptara, lo que terminó por convencerlo.
Javier iba hacia el comedor cuando su amigo lo detuvo con una mano en su hombro.
—Javi, necesito dejarte algo claro —susurró, con la expresión en su rostro casi amenazante—. Mis hermanas son intocables, ¿entiendes? No quiero que te hagas ideas equivocadas, en especial con Sara.
Javier frunció el ceño, y negó casi a punto de aclarar como un idiota que no era a ella a quien quería.
—Sabes que respeto a tu familia y jamás me aprovecharía de la situación.
—Más te vale, porque no quiero tener que recordarte que tienes a Minerva.
La mención de su novia hizo que Javier se tensara. Sabía que su relación con ella estaba lejos de ser perfecta, aunque no era algo que quisiera discutir en ese momento. Pero entendía a Efraín, él también tenía una hermana menor.
Javier tomó asiento, esforzándose por mantener su mirada alejada de Andrea. Pero fue inevitable notar su presencia, sus movimientos gráciles y su sonrisa plena.
Cada vez que sus ojos se encontraban, Javier sentía un deseo incontrolable de ignorar la advertencia de Efraín. Y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para concentrarse en la conversación en la mesa.
—No puedo creer que se comporten de esta manera, en especial cuando tenemos visitas —dijo Miranda en tono mesurado, pero con severidad.
Sara y Andrea bajaron la mirada, avergonzadas por su comportamiento infantil.
—Vamos, cariño, son solo juegos de niñas. No seas tan dura con ellas —intervino Alfredo, que parecía encantado con la situación.
Aunque ambas hermanas enrojecieron e intentaron cambiar de tema a la vez. Javier no pudo evitar sonreír ante la dinámica familiar, admirando la calidez y el amor que compartían, a pesar de los desacuerdos.
Con un esfuerzo de voluntad, Javier apartó esos pensamientos de su mente. Tenía una relación con Minerva y un acuerdo de negocios por delante. No podía permitirse distracciones, por más tentadoras que fueran.
Era casi media noche cuando Javier atravesó el pasillo, absorto en sus pensamientos sobre la plática que tuvo con Efraín minutos antes, y la voz de Andrea captó su atención. Parecía estar discutiendo con alguien en su habitación.
—Es sencillo. Si no me lo presentas, te juro que no te incluiré en el trabajo final. Sabes que necesitas esa calificación.
Javier frunció el ceño, sorprendido por la actitud manipuladora de Andrea. ¿Acaso estaba chantajeando a alguien solo para conseguir una cita?
No quería involucrarse, así que giró de vuelta a su habitación, pero chocó de frente con Alfredo. El hombre lo miró con suspicacia, arqueando una ceja.
—¿Perdiste algo cerca de las habitaciones de mis hijas? —preguntó Alfredo con un tono serio que hizo que se sintiera incómodo.
—No, señor, yo solo… —balbuceó Javier, avergonzado por haber sido descubierto—. Estaba buscando un lugar para fumar, pero me desorienté un poco.
Alfredo lo escrutó con la mirada, como si estuviera evaluando la veracidad de sus palabras. Finalmente, asintió y le indicó la dirección del balcón principal.
Javier agradeció y se apresuró a alejarse, sintiendo la mirada penetrante de Alfredo en su espalda. Revisó sus bolsillos y no llevaba la cajetilla de siempre, así que suspiró apoyándose en el borde, lamentando haber juzgado a Andrea tan rápido.
Tendría que ser más cauteloso y observar con atención antes de dejarse llevar por sus emociones. Después de todo, estaba allí por negocios, no para involucrarse en dramas familiares o romances complicados. Sin embargo, la curiosidad por conocer el otro lado de la historia de Andrea lo invadió. ¿Quién era esa persona a la que chantajeó? ¿Y por qué?
Andrea tamborileaba los dedos sobre su muslo mientras sacudía su pierna con desesperación. El reloj en la pared avanzaba con tortuosa lentitud, retrasando el timbre que anunciaba el fin de las clases y la oportunidad que había esperado durante meses.Se burló de la incomodidad de Lucía cada vez que cruzaban miradas y aunque eso hacía menos tediosa la espera, no era suficiente.Ella había caído en su trampa con muy poco esfuerzo y ya no podía escapar de su compromiso. Ese día, el codiciado Alberto Villanegra se fijaría en ella y se convertiría en su novio; tenía a su hermana menor atrapada para lograrlo.El sonido estridente se escuchó al fin y la euforia hizo que Andrea saltara de su asiento, asustando más a la pelirroja, quien parecía a punto de echarse a llorar y huir despavorida.—No seas tonta, Lu —dijo Andrea con una sonrisa ladina, tirando de su compañera del asiento al que se aferraba—. Solo tienes que presentármelo. No es como si fueras a hacer algo malo. Recuerda que gracias
El instante en que Andrea se sentó junto a Alberto y aspiró la mezcla de su loción con su aroma varonil, una descarga eléctrica recorrió su cuerpo.Ignorando la advertencia de Lucía, se inclinó hacia él, acortando la distancia entre sus rostros.—Hola, soy Andrea García, la mejor amiga de Lu —ronroneó, dejando que sus labios rozaran sutilmente la comisura de los de Alberto.Alberto arqueó una ceja, examinándola con una sonrisa ladeada. Su mirada recorrió con descaro cada centímetro de su cuerpo, demorándose en el escote de su blusa.—¿Mejor amiga? No te creo —se burló Alberto, mirando a su hermana por el retrovisor, mientras salía hacia la carretera—. Lucía es un caso perdido en el tema de las relaciones socialesLucía resopló desde el asiento trasero, se colocó los auriculares y centró su vista en la ventana.—¿Qué? ¿Se enemistaron tan pronto?—No es eso, está cansada. Supongo. —Andrea frunció el ceño hacia Lucía, pero esta sólo rodó los ojos.Los hermanos Villanegra no se parecían
El impacto hizo que Javier interpusiera su brazo entre Andrea y el tablero, aunque su mano quedó abierta sobre su seno. Se apartó de inmediato, pero se sintió culpable por notar lo pequeño y firme que era.—¿Estás bien? —preguntó con voz tensa, tratando de recobrar la compostura.—Sí… lo estoy. —Andrea tenía los ojos muy abiertos, como si no hubiera notado el contacto.Javier salió del Jeep, y con alivio, descubrió que la colisión fue leve y el otro conductor estuvo de acuerdo en no tomar medidas. Aun así, su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho.Besarla.Necesitaba aire fresco, algo que lo alejara de la tormenta que Andrea había desatado en su interior en tan poco tiempo. No entendía por qué la siguió después de que Sara le advirtiera sobre ella. La llamada de anoche y lo que presenció con ese hombre no la dejaban en buen lugar.Miró a Andrea a través de la ventana y suspiró con pesadez. Solo era una chiquilla inmadura jugando a ser mujer. No podía permitir q
Andrea contempló cómo el jeep se perdía en la distancia, y acarició sus labios aún sensibles por su beso. Javier Herrera sabía lo que hacía con esa boca, sí, señor. Una sonrisa se formó en su rostro, pero se desvaneció al recordar cómo se detuvo, la apartó con suavidad pero firmeza, a pesar de la evidente dureza contra su centro. Tuvo tantas ganas de soltar su cinturón y tocarlo, de devolverle un poco de lo que la hizo sentir.Un pitido de su móvil la sobresaltó y ella se lanzó sobre el colchón.Era Alberto otra vez. "Quiero verte esta noche. No he dejado de pensar en ti."El corazón le dio un vuelco, con una mezcla de emoción y nerviosismo apoderándose de ella. Pero entonces recordó a su madre y, con un suspiro, respondió:"No puedo salir, estoy castigada. Acabo de llegar a casa."La respuesta de Alberto no se hizo esperar, cargada de burla."¿Me lo dices en serio? Pensé que estaba hablando con una mujer de verdad. En fin, si cambias de opinión, te espero en el Dark Raven."La ansi
Andrea se detuvo a unos metros del Dark Raven, confundida al ver a Alberto en la acera, guiándola a un espacio vacío en el pequeño estacionamiento.Él le hizo señas para que subiera a su camioneta y al hacerlo, vio a un grupo de amigos gesticulando a través de la vidriera, llamando su atención.Andrea le sonrió, tratando de ignorar el nerviosismo que la invadía. La mano grande y delgada de Alberto se deslizó entre su cabello, enviando escalofríos por su espalda.—Tus amigos —susurró, señalando con la mirada el lugar que él parecía ignorar a propósito.—No importan ahora. Hoy te quiero solo para mí —dijo, rozando sus labios con los de ella—. No he podido dejar de pensar en ti desde esta tarde. Eres mi pequeña atrevida.Andrea se estremeció ante su tono seductor. Quiso decirle que no lo era, que solo actuaba así por él, pero sus palabras se perdieron cuando sus bocas se encontraron en un beso profundo y apasionado.Cuando se separaron, Andrea notó una mirada intensa en los ojos de Alber
Andrea apenas tocó su desayuno, empujando los huevos revueltos de un lado a otro del plato, mientras su familia conversaba con demasiado ánimo para su gusto sobre la celebración del aniversario del banco donde su padre era el presidente. Quizás en otro momento habría sido la primera en proponer un lugar o apoderarse de la conversación para hablar del vestido que se pondría, pero su mente no dejaba de repasar una y otra vez los eventos de la noche anterior con Alberto.—¿Puedo esperar a Sara afuera? —preguntó Andrea en un momento de silencio, ansiosa por escapar del bullicio familiar.Su madre, Miranda, frunció el ceño pero asintió. Andrea se levantó de la mesa, dejando su plato casi intacto, aunque se tomó el tiempo para darle un beso a su padre en la coronilla que este devolvió con unas suaves palmadas en su mejilla. Antes de que preguntara algo, se apresuró hacia la puerta principal.El aire fresco de la mañana la recibió, pero no pasó mucho tiempo antes de que Sara saliera, riendo
Javier se quedó mirando a Andrea atravesar la calle delante de Sara, pero Efraín le dio un puñetazo en el brazo.—¡Oye! —reclamó, cubriendo la zona dolorida.—No has dejado de mirarla desde que salimos.Javier se sintió incómodo bajo la acusación de su amigo, pero negó.—No es lo que piensas, es que… la noto triste. Me preocupa.Efraín entrecerró los ojos, no del todo convencido.—Pues no tienes que… —antes de que pudiera seguir acusándolo, el teléfono de Javier sonó interrumpiendo la conversación.—Minerva —saludó, sin entusiasmo. Había visto el extracto bancario y ayer se gastó una pequeña fortuna usando la tarjeta de la empresa.—Dijiste que viajabas hoy, pero tu secretaria no sabe nada. ¿Cuándo piensas regresar? —preguntó Minerva con su habitual tono exigente.—Buenos días para ti también —respondió con sarcasmo, pero al notar el silencio del otro lado, agregó—. Pronto. No te preocupes.—Tu madre quiere que asistamos juntos a la inauguración de una galería la próxima semana y me c
El sonido de cristales rompiéndose resonó en la casa cuando Andrea y su hermana volvieron de clases. Alarmadas, se apresuraron hacia el despacho, donde el jarrón de la dinastía Ming yacía hecho añicos en el suelo. Javier y Efraín, enzarzados en una pelea, salieron de la habitación sin reparar en su presencia.—¡Basta ya!— gritó Alfredo—¿Qué demonios les pasa a ustedes dos?Andrea observó cómo Javier, con el labio ensangrentado, se apartaba de Efraín.—¿Alguno va a explicar qué está pasando?— insistió Alfredo, pero ambos guardaron un obstinado silencio.—¡Fuera de mi casa! —espetó Efraín, señalando la puerta con un dedo tembloroso.Javier lo fulminó con la mirada, su pecho subiendo y bajando con cada respiración agitada. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Andrea, y ella contuvo el aliento ante la intensidad de su mirada.—Lo siento, Alfredo —dijo Javier con voz ronca, desviando la vista hacia él—. No volverá a suceder.—Se van los dos —espetó su padre, empujando a Efra