5. Tentado

El impacto hizo que Javier interpusiera su brazo entre Andrea y el tablero, aunque su mano quedó abierta sobre su seno. Se apartó de inmediato, pero se sintió culpable por notar lo pequeño y firme que era.

—¿Estás bien? —preguntó con voz tensa, tratando de recobrar la compostura.

—Sí… lo estoy. —Andrea tenía los ojos muy abiertos, como si no hubiera notado el contacto.

Javier salió del Jeep, y con alivio, descubrió que la colisión fue leve y el otro conductor estuvo de acuerdo en no tomar medidas. Aun así, su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho.

Besarla.

Necesitaba aire fresco, algo que lo alejara de la tormenta que Andrea había desatado en su interior en tan poco tiempo. No entendía por qué la siguió después de que Sara le advirtiera sobre ella. La llamada de anoche y lo que presenció con ese hombre no la dejaban en buen lugar.

Miró a Andrea a través de la ventana y suspiró con pesadez. Solo era una chiquilla inmadura jugando a ser mujer. No podía permitir que lo manipulara así, por lo que entró al auto, decidido a poner fin a su juego.

—Andrea, no puedo hacer lo que me pides. Es una locura.

—Por favor, Javier —suplicó con voz urgente—. Solo quiero estar preparada. No soportaría que Alberto se burlara de mí.

—¿Qué te importa lo que piense un idiota como él? —espetó airado, conociendo la mala fama del sujeto gracias a Sara.

—Ya te dije que me gusta. Y lo quiero para mí.

—Entonces busca a un chico de tu edad y practica con él —respondió. Se puso en marcha de nuevo, renuente a continuar con esa tontería—. Ni siquiera me conoces.

—No. Prefiero aprender de alguien que tenga experiencia. De ti. Y sé que Efraín no sería tu amigo si no fueras de fiar.

Javier retomó la carretera para desviarse hacia la mansión de los García, pero algo hizo clic en su cabeza y reprimió las ganas de reír: Andrea ni siquiera había dado su primer beso, ¿cómo era posible que ayer hablara de dejarle las sobras a Sara?

Solo estaba jugando con él.

Se detuvo en un mirador, con la tarde a punto de desaparecer en el horizonte y Andrea se removió inquieta.

—Que quede claro, tengo novia. Así que esto no irá más allá de lo que pediste, ¿entendido?

No debería siquiera considerarlo, pero ahí estaba, soltando su cinturón y disfrutando de la turbación en los ojos de Andrea. Se acercó a ella, quien retrocedió de inmediato. Javier dejó escapar una carcajada.

Aquello pareció encender algo en Andrea, quien se arrojó sobre él, quedando a milímetros de su boca.

—Claro, estoy segura de que pensaste mucho en tu novia cuando entraste a mi habitación —espetó con acritud.

—Admito que lo hice por curiosidad. Igual que tú ahora —replicó Javier a la defensiva—. Ese chico te gusta, pero estás a punto de cederme tu primer beso a mí.

La duda ensombreció las dulces facciones de Andrea, enmarcadas por un flequillo inocente que no tenía nada que ver con la mujer que quería aparentar. Con lo que provocaba en él.

Javier estuvo a punto de alejarse, pero Andrea se acercó más y su cálido aliento rozó sus labios. La sintió temblar cuando apoyó las manos frías en su cuello. Sin embargo, sus ojos brillaron con determinación y, antes de que pudiera replicar, ella lo besó.

El contacto fue suave, etéreo, pero despertó algo profundo que Javier había enterrado hace años bajo capas de responsabilidad y compromiso en Estados Unidos.

Su mente fue invadida por imágenes de Andrea el día anterior: sus pezones erectos a través de la tela húmeda, su piel de porcelana contra sus dedos mientras deslizaba su cremallera, imaginando no detenerse. El sueño donde ella estaba bajo su cuerpo. Y esa irritación al verla coquetear con ese hombre que no merecía ni siquiera mirarla.

Al principio, los labios de Andrea se movieron con torpeza; era su primer beso real, el que marcaría su camino de mujer, y lo compartía con él, un hombre ajeno a sus planes. Aunque también era el primer beso dulce e inocente de Javier, quien solo había probado la pasión cruda.

Pronto encontraron un ritmo que los hizo olvidar el mundo exterior. Javier no pudo contenerse más y la atrajo hacia él con un brazo firme alrededor de su cintura, levantándola para sentarla a horcajadas sobre su regazo.

—Esto está mal —susurró con voz ronca, entre jadeos—. Muy mal.

—Pero se siente tan bien… —dijo Andrea con voz temblorosa. Sus dedos enredados en los cabellos de Javier, negándose a soltarlo.

Sus manos encontraron refugio en las caderas femeninas mientras profundizaba el beso. El olor a jazmines de su cabello, el roce de su lengua tímida contra la suya, el calor que irradiaba su cuerpo… todo conspiró para nublar su juicio.

—Así —susurró—, sigue mi ritmo.

Andrea lo siguió, dejando escapar un gemido cuando él mordisqueó su labio inferior. Ella rodeó su lengua y succionó, para luego imitar con sus dientes lo que él había hecho.

Fue inevitable que Javier presionara sus caderas e hiciera un movimiento ondulante contra su centro, provocando un nuevo gemido que compartieron a la vez.

Era tan adictiva.

La piel de Javier se erizó cuando las pequeñas manos de Andrea se deslizaron bajo su camisa, acariciando su torso desnudo con curiosidad.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llevarla al asiento de atrás, arrancarle la ropa y devorarla por completo. Aunque su mano se deslizó por el trasero de Andrea y lo apretó con posesividad.

Quería todo de esa chica caprichosa.

—Relájate, dulzura —murmuró sobre su boca, su aliento entrecortado y se obligó a prometer—: No haremos nada más.

Ella asintió, temblorosa mientras Javier acariciaba su espalda con delicadeza, sintiendo cómo cada músculo respondía a su toque.

Andrea se separó en busca de aire, con su rostro arrebolado y los labios hinchados. Sus ojos color miel brillaban de excitación, reflejando el mismo deseo candente que Javier luchaba por controlar.

Se debatió entre la racionalidad y la necesidad de poseerla. Sin embargo, ella se removió contra su erección sin pudor alguno y eso bastó para que abriera su blusa con cuidado, adorando el encaje rosado de su sostén y acarició la punta cubierta del pezón con su lengua.

—Quiero más… —susurró Andrea sobre su boca, necesitada, casi fuera de sí.

Era una petición tan simple, y a la vez, tan peligrosa…, porque él también quería más, pero no debía.

Javier tragó con fuerza al imaginar el elixir dispuesto entre sus piernas y maldijo por lo bajo, obligándose a controlar la necesidad de hundirse en ella y arrebatarle su inocencia.

Rompió el contacto y la miró a los ojos, buscando arrepentimiento, pero solo encontró una mezcla de confusión y deseo que amenazaba con consumirlo.

Andrea se mordió el labio inferior, un gesto que envió una descarga eléctrica directa a su miembro.

—¿Siempre es así? —preguntó ella sin aliento, sin mirarlo a los ojos—. ¿No desear detenerse hasta…? —Dejó la frase en el aire, apoyando la frente contra la suya, riendo avergonzada.

Javier estuvo a punto de volver a su boca, decidido a enviar al infierno la poca moralidad que le quedaba, pero el teléfono de Andrea timbró varias veces y ella casi saltó de su regazo, rompiendo el hechizo.

—¡Es Alberto! —exclamó emocionada—. Quiere que nos veamos.

—Imposible, debo llevarte a tu casa —gruñó, y se acomodó el cabello que ella desordenó.

Respiró profundo, tratando de bajar su erección, y cuando Andrea abrió la boca, intentando decir algo, le subió el volumen al radio y retomó el camino.

Ella iba absorta en su teléfono. Cada risa ahogada era como una puñalada en su estómago. Sabía que era absurdo sentirse así, pero no podía evitarlo. Lo que le provocó ese beso, por más breve que fuera, despertó algo que no estaba seguro de querer ignorar.

Al estacionar frente a la casa, Miranda García los esperaba en el jardín y por la tensión en el rostro de Andrea y la expresión severa de su madre, él la detuvo para que no bajara primero.

Sin embargo, Miranda se acercó al auto y, sin esperar a que Javier abriera la puerta, exclamó:

—¿Dónde has estado, jovencita?

Andrea abrió la boca para responder, pero Javier se adelantó.

—Discúlpenos, señora García. Le pedí a su hija que me guiara por la ciudad para tramitar algunos documentos y perdimos la noción del tiempo. No volverá a ocurrir.

—Oh, no te preocupes, Javier. Por el contrario, gracias por cuidar de ella. Y tú, a tu habitación. Hablaremos por la mañana. Esta noche tu padre tiene invitados.

Andrea le dirigió una mirada agradecida antes de subir las escaleras.

Él iba a seguir sus pasos cuando recibió un mensaje de Efraín para verse en un bar. Agradeció al cielo por ello y se despidió de la señora García con el corazón acelerado y la cabeza hecha un lío.

Por qué mentía por una veinteañera que ni siquiera estaba interesada en él, cuando tenía una relación estable con una mujer hermosa, inteligente y de su misma edad.

Javier deslizó el índice izquierdo por sus labios, con la necesidad latente de volver a probar los de esa chiquilla que lo atraía como a un imán. Pero luego se pasó las manos por el cabello, frustrado.

No podía permitirse sentir algo por Andrea García. Era la hermana menor de su amigo y socio, demasiado joven, impulsiva, manipuladora… y tentadora para él.

No. Tenía que concentrarse en su trabajo, en su relación con Minerva, en cualquier cosa que no fuera esa chica poniendo su mundo de cabeza con un solo beso.

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