El impacto hizo que Javier interpusiera su brazo entre Andrea y el tablero, aunque su mano quedó abierta sobre su seno. Se apartó de inmediato, pero se sintió culpable por notar lo pequeño y firme que era.
—¿Estás bien? —preguntó con voz tensa, tratando de recobrar la compostura.
—Sí… lo estoy. —Andrea tenía los ojos muy abiertos, como si no hubiera notado el contacto.
Javier salió del Jeep, y con alivio, descubrió que la colisión fue leve y el otro conductor estuvo de acuerdo en no tomar medidas. Aun así, su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho.
Besarla.
Necesitaba aire fresco, algo que lo alejara de la tormenta que Andrea había desatado en su interior en tan poco tiempo. No entendía por qué la siguió después de que Sara le advirtiera sobre ella. La llamada de anoche y lo que presenció con ese hombre no la dejaban en buen lugar.
Miró a Andrea a través de la ventana y suspiró con pesadez. Solo era una chiquilla inmadura jugando a ser mujer. No podía permitir que lo manipulara así, por lo que entró al auto, decidido a poner fin a su juego.
—Andrea, no puedo hacer lo que me pides. Es una locura.
—Por favor, Javier —suplicó con voz urgente—. Solo quiero estar preparada. No soportaría que Alberto se burlara de mí.
—¿Qué te importa lo que piense un idiota como él? —espetó airado, conociendo la mala fama del sujeto gracias a Sara.
—Ya te dije que me gusta. Y lo quiero para mí.
—Entonces busca a un chico de tu edad y practica con él —respondió. Se puso en marcha de nuevo, renuente a continuar con esa tontería—. Ni siquiera me conoces.
—No. Prefiero aprender de alguien que tenga experiencia. De ti. Y sé que Efraín no sería tu amigo si no fueras de fiar.
Javier retomó la carretera para desviarse hacia la mansión de los García, pero algo hizo clic en su cabeza y reprimió las ganas de reír: Andrea ni siquiera había dado su primer beso, ¿cómo era posible que ayer hablara de dejarle las sobras a Sara?
Solo estaba jugando con él.
Se detuvo en un mirador, con la tarde a punto de desaparecer en el horizonte y Andrea se removió inquieta.
—Que quede claro, tengo novia. Así que esto no irá más allá de lo que pediste, ¿entendido?
No debería siquiera considerarlo, pero ahí estaba, soltando su cinturón y disfrutando de la turbación en los ojos de Andrea. Se acercó a ella, quien retrocedió de inmediato. Javier dejó escapar una carcajada.
Aquello pareció encender algo en Andrea, quien se arrojó sobre él, quedando a milímetros de su boca.
—Claro, estoy segura de que pensaste mucho en tu novia cuando entraste a mi habitación —espetó con acritud.
—Admito que lo hice por curiosidad. Igual que tú ahora —replicó Javier a la defensiva—. Ese chico te gusta, pero estás a punto de cederme tu primer beso a mí.
La duda ensombreció las dulces facciones de Andrea, enmarcadas por un flequillo inocente que no tenía nada que ver con la mujer que quería aparentar. Con lo que provocaba en él.
Javier estuvo a punto de alejarse, pero Andrea se acercó más y su cálido aliento rozó sus labios. La sintió temblar cuando apoyó las manos frías en su cuello. Sin embargo, sus ojos brillaron con determinación y, antes de que pudiera replicar, ella lo besó.
El contacto fue suave, etéreo, pero despertó algo profundo que Javier había enterrado hace años bajo capas de responsabilidad y compromiso en Estados Unidos.
Su mente fue invadida por imágenes de Andrea el día anterior: sus pezones erectos a través de la tela húmeda, su piel de porcelana contra sus dedos mientras deslizaba su cremallera, imaginando no detenerse. El sueño donde ella estaba bajo su cuerpo. Y esa irritación al verla coquetear con ese hombre que no merecía ni siquiera mirarla.
Al principio, los labios de Andrea se movieron con torpeza; era su primer beso real, el que marcaría su camino de mujer, y lo compartía con él, un hombre ajeno a sus planes. Aunque también era el primer beso dulce e inocente de Javier, quien solo había probado la pasión cruda.
Pronto encontraron un ritmo que los hizo olvidar el mundo exterior. Javier no pudo contenerse más y la atrajo hacia él con un brazo firme alrededor de su cintura, levantándola para sentarla a horcajadas sobre su regazo.
—Esto está mal —susurró con voz ronca, entre jadeos—. Muy mal.
—Pero se siente tan bien… —dijo Andrea con voz temblorosa. Sus dedos enredados en los cabellos de Javier, negándose a soltarlo.
Sus manos encontraron refugio en las caderas femeninas mientras profundizaba el beso. El olor a jazmines de su cabello, el roce de su lengua tímida contra la suya, el calor que irradiaba su cuerpo… todo conspiró para nublar su juicio.
—Así —susurró—, sigue mi ritmo.
Andrea lo siguió, dejando escapar un gemido cuando él mordisqueó su labio inferior. Ella rodeó su lengua y succionó, para luego imitar con sus dientes lo que él había hecho.
Fue inevitable que Javier presionara sus caderas e hiciera un movimiento ondulante contra su centro, provocando un nuevo gemido que compartieron a la vez.
Era tan adictiva.
La piel de Javier se erizó cuando las pequeñas manos de Andrea se deslizaron bajo su camisa, acariciando su torso desnudo con curiosidad.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llevarla al asiento de atrás, arrancarle la ropa y devorarla por completo. Aunque su mano se deslizó por el trasero de Andrea y lo apretó con posesividad.
Quería todo de esa chica caprichosa.
—Relájate, dulzura —murmuró sobre su boca, su aliento entrecortado y se obligó a prometer—: No haremos nada más.
Ella asintió, temblorosa mientras Javier acariciaba su espalda con delicadeza, sintiendo cómo cada músculo respondía a su toque.
Andrea se separó en busca de aire, con su rostro arrebolado y los labios hinchados. Sus ojos color miel brillaban de excitación, reflejando el mismo deseo candente que Javier luchaba por controlar.
Se debatió entre la racionalidad y la necesidad de poseerla. Sin embargo, ella se removió contra su erección sin pudor alguno y eso bastó para que abriera su blusa con cuidado, adorando el encaje rosado de su sostén y acarició la punta cubierta del pezón con su lengua.
—Quiero más… —susurró Andrea sobre su boca, necesitada, casi fuera de sí.
Era una petición tan simple, y a la vez, tan peligrosa…, porque él también quería más, pero no debía.
Javier tragó con fuerza al imaginar el elixir dispuesto entre sus piernas y maldijo por lo bajo, obligándose a controlar la necesidad de hundirse en ella y arrebatarle su inocencia.
Rompió el contacto y la miró a los ojos, buscando arrepentimiento, pero solo encontró una mezcla de confusión y deseo que amenazaba con consumirlo.
Andrea se mordió el labio inferior, un gesto que envió una descarga eléctrica directa a su miembro.
—¿Siempre es así? —preguntó ella sin aliento, sin mirarlo a los ojos—. ¿No desear detenerse hasta…? —Dejó la frase en el aire, apoyando la frente contra la suya, riendo avergonzada.
Javier estuvo a punto de volver a su boca, decidido a enviar al infierno la poca moralidad que le quedaba, pero el teléfono de Andrea timbró varias veces y ella casi saltó de su regazo, rompiendo el hechizo.
—¡Es Alberto! —exclamó emocionada—. Quiere que nos veamos.
—Imposible, debo llevarte a tu casa —gruñó, y se acomodó el cabello que ella desordenó.
Respiró profundo, tratando de bajar su erección, y cuando Andrea abrió la boca, intentando decir algo, le subió el volumen al radio y retomó el camino.
Ella iba absorta en su teléfono. Cada risa ahogada era como una puñalada en su estómago. Sabía que era absurdo sentirse así, pero no podía evitarlo. Lo que le provocó ese beso, por más breve que fuera, despertó algo que no estaba seguro de querer ignorar.
Al estacionar frente a la casa, Miranda García los esperaba en el jardín y por la tensión en el rostro de Andrea y la expresión severa de su madre, él la detuvo para que no bajara primero.
Sin embargo, Miranda se acercó al auto y, sin esperar a que Javier abriera la puerta, exclamó:
—¿Dónde has estado, jovencita?
Andrea abrió la boca para responder, pero Javier se adelantó.
—Discúlpenos, señora García. Le pedí a su hija que me guiara por la ciudad para tramitar algunos documentos y perdimos la noción del tiempo. No volverá a ocurrir.
—Oh, no te preocupes, Javier. Por el contrario, gracias por cuidar de ella. Y tú, a tu habitación. Hablaremos por la mañana. Esta noche tu padre tiene invitados.
Andrea le dirigió una mirada agradecida antes de subir las escaleras.
Él iba a seguir sus pasos cuando recibió un mensaje de Efraín para verse en un bar. Agradeció al cielo por ello y se despidió de la señora García con el corazón acelerado y la cabeza hecha un lío.
Por qué mentía por una veinteañera que ni siquiera estaba interesada en él, cuando tenía una relación estable con una mujer hermosa, inteligente y de su misma edad.
Javier deslizó el índice izquierdo por sus labios, con la necesidad latente de volver a probar los de esa chiquilla que lo atraía como a un imán. Pero luego se pasó las manos por el cabello, frustrado.
No podía permitirse sentir algo por Andrea García. Era la hermana menor de su amigo y socio, demasiado joven, impulsiva, manipuladora… y tentadora para él.
No. Tenía que concentrarse en su trabajo, en su relación con Minerva, en cualquier cosa que no fuera esa chica poniendo su mundo de cabeza con un solo beso.
Andrea contempló cómo el jeep se perdía en la distancia, y acarició sus labios aún sensibles por su beso. Javier Herrera sabía lo que hacía con esa boca, sí, señor. Una sonrisa se formó en su rostro, pero se desvaneció al recordar cómo se detuvo, la apartó con suavidad pero firmeza, a pesar de la evidente dureza contra su centro. Tuvo tantas ganas de soltar su cinturón y tocarlo, de devolverle un poco de lo que la hizo sentir.Un pitido de su móvil la sobresaltó y ella se lanzó sobre el colchón.Era Alberto otra vez. "Quiero verte esta noche. No he dejado de pensar en ti."El corazón le dio un vuelco, con una mezcla de emoción y nerviosismo apoderándose de ella. Pero entonces recordó a su madre y, con un suspiro, respondió:"No puedo salir, estoy castigada. Acabo de llegar a casa."La respuesta de Alberto no se hizo esperar, cargada de burla."¿Me lo dices en serio? Pensé que estaba hablando con una mujer de verdad. En fin, si cambias de opinión, te espero en el Dark Raven."La ansi
Andrea se detuvo a unos metros del Dark Raven, confundida al ver a Alberto en la acera, guiándola a un espacio vacío en el pequeño estacionamiento.Él le hizo señas para que subiera a su camioneta y al hacerlo, vio a un grupo de amigos gesticulando a través de la vidriera, llamando su atención.Andrea le sonrió, tratando de ignorar el nerviosismo que la invadía. La mano grande y delgada de Alberto se deslizó entre su cabello, enviando escalofríos por su espalda.—Tus amigos —susurró, señalando con la mirada el lugar que él parecía ignorar a propósito.—No importan ahora. Hoy te quiero solo para mí —dijo, rozando sus labios con los de ella—. No he podido dejar de pensar en ti desde esta tarde. Eres mi pequeña atrevida.Andrea se estremeció ante su tono seductor. Quiso decirle que no lo era, que solo actuaba así por él, pero sus palabras se perdieron cuando sus bocas se encontraron en un beso profundo y apasionado.Cuando se separaron, Andrea notó una mirada intensa en los ojos de Alber
Andrea apenas tocó su desayuno, empujando los huevos revueltos de un lado a otro del plato, mientras su familia conversaba con demasiado ánimo para su gusto sobre la celebración del aniversario del banco donde su padre era el presidente. Quizás en otro momento habría sido la primera en proponer un lugar o apoderarse de la conversación para hablar del vestido que se pondría, pero su mente no dejaba de repasar una y otra vez los eventos de la noche anterior con Alberto.—¿Puedo esperar a Sara afuera? —preguntó Andrea en un momento de silencio, ansiosa por escapar del bullicio familiar.Su madre, Miranda, frunció el ceño pero asintió. Andrea se levantó de la mesa, dejando su plato casi intacto, aunque se tomó el tiempo para darle un beso a su padre en la coronilla que este devolvió con unas suaves palmadas en su mejilla. Antes de que preguntara algo, se apresuró hacia la puerta principal.El aire fresco de la mañana la recibió, pero no pasó mucho tiempo antes de que Sara saliera, riendo
Javier se quedó mirando a Andrea atravesar la calle delante de Sara, pero Efraín le dio un puñetazo en el brazo.—¡Oye! —reclamó, cubriendo la zona dolorida.—No has dejado de mirarla desde que salimos.Javier se sintió incómodo bajo la acusación de su amigo, pero negó.—No es lo que piensas, es que… la noto triste. Me preocupa.Efraín entrecerró los ojos, no del todo convencido.—Pues no tienes que… —antes de que pudiera seguir acusándolo, el teléfono de Javier sonó interrumpiendo la conversación.—Minerva —saludó, sin entusiasmo. Había visto el extracto bancario y ayer se gastó una pequeña fortuna usando la tarjeta de la empresa.—Dijiste que viajabas hoy, pero tu secretaria no sabe nada. ¿Cuándo piensas regresar? —preguntó Minerva con su habitual tono exigente.—Buenos días para ti también —respondió con sarcasmo, pero al notar el silencio del otro lado, agregó—. Pronto. No te preocupes.—Tu madre quiere que asistamos juntos a la inauguración de una galería la próxima semana y me c
El sonido de cristales rompiéndose resonó en la casa cuando Andrea y su hermana volvieron de clases. Alarmadas, se apresuraron hacia el despacho, donde el jarrón de la dinastía Ming yacía hecho añicos en el suelo. Javier y Efraín, enzarzados en una pelea, salieron de la habitación sin reparar en su presencia.—¡Basta ya!— gritó Alfredo—¿Qué demonios les pasa a ustedes dos?Andrea observó cómo Javier, con el labio ensangrentado, se apartaba de Efraín.—¿Alguno va a explicar qué está pasando?— insistió Alfredo, pero ambos guardaron un obstinado silencio.—¡Fuera de mi casa! —espetó Efraín, señalando la puerta con un dedo tembloroso.Javier lo fulminó con la mirada, su pecho subiendo y bajando con cada respiración agitada. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Andrea, y ella contuvo el aliento ante la intensidad de su mirada.—Lo siento, Alfredo —dijo Javier con voz ronca, desviando la vista hacia él—. No volverá a suceder.—Se van los dos —espetó su padre, empujando a Efra
La puerta de la oficina de Alfredo se abrió de golpe cuando Javier Herrera entró, aun con un poco de furia por lo sucedido un par de días atrás. El hombre miró hacia la ventana, con las manos entrelazadas a la espalda.—Gracias por acudir a mi llamada.Javier se detuvo frente al escritorio, su mandíbula apretada. —Señor García, lamento mucho mi reacción, pero Efraín firmó con Villanegra a pesar de que le advertí sobre el fraude.Los ojos de Alfredo se encontraron con los suyos, serios. Negó con la cabeza antes de tomar asiento e indicarle que hiciera lo mismo.—¿Por qué no me lo dijiste?—Porque no fue con usted con quien estreché mi mano —respondió como si fuese obvio, un poco culpable por no haberlo escuchado cuando se lo advirtió.La sonrisa triste del hombre lo descolocó.—¿Por eso regresaste a México?Javier asintió con pesar. —El abogado me informó que el verdadero dueño apareció con los documentos válidos. Nos exige un pago exorbitante por el terreno. —Su voz se quebró—. No qu
Andrea abrió los ojos, desorientada y confusa. Su mente tardó unos segundos en procesar lo ocurrido: la acalorada discusión con Efraín, su encierro y, el sueño reparador que la había mantenido inconsciente durante todo el día.Se sentó en la cama, frotándose los ojos con las palmas de las manos, sintiendo la suavidad de las sábanas contra su piel.A su lado, una bandeja con frutas cortadas la esperaba, una señal de que el enojo de su hermano se había disipado. Tomó un trozo de durazno, saboreando su dulzura mientras pensaba en la situación en la que se encontraba. Desafió el castigo de sus padres una vez más, y esta vez, las consecuencias podrían ser más graves.Sí, ya era algo recurrente el mentir y escapar para ver a Alberto, pero no podía evitarlo. Lo amaba y quería pasar todo el tiempo posible con él.Llevaba castigada una semana desde que Alberto la invitó a un paseo fuera de la ciudad para presentarla con sus amigos y no podía negarse. Pero iba a examen y al excusarse, él se bur
Javier no recordaba cómo llegó al ático después de resistirse a tomar a Andrea en la cocina de su casa. Pero supo que hizo lo correcto cuando recibió un mensaje suyo más tarde. “Le robé tu número a Efraín. No veo la hora de verte de nuevo y terminar lo que empezamos.”Javier sonrió como un adolescente reviviendo su primera cita al notar la cantidad de emojis que Andrea usó, aunque él sintió vergüenza de hacer lo mismo y solo respondió: “Yo igual, Princesa.” Nada más añadió un corazón. Era un idiota.La noche pasó lenta, y no ayudó la ducha fría que tomó, ni los libros que intentó leer, porque el domingo lo recibió desvelado. Se vistió con ropa casual, despacio, esperando en secreto que Andrea le cancelara.Sin embargo, cuando llegó, ella estaba en la entrada de la casa. Llevaba un hermoso vestido blanco de encaje que contrastaba con su piel bronceada, dejando ver a medias sus delicados hombros. Sus ojos color miel brillaban bajo la luz del sol matutino y una tímida sonrisa adornab