Atrévete
Atrévete
Por: Mileth Pineda
1. Apuestas

Andrea escapó con la agilidad de una gacela, escuchando la risa descontrolada de su hermana Sara a sus espaldas. El patio se convirtió en un pésimo refugio para esconderse de la ira de su hermana por usar sus botas nuevas sin permiso.

La sorpresa la detuvo en seco al ver a Efraín, el mayor de los tres, descender de su Jeep con una gracia despreocupada, pero no se detuvo. No podía.

Su hermano mayor se puso las manos en las caderas, pero sustituyó su ceño fruncido por una amplia sonrisa cuando Sara le disparó un chorro de agua directo al pecho para que se quitara del camino. Ella era así de vengativa.

—¡Ey, ustedes dos! —exclamó riendo—. ¿Quién empezó?

—¡Fue Sara!

—¡Fue Andrea! Siempre es ella —acusó Sara sin bajar la pistola de agua—. Es una consentida y le daré una lección.

Andrea, en un acto de desafío, le sacó la lengua a Sara y ejecutó un baile burlón azotando su trasero para provocarla. Pero al girar, chocó de frente contra un duro pecho.

El dueño de ese compacto muro de piel, la sostuvo por la cintura para evitar que cayera de espaldas.

—¿Estás bien? —le preguntó, sin poder disimular la diversión en sus lindos y extraños ojos claros salpicados con diminutas motas verdes.

El rubor invadió su rostro, y la vergüenza se intensificó al seguir la atención de su mirada hacia su blusa empapada,  y la oscuridad de sus pezones debido a la transparencia de la tela.

Andrea intentó responder con soltura, demostrar que era toda una universitaria de primer año, pero solo pudo balbucear una extraña respuesta y cubrirse los senos con rapidez.

Su hermano mayor la rescató de semejante humillación al envolverla en un abrazo protector. Pero le revolvió el cabello como a una chiquilla, antes de soltar su famoso:

—Renacuajo, ¿acaso no me vas a saludar?

Era imperdonable que sus hermanos la humillaran así delante de un desconocido.

—¿Cuándo llegaste? —preguntó y le dio un beso en la mejilla, fingiendo que nadie escuchó el horrible apodo que le pusieron desde que estaba en preescolar.

—Hace unas horas. Les presento a Javier Herrera, un amigo.

—Encantado —respondió Javier, estrechando la mano y besando la mejilla de Sara.

Sara se sonrojó y Andrea pensó que su hermana era una tonta por comportarse así.

—Lo mismo digo. Adelante. Estoy segura de que cuando mamá vuelva, querrá organizar una fiesta para darles la bienvenida.

Andrea resopló cuando Sara la miró con burla al pasar a su lado.  Mientras los dos avanzaban, Sara aprovechó para lanzarle agua en la cara y susurrar con una sonrisa triunfante:

—El bolso y los zapatos que pediste ahora son míos, Renacuajo.

Javier volteó y ella desvió la mirada.

No era justo. La tía Susie envió una decena de vestidos y maquillaje para Sara, y todos sabían la debilidad que Andrea sentía por los diseños de Jimmy Choo. Eso no iba a quedarse así.

 —Te compraré otras botas —ofreció Efraín como mediador.

—No, gracias —respondió Sara—. Ya tengo lo que quiero.

—Entonces dime tú cuáles quieres —murmuró Efraín hacia Andrea.

Andrea sonrió triunfante y asintió, preguntándose si Sara también había encontrado los aretes a juego que pidió, porque iba a aprovecharse de Efraín para tener los modelos más recientes y se quedaría con ambos.

Los hombres entraron y ellas se desviaron alrededor de la casa, para evitar que los empleados le pusieran quejas a su madre.

—Odiosa… —refunfuñó Andrea al ver las botas de piel destruidas por el agua. 

—Shh, ya deja de quejarte. Mejor hablemos de algo importante. ¿Sabes quién es él?

Andrea negó con desdén, qué le importaba. Ni siquiera era guapo.

Atravesaron la cocina con rapidez. Corrieron por el pasillo de servicio y subieron las escaleras hacia sus habitaciones. La de Andrea era la primera y Sara la siguió dentro.

—Ya deja el misterio, habla. —Andrea se quitó los tenis mojados y buscó en su armario, algo que su madre considerara adecuado para recibir invitados.

—Escuché a papá hablar sobre el hijo de un hotelero que le serviría de aval a Efraín.

Su padre debía estar arrepentido de haberle puesto esa condición a su hermano para aprobar que no siguiera sus pasos como financiero y se dedicara a la construcción.

—Debe tener mucho dinero. — Andrea entrecerró los ojos hacia su hermana—. ¿Acaso te gusta?

—Tiene propiedades por todo el mundo.

—No fue lo  que pregunté —rebatió burlona.

—No seas tonta —Sara rio y le lanzó su camiseta mojada antes de echarse a correr en sostén y gritar—. ¡No es mi tipo!

Andrea resopló, porque a Sara le gustaba el hijo del jardinero, pero ella creía que nadie lo sabía. Escuchó pasos de nuevo y creyó que era su hermana, que volvía para seguir hablando de ese hombre. Así que le dio la espalda y pidió:

—¿Me ayudas con la cremallera?

Sus dedos tibios rozaron su espalda y fue la primera vez que Andrea se estremecía por un toque tan simple como ese.

—Tampoco es mi tipo, pero tiene unos pectorales durísimos —continuó Andrea sin voltear—. Si se descuida, puede que lo haga mío y te deje las sobras. ¿Qué dices? ¿Apostamos?

—Me encantan las apuestas —susurró una voz varonil contra su oreja, envolviéndola en un aroma varonil que le robó el aliento.

Andrea se giró de inmediato.

—Lo siento, no quise... Yo no…

Ella retrocedió por instinto y se cubrió con lo primero que encontró cerca. Su corazón latió desbocado. 

Javier sonrió, sus ojos encontrándose brevemente con los de Andrea antes de mirar hacia otro lado.

—Efraín me pidió que lo esperara en su habitación mientras termina una llamada. Es evidente que me equivoqué. No quise asustarte. Lo lamento.

—No. Yo… Es a la derecha, la última puerta —respondió Andrea, tragando saliva.

Un silencio incómodo se instaló entre ellos, antes de que Javier girara buscando la salida, pero un estruendo y un grito ahogado los hizo correr hacia el pasillo.

Encontraron a Sara en el suelo, sujetándose el tobillo con una mueca de dolor en su rostro.

—¿Qué ocurrió? —Andrea se arrodilló a su lado.

Sara negó con la cabeza, sus ojos brillando por las lágrimas contenidas.

—Resbalé. Creo que me torcí el tobillo.

Andrea notó un charco de agua, y se sintió culpable por haber provocado su batalla anterior.

—¿Puedes caminar? —preguntó Javier.

Sara negó, mordiéndose el labio.

—No lo creo.

Sin decir una palabra, Javier la levantó en sus brazos con facilidad, como si no pesara nada, y Sara lo miró sorprendida, pero no protestó.

—Llévala a su habitación, mientras voy por vendas y hielo —ofreció Andrea, todavía con el corazón latiendo desbocado mientras ellos se alejaban. Sara lo hizo detenerse y gritó:

—¡No le digas a mamá, no quiero preocuparla!

Andrea volteó al mismo tiempo en que su hermana mayor le guiñó un ojo con disimulo. No quería pensar mal, así que sacudió la cabeza antes de tomar una camiseta cualquiera de su habitación y bajó por el hielo.

Al volver, encontró a Javier sentado en la cama examinando el tobillo de Sara. Andrea se quedó congelada en la puerta, al ver cómo sus manos acariciaban la piel con suavidad y su hermana se le acercó demasiado al cuello. Parecía extasiada por el contacto.

Sara elevó el rostro y sonrió con picardía.

—Gracias, hermanita. Creo que acabo de encontrar a mi enfermero personal.

Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de su treta antes.

—Entonces los dejo —respondió con acidez, dejando todo en el suelo frente a ellos.

Sin embargo, la mano de Javier en su muñeca la detuvo.

—La verdad es que no sé si sea conveniente que esté aquí. Quédate con ella y yo iré por Efraín.

Sara intentó detenerlo y Andrea estuvo a punto de soltar una carcajada al ver su cara de pánico, pero a fin de cuentas era su hermana y no la dejaría pasar por semejante humillación.

Salió en busca de Javier, pero al dar un par de pasos hacia el pasillo, lo encontró recostado contra la pared, cruzado de brazos.

—¡Qué demonios! —exclamó sobresaltada, mirándolo con confusión—. Pensé que…

—No era justo.

—¿De qué hablas? —Se atragantó.

Javier negó y aunque a Andrea no le parecía el hombre más atractivo del mundo, al menos no como el que le gustaba, seguía teniendo algo que llamaba su atención y sobre todo, algo que la descolocaba y que le impedía actuar como la chica segura que era.

—De la apuesta que propusiste. 

Un escalofrío recorrió su espalda. Pero antes de que pudiera responder y enviarlo al demonio por atrevido, la voz de Efraín resonó desde el pasillo:

—¡Andrea, necesito que bajes, ahora!

Andrea se sobresaltó igual que Javier, pero ella reaccionó antes y corrió hacia su hermano, tratando de controlar aquella desazón que le provocó ese hombre.

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