Andrea tamborileaba los dedos sobre su muslo mientras sacudía su pierna con desesperación. El reloj en la pared avanzaba con tortuosa lentitud, retrasando el timbre que anunciaba el fin de las clases y la oportunidad que había esperado durante meses.
Se burló de la incomodidad de Lucía cada vez que cruzaban miradas y aunque eso hacía menos tediosa la espera, no era suficiente.
Ella había caído en su trampa con muy poco esfuerzo y ya no podía escapar de su compromiso. Ese día, el codiciado Alberto Villanegra se fijaría en ella y se convertiría en su novio; tenía a su hermana menor atrapada para lograrlo.
El sonido estridente se escuchó al fin y la euforia hizo que Andrea saltara de su asiento, asustando más a la pelirroja, quien parecía a punto de echarse a llorar y huir despavorida.
—No seas tonta, Lu —dijo Andrea con una sonrisa ladina, tirando de su compañera del asiento al que se aferraba—. Solo tienes que presentármelo. No es como si fueras a hacer algo malo. Recuerda que gracias a mí no perdiste todos los puntos del proyecto.
Lucía sollozó, adherida a la madera, como si fuera un salvavidas.
—Ya te dije No creo que sea buena idea, Andrea. Él no es para ti. Te lo he dicho muchas veces. Hazme caso.
Andrea soltó los dedos de Lucía uno a uno, halando de ella en su dirección.
—¿Qué sabes tú sobre eso? No has tenido novio, y no olvides que no debes ser una mala amiga.
—Tú y yo nunca hemos sido amigas. Déjame ir —respondió Lucía, molesta.
—Pero podríamos serlo —rebatió Andrea con ese tono travieso que convencía a todo el mundo, y celebró con aplausos cuando su compañera, vencida, se puso de pie.
Andrea no odiaba a Lucía Villanegra, solo que no habían cruzado palabra alguna a pesar de ser compañeras desde primaria. La retraída actitud de Lucía hizo imposible cualquier acercamiento, impidiendo que sus planes se llevaran a cabo en todo ese tiempo.
Se enamoró del hermano de Lucía; el protagonista de sus sueños inconfesables desde que le guiñó un ojo en el restaurante del club tres años atrás. Aunque quiso captar su atención en aquel entonces, reconoció que era muy joven para que él se fijara en ella. Ahora todo era diferente y no iba a desaprovechar la oportunidad.
Alberto había comenzado a trabajar como pasante con el mejor amigo de sus padres. Así que Andrea decidió retomar su antiguo proyecto.
Investigó durante semanas cómo entrar en la vida de Lucía, pero parecía que las estrellas no querían alinearse a su favor. Era tan reservada, aislada e inteligente que no había forma de aprovecharse… hasta la noche anterior.
La misma pelirroja la llamó porque faltó un par de días a la universidad y estaba por perder el puntaje de uno de los trabajos en equipo más valioso de la clase de Semiótica.
Algo le dijo a Andrea que esa era la carta que debía jugar cuando la pelirroja le contó que otra chica rechazó su oferta de pagarle para que la integrara a su grupo. Estuvo a punto de ponerse de rodillas y agradecer al cielo por su buena suerte al escucharla.
Andrea odiaba trabajar en equipo, porque terminaba haciendo todo sola. Días antes, convenció al profesor de que le permitiera entregar su proyecto de manera individual. Así que no hubo problema al agregar el nombre de Lucía Villanegra al trabajo, con la única condición de que la presentara ante Alberto como su nueva mejor amiga.
El profesor no hizo ninguna pregunta. De esa forma, su parte del trato estaba saldada y ahora, el momento de recibir el pago por su buena acción había llegado.
Juntas atravesaron el estacionamiento de la universidad entre quejas de Lucía y burlas de Andrea. La música que se escuchaba desde el auto al que se dirigían sonaba tan fuerte que tener las puertas cerradas no hacía ninguna diferencia.
Andrea sintió que las rodillas le temblaban con cada paso que la acercaba a su sueño. Estaba tan cerca…
Una mano atrapó su brazo con fuerza antes de que bajara de la acera.
—¿Dónde crees que vas?
Andrea contuvo un grito, sosteniendo su pecho.
—¡Estás loca! Casi me matas del susto. Pero me alegra verte. Dile a mamá que llego después a la casa.
—No, te vienes conmigo. —Sara se acercó, susurrando sin aflojar su agarre—. ¿Y qué haces con la hermana de ese idiota?
—Tenemos un trabajo en grupo —Andrea chasqueó los dientes, soltándose de un tirón. Ya se había convertido en una mala costumbre el que su hermana le dañara todos los planes.
—Entonces, que ella venga a casa. Mamá no tendrá problema en recibirla. —Sus ojos se entrecerraron y una sonrisa ladina adornó su rostro—. No te acerques a Alberto, Andy. Te conozco y sé que te encanta meterte en problemas.
Andrea resopló, con la irritación incrementando en su sistema. Su hermana le estaba haciendo perder el tiempo.
—Déjame en paz. Lo que pasa es que estás celosa porque él nunca te hizo caso.
El sonrojo en las mejillas de Sara fue toda la confirmación que Andrea necesitaba.
Era de dominio público que su hermana, al igual que la mayoría de chicas de su círculo, intentaron conquistarlo en su momento. Aunque pocas habían tenido el privilegio de ser besadas por él, ya que se decía por ahí que prefería salir con las que estaban a punto de graduarse.
—No es verdad —murmuró molesta, evitando su mirada—. Además, tampoco se fijará en ti. Eres una mocosa que aún huele a bebé.
El ceño de Andrea se frunció, como cada vez que estaba a punto de estallar.
—No estoy buscando eso, Sara —susurró, apretando la mandíbula—. Te dije que iba por un trabajo. Y si no me dejas ir…, pues tendré que decirle a mamá que Agustín entró a tu habitación por tu ventana y que no salió de allí hasta casi las siete de la mañana.
El pánico invadió el rostro de su hermana mayor.
—¡Andrea! Eres una…
No escuchó lo que Sara le dijo al final. Con una sonrisa triunfal, alcanzó a Lucía que cruzaba la calle y, en lugar de sentarse atrás con ella, tomó el asiento del copiloto para iniciar su plan de seducción.
De repente, algo la hizo voltear. Vio a Javier Herrera hablando con Sara cerca del Jeep de Efraín.
¿Qué hacía en la universidad?
Los nervios la invadieron al recordar cómo lo había provocado la noche anterior, su toque en su espalda, sus palabras…
Si su hermano estaba con ellos, le esperaba un buen castigo en casa. Pero todo eso quedó en segundo plano cuando la mirada de desconcierto de Alberto se posó en ella. Bajó el volumen de la radio sin previo aviso, recorriéndola con la mirada de la cabeza a los pies antes de sonreír y preguntar:
—Y tú, ¿quién eres, preciosa?
El instante en que Andrea se sentó junto a Alberto y aspiró la mezcla de su loción con su aroma varonil, una descarga eléctrica recorrió su cuerpo.Ignorando la advertencia de Lucía, se inclinó hacia él, acortando la distancia entre sus rostros.—Hola, soy Andrea García, la mejor amiga de Lu —ronroneó, dejando que sus labios rozaran sutilmente la comisura de los de Alberto.Alberto arqueó una ceja, examinándola con una sonrisa ladeada. Su mirada recorrió con descaro cada centímetro de su cuerpo, demorándose en el escote de su blusa.—¿Mejor amiga? No te creo —se burló Alberto, mirando a su hermana por el retrovisor, mientras salía hacia la carretera—. Lucía es un caso perdido en el tema de las relaciones socialesLucía resopló desde el asiento trasero, se colocó los auriculares y centró su vista en la ventana.—¿Qué? ¿Se enemistaron tan pronto?—No es eso, está cansada. Supongo. —Andrea frunció el ceño hacia Lucía, pero esta sólo rodó los ojos.Los hermanos Villanegra no se parecían
El impacto hizo que Javier interpusiera su brazo entre Andrea y el tablero, aunque su mano quedó abierta sobre su seno. Se apartó de inmediato, pero se sintió culpable por notar lo pequeño y firme que era.—¿Estás bien? —preguntó con voz tensa, tratando de recobrar la compostura.—Sí… lo estoy. —Andrea tenía los ojos muy abiertos, como si no hubiera notado el contacto.Javier salió del Jeep, y con alivio, descubrió que la colisión fue leve y el otro conductor estuvo de acuerdo en no tomar medidas. Aun así, su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho.Besarla.Necesitaba aire fresco, algo que lo alejara de la tormenta que Andrea había desatado en su interior en tan poco tiempo. No entendía por qué la siguió después de que Sara le advirtiera sobre ella. La llamada de anoche y lo que presenció con ese hombre no la dejaban en buen lugar.Miró a Andrea a través de la ventana y suspiró con pesadez. Solo era una chiquilla inmadura jugando a ser mujer. No podía permitir q
Andrea contempló cómo el jeep se perdía en la distancia, y acarició sus labios aún sensibles por su beso. Javier Herrera sabía lo que hacía con esa boca, sí, señor. Una sonrisa se formó en su rostro, pero se desvaneció al recordar cómo se detuvo, la apartó con suavidad pero firmeza, a pesar de la evidente dureza contra su centro. Tuvo tantas ganas de soltar su cinturón y tocarlo, de devolverle un poco de lo que la hizo sentir.Un pitido de su móvil la sobresaltó y ella se lanzó sobre el colchón.Era Alberto otra vez. "Quiero verte esta noche. No he dejado de pensar en ti."El corazón le dio un vuelco, con una mezcla de emoción y nerviosismo apoderándose de ella. Pero entonces recordó a su madre y, con un suspiro, respondió:"No puedo salir, estoy castigada. Acabo de llegar a casa."La respuesta de Alberto no se hizo esperar, cargada de burla."¿Me lo dices en serio? Pensé que estaba hablando con una mujer de verdad. En fin, si cambias de opinión, te espero en el Dark Raven."La ansi
Andrea se detuvo a unos metros del Dark Raven, confundida al ver a Alberto en la acera, guiándola a un espacio vacío en el pequeño estacionamiento.Él le hizo señas para que subiera a su camioneta y al hacerlo, vio a un grupo de amigos gesticulando a través de la vidriera, llamando su atención.Andrea le sonrió, tratando de ignorar el nerviosismo que la invadía. La mano grande y delgada de Alberto se deslizó entre su cabello, enviando escalofríos por su espalda.—Tus amigos —susurró, señalando con la mirada el lugar que él parecía ignorar a propósito.—No importan ahora. Hoy te quiero solo para mí —dijo, rozando sus labios con los de ella—. No he podido dejar de pensar en ti desde esta tarde. Eres mi pequeña atrevida.Andrea se estremeció ante su tono seductor. Quiso decirle que no lo era, que solo actuaba así por él, pero sus palabras se perdieron cuando sus bocas se encontraron en un beso profundo y apasionado.Cuando se separaron, Andrea notó una mirada intensa en los ojos de Alber
Andrea apenas tocó su desayuno, empujando los huevos revueltos de un lado a otro del plato, mientras su familia conversaba con demasiado ánimo para su gusto sobre la celebración del aniversario del banco donde su padre era el presidente. Quizás en otro momento habría sido la primera en proponer un lugar o apoderarse de la conversación para hablar del vestido que se pondría, pero su mente no dejaba de repasar una y otra vez los eventos de la noche anterior con Alberto.—¿Puedo esperar a Sara afuera? —preguntó Andrea en un momento de silencio, ansiosa por escapar del bullicio familiar.Su madre, Miranda, frunció el ceño pero asintió. Andrea se levantó de la mesa, dejando su plato casi intacto, aunque se tomó el tiempo para darle un beso a su padre en la coronilla que este devolvió con unas suaves palmadas en su mejilla. Antes de que preguntara algo, se apresuró hacia la puerta principal.El aire fresco de la mañana la recibió, pero no pasó mucho tiempo antes de que Sara saliera, riendo
Javier se quedó mirando a Andrea atravesar la calle delante de Sara, pero Efraín le dio un puñetazo en el brazo.—¡Oye! —reclamó, cubriendo la zona dolorida.—No has dejado de mirarla desde que salimos.Javier se sintió incómodo bajo la acusación de su amigo, pero negó.—No es lo que piensas, es que… la noto triste. Me preocupa.Efraín entrecerró los ojos, no del todo convencido.—Pues no tienes que… —antes de que pudiera seguir acusándolo, el teléfono de Javier sonó interrumpiendo la conversación.—Minerva —saludó, sin entusiasmo. Había visto el extracto bancario y ayer se gastó una pequeña fortuna usando la tarjeta de la empresa.—Dijiste que viajabas hoy, pero tu secretaria no sabe nada. ¿Cuándo piensas regresar? —preguntó Minerva con su habitual tono exigente.—Buenos días para ti también —respondió con sarcasmo, pero al notar el silencio del otro lado, agregó—. Pronto. No te preocupes.—Tu madre quiere que asistamos juntos a la inauguración de una galería la próxima semana y me c
El sonido de cristales rompiéndose resonó en la casa cuando Andrea y su hermana volvieron de clases. Alarmadas, se apresuraron hacia el despacho, donde el jarrón de la dinastía Ming yacía hecho añicos en el suelo. Javier y Efraín, enzarzados en una pelea, salieron de la habitación sin reparar en su presencia.—¡Basta ya!— gritó Alfredo—¿Qué demonios les pasa a ustedes dos?Andrea observó cómo Javier, con el labio ensangrentado, se apartaba de Efraín.—¿Alguno va a explicar qué está pasando?— insistió Alfredo, pero ambos guardaron un obstinado silencio.—¡Fuera de mi casa! —espetó Efraín, señalando la puerta con un dedo tembloroso.Javier lo fulminó con la mirada, su pecho subiendo y bajando con cada respiración agitada. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Andrea, y ella contuvo el aliento ante la intensidad de su mirada.—Lo siento, Alfredo —dijo Javier con voz ronca, desviando la vista hacia él—. No volverá a suceder.—Se van los dos —espetó su padre, empujando a Efra
La puerta de la oficina de Alfredo se abrió de golpe cuando Javier Herrera entró, aun con un poco de furia por lo sucedido un par de días atrás. El hombre miró hacia la ventana, con las manos entrelazadas a la espalda.—Gracias por acudir a mi llamada.Javier se detuvo frente al escritorio, su mandíbula apretada. —Señor García, lamento mucho mi reacción, pero Efraín firmó con Villanegra a pesar de que le advertí sobre el fraude.Los ojos de Alfredo se encontraron con los suyos, serios. Negó con la cabeza antes de tomar asiento e indicarle que hiciera lo mismo.—¿Por qué no me lo dijiste?—Porque no fue con usted con quien estreché mi mano —respondió como si fuese obvio, un poco culpable por no haberlo escuchado cuando se lo advirtió.La sonrisa triste del hombre lo descolocó.—¿Por eso regresaste a México?Javier asintió con pesar. —El abogado me informó que el verdadero dueño apareció con los documentos válidos. Nos exige un pago exorbitante por el terreno. —Su voz se quebró—. No qu