2 Sustituta.

Antara:

El agua fría bañando mi rostro me saca del recuerdo convertido en sueño, salto de la cama aturdida y un poco desorientada, ante tal despertar.

— Pero ¡¿Qué m****a haces?! ¡maldita perra! — casi de inmediato me abalanzó sobre Iris, mi dama de compañía, la que debería cuidarme, pero que siempre me ha despreciado por ser humana, aunque debo reconocer que, si supiera que soy una bruja, ya me habría matado.

— ¡¿Que rayos haces tu Eleonor?! ¡¿Cómo te atreves a tratar de este modo a Iris?! — Cameron hace su entrada triunfal y mi enfado se incrementa.

— ¡Que seas mi hermano no te da derecho a entrar de esa forma en mi habitación!

— ¡Yo no soy tu hermano! ¿Cuándo lo vas a comprender? — la forma amenazante con la que me ve el hijo menor del Duque White hace que mi lengua se entumezca. — Iris, deja a esta humana y sus estúpidos berrinches, te libero de tener que soportarla.

— Si, joven maestro. — responde la perra loca, no sin antes dejarme ver una diminuta sonrisa.

Aun luego de que ambos se marcharan de mi recamara, sigo parada en medio de mi habitación, no me molesta la actitud de Cameron, aunque debería, es mayor que yo por dos años, pero se comporta como un niño mimado, y esa perra de Iris, ella realmente está buscando su muerte, son demasiadas cosas que he pasado por alto, pero ¿esto? Atreverse a lanzarme agua helada, es sobrepasar los límites.

Salgo de mi aturdimiento, decidida a acusar a esa mujer con el duque Elías, pero primero lavaré mi rostro, o eso intento, ya que al ver la bandeja con agua que ha dejado Iris… ¿ella realmente se atrevió a dejar agua sucia para que me aseara?

— ¿Que rayos?

No puedo evitar exclamar al ver como la fuente con agua comienza a brillar, no, no, esto no puede estar pasando, aun falta unas semanas para que cumpla 18 años, aunque mis poderes han estado luchando por manifestarse antes de lo debido, los he podido manejar, pero esto… es imposible, yo no puedo tener el poder adivino de mi madre, ¿o sí?

Luego de asegurarme que la puerta este cerrada, me acerco a la fuente, ver el futuro siempre es bueno o eso decía mi madre.

Lo que observo me hela la sangre.

El Duque encontrara a su hija, la verdadera señorita White y yo… seré lanzada al olvido.

— Imposible.

El susurro doloroso sale de mis labios, el dolor se apodera de mi corazón, pues pensé que me querían a si sea un poco, al menos el Duque, ¿acaso no he sido una buena hija?

Y es cuando me doy cuenta de que no lo he sido.

Me dejo caer en la cama, nadie se extrañará de no verme, después de todo, aún estoy bajo arresto domiciliario y ya no recuerdo porque es, creo que, porque insulte a la hija del barón Arto, no, eso fue el mes pasado, ha sí, ya recuerdo, le lance el té a la hija del conde Kol.

— No, no he sido una buena hija.

Esa es la verdad, recuerdo que al principio trate de encajar con estos lobos, adaptarme a lo que sería mi nuevo hogar, llamando padre al Duque, hermano mayor a Emir, hermano a Cameron, pero ellos nunca permitieron que me acercara, siempre me alejaban y me recordaban que yo solo era una copia barata de su hermana Felicia, pues resulta que el Duque me trajo a su casa no porque se lo pidiera una niña andrajosa, que paso más de cuatro días al lado del cuerpo de su madre, no, él me dio un techo porque me parezco a Felicia, mi cabello es negro, al igual que el de ella, mis ojos son verdes, al igual que los de ella, tantas similitudes, que le hicieron ablandar el corazón a ese viejo lobo, pero no a sus hijos, y ahora… heche todo a perder, no fue apropósito, no es fácil vivir entre lobos, más cuando te creen una simple e inútil humana, y ni el Duque, ni sus hijos, me defendían, entonces, tome las cosas por mi cuenta, no pude recapacitar a tiempo de que ya no era una niña de 8 años, debí saber que mi conducta acabaría conmigo, pero… en el fondo, solo queria un padre, un hermano, algo de lo que una vez tuve y que el maldito Rey Goldeblack me quito, queria pensar que aún era la princesa Antara primera del reino Kael.

Me cubrí con las mantas, sin importar que estuvieran mojadas, la sensación de ser una niña tendida en un callejón, regreso a mí, solo faltaba tener a mi madre a mi lado, ese era el futuro que me esperaba, regresar a las calles a mendigar un pedazo de pan, juntar el agua de la lluvia para tener algo con que refrescar mi garganta, no sé en qué momento comencé a llorar, tampoco sé si era por saber que no podria cumplir con el pedido de mi madre o si era el hecho de saber que para los White, nunca deje de ser una inútil humana, un remplazo del cual su tiempo se estaba acabando, sea como sea, el dolor se arraigó en mi corazón, y luego de llorar por lo que creo fueron horas, alguien ingreso en la habitación, aunque solo podía ver una silueta, como aquella tarde que el Duque fue por mí.

— ¿Padre? — la figura se acercó un poco más y pude distinguir que no era el Duque Elías, sino su hijo mayor Emir.

— Mi padre dice que ya puedes salir de tu cuarto, ¿acaso mi hermano no te lo dijo? — era ridículo escuchar cómo se esforzaba por aclarar que era su padre y su hermano, y pensar que este hombre tiene 4 años más que yo, como extraño mi antigua vida, fueron solo 8 años, pero fueron los mejores de mi vida, fueron años en lo que fui la princesa de las brujas. — ¿Acaso estas sorda?

— Quiero a mi mamá. — las palabras se escurren por mi boca, sin poder o querer evitarlo, mi voz sale patosa, extraña, no es por el llanto que derrame, es como si mi lengua pesara.

— ¿Qué dices?

— Quiero ir con mi mamá. — es la verdad, vi lo que me espera y no quiero, no deseo sufrir todo eso, ya tengo de sobra con sus rostros largos y asqueados al verme, como para mendigar un plato de comida, un vaso de agua en un futuro no muy lejano.

— Eleonor ¿a que estas jugando ahora? — Emir toma las mantas para descubrir mi rostro, ya que estoy cubierta hasta la nariz. — ¿Por qué esta mojado…? ¿Eleonor? — su cabellera blanca esta frente a mí, su rostro denota una preocupación que jamás había visto dirigida a mí. — ¿Por qué tus mantas estan mojadas? — podria decirle el porqué, pero sería gastar energías, él no me creería, nunca lo hacen, para los White, soy yo quien comienza todos los problemas, como si no supieran que tan problemáticos son los lobos. — Tienes fiebre. — exclama luego de tocar mi rostro, eso explicaría lo mal que me siento, pero tampoco me preocupo, solo cierro mis ojos, o eso intentó. — ¡Eleonor ¿Qué has hecho?! — sí, esa es la historia de mi vida, yo hago todo, yo soy la culpable de todo.

— Nunca me creen, siempre me culpan, ¿por qué no solo me dejó morir con mi madre?

No sé si lo dije o lo pensé, la verdad, que ya no pude saber nada más, pues mis ojos se cerraron.

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