Atrapando al jefe de mi ex
Atrapando al jefe de mi ex
Por: Magali Weaver
Prefacio (parte uno)

Tres meses antes.  

Arianna  

«Te amo, Ari. Te amo más de lo que puedo llegar a contener y te querré por siempre. Por favor, cásate conmigo y tengamos una docena de niños tan hermosos como tú». Eso fue lo que me dijo Marcos, el día que me propuso matrimonio con el pulso acelerado y los ojos llenos de lágrimas.  

Eso fue antes de que comenzara a resquebrajarme por dentro. Antes de sentir que me ahogaba en el miedo y dolor, cada vez  que una gota de sangre se deslizaba por el interior de mi muslo y caía lentamente sobre los azulejos blancos del baño, diluyéndose en el agua, antes de perderse en la rejilla.  

No sé por qué. En el pasado cruzaba los dedos cuando se acercaba el día donde debía presentarse la regla, incluso suspiraba, aliviada y en ocasiones llamaba a Julia; mi mejor amiga, para destapar una botella de vino a modo de festejo.  

Sin embargo, ahora, que la regla se presentase, solo me provocaba una profunda sensación de soledad. La sangre, era un recordatorio de que estaba vacía, que el vientre seco que portaba me había vuelto a fallar otro mes. Podía sentir los miedos chocando unos contra a otros. El nudo en la garganta y las lágrimas perdiéndose bajo el rocío del agua de la ducha.  

Gemí con fuerza, porque  la ducha, era el único lugar donde podía permitirme llorar, cada vez que descubría que no estaba embarazada. Dejaba que el agua caliente limpiase mi dolor, tomaba uno a uno los pedazos en un pobre intento de reconstruirme y esperaba estar lo suficiente anestesiada para continuar un mes más. Porque me aterraba que Marcos, se diese cuenta de lo rota que estaba.  

Me odiaba porque desde que recordaba, soñaba con ser madre y con el paso de tiempo, había visto a todas las mujeres de mi vida formar su familia, criar sus hijos, continuar con su maravillosa vida. Mientras, yo las observaba detrás de un cristal. Todas ellas vivían en una realidad más brillante a la que yo no pertenecía. Por desgracia, Marcos también estaba condenado a quedarse tras el cristal por haberme elegido como su esposa. Lo arrastré a las sombras y me preguntaba, si me odiaba por eso.  

—¿Arianna? —Como no respondí, abrió la puerta del baño —¿Ari? ¿Te ocurre algo?  

No me ocurría nada. Solo soledad y vacío.  

Me quedé frente al espejo empañado, con la mirada perdida, dejando que las lágrimas se deslizasen a través de mi mentón.   

—¿Qué te ocurre, cariño? —Marcos, me tomó por los hombros y me besó la coronilla, antes de reparar en el paquete de compresas que se estaban sobre el lavabo.  

No me moví y las lágrimas continuaron cayendo.   

—Julia, está embarazada. Me lo dijo hoy por la mañana, cuando fuimos a tomar nuestro café pre cumpleaños —. Me soltó de pronto y dio un paso hacia atrás, como si hubiese recibido una descarga. Me odiaba. Podía verlo, me odiaba por llevar tres años de esperanzas rotas—. No me ha dicho quién es el padre, porque dice que quiere presentármelo mañana en mi cena de cumpleaños.  

No quería reconocer que sentía envidia por mi mejor amiga, aunque eso era exactamente lo que sentía en ese momento. La envidiaba, porque ella ni siquiera podía mantener una relación de más de una semana, probablemente ser madre ni siquiera estaba en sus planes. Sin embargo, estaba esperando un bebé. Un bebé que a mí se me había estado negando por años y no era justo.  

—Qué cabrona —. Masculló y me di la vuelta para mirarlo sobre el hombro —. Lo que quiero decir es; que es tu cumpleaños, podría intentar no robarte el protagonismo por una vez en la vida —. Suspiró pesadamente y me obligó a darme la vuelta para que lo viese a los ojos —. Podríamos cancelarlo, si eso quieres. No sé, pedir una pizza y pasarlo acurrucados en el sofá como cuando alquilábamos el pequeño departamento  sobre la avenida, ¿lo recuerdas? —Sonreí al recordar su boca húmeda y ansiosa, contra la mía, sus manos desesperadas por quitarme la ropa, sus estremecimientos estallando contra mi piel.  

El sexo también dejó de ser explosivo y divertido, en esos tres años, se volvió algo condicionado por mi sistema reproductor. A veces deseaba olvidar el deseo de ser madre. No podía, porque el hueco ya era demasiado grande.  

En ese momento, aún no soñaba con un bebé. Todavía tenía esperanzas, pero justo allí, frente al espejo del baño, solo tenía decepción. Aunque, francamente, evitáramos el tema, Marcos parecía cansado de consolarme y yo no podía soportar ver su rostro cada vez que admitía que ese mes, tampoco, había ocurrido.  

Me besó suavemente los labios y apartó un par de mechones húmedos del rostro.  

—Me encantaría —me obligue a sonreír —, pero ya avise en la residencia que sacaría a mi abuela por una noche. No puedo cancelar ahora —. Llevaba los tres primeros botones de la camisa desprendidos y olía a colonia —. ¿Vas a salir? —No pude esconder la nota de decepción en mi voz.  

—Sí, ya había quedado Jonathan, Óscar, Lucas y Aquiles, mi nuevo jefe. Quiero impresionarlo, es un cabrón de primera y Jhonny, dice que confraternizar fuera de la oficina, puede ayudarnos —. Lo dijo como si aquellos nombres significasen algo para mí, desde que recibió un ascenso, no frecuentaba a las mismas personas, a excepción de Jonathan, el hermano de Julia. Quien le consiguió el empleo en primer lugar  —. Aunque puedo cancelar… —Se encogió de hombros.  

—No —, negué con la cabeza y él me tomó de la cintura atrayéndome hacia él —. Voy a estar bien, quería enviar algunos currículos y luego me dormiré. ¿No sabes si el grupo Carissino está tomando nuevos ejecutivos?  

La startup, para la que trabajaba como ejecutivo responsable del departamento de marketing, se había declarado en bancarrota, por lo estaba desempleada desde hacía seis meses.  

Menudo futuro, estaba a punto de cumplir treinta, no tenía un bebé, ni trabajo, ni sueños. Solo tenía a Marcos, mi abuela y Julia…   

—¿Para qué quieres volver a trabajar tan pronto? Yo gano lo suficiente como para mantenernos —. Me rodeó con sus brazos —. Quiero que descanses, te lo mereces, cariño —. Acaricio mi mejilla con el pulgar —. Prometo que volveré en cuanto pueda —apoyó su frente contra la mía,  acarició mi nariz con la suya y se dio la vuelta para dejarme nuevamente sola.  

—Marcos —me miró sobre el hombro sosteniéndose la mano en el pomo de la puerta —. ¿Realmente lo quieres como yo? —Lo vi ponerse ligeramente tenso, aunque de inmediato la misma sonrisa tranquilizadora de siempre apareció.  

—Claro que lo quiero, me casé contigo porque deseo formar una familia y envejecer a tu lado —. Se acercó a mí, atrayéndome nuevamente a sus brazos —. Te prometo que en cuanto haya pagado los préstamos que solicitamos para la casa, comenzaremos a pensar en pagar un tratamiento por fecundación in vitro, ¿sí? —Asentí con resignación, porque no podía hacer otra cosa —. Te amo, Ari… Siempre te querré  —dijo, antes de salir del baño, dejándome completamente sola.  

—Yo también… —Murmuré en el silencio del cuarto. 

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