Spirit

Arianna 

 —No es lo que parece —. Se apresuró a decir Marcos, soltándome de pronto y alejándose de mí, como si acabase de recibir una descarga.  

Me encogí contra la esquina, cuando el hombre dio un paso al frente, entrando en el elevador.  

—Eso espero, porque parecía que habías apretado el botón de emergencia con fines personales—. Dijo con voz resonante y dura. 

Levanté la vista brevemente, sonrojándome y lo primero que logré ver, fue su muñeca fuerte, los gemelos de diamante, un reloj de oro y unos dedos largos que apretaban más de la cuenta, un sobre de manila.  

¿Creía que estábamos a punto de echarnos un polvo en el ascensor del trabajo de mi ex?  

Me pregunté si me atrevería a mirarle a la cara después de la embarazosa posición en la que me acaba de encontrar para explicaciones. Probablemente, no. Esperaría a que bajase para volver a la primera planta y salir del edificio. De todas formas, ya estaba llegando casi cuarenta minutos tarde. No serviría de nada que me presentase.  

Exhalé profundamente, antes de atreverme a mirar un poco más allá. Que Marcos le temiese, era suficiente para despertar mi curiosidad. Quizás era parte del consejo, puede que estuviese en problemas. Esperaba que estuviese en problemas, deseaba que fuese tan miserable como yo.  

Deslicé mi mirada por sus enormes brazos, enfundados en un traje de corte a la medida. Esas manos anchas y cuidadas, definitivamente, debían de pertenecer a semejantes brazos. Continué un poco más allá, hasta la camisa de color marfil y la corbata azul que seguramente costaba una fortuna. 

Pude ver de soslayo su cabello oscuro, vigoroso, lo llevaba corto, arreglado y bien peinado. Su mandíbula ligeramente tensa, los labios gruesos y apretados, tenían unas pequeñas líneas de expresión a los costados, al igual que sus ojos. Eso indicaba que era un hombre maduro, aunque eso, solo aumentaba su atractivo.  

Su presencia era impresionante y lograba ocupar por completo el pequeño cubículo, llenándolo de poder y dominio. Lo suficiente como para que mi ex se sintiese intimidado. ¡Y con un demonio, parecía que estaba a punto de cagarse en los pantalones!  

Finalmente, lo miré a los ojos. Error, grave error, los ojos del hombre que acababa de entrar estaban sobre mí, oscuros y absorbentes, impidiéndome respirar o escapar de allí, de él. El intenso negro del iris se fundía con el de las pupilas y me resultaba, francamente inquietante.  

Traté de recoger lo que me quedaba de mi dignidad, me incorporé, alisándome la falda, y acomodando la sobria camisa de seda que había elegido para la entrevista, porque se veía demasiado arrugada.  

—Lo siento, ha sido error mío —. Marcos, se veía, casi más asustado que yo y parecía que deseaba salir huyendo de allí cuanto antes.   

—Créeme que lo sé —. Estiró la mano y apretó el botón del tercer piso, luego de contemplarlo por un instante, con una mirada dura —. Necesito los números que te envió Romeo por correo.  

—Creí que los necesitaban para la próxima semana, pensaba ponerme en ello mañana —. La puerta se abrió y el hombre extendió la mano invitándolo a salir.  

—¿Qué tal si los revisas hoy mismo? —Basto que volviese sus ojos de depredador hacia mi exmarido, para que este se irguiese aterrado.  

—Este no es mi piso —. Tragó saliva —. ¿Quieres que me baje aquí? —Él asintió.  

—Te vendrá bien enfriarte, antes de revisar esos números —. Marcos lanzó un suspiro resignado, antes de salir fuera del ascensor. No sin antes de dispararme con una de sus miradas de advertencia. A pesar de su inescrutable expresión, supe que detrás, estaban pasando demasiadas cosas. Lo conocía tanto, que me dolía.  

¿Qué quería decirme? ¿Cuidado con Spirit: el corcel indomable? O, ¿esta conversación no ha terminado?  

Como fuese, adquirí una postura más recta, para decirle que me importaba una m****a lo que él quisiese y funcionó, porque vi que apretaba los puños y fruncía los labios, mientras las puertas metálicas se cerraban.

 Una vez que el ascensor comenzó a moverse, el intimidante semental, finalmente me habló.  

—¿Trabajas aquí? —Negué lentamente, al sentir que volvía a taladrarme con su mirada oscura. Hizo una larga pausa, como si esperase que dijese algo. Eso no ocurriría, todavía sentía la lengua de trapo —. ¿Te encuentras bien? —No conteste, porque si lo hacía, no podía asegurar que no me echase a llorar como una idiota, por lo que lo escuché, suspirar con impaciencia. Evidentemente, no le gustaba que lo hicieran esforzarse —. ¿Siempre eres así de callada? —Meneo la cabeza —. Puedes confiar en mí —. Lo miré con los ojos repletos de lágrimas.  

Por supuesto que sabía que me decía aquello porque pensaba que era su deber, pero de alguna manera se sintió como si me invitase a abrirme.  

Abrirme con un extraño en un elevador, después de que el hombre con el que creí que envejecería, me anunciase que se casaría con la que era mi mejor amiga. No se me ocurría nada más surrealista y a la vez conveniente.  

No lo conocía de nada, probablemente nunca volvería a verlo y de todas maneras, aunque eventualmente llegásemos a encontrarnos alguna vez. No era el tipo de hombre que se fijaría en una mujer como yo. Entonces, ¿qué más daba?  

Podía sacar lo que tenía entre el pecho y la espalda, sin gastar un solo centavo en terapia. Una oportunidad de oro.  

—Tengo treinta —logré decir luego de una pausa prolongada y él alzó las cejas sorprendido.   

Definitivamente, lo acababa de dejar sin palabras.  

—¿Cómo? —Inclinó la cabeza, sin entender a qué me refería.  

—Eso, tengo treinta y no he hecho nada de lo que soñaba. Mi vida es una m****a, lisa y llanamente —, me encogí de hombros y él se removió, arrepentido por haber abierto esa enorme lata de basura —. No soy ni la mitad de la mujer que quería ser. No tengo empleo, de hecho por eso estaba aquí, pero considerando que estoy llegando casi cuarenta minutos tarde, dudo que me lo den. Tuve que meter a mi abuela a una residencia de ancianos porque soy tan poco solvente que no podía pagar a alguien para que la cuidase. Marcos, el hombre que parecía que se acababa de orinar en los pantalones, cuando lo obligaste a bajarse es mi exmarido, ¿y adivina qué?

Él, arqueo una ceja y cruzó los brazos sobre su ancho pecho. Ya había reparado en su cuerpo atlético, aunque luego de lanzarle toda esa información, decidí que lo conocía lo suficiente como para contemplar sin reparos el resto.  

Tenía un cuerpo de infarto, si te iba la sobredosis de testosterona.  

—Nunca podría adivinarlo —sonrió con ironía, como si conociese el desenlace.  

—Me estaba engañando —. Spirit, asintió, como si fuese obvio —. La noche que cumplía treinta, me llamaron de un hospital para decirme que mi esposo acababa de tener un accidente. Así que, corrí desesperada como una buena esposa —. Sonreí, justo cuando una lágrima resbaló por mi mejilla —. Lo gracioso, es que no estaba solo, sino con su amante, que resultó ser mi mejor amiga, a la que además dejó embarazada. Va a ser padre en dos meses… Padre, y me estaba pidiendo mi bendición para casarse con ella —suspiré —, sí… Sé lo que estás pensando —. No, no lo sabía —. Va a casarse con ella, la llevará a vivir a la que era mi casa y juntos van a tener al bebé que debería ser mío. Me siento miserable todo el tiempo y lloró hasta quedarme dormida escuchando Taylor Swift.  

Probablemente, no debí dejarme caer al suelo, porque llevaba una falda, tuvo que me pareció profesional. Pero, honestamente, no podía mantenerme en pie. Me quedé allí, dejándome envolver por el silencio, mirando fijamente la punta de mis zapatos, mientras las lágrimas que había estado conteniendo se deslizaban libremente por mis mejillas.  

—Todavía dolerá —dijo de pronto y me di cuenta de que estaba sentado a mi lado —. Dolerá mucho más cuando estés sola. Es así como ocurre y probablemente continuaras llorando hasta quedarte dormida, por mucho tiempo. Sin embargo, un día, vas a despertar y te darás cuenta de que esa noche, no lloraste. Al siguiente día vas a descubrir que ni siquiera te acordaste de él, tu mejor amiga o la vida que te pertenecía. En ese momento, dejará de doler tanto y podrás comenzar a olvidar.  

Suspiré pesadamente, su voz de alguna forma me hizo sentir mejor.  

—¿Cómo lo sabes?  

—Me han pasado cosas peores —. Colocó su mano sobre la mía y me estremecí por su contacto —. ¿Cómo te llamas?  

—Arianna.  

—Él volverá, Arianna —. Entrelazó sus dedos con los míos —. No lo perdones, mereces mucho más.   

Se incorporó con una habilidad sorprendente y me ayudó a levantarme.  

—No lo perdonaré.  

—Lo tomaré como una promesa y en mi familia, las promesas no se rompen —. Las puertas del elevador, se abrieron en el piso diez y me invitó a bajar colocando una mano en la parte baja de la espalda —. Llegamos, vas tarde a tu entrevista.  

  Negué con la cabeza.  

—Exacto, muy tarde, me van a creer poco profesional, no hay forma de que hoy consiga ese empleo —. Me empujó suavemente, hasta que estuve fuera del elevador.  

—Inténtalo, podrías sorprenderte —. Comenzó a caminar por el pasillo, se detuvo a un metro de mí, y se dio la vuelta para mirarme sobre el hombro —. Una cosa más, me equivoqué contigo. No eres para nada callada.  

No pude evitar sonreír. 

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