Arianna —Creo que nos va a ser imposible seguir por este camino. —Entrelazó sus dedos con los míos sobre su pecho y me besó los nudillos para suavizar la noticia —. Me parece que lo mejor sería que demos la vuelta, hasta el último lugar que me resulta familiar. Desde allí seguro logro ubicarme —Mis ojos se abrieron de par en par. «No estaba ni cerca si creía que volvería atrás, yo era quien llevaba el vestido de novia. Sin mencionar que estaba embarazada de casi seis meses». Pensé y respiré antes de exteriorizar lo que pensaba. —¿Crees que voy a volver caminar por la arena dos kilómetros más, con vestido de novia? —Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa —. Será romántico dijiste… —Alcé una ceja. —El muelle no debe estar lejos. —Eso es lo que me dijiste hace veinte minutos y continuo dando vueltas con el vestido de novia puesto. —Podrías quitártelo, apuesto que lo que llevas bajo ese vestido es igual de interesante. —Le di un puñetazo en la espalda, lanz
Tres meses antes. Arianna «Te amo, Ari. Te amo más de lo que puedo llegar a contener y te querré por siempre. Por favor, cásate conmigo y tengamos una docena de niños tan hermosos como tú». Eso fue lo que me dijo Marcos, el día que me propuso matrimonio con el pulso acelerado y los ojos llenos de lágrimas. Eso fue antes de que comenzara a resquebrajarme por dentro. Antes de sentir que me ahogaba en el miedo y dolor, cada vez que una gota de sangre se deslizaba por el interior de mi muslo y caía lentamente sobre los azulejos blancos del baño, diluyéndose en el agua, antes de perderse en la rejilla. No sé por qué. En el pasado cruzaba los dedos cuando se acercaba el día donde debía presentarse la regla, incluso suspiraba, aliviada y en ocasiones llamaba a Julia; mi mejor amiga, para destapar una botella de vino a modo de festejo. Sin embargo, ahora, que la regla se presentase, solo me provocaba una profunda sensación de soledad. La sangre, era un recordatorio de que estab
AriannaTuve un mal presentimiento, cuando escuché como desde el otro lado de la línea una mujer, cogía aire. —¿Hablo con Arianna Rossi? —Hice un gran esfuerzo para mantener los ojos abiertos y busqué a tientas la lámpara para encenderla, mientras me incorporaba. —Sí, ¿con quién hablo? —Apreté los parpados un segundo, antes de entornarlos, viendo con esfuerzo que eran las tres de la madrugada. Finalmente, logré encender la luz de la lámpara y al sentarme en la cama, me di cuenta de que estaba sola, aun Marcos, no había regresado. Contuve el aliento un instante, esperando que la llamada no fuese la razón por la que mi esposo, no estaba a mi lado. —Hablo del hospital San Bernardo, usted es el contacto de emergencia de Marcos Rossi, fue ingresado hace un momento, tras sufrir un accidente automovilístico. Tardé varios segundos en comprender lo que acababa de oír y muchos más en asimilarlo: “Marcos…Ingresado…Accidente…” Sentí la boca seca y mi corazón, reaccionó de inmediato,
Arianna ¿Por qué el maldito cacharro había elegido justo ese día; en el que mi futuro financiero pendía de un delgado hilo, para tardar quince minutos en arrancar? Ojalá mi abuela, me hubiese heredado un bonito Honda Civic Si, vintage y femenino. En lugar de ese monstruoso modelo Sedan XL, que se llevó puesto todos los ahorros que me quedaban, con un cambio de neumáticos y una bomba de agua nueva. Aun así, era mejor que ir a las entrevistas de trabajo en transporte público con el pelo pegado a la nuca y sudando la gota gorda. No es que fuese desagradecida, no obstante, estaba llegando quince minutos tarde a la última entrevista laboral de la semana en el grupo Carissino. Había dudado bastante sobre la idea de postularme a una vacante de ejecutivo junior en el departamento de marketing del sector de bienes raíces. Por varios motivos: Uno: allí trabajaba mi exesposo, el que se acostó y embarazó a mi mejor amiga. Fin de la lista. Ese era más que un motivo más que válido, no n
Arianna —No es lo que parece —. Se apresuró a decir Marcos, soltándome de pronto y alejándose de mí, como si acabase de recibir una descarga. Me encogí contra la esquina, cuando el hombre dio un paso al frente, entrando en el elevador. —Eso espero, porque parecía que habías apretado el botón de emergencia con fines personales—. Dijo con voz resonante y dura. Levanté la vista brevemente, sonrojándome y lo primero que logré ver, fue su muñeca fuerte, los gemelos de diamante, un reloj de oro y unos dedos largos que apretaban más de la cuenta, un sobre de manila. ¿Creía que estábamos a punto de echarnos un polvo en el ascensor del trabajo de mi ex? Me pregunté si me atrevería a mirarle a la cara después de la embarazosa posición en la que me acaba de encontrar para explicaciones. Probablemente, no. Esperaría a que bajase para volver a la primera planta y salir del edificio. De todas formas, ya estaba llegando casi cuarenta minutos tarde. No serviría de nada que me present
Aquiles Crucé el pasillo y tomé el aza de metal, abriendo la puerta del piso compartido que ocupaba con mis hermanos. Aunque ahora solo yo lo estaba ocupando y eso era bastante deprimente. Extrañaba solo tener que cruzar una puerta para poder hablar con Ares o almorzar juntos. No obstante, Romeo se había instalado en la oficina que debería ser de Eros. En parte porque lo necesitaba cerca, pero sobre todo por Lorena. Estar solo con ella, era una tortura y en ocasiones me fastidiaba tener que esquivar sus avances constantemente. —Buenos días, Aquiles —. En su rostro apareció una enorme sonrisa, en cuanto me vio cruzar la puerta —. ¿Cómo te encuentras hoy? —Acarició sus labios llenos con la punta de su lengua y me clavó sus enormes ojos azules. Era una belleza, de eso no cabía duda, sin embargo, era mi empleada y esa, era una línea que no cruzaría. Sin contar con que la había visto lanzarle los mismos dardos de coquetería a mis otros hermanos. Lo que me hacía pensar que no l
Arianna El hombre que me consoló en el ascensor, quien me tendió una mano en mi peor momento. Ese sujeto que me pareció encantador, aunque melancólico y taciturno. De pronto, me resultó hostil e inaccesible, al verlo nuevamente en el enorme despacho que le pertenecía. Puede que fuese porque ya sabía que no solo era un alto ejecutivo, era Aquiles D’Amico. El jefe de Marcos. O quizás, solo estaba conmocionada por lo que me acababa de pedir. —¿Una celestina? —Balbucee, deseando que mi voz quebrada solo estuviese en mi imaginación —. ¿Las celestinas no se acabaron en la década de los noventa? —Tragué saliva, con disimulo, tratando de ignorar mi estómago revuelto o la inquietud que me provocaba su mirada oscura. Nunca me había sentido muy cómoda frente a hombres del tipo de Aquiles, un macho alfa por selección natural. Por eso me sentía tan cómoda con alguien como Marcos. No obstante, en ese momento, no solo me sentía incómoda. Tuve la sensación de que podía devorarme de un go
Arianna Finalmente, el Honda, dejó caer la gota que derramó el vaso. Pasé treinta minutos, buscando donde aparcar ese horrible armatoste. Aun así, me las apañe para llegar un poco antes de mi horario de entrada. Creí que mi nuevo jefe, se sentiría impresionado por mi iniciativa. Sin embargo, Aquiles ya se encontraba trabajando. No estaba segura, sobre sí, debía reportarme o no. Sin embargo, cuando intenté preguntárselo a su recepcionista. Esta se limitó a darme vuelta la cara, azotando su lacia melena castaña con desdén. Perfecto, ya me odiaba y ni siquiera habíamos intercambiado más de veinte palabras. Después de darle muchas vueltas, decidí pasar de visitas a mi jefe y ponerme a trabajar. Me pasé las primeras horas de la mañana, revisando los perfiles de mis antiguas compañeras de universidad. Esperaba que alguna de ellas fuese una fracasada que necesitase desesperadamente el dinero. No obstante, para sorpresa de absolutamente nadie, yo era la única miserable de la c