Arianna
¿Por qué el maldito cacharro había elegido justo ese día; en el que mi futuro financiero pendía de un delgado hilo, para tardar quince minutos en arrancar?
Ojalá mi abuela, me hubiese heredado un bonito Honda Civic Si, vintage y femenino. En lugar de ese monstruoso modelo Sedan XL, que se llevó puesto todos los ahorros que me quedaban, con un cambio de neumáticos y una bomba de agua nueva. Aun así, era mejor que ir a las entrevistas de trabajo en transporte público con el pelo pegado a la nuca y sudando la gota gorda.
No es que fuese desagradecida, no obstante, estaba llegando quince minutos tarde a la última entrevista laboral de la semana en el grupo Carissino. Había dudado bastante sobre la idea de postularme a una vacante de ejecutivo junior en el departamento de marketing del sector de bienes raíces. Por varios motivos:
Uno: allí trabajaba mi exesposo, el que se acostó y embarazó a mi mejor amiga.
Fin de la lista.
Ese era más que un motivo más que válido, no necesitaba más. Sin embargo, tampoco, me estaban lloviendo las ofertas laborares y me vi obligada a hacer tripas corazón. Además, era alto ejecutivo en el área contable, ni siquiera nos cruzaríamos. Probablemente.
Ya llevaba nueve meses desempleada, realicé más de cincuenta entrevistas laborales sin resultado, no tenía un centavo, estaba atrasada con el pago de la residencia de mi abuela y tenía el presentimiento de que solo era cuestión de tiempo para que la m****a de mi exmarido me pidiese la casa.
Solo faltaban dos meses para que naciese su flamante hijo, porque la última vez que supe algo de Julia, fue cuando su hermano me dijo que el bebé estaba bien y que acababa de entrar en el segundo trimestre, la misma noche del accidente. La noche que todo se desmoronó para mí.
Por lo que, de pronto, me encontraba en una situación desesperada y si no conseguía empleo rápido, me convertiría en una sin techo. Probablemente, pensaba llevar a vivir allí a su flamante familia y esa idea me revolvía las tripas. Esperaba poder irme antes de que apareciese en mi puerta para ponerme de patitas en la calle.
¿Por qué fui tan ingenua como para dejar que pusiese la casa solo a su nombre?
Cuando el aire acondicionado del lujoso edificio, me golpeo el rostro, ya eran casi las diez de la mañana y estaba llegando tarde, muy tarde. Aunque gracias a los dioses de las mujeres deprimidas, treintonas y fracasadas. El elevador estaba convenientemente vacío y me apresuré a apretar el botón del piso diez.
Las puertas comenzaron a cerrarse lentamente, hasta que alguien desde fuera, lo detuvo y un grupo de ejecutivos ingresó al pequeño cubículo, entre ellos Marcos Rossi.
Las piernas me temblaron y los bellos de la nuca se me erizaron al sentir su espeluznante presencia allí.
Era extraño como se daban las cosas, estuvimos casi seis años casados y en ese momento ni siquiera éramos capaces de mirarnos a la cara. Uno a uno, los ejecutivos comenzaron a bajar, hasta que nos quedamos completamente solos y pronto el nudo en mi garganta comenzó a crecer.
Me quedé con la vista clavada en los botones plateados, mientras me aferraba a la correa de mi bolso esperando que los números cambiasen: seis…, siete…, ocho… El ascensor se detuvo bruscamente con una violenta sacudida y me sostuve de la baranda para no caer redonda al piso.
Levanté la mirada y me di cuenta de que Marcos, lo acababa de detener.
—¿Qué es lo que estás haciendo aquí, Ari? —Se giró para mirarme —. ¿Has venido a hablar conmigo? —Parpadee varias, antes de verlo a los ojos y por un segundo el color café que siempre me parecía chispeante, me pareció terriblemente apagado.
Las manos me ardieron de deseos de abofetearlo. No lo veía desde la tarde en que lo observé por la ventana, recoger todas sus cosas dispersas en la calle.
—¿Crees que he venido hasta aquí para hablar con el hijo de puta de mi ex? —Intenté sonreír, aunque solo realicé una mueca distorsionada —. No — negué —, definitivamente, no he venido a hablar contigo. Tengo una entrevista de trabajo.
—¿Aquí? —Se sorprendió —. ¿Justamente dónde yo trabajo? ¿No te parece una contradicción demasiado grande? —Intenté rodearlo para apretar el botón, pero apartó mi mano, antes de tomarme por el brazo, acortando la distancia que nos separaba —. Te he escrito miles de mensajes, te llamé cientos de veces, creo haber llenado tu casilla en emails…
—Te he bloqueado.
—Necesitamos hablar.
—No sé, qué podríamos tener que hablar nosotros —. Intenté parecer indiferente y él se colocó las manos en la nuca.
Solo teníamos dos temas que discutir: el divorcio, que él aún no firmaba, aunque imaginaba que eventualmente lo haría. Conocía a Julia lo suficiente como para saber que hasta que no tenía lo que deseaba, no se detenía. Y la casa. Esperaba que no desease hablar de lo segundo, aún. Rogaba para que tuviese la decencia de no mencionarlo, al menos por un mes más.
Si quería hablar de que abandonase la propiedad, necesitaba un poco más de tiempo. Tampoco me gustaba estar allí, rodeada de fantasmas y recuerdos. No obstante, no tenía opciones.
—Tú, yo y Julia…—Jadee al escucharlo ponernos en la misma oración.
—No puedo creer que tengas la poca vergüenza de ponernos en la misma frase, que no sientas una pizca de culpa por lo que me hiciste. ¡Por preñar a esa zorra que decía ser mi mejor amiga! —. Levanté el rostro porque no quería que viese que estaba a punto de llorar. Las lágrimas me escocían y de inmediato el suelo se arremolinó en un torbellino, bajo mis pies —. Como se puede ser tan enfermo como para creer que iba a sentarme, a discutir contigo en qué posición la dejaste embarazada, mientras yo me moría de dolor mes tras mes.
—Ari —no quería escuchar sus excusas, porque temía comenzar a creerlas.
No había un solo día que no extrañase la forma en la que su cabello brillaba con el sol, el cariz de su risa o la manera en la que me besaba antes de terminar una frase. Me destruía verlo allí, frente a mí y no reconocer esa persona.
— ¡No! ¡No voy a hablar de ti o tu amante! ¡Cuatro meses! ¡Me enteré de su aventura cuando ella tenía cuatro meses de embarazo! —Sentí que me desangraba de una forma horrible frente a él —. No he podido dejar de pensar en cuantas veces se acostaron a pelo y luego volvías a casa para hacerme el amor…Es asqueroso —. Me sacudió una oleada de odio tan violenta que los dientes comenzaron a castañearme y sentí que mi lengua se volvía de trapo.
Me tomó de un brazo y me obligó a mirarlo.
—No puedes odiarnos por siempre, nunca fuiste rencorosa —. Con su mano libre se frotó el rostro y se pellizcó el caballete de la nariz —. Lo nuestro término de esa forma porque tú lo quisiste. No me diste la oportunidad de explicarme, cuando por fin pude reaccionar, ya no tenía esposa, ni casa, y ninguno de nuestros amigos comunes me hablaba, ¡ni siquiera mis padres, m*****a sea!
—¡¿Qué esperabas?! —Solté una carcajada aguda —. ¡¿Qué te cuidase en el hospital después de que te reíste en mi cara durante meses?! —Marcos no apartó sus ojos de los míos —. Ella es preciosa, quizás siempre quisiste estar con ella.
—Lo que hay con ella, no es amor. Yo te amaba, pero no estábamos bien, y lo sabes. Me daba igual que quedases embarazada, en cambio, tú, Ari, estabas obsesionada. No podía tocarte sin temer romperte —. Levante la mano para atravesarle el rostro; sin embargo, fue más rápido, tomándome por la muñeca, mientras la apretaba con firmeza.
—No te atrevas a culparme. No te atrevas a fingir honestidad, cuando en realidad eres malditamente cruel —sisee, apretando los dientes —, de todas las maneras en las que podríamos haberlo solucionado, elegiste enterrar tu pene en el interior de la mujer que consideraba una hermana. ¡Yo no tengo la culpa de que seas un cerdo! —Me sacudí para zafarme y golpearlo —. ¡Lo rompiste todo! ¡Lo rompiste todo! ¡Todo…! —Gemí, deseando dejarme caer porque me sentía demasiado paralizada por dentro —. Lo rompiste todo…—Mis brazos se volvieron flácidos, ya no tenía fuerzas.
Intenté darle un golpe con mi rodilla en las pelotas, no obstante fue más rápido y ajustó mi pierna contra su cadera.
—¡Basta, Arianna! ¡Pareces una gata salvaje! —Sostuvo con firmeza mi pierna y tomó mi cintura, empujándome contra la pared. Mi espalda dio con la botonera y el elevador comenzó a moverse nuevamente —. Necesito saber si estás segura con respecto al divorcio… —Tragó saliva —. Julia quiere casarse —. Sentí como si me hubiesen dado un golpe a traición. Cerré los ojos, al sentir que el mundo se detenía —. Solo intento hacer lo correcto, ahora seré padre… Si no vas a perdonarme, quiero intentar formar una familia. Intentaremos que funcione y espero que me apoyes —. No podía respirar —. Lamento tener que hacer esto —. Otra vez me ahogaba en el infierno —. En cuanto firme los papeles, necesitaré la casa, Ari —. Me rompí. Todo se rompió y las puertas se abrieron.
Arianna —No es lo que parece —. Se apresuró a decir Marcos, soltándome de pronto y alejándose de mí, como si acabase de recibir una descarga. Me encogí contra la esquina, cuando el hombre dio un paso al frente, entrando en el elevador. —Eso espero, porque parecía que habías apretado el botón de emergencia con fines personales—. Dijo con voz resonante y dura. Levanté la vista brevemente, sonrojándome y lo primero que logré ver, fue su muñeca fuerte, los gemelos de diamante, un reloj de oro y unos dedos largos que apretaban más de la cuenta, un sobre de manila. ¿Creía que estábamos a punto de echarnos un polvo en el ascensor del trabajo de mi ex? Me pregunté si me atrevería a mirarle a la cara después de la embarazosa posición en la que me acaba de encontrar para explicaciones. Probablemente, no. Esperaría a que bajase para volver a la primera planta y salir del edificio. De todas formas, ya estaba llegando casi cuarenta minutos tarde. No serviría de nada que me present
Aquiles Crucé el pasillo y tomé el aza de metal, abriendo la puerta del piso compartido que ocupaba con mis hermanos. Aunque ahora solo yo lo estaba ocupando y eso era bastante deprimente. Extrañaba solo tener que cruzar una puerta para poder hablar con Ares o almorzar juntos. No obstante, Romeo se había instalado en la oficina que debería ser de Eros. En parte porque lo necesitaba cerca, pero sobre todo por Lorena. Estar solo con ella, era una tortura y en ocasiones me fastidiaba tener que esquivar sus avances constantemente. —Buenos días, Aquiles —. En su rostro apareció una enorme sonrisa, en cuanto me vio cruzar la puerta —. ¿Cómo te encuentras hoy? —Acarició sus labios llenos con la punta de su lengua y me clavó sus enormes ojos azules. Era una belleza, de eso no cabía duda, sin embargo, era mi empleada y esa, era una línea que no cruzaría. Sin contar con que la había visto lanzarle los mismos dardos de coquetería a mis otros hermanos. Lo que me hacía pensar que no l
Arianna El hombre que me consoló en el ascensor, quien me tendió una mano en mi peor momento. Ese sujeto que me pareció encantador, aunque melancólico y taciturno. De pronto, me resultó hostil e inaccesible, al verlo nuevamente en el enorme despacho que le pertenecía. Puede que fuese porque ya sabía que no solo era un alto ejecutivo, era Aquiles D’Amico. El jefe de Marcos. O quizás, solo estaba conmocionada por lo que me acababa de pedir. —¿Una celestina? —Balbucee, deseando que mi voz quebrada solo estuviese en mi imaginación —. ¿Las celestinas no se acabaron en la década de los noventa? —Tragué saliva, con disimulo, tratando de ignorar mi estómago revuelto o la inquietud que me provocaba su mirada oscura. Nunca me había sentido muy cómoda frente a hombres del tipo de Aquiles, un macho alfa por selección natural. Por eso me sentía tan cómoda con alguien como Marcos. No obstante, en ese momento, no solo me sentía incómoda. Tuve la sensación de que podía devorarme de un go
Arianna Finalmente, el Honda, dejó caer la gota que derramó el vaso. Pasé treinta minutos, buscando donde aparcar ese horrible armatoste. Aun así, me las apañe para llegar un poco antes de mi horario de entrada. Creí que mi nuevo jefe, se sentiría impresionado por mi iniciativa. Sin embargo, Aquiles ya se encontraba trabajando. No estaba segura, sobre sí, debía reportarme o no. Sin embargo, cuando intenté preguntárselo a su recepcionista. Esta se limitó a darme vuelta la cara, azotando su lacia melena castaña con desdén. Perfecto, ya me odiaba y ni siquiera habíamos intercambiado más de veinte palabras. Después de darle muchas vueltas, decidí pasar de visitas a mi jefe y ponerme a trabajar. Me pasé las primeras horas de la mañana, revisando los perfiles de mis antiguas compañeras de universidad. Esperaba que alguna de ellas fuese una fracasada que necesitase desesperadamente el dinero. No obstante, para sorpresa de absolutamente nadie, yo era la única miserable de la c
Arianna Comencé a plantearme la idea de que presentase un error en mi sistema biológico. Porque; primero, me sentí atraída por una escoria humana como Marcos y ahora por un potencial asesino. Lo mío, a todas luces, no era el instinto de conservación. —Llámame, Aquiles, no eres realmente mi asistente ejecutiva. Podemos saltarnos las formalidades —. Dijo con un tono seco y lacónico —. Necesitaba saber si tengo que hablar con mi contador. —¿Con Marcos? —No, claro que no, dejaré este asunto en manos de mi contador personal —. Me sentí aliviada, aun no estábamos divorciados y no quería que supiese de ese bono —. ¿Debo ocuparme del asunto? Tengo quince minutos ahora mismo y podría realizar la llamada, si tienes mi primera cita lista. —Puedes hacer la llamada, pero antes aprovechemos esos quince minutos. Necesito hacerte algunas preguntas —. «Pregunta uno: ¿Asesinaste a alguien? Fin de la lista». Dio unos golpecitos en el mostrador, para llamar mi atención. —Acompáñame po
Arianna Percibí cada latido, el aire escapando lentamente de mis pulmones y la forma en la que se me debilitaron las rodillas, cuando mis labios, hicieron contacto con los de Aquiles. Puede sentir como deslizó sus brazos alrededor de mi cintura, lo que provocó que me arquease contra él. Mis manos se posaron en su mentón, vacilantes y acaricié despacio su definida mandíbula, hasta llegar a su cuello. Mientras presionaba mis labios abiertos suavemente contra los de él. Se me aceleró el corazón, al darme cuenta de que parecía que todo se había desvanecido a nuestro alrededor, y solo éramos nosotros dos en el mundo. Eso era bueno, ¿no? Así es como tenía que ser un buen beso, era necesario que nos calentase las entrañas con la promesa de algo mucho más dulce. El problema es que así no debía sentirse un beso con el jefe al que necesitabas encontrarle pareja. Sobre todo, así no tenía que sentirse un beso que le diste a tu jefe, simplemente para no enfrentar tu pasado.
Arianna Logré alcanzarlo, antes de que las puertas del elevador se cerrasen. Casi podía ver la nube negra cerniéndose sobre su cabeza y aunque, aún estaba bastante avergonzada por lo que acababa de hacer. Rápidamente, el sentimiento, estaba mudando para convertirse en rabia. Así que, lo único que quería en ese momento, era borrarle la expresión de superioridad que mostraba inmutable. En cuanto di un paso dentro del pequeño cubículo, mantuvo la vista fija en el frente. No podía ni verme a la cara y sentí como si el estómago se me fuese a los pies. Tragué saliva con fuerza y reuní todo el coraje posible, antes de hablarle. —Aquiles —. Di un paso hacia él y vi como tensaba la mandíbula. Estaba resistiendo el deseo de darse la vuelta y verme. ¿Por qué? ¿Me temía? Cerré los ojos, avergonzada, hasta que él habló finalmente. —No tenía que ser así, Arianna. —No, pero ya me disculpé por ello, ¿no puedes pasar página? Seguro no soy la primera mujer que besas, piensa q
Arianna No me gustaba llamar la atención y mi vestuario, era prueba de ello. Nunca elegía nada que fuese llamativo o tuviese colores vivos. Combinaba día tras día, pantalones de corte sastre con camisas blancas o de colores neutros. En mi versión más atrevida, usaba falda. Eso era todo, un atuendo monocromático que me asegurase ser invisible. Me gustaba pasar tan desapercibida como fuese posible. Sin embargo, esa noche había desempolvado el ajustado vestido rojo; que me regaló mi abuela cuando cumplí los veinticinco con la esperanza de que lo usase. Me lo coloqué a presión esperando que a medida que pasasen las horas, la tela cediese e intenté respirar lo menos posible. Si lograba sentarme sin que se rajase, lo iba a considerar un triunfo. No quería pensar en que estaba dispuesta a morir por asfixia para impresionar al imbécil que escapó como un cobarde después de darme el mejor beso de mi vida. O que me esforcé tanto porque estaba celosa a rabiar de mi primera candidata.