Letal Calor

Stella me miraba fijamente, buscando un error, buscando que me ruborizara o me horrorizara. Mente limpia, me repetí. Entonces la miré directamente, sin sentirme sobrepasada.

—Es usted una dama muy hermosa. —dije, con la voz aterciopelada, mordiéndome levemente el labio.

Eso la contentó, sonrió y me tendió la mano para que la estrechara.

—Entonces te daré la información del empleo. Sabes, la otra muchacha salió corriendo apenas me vio así, apenas me acerqué. Supe que no era la indicada. —comenzó a acercarse cada vez más.

Estaba tan cerca que su piel rozó lentamente la mía. Mi respiración se aceleró. Entendí que trataba de hacer, buscaba escandalizarme, ponerme a prueba para ver de cuanto era mi pudor e inocencia. Yo ni siquiera había visto películas para adultos antes, por lo que esta situación era completamente nueva para mí. Pero tenía que hacerlo, la justicia dependía solo de mí, tenía que investigar el crimen desde adentro. Y eso solo significaba una cosa, debía adaptarme a ese maldito castillo.

—No le temo a los deseos. —murmuré, con la voz suave.

Ella hablaba con un tono de voz musical, mirándome fijamente, acercándose. Empezó a anotar en su libreta un par de cosas que no pude leer. Seguramente anotaba lo que observaba en mí.

—Eso veo, eres una chica muy hermosa. —dijo, acariciando mi cabello. —En este lugar tu belleza será de lo más apreciada. Hacemos distintas clases de espectáculos. ¿Me sigues?

Asentí con la cabeza, el elogio hizo que no me sintiera tan avergonzada de estar vestida de esta manera tan provocativa. El calor empezó a emerger de mi cuerpo, dios mío, esto era tan nuevo para mí.

—Sí, comprendo. —respondí, convencida.

Debía transmitir seguridad. Ella sonrió.

—Te daremos todo lo que pidas, comida, lujos, tendrás accedo a todo el castillo. Pero deberás cumplir con el trabajo, mira, aquí no tenemos límites. Deberás ser una actriz profesional, dejarte llevar por el calor, las olas de la pasión azotan nuestros cuerpos aquí. Obedecerás a Daemon, primero serás su sumisa. Él es un caballero, te garantizo que para empezar será divertido. —guiñó un ojo.

No comprendí a lo que se refería, ya estaba comenzando a preocuparme. Al ver mi expresión de confusión, ella soltó una risita. Me acarició el cabello y luego el rostro, como si eso me tranquilizara.

—Uno de los tres jefes debe elegirte, esa es la prueba para ver si puedes quedarte. Será divertido, como me has caído bien, comenzarás con Daemon. Si él te elige, entonces serás solo suya.

Sentí que mi cuerpo se tensionaba, ella me miró fijamente para ver si estaba dispuesta a aceptar el trato. Mencionó espectáculos, tareas, cosas que yo tendría que hacer para adaptarme allí. Este era el momento en el que tendría que irme para siempre corriendo o aceptar y descubrir la verdad sobre el culpable de la muerte de mi hermana.

Stella esperaba mi respuesta.

—Estoy ansiosa por comenzar. —dije, sonriendo.

La valentía ardiente latía en mi corazón. Había tomado mi decisión, esperaba no arrepentirme de ello. Miré a Stella, que se veía conforme con mi respuesta.

—Aquí no hay teléfonos, ni comunicación con el triste mundo exterior. Recuerda que aquí, Cady, estarás en el mundo del placer. No contaminamos el ambiente con comunicación. —Stella me condujo por la habitación, mientras me mostraba que debíamos ir hacia el pasillo estrecho. Dejé todos los celulares en una caja, eran falsos, por supuesto que no me arriesgaría a que descubrieran mi identidad. Mi plan había sido meticulosamente ordenado. Mi hermana no era físicamente parecida a mí, no se darían cuenta de nuestro parentesco.

Dios mío, íbamos a entrar en la mansión, en la verdadera. Ahora, tendría que aceptar la decisión que tomé.

—¿Eres virgen? —preguntó, pasos antes de que entráramos, a los pies de la puerta.

No pude mentir, mis ojos me delataron. Ella condujo su mano cerca de mi seno, viendo que mi pezón estaba asomándose. Sus dedos suaves recorrieron lentamente mi clavícula.

—Lo suponía. Eso hace más interesante tu llegada. —sonrió, con los ojos chispeantes.

Caminé hacia adelante, mis ojos lo inspeccionaban todo. Tenía que grabarme todas las imágenes para que así pudiera escribirlo todo cuando estuviera a solas. Mi investigación debía ser detallada, no podía perderme un solo detalle.

Stella abrió la puerta y me indicó que podía pasar. La enorme entrada se abrió y de adentro comenzó a sentirse un aire fresco gratificante. Era un ambiente climatizado en una temperatura agradable, fresca. Ella me tomó del brazo, caminando junto a mí.

Allí, los aromas eran de lo más diverso. El aroma de las avellanas, chocolate y vainilla eran fuertes. Una dama estaba en un sofá, con un traje de tul, que dejaba ver cada parte de su cuerpo. Sonrió al vernos y caminó hacia Stella. Las dos se saludaron con cortesía, como si fueran dos damas de la realeza.

—Te presento a Cady. —me miró, con amabilidad. —Ella es Sam, es propiedad de Eduard.

Sam me abrazó, sintiendo el latido agitado de mi corazón. Me estrechó para demostrarme confianza. Ella era propiedad de Eduard, eso era información valiosa. Cualquiera de esos tres cretinos podía ser el asesino de mi hermana.

—Aquí nos divertimos mucho. —dijo Sam, soltando una risita. —Veo que Stella no te ha dicho una de las reglas principales del castillo.

Sam me inspeccionó con la mirada. Al parecer, mi ropa no era adecuada para el momento.

—Pero mejor si eso lo dejamos para mañana. No quiero que te estreses, cariño. —Sam volvió a sentarse sobre el sofá.

Traté de no caer en la cuenta de que esas dos chicas estaban desnudas allí, como si fuera algo totalmente normal. Me temblaban las piernas. Debía controlarme, ahora, no podía flaquear.

—Te mostraré tu cuarto. Es el de las nuevas. —dijo ella, con los ojos puestos en mí.

Empujó mi cadera hacia adelante, en un gesto que la divirtió. Subimos las escaleras y sentí que cada escalón me llevaba a mi perdición. Me sentía como una mojigata total, la vergüenza volvía a invadirme. Iba y volvía, me pregunté si podría acostumbrarme a algún día.

Traté de no mirar a mi alrededor, porque los gemidos me lo decían todo. A pesar de que tenía que mirar, traté de concentrarme solo en los lugares físicos y recordar cada detalle. Era engañarme a mí misma, lo que tenía que ver eran a las personas, todos allí eran sospechosos. Incluso Stella y Sam.

Enfoqué, enfoqué. Miré hacia los costados. En una pequeña isla en la sala, había un jacuzzi en el que un hombre de veintitantos aproximadamente estaba completamente desnudo, con una enorme hombría y unos ojos negros como la noche. Allí todos parecían tener una libertad total de la desnudez. Estaba con una joven que le leía una historia, con un libro entre las manos.

No era tan terrible, me dije a mi misma. Solo que ver su miembro hizo que estuviera a punto de sonrojarme. Era una locura, una completa locura.

Sam se detuvo en una puerta de color rojiza, que tenía grabado el número tres en un número de estructura de oro. Era brillante, hermoso. Abrió la puerta y lo que pensé que sería la habitación más modesta del hotel, era un palacio entero solo para mí.

Eso me deslumbró, era un lugar tan lujoso que hubiera dejado a cualquiera sin palabras. Era una habitación con azulejos blancos impecables. Las cortinas eran de color crema, con hilos dorados que las decoraban delicadamente. Sam y Stella se retiraron, la noche comenzaba a caer y por la ventana, observé como la luna iluminaba el extenso jardín.

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