En un abrir y cerrar de ojos

Casi poético, con los ojos entrecerrados, dijo estas palabras tan directas, que rozaban la vulgaridad. O quizás entraban en lo profundo de la vulgaridad, de no ser porque su apariencia era tan exclusivamente formal, imponente y seria que era imposible que algo que saliera de su boca fuera indiscreto.

Por lo que pensé, que había escuchado mal. A lo mejor era algo producto de mis nervios y lo había imaginado. Porque estaba tan nerviosa que cualquier cosa podría haber pasado por mi cabeza.

—¿Puede repetirlo? —pregunté, haciendo una reverencia.

En ese lugar abundaban las formalidades. Copié el estilo de caminar de las damas que había observado afuera. Elegancia, ante todo, a pesar de que no llevaba siquiera una prenda de ropa interior. Sentí ese cosquilleo que me recorría de pies a cabeza, me hacía estremecer. Aquella sensación de que la lujuria estaba bañándome.

Control, todo se trataba de control. Esto era necesario, tengo que apegarme al plan. El plan lo era todo para descubrir la verdad.

Daemon me miró fijamente sin sonreír, ni mostrar amabilidad. Su dureza me hizo notar que había hablado muy en serio. Su silencio, era mi sentencia.

Me observó, apurándome a hacer lo requerido.

“Aquí, debes hacer todo lo que él te diga, eres suya ahora.”

Repitió la voz de mi consciencia en mi cabeza. Para que no lo olvidara, para que no se me ocurriera hacer ninguna tontería.

—Si. Comprendo. —dije, mientras sonreía.

Me obligué a mantener la compostura. Esto era solo el comienzo, no podía acobardarme. Para llegar a la verdad, tenía que transitar este camino sea cual fuera, por mucha histeria que estuviera provocándome en el interior.

Mis mejillas estaban enrojecidas, lo noté al verme en el espejo.

Me arrodillé, sin pensarlo más. Él quería verme, eso tendría.

Me acomodé a cuatro patas allí, tratando de omitir el hecho de que mi falda era lo único que me cubría y en esta posición, no quería siquiera pensar en todo lo que se veía de mí. Mi femineidad estaría expuesta si el se acercaba a mirarme.

—Buena chica. —dijo.

Su voz rugosa, dura, fue tan seductora que mi piel se erizó al instante. Estar en esta posición me hacía multiplicar el calor que crecía dentro de mí. Sentí que se acercaba, escuché los pasos. Los nervios volvieron. Mi corazón latía galopante como una fiera.

—Quieta. —ordenó, con voz de mando.

Así debía ser la relación que tenía con las sumisas. Él ordenaba y ellas obedecían. Ninguna se oponía a sus órdenes. Teresa, en que te has metido. Pensé, mil veces. Tensé mi cuerpo para no temblar por la ansiedad.

No decía mucho, sus órdenes eran directas, frías. Su carácter era severo, su temple parecía implacable.

No veía nada, traté de cerrar los ojos. Por supuesto, eso fue peor, porque mis sentidos se agudizaban si no veía nada.

Sentí el tacto sobre mi cintura.

Dios mío.

Cállate Teresa, silencio como una roca. No importa que haya apoyado su mano en ti.

Sentí un estremecimiento y el calor, estaba poseyendo por completo cada parte de mi cuerpo. Su mano estaba palpando mi camisa, con suavidad, casi acariciándome.

Deslizó su mano por mi cadera, llegando a mis muslos. Allí, arqueé la espalda por la mezcla de sensaciones, no comprendía que me estaba ocurriendo.

Estaba tan cerca, su mano iba recorriendo lentamente mis muslos. Y más en el interior, bajo la falda, no había nada que me cubriera, no tenía bragas que taparan mi feminidad. Estaba llegando, sus dedos estaban tan cerca.

—Ahh… —solté.

M*****a sea, Teresa. ¿En qué estás pensando?

El gemido salió de mis labios sin que pudiera contenerlo, sentir sus dedos tan cerca. Estaba humedeciéndome. A pesar de que había pensado que estaría fría, helada, que no dejaría que nada me controlara.

Apretó mi muslo derecho con fuerza, casi clavándome las uñas. Luego, deslizó su dedo en el interior de mi vagina, llegando lentamente hasta donde estaba mi clítoris. Eso me hizo perder todos los estribos, solté otro gemido sin poder evitarlo.

El hundió allí su dedo, yendo arriba y abajo y palpando mi humedad. Porque yo estaba empapada, sentía la humedad entre mis piernas. Masajeó mi clítoris sin piedad alguna, haciendo que empezara a temblar por el placer creciente. Debajo de mi falda, con tanta destreza que podía desarmarme entera con solo sus dedos.

Tenía un tacto tan hábil. Enterró su dedo más profundo, haciendo que me moviera y mi espalda volviera a arquearse por las sensaciones. Su aroma, era tan exquisito que parecía hipnotizarme. Iba cada vez más adentro, algo totalmente desconocido para mí. Era todo nuevo para mí, jamás había siquiera intentado masturbarme antes. No sabía que esa parte de mi pudiera estar tan enteramente mojada.

No. No. No. Teresa, debes controlarte. La mente fría, tus instintos fríos.

Pero mi cuerpo, estaba en llamas.

Quitó su dedo de mi interior abruptamente. Luego, se alejó de mí.

—Puedes ponerte de pie, Cady. —dijo, al tiempo en que me miraba fijamente.

Sus ojos parecían desvestirme, hacerme cualquier clase de cosas. Sentí el corazón latiéndome a mil por hora. No quería levantarme, no quería ponerme de pie. ¿Por qué? Sí…

Yo quería más.

Quise abofetearme a mí misma. Daemon me observó con severidad. Era tan atractivo que me perdía en sus rasgos perfectos. Su traje, su elegancia y rudeza colisionando. Su cabello rizado, que contrastaba con sus ojos penetrantes. Quería dejar de mirarlo de una buena vez.

—Largo de aquí. —soltó, parecía que estaba perdiendo la paciencia. Sus ojos chispearon, con ese atrevimiento y suspicacia que los caracterizaba.

Aquello me asustó, me enderecé de golpe. Caminé hacia la entrada, estaba vestida, pero yo sentía que había estado desnuda frente a él. Él había estado jugando entre mis piernas, había sido el primer hombre al que dejaba entrar allí, aunque solo hubiera sido el tacto.

—Cuando te quiera aquí, te llamo. Eres mía ahora, harás lo que yo te pida, harás todo lo que yo quiera.

Su voz resonó en mis oídos. Su mirada, reflejaba que era el hombre más dominante y atractivo que había visto en toda mi vida.

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