Pretensiones

Salí al pasillo, prácticamente corriendo. Huyendo, huyendo de mí misma y de él. Porque mi pulso estaba acelerado y mi cuerpo, seguía en llamas.

Quería volver a mi cuarto, entrar y ponerme la ropa más severa, sobria y que me cubriera cada parte de mi cuerpo.

Para que nadie allí se diera cuenta de que lo había disfrutado.

Una mano me tocó el hombro.

—Cady. ¿Ya tuviste tu entrevista? —preguntó una voz a mis espaldas.

Me di la vuelta para ver a Sam, reconocí su voz. Ella estaba cambiada, tenía un corset que hacía que sus senos se vieran más grandes. Y debajo, tenía una falda de tul con brillantes. Llevaba el cabello atado en una coleta alta. Estaba vestida de una manera elegante, sofisticada y erótica a la vez.

Me tendió su brazo para que camináramos juntas.

—Bueno, parece que te han comido la lengua los ratones. —dijo, sonriendo y soltando una risita.

—Lo siento. —me excusé, balbuceando.

En realidad, ni siquiera sabía que excusa poner. Ella me miró detenidamente y sonrió.

—Ya sé que ha pasado allí dentro. Te ha visto Daemon y por lo que veo, te ha gustado.

Sam guiñó un ojo, con suspicacia.

Negué con la cabeza, como un reflejo instantáneo que no controlé. No quería que nadie supiera que había disfrutado de ese encuentro.

—¿No? —preguntó Sam, deteniéndose.

Se acercó a mí, con elegancia. Acarició mi cabello.

—Entonces no te molestará que me fije. —dijo, con una sonrisa amable. —Oh Cady, puedo sentir tu corazón latiendo rápido. Se que estarás empapada aquí abajo…

Ella comenzó a pasar la yema de sus dedos por mi camisa, palpando mis pezones endurecidos. Tenía razón, yo estaba tan excitada que no podía ocultarlo, era tonto creerlo. Al pasar sus dedos por mi pezón, volví a sentir el cosquilleo.

—¿Estás molestando a la chica nueva, Sam? —preguntó otra voz femenina.

Una chica de ojos verdes y cabello oscuro, se acercó, con una elegancia marcada. Llevaba un vestido blanco corto, casi transparente. Tenía un collar de perlas azules que parecía hecho de diamantes. Su maquillaje era sutil, su cabello estaba enteramente suelto.

—Sophie, no vengas con regaños. Déjame jugar con la chica nueva. —Sam hizo un gesto quejumbroso y se aferró a mí, abrazándome.

Era evidente que todas tenían mucha confianza allí, que todas jugaban y tenían una libertad amplia en lo que respectaba al placer. Como todo allí. Para una muchacha virgen como yo, esto era una locura. Mi parte decente y seria quería irse corriendo de allí antes de que fuera tarde.

Por mi hermana. Tenía que quedarme. La verdad era lo único que salvaría ese crimen. El culpable debía caer. Yo debía investigar, cuando tuviera la suficiente confianza, podría encontrar las pistas que necesitaba. Pero antes, necesitaba que confiaran en mí.

—No me ha molestado. —sonreí, con los ojos entrecerrados. —Estaba tratando de negar lo innegable.

Tomé la mano de Sophie, que estaba cerca de la mía. La conduje hacia mi falda, para que sintiera ese calor que emanaba de allí. Ella me miró con suspicacia, sus ojos chispearon. Introdujo lentamente su mano en mi interior, su piel suave y delicada acaricio mi interior, palpando la humedad. Sonrió, mirándome con aprobación.

—Estás radiante. —dijo ella, acariciando lentamente, tan lento que me hizo agitar la respiración.

La lentitud con la que deslizaba su dedo dentro de mi vagina era algo que nunca había experimentado. Después de aquel encuentro con Daemon, algo había cambiado en lo profundo de mi ser. Incluso, no quería que la chica se detuviera.

Sam nos miraba expectante, con el brillo en sus ojos, sin perderse de ningún detalle.

—Tendremos una fiesta. —dijo ella, riendo. —Es hora de beber champaña.

Sophie siguió mirándome mientras seguía, viendo como yo me dejaba llevar. Ella se apartó, abrazándome como si fuéramos viejas amigas.

—Claro que sí. Nos divertimos mucho. Esta chica tiene futuro aquí. —guiñó un ojo, mirando a Sam. —Podemos mostrarle todas las diversiones que tiene este castillo.

Asentí con la cabeza. Estaba sintiéndome tan diferente. Las seguí sin siquiera pensarlo. Una parte de mis pensamientos, deseaba que Daemon fuera a la fiesta, que entrara a pedirme mis servicios y empezáramos a…

¡Teresa!

Me grité, dentro de mí. Estaba transformándome en algo que yo no era. ¿En qué estaba pensando? Estaba mimetizándome con esas personas lujuriosas. Miré hacia el techo para pensar en otra cosa y dejar de sentir esa excitación que no podía controlar. No estaba pensando con claridad.

Caminé detrás de ellas. Estaban yendo hacia las escaleras, con un caminar elegante, grácil y pausado. Hice lo mismo que ellas, para ir adquiriendo poco a poco los mismos modos. Ellas se tenían confianza entre sí, en todos los sentidos. Caminamos hacia una habitación en uno de los últimos pisos. Tenía la puerta con incrustaciones de oro. Sam abrió la puerta y dentro, había una isla entera. O al menos eso vieron mis ojos. Un paraíso rodeado de lujo, de armonía, de todo lo que hacía que mis ojos se deslumbraran.

Porque aquel sitio era un lugar paradisiaco, con piscinas y arrecifes de colores. Burbujas, había burbujas por todas partes. Las flores estaban a lo largo de los costados de todos los techos, bajando delicadamente por las paredes. Había una enorme barra de tragos.

Noté que había más personas allí dentro.

—Oh, Collin. —dijo Sophie, lanzándose al agua, entrando en la piscina.

Ella besó al hombre que estaba allí. Debía tener la misma edad de Daemon, pero tenía el rostro más amable. Su rostro era más anguloso, atractivo, su mandíbula estaba marcada. Era más moreno, con los ojos verdes oliva intensos.

Sophie debía ser la sumisa de Collin.

—Encantado de conocerte, Cady. —saludó él, poniéndose de pie para salir de la piscina, para saludarme.

Cerré los ojos por instinto, porque no llevaba ninguna clase de traje de baño y estaba acercándose a mí. Me ruboricé a pesar de mis intentos de mantenerme fría. Esto era mucho más complicado de lo que pensé. Al minuto en el que entré en este castillo, todo había cambiado drásticamente.

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