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Capítulo 2: Encuentro con Samer

Agatha avanzó con cautela por el pasillo, sus pasos resonando en el silencio como un eco de su creciente ansiedad. Las paredes estaban adornadas con cuadros de paisajes impresionantes y retratos de personas que no reconocía. A pesar del lujo y la belleza que la rodeaba, su corazón seguía latiendo con una mezcla de miedo y determinación. La idea de estar atrapada en una mansión tan extravagante no podía calmar la inquietud que la invadía.

Al final del pasillo, una gran puerta de madera oscura la esperaba, casi como un portal a lo desconocido. Se detuvo un momento, conteniendo la respiración, antes de empujarla lentamente. La puerta chirrió, y Agatha sintió que el sonido resonaba en su pecho.

El espacio que se abría ante ella era un salón vasto y opulento. Un gran candelabro de cristal colgaba del techo, iluminando el lugar con una luz cálida y suave. Los muebles eran lujosos, con tapices que parecían haber sido traídos de algún palacio europeo. Pero Agatha no podía permitirse distraerse por la belleza. Estaba aquí por una razón: encontrar una salida.

Mientras se movía por el salón, cada rincón parecía murmurar secretos. La opulencia era abrumadora, pero su mente estaba centrada en escapar. No podía permanecer allí, prisionera de una vida que no había elegido. Entonces, un movimiento la detuvo en seco.

La figura de un hombre se alzaba en el extremo opuesto de la habitación. Era Samer. Su presencia era dominante, y su mirada intensa la atravesó como una flecha. Agatha sintió una oleada de emoción en su interior: miedo, incertidumbre y algo más, un inexplicable tirón que la atraía hacia él.

“¿Te sientes mejor?” preguntó Samer, su voz profunda resonando en el aire, suave pero con un matiz de autoridad. Se acercó a ella con pasos seguros, como si estuviera acostumbrado a tener el control de cada situación.

Agatha no sabía si debía responder. Su mente giraba, recordando lo poco que sabía sobre él: un millonario de Dubái, el hombre que la había comprado, el que la había convertido en su prometida. “¿Dónde estoy?” logró preguntar, su voz temblando levemente.

“Estás a salvo,” dijo él, cruzando los brazos sobre su pecho. Su mirada no se apartaba de la de ella, como si estuviera evaluando cada pequeño gesto. “Este es mi hogar. Tu hogar ahora.”

El tono de su voz la irritó. “No, no es mi hogar. No elegí estar aquí.” Agatha sintió la rabia brotar dentro de ella, una chispa que necesitaba expresar. “Soy una prisionera. No voy a quedarme aquí.”

Samer arqueó una ceja, como si sus palabras fueran un desafío que disfrutaba. “¿Prisionera? No lo veo así. Te he traído aquí para protegerte.” Su tono era firme, pero había una suavidad escondida que la desconcertó. “Este mundo no es seguro para ti. He hecho esto porque me importas.”

Agatha sintió una mezcla de confusión y furia. ¿Cómo podía decirle eso? ¿Cómo podía hablar de protección cuando su propia libertad estaba en juego? “¿Qué sabes de lo que me importa a mí?” exclamó, su voz alzándose en la habitación. “No tienes derecho a decidir por mí. No eres mi protector, eres mi captor.”

Un destello de sorpresa cruzó el rostro de Samer, pero rápidamente fue reemplazado por una expresión neutral. “Eres obstinada,” dijo, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. “Me gusta eso.”

“No me gusta que me encierres,” respondió Agatha, sintiéndose más fuerte al hablar. “No me gusta esta situación. Quiero volver a casa.”

“Tu casa no es segura,” insistió Samer, avanzando hacia ella con determinación. “No sabes lo que te han hecho. No sabes lo que hay fuera de estas paredes.”

“Quizás sea un riesgo que debo correr,” replicó ella, enfrentándolo. “Prefiero arriesgarme a ser libre que estar atrapada aquí, viviendo en tus lujos mientras soy tratada como un objeto.”

Samer la observó por un momento, la intensidad de su mirada volviéndose más profunda. Agatha se dio cuenta de que él podía ser peligroso, pero también había algo en su forma de mirar que la intrigaba. “Eres valiente,” dijo al final, su voz más suave. “Eso es admirable. Pero la valentía sin conocimiento puede llevarte a la ruina.”

“No necesito que me enseñes lecciones de vida,” respondió ella, sintiendo la ira y la frustración a la vez. Samer la estaba provocando, y su presencia era una mezcla de peligro y atractivo que la confundía.

“Tal vez no, pero te puedo ofrecer una vida que jamás imaginaste,” dijo Samer, acercándose más. “No todo lo que ves aquí es superficial. Hay más en este mundo que solo tu experiencia.”

Agatha sintió que su corazón latía más rápido. Estaba atrapada en un tira y afloja con un hombre que la desconcertaba. “No me interesa tu vida,” respondió con desdén, pero en el fondo sabía que la atracción que sentía por él era real, aunque no quería admitirlo.

“Veremos,” dijo él, su voz profunda resonando con un desafío. “Por ahora, tendrás que aprender a confiar en mí. Te daré tiempo, pero no pienses que te dejaré ir tan fácilmente.”

Con esas palabras, se volvió y salió del salón, dejando a Agatha sola, temblando de furia y confusión. A pesar de la rabia que sentía, no podía evitar preguntarse qué había detrás de esa fachada impenetrable.

Mientras la habitación se llenaba de un silencio inquietante, Agatha supo que su vida estaba a punto de cambiar de maneras que nunca había anticipado. Aunque estaba atrapada, había una chispa de desafío en su interior, y estaba decidida a no dejar que nadie decidiera su destino por ella.

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