Capítulo 3: Flashbacks y Plan de Escape

El silencio en la mansión era ensordecedor, interrumpido solo por el suave susurro del viento que se colaba por las rendijas de las ventanas. Agatha se quedó en el salón, luchando por controlar el torrente de emociones que la abrumaban. La conversación con Samer había sido intensa, y su presencia, aunque desconcertante, había despertado algo en ella: un deseo de lucha.

Mientras la ira se calmaba en su interior, Agatha decidió que no podía permitir que su situación la dominara. No iba a ser una prisionera en el lujo. Necesitaba un plan, una forma de recuperar su libertad. Caminó de un lado a otro, cada paso resonando en el mármol frío, mientras su mente se llenaba de recuerdos de su vida anterior.

Imágenes de su hogar en Italia comenzaron a desdibujarse. Recordó la calidez del sol en su piel mientras paseaba por las calles de Roma, la risa de sus amigos en las terrazas de los cafés. Había sido una vida llena de sueños y aspiraciones. Pero ahora, esos recuerdos se sentían lejanos, como ecos de un tiempo que no volvería. La desesperación se apoderó de ella, pero rápidamente la desechó. No podía rendirse.

Un golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Se volvió rápidamente, el corazón latiéndole en el pecho. “¿Quién es?” preguntó, su voz temblando levemente.

“Soy yo,” respondió una voz masculina, aunque no era la de Samer. Era un sirviente, uno de los hombres que había visto brevemente cuando había despertado por primera vez. La puerta se abrió y él entró, cargando una bandeja con comida.

“Traigo algo para ti,” dijo el hombre, con una expresión neutral en su rostro. “El señor Samer ha ordenado que te atiendan.”

Agatha frunció el ceño. “No tengo hambre,” contestó, sintiéndose aún más prisionera al saber que alguien estaba allí para servirle.

“Lo entiendo, pero es importante que comas. No estarás bien si no lo haces,” insistió el sirviente, colocando la bandeja sobre una mesa lujosa. “Si necesitas algo más, no dudes en decírmelo.”

Mientras él hablaba, Agatha miraba la comida, un festín de platos exóticos que jamás había probado. El aroma la atraía, pero la idea de comer algo que le traían, en un lugar donde se sentía atrapada, la llenaba de desconfianza. “¿Sabes dónde está Samer?” preguntó, cambiando de táctica.

“No lo sé, señora,” respondió el sirviente, con un tono respetuoso. “Pero seguramente regresará pronto.”

Mientras él se retiraba, Agatha sintió una punzada de frustración. Necesitaba más información sobre su situación y, más importante, un plan para escapar. La idea de permanecer allí, esperando a que Samer decidiera su destino, era inaceptable.

Se acercó a la bandeja y comenzó a comer a regañadientes, su mente aún en ebullición. Mientras masticaba, las imágenes del pasado la invadieron nuevamente: el momento en que la atraparon, las miradas de desprecio y las burlas de sus captores. ¿Cómo había terminado así?

A medida que su mente se llenaba de recuerdos, Agatha se dio cuenta de que necesitaba saber más sobre Samer y su mundo. ¿Qué había detrás de su fachada de riqueza y poder? ¿Por qué había decidido traerla a su mansión y convertirla en su prometida? Era un hombre que parecía tenerlo todo, y a la vez, un misterio en cada palabra.

Terminado su pequeño festín, se levantó y se dirigió a la ventana. Miró hacia el jardín, donde los colores vibrantes de las flores se mezclaban con el verde profundo de los árboles. Era un paisaje que prometía libertad, pero que también la mantenía prisionera. ¿Qué había más allá de esa hermosa fachada?

Decidida, regresó al salón y comenzó a explorar. En su mente, una idea empezaba a tomar forma: conocer la mansión, descubrir sus secretos, buscar una salida. No podía seguir siendo una víctima; tenía que ser la arquitecta de su destino.

Mientras inspeccionaba cada rincón, se dio cuenta de que la mansión estaba llena de pasadizos y habitaciones ocultas. Debía aprender todo lo posible sobre este lugar. Cada puerta, cada ventana, cada rincón podría ser una oportunidad para escapar. Pero también necesitaba ser cautelosa; Samer no permitiría que se marchara tan fácilmente.

Con esa determinación, Agatha decidió que necesitaría ayuda. No podía hacerlo sola. Si podía encontrar a alguien dentro de la mansión que compartiera su deseo de libertad, tal vez podrían trabajar juntos. Alguien que la entendiera, que hubiera sentido lo que ella sentía. Pero, ¿quién sería esa persona?

El sonido de pasos la hizo girar bruscamente. Su corazón se detuvo al ver a Samer aparecer en el umbral. Su presencia llenó la habitación con un aura de control. “¿Buscando algo?” preguntó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

“No, solo explorando,” respondió Agatha, su voz más fuerte de lo que se sentía. “No tengo intención de quedarme aquí sin hacer nada.”

Samer se acercó lentamente, sus ojos fijos en ella. “No es prudente, Agatha. Debes tener cuidado con lo que deseas. Hay cosas en este mundo que no comprendes.”

“Como tú, ¿verdad?” replicó ella, sin dejarse intimidar. “No tengo miedo de lo que hay ahí fuera. Lo que tengo miedo es de estar aquí, contigo.”

La mirada de Samer se endureció, pero algo en su expresión cambió, como si empezara a entender la determinación en los ojos de Agatha. “Es una elección peligrosa. Pero me gusta tu valentía.”

Sin saber qué esperar de esa interacción, Agatha sintió que algo dentro de ella se encendía. Si Samer era el hombre que había decidido su destino, también podía ser la clave para su escape. Tal vez, al comprenderlo, podría encontrar una forma de liberarse.

“Lo que sea que me hayas traído aquí, no lo aceptaré sin luchar,” dijo, sus palabras resonando con una convicción renovada. Samer la miró, y por un breve momento, pareció sopesar sus palabras.

“Entonces, luchemos juntos,” dijo al final, la sonrisa asomando de nuevo en sus labios. “Pero debes recordar que, en este juego, las reglas las pongo yo.”

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