La brisa cálida del atardecer acariciaba el rostro de Agatha mientras caminaba junto a Samer por la playa desierta. Habían pasado semanas desde que la tormenta de conflictos y traiciones quedó atrás, y aunque las cicatrices eran profundas, ambos sentían que finalmente podían respirar en paz. La arena bajo sus pies era suave, casi terapéutica, y el sonido de las olas se entrelazaba con el latido calmado de sus corazones.—¿En qué piensas? —preguntó Samer, rompiendo el silencio mientras la observaba con una mezcla de ternura y admiración.Agatha lo miró, con una sonrisa tímida que iluminaba su rostro. Había algo en sus ojos, una chispa que reflejaba la serenidad que ambos buscaban.—Pienso en lo mucho que ha cambiado todo —dijo ella, girando para enfrentarlo—. Hace unos meses no podía imaginar que estaríamos aquí, juntos, en paz.Samer asintió, tomando sus manos con delicadeza. El viento jugaba con los mechones de su cabello, y sus dedos trazaban círculos suaves sobre la piel de Agatha,
El día amaneció con un cielo despejado, como si el universo hubiera decidido bendecir el momento que tanto esperaban. Agatha se despertó temprano, sintiendo cómo la emoción y los nervios se entrelazaban en su pecho. Desde la ventana de la suite del hotel, podía ver el océano extendiéndose hacia el horizonte, un reflejo perfecto de la paz que anhelaba para su vida junto a Samer.El equipo de estilistas ya estaba en marcha, acomodando su cabello en un moño elegante adornado con pequeñas flores blancas. Su vestido colgaba cerca de ella, un diseño sencillo pero impecable, con encajes delicados que parecían haber sido hechos a mano por las estrellas.—Hoy es tu día, Agatha —dijo Emma, su amiga más cercana, con una sonrisa radiante mientras ajustaba el velo.Agatha respondió con una risa nerviosa.—No puedo creer que haya llegado. Todo esto parece un sueño.Mientras tanto, en otra parte del mismo hotel, Samer terminaba de ajustarse los gemelos de su camisa. Su traje negro a medida resaltaba
Cinco años habían pasado desde aquellos días tumultuosos llenos de incertidumbre y peligro. El sol de Dubái brillaba con fuerza, bañando la lujosa mansión de Samer y Agatha con una luz cálida y apacible. La vida que ambos habían construido estaba llena de amor, risas y una paz que habían luchado tanto por alcanzar.En el espacioso dormitorio principal, Agatha, con su prominente vientre redondeado, descansaba en la cama adornada con suaves cojines. Sus ojos brillaban de emoción mientras acariciaba su vientre con delicadeza. Samer entró en la habitación con una taza de té de hierbas en la mano y una sonrisa que nunca dejaba de derretir el corazón de Agatha.—Aquí tienes, mi amor —dijo mientras le entregaba la taza y se inclinaba para besarla en la frente—. ¿Cómo te sientes?—Ansiosa, pero feliz —respondió ella con una sonrisa—. No puedo creer que hoy sea el día. Después de todo este tiempo, finalmente vamos a conocer a nuestros bebés.Samer tomó asiento junto a ella, dejando que su mano
El sol brillaba con intensidad sobre Dubái, reflejando su luz en las ventanas de la majestuosa mansión de Samer y Agatha. A pesar del paso de los años, la vida en el hogar permanecía llena de calidez y risas. Las gemelas, Leila y Amira, de veinte años, estaban en la sala, hablando a toda prisa sobre sus planes futuros. A su lado, revistas de moda, formularios de admisión y bocetos de diseños llenaban la mesa de centro, mientras el ambiente se impregnaba de emoción y un poco de tensión.—París es el único lugar donde podemos desarrollar todo nuestro potencial —insistió Leila, levantando una hoja con la imagen de una prestigiosa escuela de diseño.—¡Exacto! —agregó Amira, su hermana más tranquila pero igual de apasionada—. Es la capital de la moda, papá. Allí podremos aprender de los mejores.Samer, sentado frente a ellas con los brazos cruzados, las escuchaba en silencio. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y resistencia. Para él, la idea de que sus pequeñas se fueran a otro
Agatha abrió los ojos con dificultad, sintiendo una presión punzante en su cabeza. El aire a su alrededor era denso, impregnado del perfume de flores exóticas, algo que nunca había olfateado antes. Al parpadear, la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas de seda la cegó momentáneamente. Se incorporó lentamente, su corazón latiendo con fuerza mientras sus recuerdos comenzaban a fluir de manera desordenada.El último recuerdo claro era de la oscuridad, el sudor frío en su frente mientras la capturaban. La sensación de manos fuertes sujetándola, arrastrándola hacia una furgoneta. El pánico la envolvió como una niebla espesa y aterradora. Intentó recordar más, pero su mente estaba borrosa. Un destello de luz hizo que su mirada se centrara en la habitación que la rodeaba.Todo era de una elegancia abrumadora. La habitación tenía paredes de mármol, y el mobiliario era una mezcla de modernidad y antigüedad, con muebles tallados a mano que podrían haber sido sacados de un museo. Un
Agatha avanzó con cautela por el pasillo, sus pasos resonando en el silencio como un eco de su creciente ansiedad. Las paredes estaban adornadas con cuadros de paisajes impresionantes y retratos de personas que no reconocía. A pesar del lujo y la belleza que la rodeaba, su corazón seguía latiendo con una mezcla de miedo y determinación. La idea de estar atrapada en una mansión tan extravagante no podía calmar la inquietud que la invadía.Al final del pasillo, una gran puerta de madera oscura la esperaba, casi como un portal a lo desconocido. Se detuvo un momento, conteniendo la respiración, antes de empujarla lentamente. La puerta chirrió, y Agatha sintió que el sonido resonaba en su pecho.El espacio que se abría ante ella era un salón vasto y opulento. Un gran candelabro de cristal colgaba del techo, iluminando el lugar con una luz cálida y suave. Los muebles eran lujosos, con tapices que parecían haber sido traídos de algún palacio europeo. Pero Agatha no podía permitirse distraers
El silencio en la mansión era ensordecedor, interrumpido solo por el suave susurro del viento que se colaba por las rendijas de las ventanas. Agatha se quedó en el salón, luchando por controlar el torrente de emociones que la abrumaban. La conversación con Samer había sido intensa, y su presencia, aunque desconcertante, había despertado algo en ella: un deseo de lucha.Mientras la ira se calmaba en su interior, Agatha decidió que no podía permitir que su situación la dominara. No iba a ser una prisionera en el lujo. Necesitaba un plan, una forma de recuperar su libertad. Caminó de un lado a otro, cada paso resonando en el mármol frío, mientras su mente se llenaba de recuerdos de su vida anterior.Imágenes de su hogar en Italia comenzaron a desdibujarse. Recordó la calidez del sol en su piel mientras paseaba por las calles de Roma, la risa de sus amigos en las terrazas de los cafés. Había sido una vida llena de sueños y aspiraciones. Pero ahora, esos recuerdos se sentían lejanos, como
La atmósfera en la mansión se tornó tensa tras la declaración de Samer. Agatha podía sentir que estaba en un juego, uno cuyas reglas aún no entendía del todo. La forma en que él había mirado sus labios mientras hablaba la hizo cuestionarse qué parte de su rechazo lo había intrigado. ¿Era un desafío para él? La confusión se instaló en su pecho, pero sabía que no podía permitir que eso la distrajera de su verdadero objetivo: encontrar una salida.“¿Qué quieres decir con ‘juguemos juntos’?” preguntó Agatha, su tono desafiante. Se acercó un poco más, desafiando la distancia entre ellos. “Porque yo no tengo intención de dejar que esto se convierta en un juego.”Samer sonrió, esa sonrisa que hacía que su corazón se acelerara y su cabeza se llenara de confusión. “Todo en esta vida es un juego, Agatha. Y en este juego, debemos aprender a jugar nuestras cartas correctamente.” Su voz era profunda, como el suave murmullo del mar.“¿Y cuál es tu carta?” preguntó ella, cruzando los brazos en un ge