Inicio / Fantasía / Apartada Para El Alpha (#2) / Capitulo 2: la cabaña "magica" (parte Dos)
Capitulo 2: la cabaña "magica" (parte Dos)

Reí un poco, tomé las mochilas y lo seguí mientras masticaba una manzana de las que había traído. El sonido crujiente de la fruta rompía el silencio de nuestro caminar. Después de unos minutos, llegamos a una pared enorme que bloqueaba el paso, cubriéndola varias plantas que colgaban pesadamente, como si la naturaleza quisiera reclamarlo todo. Las ramas verdes y frondosas se entrelazaban, creando una capa impenetrable, dejando entrever apenas la textura de la piedra oculta por debajo. Algunas enredaderas tenían flores blancas que parecían brillar levemente a la luz del sol que se filtraba entre las hojas. Connor se detuvo y, como si supiera exactamente lo que yo sentía, me miró con esos ojos fijos y penetrantes, ladeando la cabeza. Esperaba algo de mí.

Sin pensarlo demasiado, sentí el miedo apoderándose de mí.

—Oh, no me mires así, como si supiera qué hacer —me quejé, haciendo un puchero mientras lo miraba—. ¿Qué quieres que haga?, ¿Que me tire contra la pared como si fuera a abrirse algo?

El gruñido de Connor me contestó con un tono bajo, como si estuviera de acuerdo. Movió su cola con esa particular forma de comunicarse que tenía. La frustración aumentó y me alejé de él, dándome la vuelta.

—No voy a hacer eso —alegué con firmeza. Pero, sin darme tiempo para reaccionar, él se levantó y, con un movimiento rápido, se colocó detrás de mí, empujándome sin piedad hacia la pared. Su fuerza, mucho mayor que la mía, fue suficiente para hacerme estrellarme contra ella con un impacto brutal. Un dolor punzante recorrió mi rostro al chocar mi mejilla contra la piedra, pero no hubo tiempo para procesarlo. De repente, las hojas que cubrían la pared comenzaron a brillar de un modo extraño, como si todo tuviera vida propia. Con un empujón final de su cuerpo, pasé a través de la pared, cayendo de cara al agua en un charco profundo, pero no tan grande.

—¡Puta vida! —me quejé, adolorida, tocándome la cara donde el golpe aún ardía.

Connor, al igual que un perro travieso, se colocó frente a mí, salpicando agua por todos lados. No pude evitar reír, a pesar de mi mal humor.

—Ya, bien, bien... —dije, mientras me incorporaba. Mi risa se convirtió en un suspiro de alivio, y observé el lugar que ahora tenía frente a mí. Estábamos en lo que parecía un lago escondido, el agua clara como cristal, tan tranquila que me permitía ver hasta el fondo. Era un lugar tan sereno que me sentí casi fuera de lugar, como si perteneciera a otro mundo. Las orillas estaban rodeadas de hierbas altas y flores silvestres que se balanceaban suavemente con la brisa. Las montañas cercanas creaban un paisaje de tranquilas sombras, y el cielo se reflejaba en el agua, creando una atmósfera casi mágica.

Me acerqué al borde del agua y me senté, dejando que el frescor me envolviera. La belleza del lugar era sobrecogedora. Al fondo, apenas visible, se alzaban cristales en el agua, brillando con un resplandor iridiscente. Eran piedras tan hermosas que parecían de otro mundo. Los cristales tenían colores que variaban desde los tonos más oscuros, casi negros, hasta celestes y blancos, reflejando la luz de manera hipnótica. Me sentí atraída por ellos, y sin pensarlo, me incliné hacia adelante, sumergiendo mis manos en el agua fría para tomar uno de los cristales. Al hacerlo, un símbolo apareció en su superficie, como si de repente tomara vida propia. Era un ave, majestuosa, coronada, con las alas extendidas y una cola de zorro. Algo en ese símbolo me llamó, y no pude evitar sentirme atraída por su significado, aunque no comprendiera del todo lo que representaba.

A continuación, tomé otros dos cristales, uno celeste y otro blanco, que brillaban con el mismo símbolo. A medida que los tocaba, todos los cristales comenzaron a brillar intensamente, iluminando el ambiente a nuestro alrededor. Una ráfaga de aire fresco se levantó, moviendo mi cabello con suavidad, dándome una sensación de cosquillas en la piel. No pude evitar reír por la extraña pero placentera sensación que me provocaba.

Mi cabello, que hasta ese momento había sido de un tono negro común, ahora parecía tener reflejos en tonos blanco, celeste, azul, negro y rojo, como si una paleta de colores se hubiera derramado sobre él. Era un efecto completamente surrealista, como si estuviera viendo mi propia transformación en el agua.

De repente, al elevar la mirada, vi una pequeña cabaña. Estaba en el centro del lago, casi flotando sobre el agua, rodeada de las montañas y los árboles que se reflejaban perfectamente en el espejo de agua. La cabaña parecía de otro tiempo, de una época olvidada, hecha de madera envejecida pero hermosa, con ventanales que mostraban una luz cálida, acogedora. El lugar parecía irreal, como si fuera una escena sacada de un sueño.

Con los cristales en las manos, me levanté lentamente del agua, arrastrando la mochila mientras caminaba hacia la cabaña. Cada paso era más decidido, aunque no sabía lo que me deparaba el futuro, ni qué significaba este lugar. Al llegar, subí por una pequeña repisa que bordeaba la cabaña, para salir del agua, y me senté sobre el borde de la madera. Connor saltó a mi lado, sacudiéndose el agua de su pelaje, empapándome de nuevo y haciendo que soltase una carcajada.

—Gracias, amigo, ya me bañaste —dije en tono burlón, sacudiendo mi cabeza con una sonrisa sarcástica. Lo observé por un momento, y por alguna razón, sentí que él también se reía, aunque fuera en su propia manera de perro.

Miré alrededor, sintiendo la inmensidad del lugar invadiéndome por completo. Los árboles, altos y majestuosos, se alzaban como gigantes silenciosos, sus troncos robustos cubiertos por cortezas rugosas, mientras sus ramas se extendían como fortalezas impenetrables que parecían proteger este rincón olvidado del mundo. El viento soplaba suavemente, susurrando entre las hojas, creando un eco de voces antiguas que solo el lugar parecía conocer. Era un refugio natural, aislado, rodeado de un aire místico que me hacía sentir pequeña y vulnerable, como si fuera la primera vez que llegaba aquí, aunque algo en mi interior me decía que no era así.

Detrás de los árboles, una enorme pared grisácea se alzabs, sólida y casi indestructible. Estaba cubierta por una serie de símbolos extraños, coloridos, que se entrelazaban entre sí de una forma que desbordaba lógica. Algunos parecían surgir de la misma piedra, otros flotaban por encima, desafiando la gravedad. Lo que más destacaba, sin embargo, era esa ave, cuya figura se repetía en muchos de los símbolos, ceñida entre las piedras brillantes del lago. Esa ave, con sus alas extendidas y su cola elegante, parecía estar marcando el ritmo del lugar, como si se tratara de una especie de guardiana o presagio.

Sentí que el aire vibraba a medida que me acercaba más a esa pared, pero mis ojos no podían apartarse de los símbolos. Había algo familiar en ellos, algo que reconocía, aunque no podía entenderlo completamente. Mi corazón latía más rápido, como si de alguna forma, el lugar tratara de comunicarme algo. El ave, tan simbólica, tan omnipresente, parecía decirme algo, un mensaje que aún no lograba descifrar.

Miré hacia arriba y el cielo me dejó sin aliento. Un cielo tan vasto que parecía no tener fin, iluminado por miles de estrellas que brillaban con una intensidad que nunca había visto antes. Las constelaciones más marcadas se delineaban perfectamente, sus formas marcando caminos en el firmamento. El cielo era como un lienzo infinito, suspendido sobre mí, y cada estrella parecía contar su propia historia.

La mezcla de luces y sombras, la perfecta armonía entre la naturaleza, la pared, los símbolos y el cielo, todo me envolvía en un manto de quietud que desbordaba cualquier sentido de tiempo y espacio. Era como si este lugar hubiera estado esperando mi llegada, como si todo estuviera perfectamente orquestado para recibir mi presencia. Mi mente se llenaba de preguntas, pero no encontraba respuestas. ¿Por qué me sentía tan conectada con este lugar? ¿Por qué todo parecía tan familiar, aunque no lo fuera?

La surrealidad del momento me dejaba sin palabras. Era como si el mundo que conocía ya no existiera y hubiera entrado en otro, uno que parecía regido por reglas diferentes, por un orden que no alcanzaba a comprender. Los árboles, la pared, los símbolos y las estrellas: todo se alineaba de una manera que no podía ignorar. Algo grande, algo importante, estaba a punto de suceder. Y aunque no sabía qué era, sabía que no podía huir de esto. Estaba aquí, y este lugar, con todo su misterio, era parte de mi destino.

Suspiré profundamente, cansada y frustrada, regresé al borde de la cabaña subiendo a esta , colocándome junto a Connor, subí las mochilas a mi lado. Saqué el libro que había estado cargando, ese maldito libro que hablaba de la "portadora" y de todo lo que estaba arruinando mi vida. Pasé las páginas con rapidez, buscando el fragmento sobre el lugar donde, supuestamente, ella practicaría sus poderes. Para mi horror, descubrí que el lugar descrito en el libro era exactamente el mismo donde yo estaba. Gruñí, furiosa y frustrada.

—¡Jódanse! —me quejé, lanzando el libro al agua con toda mi furia. Pero, de manera inexplicable, el libro se detuvo en el aire antes de caer al agua, rebotó y regresó hacia mí, golpeándome en la cara y derrapando hasta caer al suelo. El impacto me tumbó, y la impotencia se apoderó de mí. Empecé a llorar, sintiendo que todo se me venía encima.

—¿Cómo voy a salvar a las razas mágicas si no puedo ni salvar mi propio culo? —pregunté, entre sollozos. ¿Cómo iba a hacer para que fueran felices aquí? ¿Qué precio tendría que pagar para mantenerlos aquí? La realidad era que todo tenía un precio, aunque estuviéramos intentando hacer algo bueno.

—¿Qué va a pasar conmigo?, ¿Con Oshin?, ¿Con nosotros? —murmuré, dolorida. Me restregué los ojos con el dorso de la mano, sin saber si todavía había "nosotros" o si todo había desaparecido. Desde lo más profundo de mi alma, deseaba que todo esto fuera solo una coincidencia, que no tuviera nada que ver con lo que el libro decía.

—Oshin... —susurré, mi voz rota de dolor. Algo dentro de mí me decía que todo lo que había temido estaba comenzando a hacerse realidad. Pero no quería aceptarlo. No sabía qué hacer.

Me sentía agotada, atrapada en un destino del que no podía escapar, y al mismo tiempo, la ansiedad me estaba consumiendo. Todo lo que quería era que esto fuera un sueño, uno de esos extraños sueños que había tenido tantas veces antes, pero que ahora se sentían demasiado reales.

Finalmente, me desplomé sobre la madera de la cabaña, sin darme cuenta de cuándo me quedé dormida. Connor, siempre a mi lado, se acurrucó cerca de mí, mirando con sus ojos tristes, tratando de brindarme consuelo a su manera. Pero en mi mente solo había dudas y miedo. ¿Qué seguía ahora? ¿Qué tenía que hacer? Estaba tan agotada que solo quería despertar de todo esto.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP