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Capitulo 3: "vamos tu puedes" (parte uno)

"Les pedi que me salvaran y los vi salvar su culo

Huyendo de los problemas dejándome enfrentarlos a mi...

¿Esto era mi destino o sólo era un juego más?"

Fumiko Ibars

Una gota de agua cayó en mi rostro, mojándome y sacándome de mi sueño. Abrí los ojos con pesadez, sin poder evitar que mi mente se llenara de confusión.

—Oshi, tu cuarto tiene goteras —dije en voz baja, mientras me sentaba en la madera fría de la cabaña y restregaba mis ojos. Mis pequeños segundos de olvido me abandonaron y suspiré con pesadez—. No estoy en casa... —murmuré con tristeza. Froté mi rostro, limpiando el agua de él, mientras la lluvia seguía cayendo sin cesar.

Miré mejor a mi alrededor y, al fin, me di cuenta de que no estaba en mi casa ni cerca de ella. Estaba en una cabaña, aislada en medio de la nada, rodeada por el lago de agua cristalina que parecía envolverla por completo. El agua era tan clara que podía ver cada reflejo, cada movimiento. A diez metros de cada lado, altas paredes se alzaban, adornadas con símbolos que representaban los elementos, las razas y otros más, como si de alguna manera estuvieran protegiendo este lugar sagrado, manteniendo todo fuera de alcance.

Me levanté de la madera que hacía las veces de suelo, y miré hacia el cielo, ahora claro, pero empapado por la lluvia constante que caía, mojando todo a su paso. Connor estaba jugando cerca de mí, ajeno a la tormenta, creando copos de nieve con las gotas de lluvia que tocaba con su nariz. Cuando las gotas caían, se transformaban en escarcha celeste antes de regresar hacia el cielo, como si estuvieran obedeciendo a algún tipo de magia. Cada vez que tocaba el agua, las gotas caían con mayor intensidad, salpicando violentamente el lugar, creando pequeños remolinos de agua y nieve. La visión me dejó anonadada, maravillada por lo que un simple animal podía hacer, y por lo que el mismo Connor parecía generar sin esfuerzo alguno. Esa magia en sus movimientos... era algo que jamás había presenciado.

Reí suavemente al ver cómo se sentaba sobre sus patas traseras en el hielo, observando con fascinación cómo se concentraba en lo que hacía. Sin embargo, cuando una gota de lluvia le cayó directamente sobre la nariz, Connor estornudó, lanzando un chorro de aire que formó una nube de vapor en el aire frío. Me acerqué, empapándome bajo la lluvia que parecía no querer cesar. Connor me miró con esos ojos llenos de alegría y movió su cola de un lado a otro, como si me invitara a unirme a él en su pequeño juego. Le sonreí, pero lo que sucedió a continuación fue aún más raro: la lluvia, de repente, se detuvo por completo.

Me extrañó, pero no le di mucha importancia, sólo me acerqué más a Connor. Me senté junto a él, dejando que el hielo me congelara el trasero, riendo por lo absurda de la situación.

—¿Cómo aguantas este hielo? —bromeé, con una risa nerviosa, mientras me acurrucaba junto a él, buscando algo de calor.

Connor, como si entendiera mi pregunta, se lanzó hacia mí y lamió mi cara con entusiasmo. Reí a carcajadas, quitándomelo de encima, antes de acariciar su cabeza en agradecimiento. Sentí que el tiempo había pasado volando, demasiado rápido para mi gusto, y la noche ya había comenzado a caer. Estaba tarde, aunque no sabía cuántas horas había dormido en esa cabaña. Sólo sentía el cansancio profundo que recorría cada músculo de mi cuerpo.

—Vamos adentro, no quiero resfriarme —le dije, con una sonrisa cansada.

Connor se levantó de inmediato, saltando hacia la casa, pero al hacerlo, el hielo que cubría su cuerpo se derritió rápidamente, y terminó cayendo al fondo del lago. El golpe fue tan brusco que me quejé de dolor al ver cómo unas rocas me lastimaban el trasero. Connor, por supuesto, parecía disfrutarlo, porque lo vi reír a lo lejos.

—¡Carajo! —me quejé, frotándome el trasero, sin poder evitar soltar una carcajada—. Aja, búrlate, desgraciado.

Me levanté del agua helada y regresé a la cabaña. El viento fresco me alcanzó, pero el refugio estaba cálido en comparación con el exterior. Tomé mis mochilas y saqué mi teléfono de una de ellas, mirando la pantalla. Eran las cinco y treinta y dos de la tarde. Habían pasado dos días desde que huí de casa. Me sorprendió lo rápido que pasó el tiempo. Suspire, guardando el teléfono de nuevo en la mochila, antes de recoger el libro que había caído al suelo. No quería pensar en eso ahora. No quería saber nada de la "portadora" ni de ese maldito destino que me estaba tocando vivir.

Miré el teléfono una vez más: no tenía señal. Literalmente estaba muerto, aunque la batería estaba al 100%. Algo irónico, como si el mundo aquí no estuviera dispuesto a darme acceso a nadie más. No podía contactar a nadie, ni siquiera para compartir mi miedo, mi ansiedad. Estaba completamente sola en este lugar, con más preguntas que respuestas.

—¿Qué se supone que hago ahora? —murmuré para mí misma, guardando el teléfono de nuevo.

El viento afuera seguía soplando, pero aquí dentro de la cabaña, el silencio era absoluto, roto únicamente por el suave crujido de la madera que se movía con el viento. Me senté en el suelo de la cabaña, observando el agua caer suavemente contra las ventanas. No sabía qué me esperaba, pero sentía que este lugar tenía algo que me estaba diciendo, algo que no podía ignorar. Solo esperaba poder entenderlo a tiempo.

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