Capítulo 3
Aunque era algo habitual entre ellos como pareja, Nina también tenía su dignidad. No podía soportar que se expusieran sus heridas frente a Dana.

Nina aguantó el dolor, enderezó la espalda y caminó con paso sereno.

—Disculpa la molestia, Nina —dijo Dana con voz dulce y suave, mezclada con un tono de sufrimiento. Su rostro reflejaba una profunda expresión de angustia —. Me dolía muchísimo el estómago y pedí una cita contigo temprano. No esperaba que no estuvieras disponible de repente. Lamento causarte problemas.

—Esta es un área de ginecología, para el dolor de estómago deberías... —Nina no pudo terminar su frase cuando Laura de repente la interrumpió con una risa sarcástica.

—Claro, la señorita delicada necesita que el señor Vargas la traiga personalmente hasta por un simple cólico menstrual.

Con ese sarcástico comentario de Laura, el rostro de Dana se enrojeció al instante. Bajó la mirada, pero no sin antes echarle un ligero vistazo a Sergio. El rubor de una joven tímida se hizo evidente en su cara.

—Nina, no lo malinterpretes por favor —se apresuró a explicar Dana —. Fui temprano a llevarle el desayuno a Sergio y, al verme mal, decidió traerme.

Nina esbozó una ligera sonrisa. Al parecer, no les bastó con presumir su intenso amor en la reunión de exalumnos anoche; ahora venían a restregárselo en la cara desde temprano.

Laura miró a enfurecida Dana. ¿Cómo se atrevía a pedir que no hubiera malentendidos cuando pasaba todo el día pegada al marido de otra, pendiente de sus mínimas necesidades?

"Esta mujer no es una mujer normal, es una completa bruja. Y una muy hábil para decir la verdad", pensó Laura.

Mientras tanto, Sergio permanecía sentado a un lado, con expresión indiferente y sin mostrar el menor signo de incomodidad.

—Ya que la doctora García está aquí, por favor, atiéndanos rápido. Nos han hecho perder demasiado tiempo —dijo con voz impaciente y mirada penetrante, cargada de frialdad.

Parecía no notar, o simplemente no le importaba, el malestar evidente de Nina.

¿Quién era este Sergio que acompañaba de manera voluntaria a otra mujer a una consulta ginecológica? ¿No era lo suficientemente obvio?

Él se desvivía por atender a Dana, pero en cuanto a ella...

Anoche se había comportado de una forma cruel, como una bestia, y ahora se presentaba tan tranquilo y elegante, fingiendo no conocerla, actuando solo como el acompañante de Dana.

Nina respiró profundo y esbozó una sonrisa despreocupada. Era hora de despertar de este largo sueño.

Ignorando las agudas punzadas de dolor en su vientre, le recetó medicamentos a Dana con destreza profesional.

—Tómalos tres veces al día. Puedes ir a recogerlos de inmediato en la farmacia —dijo con voz neutra, aunque de vez en cuando fruncía el ceño por el dolor.

Dana sonrió dulcemente. —Muchas gracias, pero al parecer no te sientes bien. Cuídate y descansa un poco —dijo con voz suave mientras extendía la mano para tomar la receta, pero Sergio de un jalón se la arrebató primero.

—No te muevas si te duele el estómago. Espera afuera, yo iré por los medicamentos —le dijo Sergio a Dana con una ternura en la voz y una profunda preocupación en la mirada que no eran ajenas para Nina.

Porque ella también había conocido a ese Sergio cariñoso alguna vez.

Nina controló sus emociones, manteniendo una firme expresión casi imperturbable e incluso conservando aquella leve sonrisa. —Sergio, deberíamos ponerle fin a todo esto. Tu familia ya ha hablado conmigo. Ahora que has regresado, deberíamos tramitar el divorcio.

Sergio, que estaba a punto de marcharse, se detuvo y giró lentamente. Su mirada sombría tenía un dejo de burla. —Nina, atrévete a repetir lo que dijiste. Además, no creo que necesite recordarte cuál es con exactitud nuestra relación, ¿verdad, doctora García?

Nina entendió perfectamente a qué se refería con "su relación".

Sergio le lanzó una mirada cargada de significado antes de salir apresurado de la consulta, llevándose a Dana con él.

En ese preciso momento, Nina se derrumbó. Miró con desesperación la silueta de Sergio alejándose mientras las lágrimas caían sin control alguno por sus mejillas.

Si ya no la amaba, ¿por qué no la dejaba ir? ¿Acaso no era suficiente con haberla atormentado durante dos años?

—Nina, no vale la pena sufrir por alguien así. Te acompaño a tu habitación para que descanses. Tu salud es lo más importante en este momento, —dijo Laura bastante preocupada. El cuerpo de Nina apenas se estaba recuperando y no resistiría tanto estrés.

Mientras caminaban, Laura no pudo evitar aconsejarle: —Nina, en realidad deberías... —pero se interrumpió. Nadie más que ella sabía el impacto tan devastador que Sergio tenía sobre Nina.

Nina era una persona que se abría lentamente a los demás. En su momento, el amor que Sergio le había ofrecido fue tan intenso y apasionado que la abrumó por completo. Era un cariño y una calidez que nunca antes había experimentado.

Sin embargo, justo cuando estaba inmersa en ese intenso amor, disfrutando de sus atenciones, Sergio cambió de forma radical.

Sin previo aviso ni explicación alguna, ese ardiente amor se convirtió en la más fría indiferencia.

Tras un breve silencio, Nina habló con firmeza: —En realidad, hace tiempo que lo entendí. Solo que me negaba a aceptarlo.

Antes, cada vez que pensaba en separarse definitivamente de él, en que ya no habría ninguna conexión entre ellos, el corazón de Nina se retorcía de dolor.

Sin embargo, hoy, después de reunir el suficiente valor para decirlo en voz alta, se dio cuenta de que en realidad no era tan difícil.

...

De regreso en la habitación del hospital, el celular de Nina sonó.

Al ver que era su supervisor directo, se quedó pensativa.

—Jefe, ¿sucede algo?

—Nina, ¿en qué estabas pensando? Si no te sentías bien, ¿por qué atendiste pacientes? Y encima de eso recibimos una queja. ¿Dónde tienes la cabeza? —La voz de reproche del jefe resonó tan fuerte que Laura pudo escucharla claramente.

Después de colgar, Nina miró a Laura con cierta expresión de culpa. —Laura, lo siento mucho. Te he metido en problemas.

—Esto no es tu culpa. ¿Cómo es posible que te hayas enredado con semejante... individuo? —Laura apretó con rabia los dientes al mencionar a Sergio.

Nina no supo qué responder.

Pensó que Sergio solo quería darle una lección por desafiarlo.

Pero nunca imaginó que llegaría tan lejos como para lograr que suspendieran temporalmente a Laura de sus funciones en el departamento médico.

Esa misma noche, al recibir la terrible noticia, Nina abandonó el hospital y regresó apresurada a Altos del Bosque, el hogar que compartía con Sergio.

Emily, la empleada doméstica, la vio llegar y le dijo cortésmente: —Señora, el señor está arriba. Ya cenó. ¿Usted desea comer algo?

Emily era una antigua empleada de los Vargas y sabía adaptarse a todo tipo de circunstancias. De no ser porque Sergio había regresado, tal vez ya se habría ido.

—No, gracias —respondió Nina sin ánimo alguno de conversar, y subió directamente.

—Sergio, si estás molesto, desquítate conmigo. No te metas con mi amiga —dijo furiosa al entrar a la habitación.

Sergio acababa de salir de la ducha. Al verla entrar, la miró de reojo con sus ojos profundos.

Se sentó despreocupado en el borde de la cama y comenzó a secarse el cabello con una toalla.

—Vaya, qué sorpresa que mi esposa aún recuerde la dirección de su casa —comentó con un tono bastante burlón.

Nina se detuvo en la puerta. Su rostro pálido se había sonrojado un poco, tanto por la prisa como por el cambio brusco de temperatura. Sus ojos brillantes se clavaron en Sergio, quien llevaba solo una toalla envuelta en la cintura, dejando al descubierto su torso musculoso. Sus facciones eran perfectas, pero la sonrisa en sus labios estaba cargada de completa frialdad.

Nina respiró hondo, intentando por un momento mantener un tono natural. —Sergio, si quieres atacar a alguien, que sea a mí. Deja en paz a Laura.

—Puedo pasar por alto que hayas hecho que una paciente cancelara su cita. Después de todo, no todos los médicos tienen ética profesional. Pero que tu amiga me insulte llamándome bestia, ¿crees que eso no merece consecuencias? —respondió Sergio con voz serena y pausada, sin mostrar la menor incomodidad por sus acciones a espaldas de Nina.

—¿Qué tengo que hacer para que dejes tranquila a Laura? —preguntó ansiosa Nina.

Ella sabía que su mención del "fin" había tocado un punto sensible en él. Sergio podía maltratarla a su antojo, pero no toleraba por ningún motivo que ella desafiara su voluntad.

El divorcio no era algo que ella pudiera proponer.

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