A la mañana siguiente, cuando Nina se levantó y se disponía a salir con su bolso, Emily la detuvo.—Señora, aquí está su desayuno. El señor me pidió que me asegurara de que lo comiera todo antes de que saliera—dijo Emily.—Gracias, pero no es necesario —respondió Nina, intentando pasar por su lado.Para su sorpresa, Emily se movió para bloquearle de nuevo el paso.—El señor insistió en que comiera antes de irse —dijo Emily con desinterés.Nina inicialmente no quería discutir. Emily cobraba su sueldo de los Vargas y podía adular a Sergio cuanto quisiera. Pero su tolerancia, en lugar de propiciar una convivencia armoniosa, solo había logrado que Emily la considerara un blanco fácil.Ya estaba harta de sus tontos desprecios, y con el divorcio en puerta, no tenía por qué seguir aguantando más. Nina la miró con una sonrisa fría.—Emily, trae el desayuno y los suplementos también, por favor.Nina sabía que, si ella no los comía, Emily se los apropiaría. Antes, la empleada se había aprovechad
Nina terminó de comer y empujó el plato hacia el centro de la mesa.—¿Satisfecho, señor Vargas? —preguntó.Sergio la miró de reojo y, observando el tazón que ella había acercado, comentó con seriedad:—Queda un sorbito de sopa y no puedes dejar el sándwich. Estás tan delgada como un mono. ¿Acaso los Vargas no tienen dinero suficiente para alimentarte? ¿O es que planeas quejarte durante la fiesta de cumpleaños de la abuela?La abuela de Sergio, Dolores, no aprobaba cómo Mariana y Sergio trataban a Nina. Siempre que se veían, intercedía por ella. Cuando pasaba mucho tiempo sin verla, incluso la llamaba para cariñosa invitarla a comer.Nina le lanzó una mirada despectiva ante sus palabras mordaces, pero levantó el tazón y bebió obediente el último sorbo de sopa. Luego, se metió en la boca el trozo de pan que le quedaba. Justo cuando se disponía a levantarse, sonó su teléfono. Al ver que era la abuela, Nina contuvo su irritación, respiró hondo y respondió con una linda sonrisa:—¡Abuela!
Nina no pensaba que fuera especial para Sergio; simplemente sabía que su caballerosidad innata le impedía agredir físicamente a una mujer. Como mucho, se limitaría a lanzar comentarios hirientes.Mientras caminaban juntos hacia un restaurante en el sótano, Nina notó el terrible moretón en la nariz de Ricardo y se sintió algo culpable.—Ricardo, lo siento muchísimo. Te has visto envuelto en el lío de anoche por mi culpa. ¿Por qué has vuelto tan pronto? ¿No faltaba un mes para tus vacaciones?Ricardo miró con ternura a la joven que no había visto en tres largos años, con el corazón lleno de emociones encontradas. El tiempo era ciertamente un canalla despiadado; en un abrir y cerrar de ojos había cambiado de manera silenciosa el destino y el rumbo de muchas vidas.La chica que atesoraba en su corazón se había casado con otro apenas dos meses después de su partida. Y lo que aún más le enfurecía era que Sergio la trataba como si no valiera nada en lo absoluto, cuando para él era un tesoro.
Ricardo sonrió y respondió:—Estudié finanzas, ganar dinero invirtiendo es mi especialidad. Si no pudiera ganar algo de dinero para mejorar mi vida, ¿por qué me contrataría Luna International? Solo tú, pequeña tonta, te preocupas tanto que me sigues enviando dinero de vez en cuando.Ricardo intentó por un momento pellizcarle la nariz como solía hacer cuando eran niños, pero Nina lo esquivó hábilmente. Después de lo ocurrido la noche anterior, Nina se dio cuenta de que ya no eran niños y que muchos de sus gestos infantiles ya no eran apropiados.—No me pellizques la nariz. Si fuera falsa, la habrías aplastado de tanto pellizcarla cuando éramos pequeños —bromeó con gracia Nina.Ricardo rió. —Tu nariz sí estaba un poco achatada cuando eras pequeña. Menos mal que me gustaba pellizcarla.Insinuaba que la nariz respingona que Nina tenía ahora era gracias a sus tiernos pellizcos.Al recordar su infancia, Nina sintió una fuerte punzada de nostalgia. Aunque en el orfanato apenas comían carne u
Cuando Nina García llegó a The Club, la fiesta ya estaba en pleno apogeo. El salón privado rebosaba de risas y platicas animadas, creando un ambiente verdaderamente festivo.En la mesa principal, Sergio Vargas se encontraba sentado con un aire despreocupado. El alcohol había teñido sus mejillas de un suave rubor, y los primeros botones de su camisa de tela fina estaban desabrochados, dándole un aspecto algo relajado y casual.Su mirada, normalmente distante, se suavizaba notablemente al mirar a la mujer a su lado. Sin embargo, cuando su mirada se cruzó con la de Nina, esta se volvió indiferente.—Sergio, ¿podrías ayudarme a pelar esta mandarina, por favor? —pidió Dana Luna con voz melosa.Sergio, con una sonrisa cariñosa en los ojos, tomó la mandarina que Dana le ofrecía. Nina no pudo evitar observar la patética escena. Jamás había visto a Sergio realizar ese gesto para ella, a pesar de ser su esposa desde hacía tres años. Aunque, claro, apenas lo veía unas pocas veces al año.Respira
En un movimiento súbito, él la envolvió por completo entre sus brazos y la condujo hasta la recámara, donde la acorraló contra la puerta.La asaltó con besos intensos y desesperados que se extendieron ardientemente hasta su cuello, como si en cada roce quisiera liberar toda la frustración que llevaba dentro.Sus manos desesperadas desgarraron el cuello de su blusa, y sus ojos se detuvieron un instante en su clavícula antes de volver a cubrirla con besos abrasadores que apenas le permitían tomar aire.Nina se encontró indefensa ante la ferocidad y rapidez de sus movimientos.Los besos de Sergio eran cada vez más intensos, mientras el aroma mezclado de tabaco y alcohol la envolvía por completo, atrapándola sin escapatoria alguna.Antes de poder procesar lo que sucedía, Nina se vio arrastrada por aquella pasión repentina, en medio de una atmósfera cargada con el fuerte olor a licor.Poco a poco, su resistencia se fue desvaneciendo hasta que se entregó por completo.Un dolor repentino hizo
Aunque era algo habitual entre ellos como pareja, Nina también tenía su dignidad. No podía soportar que se expusieran sus heridas frente a Dana.Nina aguantó el dolor, enderezó la espalda y caminó con paso sereno.—Disculpa la molestia, Nina —dijo Dana con voz dulce y suave, mezclada con un tono de sufrimiento. Su rostro reflejaba una profunda expresión de angustia —. Me dolía muchísimo el estómago y pedí una cita contigo temprano. No esperaba que no estuvieras disponible de repente. Lamento causarte problemas.—Esta es un área de ginecología, para el dolor de estómago deberías... —Nina no pudo terminar su frase cuando Laura de repente la interrumpió con una risa sarcástica.—Claro, la señorita delicada necesita que el señor Vargas la traiga personalmente hasta por un simple cólico menstrual.Con ese sarcástico comentario de Laura, el rostro de Dana se enrojeció al instante. Bajó la mirada, pero no sin antes echarle un ligero vistazo a Sergio. El rubor de una joven tímida se hizo evide
Sergio evadió la pregunta y respondió con desprecio:—Ve a ducharte. Apestas a desinfectante.—No puedo bañarme, tengo heridas —replicó Nina sin intención alguna de ocultarlo. ¿Por qué debía cargar ella sola con todo?Sergio la miró de reojo, con una expresión enigmática.Nina se mordió el labio y, sin pensarlo dos veces, comenzó a desabrocharse poco a poco la blusa frente a él.—¿Intentas seducirme? Hoy no he bebido, así que no te tocaré —dijo Sergio con la voz ronca, pero sus palabras seguían siendo demasiado hirientes y sarcásticas.Nina no respondió en lo absoluto. Lo miró con indiferencia mientras continuaba desvistiéndose. Su rostro no mostraba vergüenza ni incomodidad, sino determinación y resignación.Cuando solo quedaba en ropa interior, exclamó de repente:—Sergio, abre bien tus malditos ojos. ¿Qué ves aquí?Se plantó frente a él, casi desnuda. Los moretones resaltaban sobre su piel suave.El labio de Sergio tembló imperceptiblemente. —Uyyy... Parece que hoy no estás fingien